las plataformas. Pero ?no se habrian olvidado de poner el freno a las maquinas, poner la primera, fijar las torretas del canon hacia delante, bloquear las escotillas? ?Habrian preparado los cepos de madera para inmovilizar los tanques y prevenir oscilaciones peligrosas?

– ?Y si jugaramos una ultima partida de cartas? -pregunto Guetmanov.

– Por mi, de acuerdo -respondio Neudobnov.

Pero Novikov tenia ganas de salir al aire libre, estar un rato a solas.

En aquella hora silenciosa que precede al anochecer, el aire tenia una transparencia sorprendente, y los objetos mas insignificantes y minusculos destacaban con nitidez. De las chimeneas el humo se desprendia sin arremolinarse, descendia en columnas perfectamente verticales. La lena de las cocinas de campana crepitaba. En medio de la calle habia un tanquista con las cejas muy negras, una chica lo abrazaba, apoyaba la cabeza contra su pecho, lloraba. De los edificios del Estado Mayor sacaban cajas y maletas, maquinas de escribir en sus estuches negros. Los soldados de transmisiones estaban enrollando dentro de la bobina los cables gruesos y negros que se extendian entre las brigadas y el Estado Mayor de la division. Detras de los cobertizos un carro disparaba, jadeaba, echaba bocanadas de humo mientras se preparaba para partir. Los conductores vertian combustible en los nuevos Ford de carga, retiraban las fundas acolchadas de las capotas. Entretanto, el mundo a su alrededor permanecia inmovil.

Novikov estaba de pie en el porche y miraba pasar los tanques; por un momento sentia que aminoraba el peso de sus preocupaciones y angustias.

Antes de caer la noche, montado en un jeep, desemboco en la carretera que conducia a la estacion.

Los tanques salian del bosque.

La tierra, endurecida por las primeras heladas, sonaba bajo su peso. El sol poniente iluminaba las copas del lejano abetal de donde salia la brigada del teniente coronel Karpov. Los regimientos de Makarov marchaban entre jovenes abedules. Los soldados habian decorado sus blindados con ramas de arboles y daba la impresion de que las agujas de pino y las hojas de los abedules hubieran nacido, como las corazas de los carros de combate, del rugido de los motores, del crujido argenteo de las orugas de los tanques.

Los militares que parten desde las reservas hacia el frente suelen decir:

– ?Se montara una gran fiesta!

Novikov, que se habia desviado a un lado del camino, observaba el paso de las maquinas.

?Cuantos dramas, cuantas historias comicas y extranas habian pasado en este lugar! ?Que sucesos tan extraordinarios le habian explicado…! Durante el almuerzo en el Estado Mayor del batallon habian descubierto una rana en la sopa… El suboficial Rozhdestvenski, con estudios superiores, habia herido a un camarada en el vientre mientras limpiaba su arma, y acto seguido se habia suicidado. Un soldado del regimiento de infanteria motorizada se habia negado a prestar juramento diciendo: «Jurare solo en la iglesia».

Un humo azul y gris se aferraba a los arbustos situados al borde del camino.

Una infinidad de pensamientos diversos se amalgamaban en aquellas cabezas cubiertas por cascos de cuero; pensamientos al mismo tiempo personales y comunes a todo el pueblo: las desventuras de la guerra, el amor por la propia tierra; pero tambien aquella maravillosa diferencia que hermana a todas las personas, que las uniforma en la diversidad.

?Ay, Dios mio! Dios mio… Cuantos eran, todos ataviados con monos negros, cenidos con cinturones anchos… Los superiores escogian a los jovenes anchos de espalda y de baja estatura, aptos para deslizarse facilmente por la escotilla y moverse dentro del tanque. ?Cuantas respuestas identicas plasmadas en sus formularios acerca de sus padres, sus madres, el ano de nacimiento, la fecha del diploma de estudios, de los cursos para conducir tractores!

Los verdes y achatados T-34, todos con las escotillas abiertas y las lonas impermeabilizadas atadas a los blindajes verdes, parecian fundirse en uno.

Un tanquista entonaba una cancion; otro, con los ojos entornados, estaba lleno de temor y malos presentimientos; el tercero pensaba en su casa; el cuarto masticaba pan y salchichon, y solo pensaba en eso; el quinto, boquiabierto, se esforzaba en reconocer un pajaro sobre un arbol (?no seria una abubilla?); el sexto se preguntaba inquieto si no habria ofendido el dia antes a su companero con una palabra grosera; el septimo, un tipo ladino que no se dejaba llevar por la ira, sonaba con romperle la cara a su adversario, el comandante de un T-34 que iba delante; el octavo componia mentalmente un poema; el noveno pensaba en los senos de una chica; el decimo compadecia a un perro que, entendiendo que lo habian abandonado entre los refugios vacios, se lanzaba contra el blindaje del tanque e intentaba enternecer al tanquista moviendo tristemente la cola; el undecimo pensaba que bello seria huir al bosque, vivir solo en una pequena isba, alimentarse de hayas, beber agua de un manantial y caminar descalzo; el duodecimo se preguntaba si debia fingirse enfermo y pasar una larga temporada en un hospital; el decimotercero se repetia una historia que le habian contado de pequeno; el decimocuarto recordaba una conversacion con una chica y no le afligia la separacion definitiva, sino al contrario, se alegraba; el decimoquinto pensaba en el futuro: despues de la guerra le gustaria ser director de una cantina.

«Ay, chicos», piensa Novikov.

Ellos le miran. Piensan que probablemente este comprobando si sus uniformes estan en buen estado, que esta escuchando los motores y por su sonido adivina la experiencia o falta de la misma de los conductores y los mecanicos; que esta observando si se ha mantenido la distancia correcta entre los tanques o si hay temerarios que intentan tomar la delantera respecto a los demas.

Pero el los mira de la misma manera que ellos a el, y los pensamientos que ellos abrigan son sus propios pensamientos: piensa en su botella de conac que Guetmanov se habia tomado la licencia de abrir; piensa que Neudobnov tiene un caracter dificil, que no volvera a cazar en los Urales, y, por otra parte, que la ultima vez fue un fracaso, con aquel estruendo de metralleta, tanto vodka y bromas estupidas…; piensa en la mujer a la que ama desde hace tantos anos y que en breve volvera a ver… Cuando hace seis anos se entero de que se habia casado, escribio una breve nota: «Me tomo un permiso indefinido, devuelvo mi revolver: numero 10322». Eso fue cuando estaba de servicio en Nikolsk-Ussuriiski. Pero al final no habia apretado el gatillo…

Timidos, taciturnos, risuenos y frios, meditabundos, mujeriegos, egoistas inofensivos, vagabundos, avaros, contemplativos, buenazos… Helos ahi, dirigiendose al combate por una causa comun y justa. Esa verdad era hasta tal punto sencilla que hablar de ella parecia dificil. Pero justamente de esa sencillisima verdad se olvidan aquellos que deberian tomarla como punto de partida. Alli, en alguna parte, debia de hallarse la respuesta a aquella vieja disputa: ?vive el hombre para el sabado? [58]

?Que triviales eran los pensamientos sobre las botas, sobre el perro abandonado, sobre la isba en un pequeno pueblo remoto, sobre el odio hacia un companero que te ha arrebatado a una chica…! Sin embargo, en aquello estaba la esencia.

Las agrupaciones humanas tienen un proposito principal: conquistar el derecho que todo el mundo tiene a ser diferente, a ser especial, a sentir, pensar y vivir cada uno a su manera.

Para conquistar ese derecho, defenderlo o ampliarlo, la gente se une. Y de ahi nace un prejuicio horrible pero poderoso: en aquella union en nombre de la raza, de Dios, del Partido, del Estado se ve el sentido de la vida y no un medio. ?No, no y no! Es en el hombre, en su modesta singularidad, en su derecho a esa particularidad donde reside el unico, verdadero y eterno significado de la lucha por la vida.

Novikov sentia que aquellos hombres lograrian su objetivo: serian mas fuertes, mas astutos, mas inteligentes que sus enemigos. Aquella mole de cerebros, laboriosidad, osadia y calculo, eficacia operativa, furia; aquella riqueza espiritual de chicos del pueblo, estudiantes, alumnos de decimo curso, torneros, tractoristas, maestros, electricistas, conductores de autobus, malos, buenos, duros, amantes de la risa, solistas de coro, acordeonistas, precavidos, lentos, atrevidos, todos ellos se mancomunarian, se fundirian en una sola cosa, y asi unidos, deberian llevarse la victoria, demasiada riqueza para no vencer.

Si no es uno, sera otro, si no es en el centro, sera en un flanco, si no es durante la primera hora de batalla, sera en la segunda, pero lo conseguiran, seran mas astutos, y con su potencia destrozaran, aplastaran al enemigo… El exito en el combate depende solo de ellos, lo conseguiran en el polvo, en el humo, en el instante en que sabran sopesar, desplegarse, lanzarse, disparar una fraccion de segundo antes, una fraccion de centimetro mas acertados, con mayor conviccion y entusiasmo que el enemigo.

Si, ellos tienen la solucion. En aquellos chicos que van en las maquinas con canones y ametralladoras radica la fuerza principal de la guerra.

Pero ?lograrian unirse? La riqueza interior de todos ellos ?se comportaria como una unica fuerza?

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