– Pero Shuklin uso solo un canon porque en su bateria no tenian mas.
– Ha hecho saltar el burdel de los alemanes -declaro el atractivo Bulatov, sonrojandose.
– Y yo lo habia tomado por un refugio cualquiera.
– A proposito de refugios -intervino Batiuk-. Hoy una bomba de mano me ha arrancado la puerta -y dirigiendose a Bezdidko anadio en ucraniano en tono de reproche-: Pense que era culpa de ese hijo de perra de Bezdidko, que se hace tanto el timido. Y pensar que fui yo quien le enseno a disparar.
El apuntador de artilleria Manzhulia constato particularmente intimidado despues de coger un trozo de pastel:
– Es buena la masa, camarada teniente coronel.
Batiuk hizo tintinear un cartucho de fusil contra el vaso.
– Bien, camaradas, un poco de seriedad.
Se trataba de una reunion de trabajo similar a las que se celebran en las fabricas o en los campamentos. Pero no eran tejedores ni panaderos ni sastres, y no hablaban de pan ni de trilladura.
Bulatov conto que habia visto a un aleman que andaba por la carretera abrazado a una mujer; los habia obligado a echarse al suelo y, antes de matarlos, les habia dado la oportunidad de alzarse tres veces y de nuevo obligado a echarse al suelo, levantando con las balas nubes de polvo a dos o tres centimetros de sus piernas.
– Lo mate cuando se inclino sobre ella; quedaron tendidos en medio de la carretera, en forma de cruz.
La indolencia con la que Bulatov narraba la historia acentuaba su horror, un horror que nunca esta presente en los relatos de los soldados.
– No nos cuentes bolas, Bulatov -le interrumpio Zaitsev.
– No son bolas -replico Bulatov, sin comprender-. A dia de hoy mi cuenta asciende a setenta y ocho. El camarada comisario no me permitiria mentir; aqui esta su firma.
Krimov tenia ganas de participar en la conversacion, de decir que probablemente entre los alemanes asesinados por Bulatov habia obreros, revolucionarios, internacionalistas… Era importante tener aquello presente, de lo contrario corrian el riesgo de convertirse en ultranacionalistas. Pero Nikolai Grigorievich no dijo nada. Aquellos pensamientos no eran necesarios para la guerra; en lugar de armar, desarmaban.
Ceceando, el blancuzco Solodki conto como habia matado a ocho alemanes el dia antes. Luego anadio:
– Soy un koljosiano de Umansk. Lo que los fascistas hicieron en mi pueblo fue increible. Yo tambien perdi un poco de sangre: me hirieron tres veces. Eso es lo que me hizo dejar de ser koljosiano y convertirme en francotirador.
Lugubre, Tokarev explico la mejor manera de escoger un apostadero en una carretera transitada por los alemanes para ir a la cocina o a buscar agua, y anadio:
– Mi mujer me escribe contandome lo que han pasado los que han sido hechos prisioneros cerca de Mozhaev; han matado a mi hijo porque le llame Vladimir Ilich.
Jalimov, excitado, explico:
– Nunca me apresuro. Disparo cuando el corazon me lo dice. Cuando llegue al frente me hice amigo del sargento Gurov; yo le ensene uzbeco y el a mi ruso. Lo mato un aleman, y yo abati a doce de ellos. Cogi los prismaticos del oficial y me los colgue al cuello: he seguido sus indicaciones, camarada instructor politico.
Habia algo terrible en los informes de aquellos franco-tiradores. Durante toda su vida Krimov se habia burlado de las medrosas almas intelectuales, se habia burlado de Yevguenia Nikolayevna y Shtrum que lamentaban los sufrimientos que habian soportado los deskulakizados durante el periodo de la colectivizacion. A proposito de los acontecimientos de 1937, le habia dicho a Yevguenia: «No es terrible que liquidemos a nuestros enemigos, al diablo con ellos; lo terrible es cuando dispararnos contra los nuestros».
Ahora deseaba decir que nunca habia vacilado, que siempre habia estado dispuesto a eliminar a aquellos canallas de los guardias blancos, a los rastreros de los mencheviques y los eseristas, a los popes, a los kulaks, que nunca habia sentido la menor piedad hacia los enemigos de la Revolucion, pero que, sin embargo, no podia alegrarse de que, junto a los fascistas, se aniquilara a los obreros alemanes. Habia algo terrible en los relatos de los francotiradores, aunque supieran bien en nombre de que actuaban asi.
Zaitsev se puso a contar su combate con un francotirador aleman a los pies del Mamayev Kurgan. Se habia prolongado durante varios dias. El aleman sabia que Zaitsev le vigilaba y el, a su vez, vigilaba a Zaitsev. Resulto que su pericia era muy similar y que ninguno lograba imponerse al otro.
– Aquel dia derribo a tres de los nuestros, mientras yo permanecia a cubierto, sin realizar un solo disparo. Luego tira una ultima vez, no yerra el blanco, y el soldado cae de lado, los brazos en cruz. Desde su bando avanza un soldado con un papel en la mano, yo continuo agazapado, observo… Y el, lo se, piensa que si hubiera un tirador apostado habria matado al soldado del papel, pero en cambio ha pasado. Se que no puede ver al soldado que ha abatido y que desearia contemplar a su victima. Silencio. Un segundo aleman pasa corriendo con un cubo; ni un ruido desde mi puesto. Pasan todavia unos quince minutos y empieza a ponerse de pie. Se levanta. Entonces me levanto yo de cuerpo entero…
Al revivir la escena, Zaitsev se alzo desde detras de la mesa. La particular expresion de severidad que antes le habia asomado en el rostro ahora se habia convertido en su expresion mas genuina y dominante; no era ya un chico de aire bondadoso y nariz ancha: habia algo leonino, algo poderoso y siniestro en sus aletas de nariz hinchadas, en su frente alta, en sus ojos llenos de una terrible luz de triunfo.
– Comprendio quien era yo. Y le dispare.
Durante un instante se hizo el silencio. Probablemente el mismo silencio que siguio al disparo de Zaitsev, casi se podia oir el cuerpo inerte del muerto cayendo al suelo. Batiuk se volvio de improviso hacia Krimov y pregunto:
– Bueno, ?le parece interesante?
– Si, magnifico -respondio Krimov, y eso es todo lo que dijo.
Krimov paso la noche en el refugio de Batiuk.
Batiuk, moviendo los labios, contaba las gotas para el corazon que iba vertiendo en el vaso y seguidamente anadio agua.
Entre bostezos conto a Krimov los asuntos relacionados con la division; no hablaba de los combates, sino de todo tipo de hechos cotidianos.
A Krimov le daba la impresion de que todo lo que le explicaba estaba en relacion con el episodio que le habia ocurrido durante las primeras horas de la guerra, y que todos sus pensamientos emanaban de ahi.
Desde que habia llegado a Stalingrado, Krimov no lograba desembarazarse de una sensacion extrana. A veces le parecia que se encontraba en un reino donde el Partido no existia; otras, por el contrario, creia respirar el aire de los primeros dias de la Revolucion.
De repente Krimov pregunto:
– ?Hace mucho que esta en el Partido, camarada teniente coronel?
Batiuk respondio:
– ?Por que, camarada coronel? ?Le parece que me desvio de la linea adecuada?
Durante un rato Krimov no contesto. Despues dijo:
– Mire, siempre he sido considerado bastante buen orador dentro del Partido. He intervenido en grandes mitines de obreros. Pero aqui tengo la sensacion de que me guian en lugar de guiar yo. Es muy extrano. ?Quien es el que muestra el camino? ?Quien arrastra a quien? Me apetecia tornar parte en la conversacion de sus francotiradores, hacer una enmienda, pero despues he pensado que ya sabian todo lo que necesitaban saber. A decir verdad, esa no es la unica razon por la que no dije nada. La direccion politica nos indica que debemos imbuir en la conciencia de los soldados que el Ejercito Rojo es un ejercito de vengadores. No es momento para que me ponga a hablar del internacionalismo y la concepcion de clase. ?Lo principal es movilizar la furia de las masas contra los enemigos! No quiero ser como el tonto del cuento que llega a una boda y comienza a rezar por el eterno reposo del difunto…
Penso un momento y dijo:
– Y luego, hay la costumbre… El Partido moviliza el odio de las masas, la furia, para destruir al enemigo. El humanitarismo cristiano no conviene a nuestra causa. Nuestro humanitarismo sovietico es severo. No nos andamos con ceremonias…
De nuevo hizo una pausa.
– Desde luego no me refiero a casos como el suyo, cuando le iban a fusilar en vano… Tambien en el 1937 a veces batiamos a los nuestros: ahi radica nuestra desgracia. Pero los alemanes han penetrado en la patria de los