obreros y los campesinos. ?Y la guerra es la guerra! ?Lo tienen bien merecido!
Krimov esperaba una respuesta de Batiuk, pero este callaba, no porque le desconcertaran las palabras de Krimov, sino porque sencillamente se habia quedado dormido.
56
En la aceria Octubre Rojo, inmersa en la penumbra, hombres enfundados en chaquetones acolchados iban y venian, retumbaban los disparos, se encendian llamaradas, y no se sabia si era polvo o niebla lo que flotaba en el aire.
El general Guriev, comandante de la division, habia instalado los puestos de mando de los regimientos en el interior de los hornos. Krimov tenia la sensacion de que la gente que habia en esos hornos -hornos que hasta hace poco habian fundido acero- eran especiales; ellos mismos tenian el corazon de acero.
Desde ahi podian oirse no solo los pasos de las botas alemanas y los gritos de mando, sino tambien los sigilosos chasquidos de los alemanes al recargar sus fusiles.
Cuando Krimov se deslizo, arqueando la espalda, por la boca del horno, donde se encontraba el mando del regimiento de fusileros y percibio en las palmas de la mano el calor que todavia persistia en los ladrillos refractarios, una especie de timidez se apodero de el; era como si se le fuera a revelar de inmediato el secreto de la gran resistencia.
En la semioscuridad distinguio a un hombre en cuclillas, vio su cara amplia, escucho una voz acogedora:
– ?Un invitado ha llegado a nuestro palacio! Por favor, cien gramos de vodka y un huevo cocido para nuestro visitante.
En la polvorienta y sofocante penumbra, a Nikolai Grigorievich se le paso por la cabeza que nunca le explicaria a Yevguenia Nikolayevna que la habia recordado mientras se deslizaba por un horno de fundicion de Stalingrado. En el pasado habia intentado olvidarla, librarse de ella. Pero ahora se habia resignado a que ella le siguiera insistentemente a todas partes. Incluso habia penetrado en el horno, la hechicera, no habia manera de escapar de ella…
Por supuesto estaba mas claro que el agua. ?Quien necesitaba a los hijastros de su tiempo? Lo mejor era enviarlos con los lisiados y los jubilados. Mejor aun, hacer jabon con ellos. Que ella se hubiera ido no hacia mas que confirmar y alumbrar por completo la desesperacion de su vida; ni siquiera alli, en Stalingrado, tenia un verdadero cometido militar…
Por la noche en aquel mismo lugar, despues de su conferencia, Krimov converso con el general Guriev. Este se habia quitado la chaqueta y se pasaba constantemente el panuelo por la cara roja, y con voz alta y ronca ofrecia vodka a Krimov; con el mismo tono gritaba ordenes por telefono a varios comandantes de los regimientos; con la misma voz alta y ronca con la que reprendia al cocinero por no saber asar como es debido las brochetas de carne, telefoneaba a su vecino Batiuk para preguntarle si habian jugado al domino en el Mamayev Kurgan.
– Tenemos buenos hombres aqui, alegres -dijo Guriev-. Batiuk es un tipo inteligente, el general Zholudev que esta en la fabrica de tractores es un viejo amigo mio. En el complejo fabril Barricada esta el coronel Gurtiev, tambien es buen tipo, pero lleva una vida monacal, no prueba el vodka. Naturalmente, eso es un error.
Luego paso a explicar a Krimov que a nadie le quedaban tan pocas bayonetas activas como a el, tenia entre seis y ocho hombres por compania; nadie estaba tan incomunicado como el; a veces, cuando venia una lancha, la tercera parte de los ocupantes llegaban heridos. Nadie, salvo Gorojov en el mercado, se hallaba en un lugar de tan dificil acceso.
– Ayer Chuikov llamo a Shuba, mi jefe de Estado Mayor. Estaban en desacuerdo respecto a la situacion exacta de la linea de frente. El coronel Shuba volvio completamente enfermo.
Lanzo una mirada a Krimov y dijo:
– ?Piensa que le echo un rapapolvo? -y se puso a reir-. No, yo le echo un rapapolvo cada dia. El le hizo saltar los dientes, toda la primera fila.
– Si… -dijo Krimov despacio.
Aquel «si» admitia que la dignidad del individuo no siempre triunfaba en las pendientes de Stalingrado.
Luego Guriev comenzo a argumentar por que los periodistas escribian tan mal sobre la guerra.
– Se esconden, los hijos de puta, no ven nada con sus propios ojos, se quedan al otro lado del Volga, en la retaguardia mas tranquila, y escriben sus articulos. Si alguien es hospitalario con ellos, entonces hablan de el. Por ejemplo, Tolstoi escribio Guerra y paz. Hace cien anos que la gente lo lee y lo leeran todavia durante cien anos mas. ?Y por que? Porque participo en la guerra, el mismo combatio. Sabia de quien se tenia que hablar.
– Disculpe, camarada general -dijo Krimov-. Tolstoi no participo en la guerra de 1812.
– ?No participo en ella? ?Que quiere decir? -replico el general.
– Sencillamente que no participo -repitio Krimov-. Tolstoi no habia nacido en la epoca de la guerra contra Napoleon.
– ?Que no habia nacido? -volvio a preguntar Guriev-. ?Como que no habia nacido? ?Que quiere decir?
Entre ellos se desencadeno una discusion violenta, la primera que seguia a una conferencia de Krimov. Para su sorpresa, el general se nego a creerle.
57
Al dia siguiente Krimov fue a la fabrica Barricada donde estaba acantonada la division de fusileros siberianos del coronel Gurtiev. Cada dia sentia acrecentar sus dudas acerca de la utilidad de sus conferencias. A veces tenia la impresion de que le escuchaban por gentileza, como hacen los no creyentes ante los sermones de un viejo sacerdote. A decir verdad, se alegraban de su llegada. Pero comprendia que se alegraban desde el punto de vista humano y no por sus discursos. Se habia convertido en uno de esos instructores politicos que se ocupan de tareas burocraticas, parlotean y estorban a quienes combaten. Los unicos funcionarios politicos que continuaban en su sitio eran los que no hacian preguntas, los que no se enfrascaban en largos informes y partes, los que no se dedicaban a la propaganda, sino que combatian.
Recordaba las clases de marxismo-leninismo que daba en la universidad, cuando el y su auditorio se sentian mortalmente aburridos al estudiar, como un catequismo, el breviario de la historia del Partido.
Solo en tiempo de paz aquel tedio era legitimo, inevitable; mientras que alli, en Stalingrado, se volvia absurdo, un sinsentido. ?Para que servia todo aquello?
Krimov se encontro con Gurtiev en la entrada del refugio del Estado Mayor pero no reconocio en aquel hombre delgaducho, calzado con botas de cana de lona y vestido con un capote militar raquitico, al comandante de la division.
La conferencia de Krimov se celebro en un amplio refugio de techo bajo. Nunca antes, durante su estancia en Stalingrado, Krimov habia oido un fuego de artilleria parecido. No tenia mas remedio que alzar la voz todo el rato.
El comisario de la division Svirin, un hombre con un discurso altisonante y coherente, rico en expresiones agudas y divertidas, dijo antes del inicio de la conferencia:
– ?Por que el publico se limita a los oficiales de alto rango? Que vengan los topografos, los soldados de la compania de defensa que esten libres, los soldados de transmisiones y enlaces que no tengan turno, que vengan a la conferencia sobre la situacion internacional. Despues de la ponencia se proyectara una pelicula. Baile hasta el amanecer.
Guino un ojo a Krimov como diciendole: «Ya veras, va a ser sensacional. Sera bueno para su informe, para usted y para nosotros».
Por la sonrisa de Gurtiev al mirar al escandaloso Svirin y por el modo en que este ajusto a Gurtiev el capote sobre la espalda, Krimov comprendio el espiritu de amistad que reinaba en aquel refugio. Pero por la manera en que Svirin, entornando sus ojos ya de por si estrechos, miro al jefe de Estado Mayor Savrasov, y por el descontento y evidente mala gana con que este devolvio la mirada a Svirin, Krimov comprendio que no solo el espiritu de amistad y camaraderia reinaba en aquel refugio.