Novikov los miraba, los contemplaba, y tuvo un palpito, feliz y certero, que embargo todo su ser: «Esa mujer sera mia, sera mia».
54
Fueron dias extraordinarios.
Krimov tenia la impresion de que la historia habia dejado de ser un libro, desembocaba en la vida, se confundia con ella.
Sentia vivamente el color del cielo y las nubes de Stalingrado, el brillo del sol en el agua. Aquellas sensaciones le recordaban la epoca de la infancia, cuando la vision de las primeras nieves, el repiqueteo de la lluvia estival o un arco iris le colmaban de felicidad. Ese sentimiento maravilloso se atempera con los anos y abandona casi por completo a todos los seres vivos que se habituan al milagro de la vida sobre la tierra.
Todo lo que a Krimov le habia parecido equivocado en los ultimos tiempos, todo lo que le habia parecido un engano, en Stalingrado se desvanecia. «Es como en tiempos de Lenin», pensaba.
Le parecia que la gente alli le trataba de manera diferente, mejor que antes de la guerra. Era lo mismo ahora que cuando los alemanes los habian cercado: ya no se sentia hijastro de su tiempo. Poco tiempo antes, en la orilla izquierda del Volga, preparaba con entusiasmo sus ponencias y consideraba natural que la direccion politica lo hubiera transferido al trabajo de conferenciante.
Pero ahora se sentia profundamente ofendido por ese cambio. ?Por que lo habian apartado de su puesto de comisario militar? Creia que no se las arreglaba peor que otros, sea como fuere lo hacia mejor que muchos…
En Stalingrado tenia buenas relaciones con la gente. La igualdad y la dignidad habitaban aquella ladera de arcilla donde tanta sangre se habia derramado.
Habia un interes casi generalizado sobre ternas como la organizacion de los koljoces despues de la guerra, las relaciones futuras entre los grandes pueblos y los gobiernos. El trabajo cotidiano de los soldados, su trabajo con las palas, con los cuchillos de cocina que empleaban para limpiar patatas y las chairas que utilizaban para reparar las botas, todo aquello parecia tener una relacion directa con la vida del pueblo en la posguerra, asi como con la vida de otros pueblos y estados.
Casi todos creian que el bien triunfaria en la guerra y los hombres honrados, que no habian dudado en sacrificar sus vidas, podrian construir una vida justa y buena. Aquella conviccion resultaba conmovedora en unos hombres que sabian que tenian pocas posibilidades de sobrevivir hasta el final de la guerra y que, en cada despertar, se sorprendian por estar vivos un dia mas.
55
Por la noche, Krimov, despues de una conferencia rutinaria, se presento en el refugio del teniente coronel Batiuk, el comandante de la division desplegada sobre las laderas del Mamayev Kurgan y junto al Banni Ovrag. Batiuk, un hombre de pequena estatura cuya cara expresaba todo el cansancio de la guerra, se alegro de su llegada.
Sobre la mesa del teniente coronel habian dispuesto para la cena una buena gelatina y un pastel caliente casero. Mientras servia vodka a Krimov, Batiuk entrecerro los ojos y dijo:
– Oi que venia a darnos unas conferencias y me pregunte a quien visitaria primero, si a Rodimtsev o a mi. Al final se decidio por Rodimtsev.
Despues se echo a reir, jadeando:
– Aqui se vive como en un pueblo. Por la tarde, cuando hay un poco de calma, nos dedicamos a telefonear a nuestros vecinos: ?que has comido? ?Quien ha venido a verte? ?Adonde vas? ?Te han dicho los superiores quien tiene la mejor casa de banos? ?De quien han escrito en el periodico? No escriben nunca de nosotros, siempre de Rodimtsev; a juzgar por los periodicos es el unico que combate en Stalingrado.
Batiuk sirvio al invitado mientras que el mismo se conformo con un poco de te y pan, indiferente a los placeres de la buena mesa.
Krimov se dio cuenta de que la tranquilidad de movimientos y la lenta manera de hablar ucraniana de la que hacia gala Batiuk no se correspondian con los problemas que le rondaban por la cabeza.
A Nikolai Grigorievich le apeno que Batiuk no le formulara ni una sola pregunta relacionada con la conferencia. Como si esta no hubiera tocado ninguna de las preocupaciones reales de Batiuk.
Krimov estaba impresionado por el relato de Batiuk sobre las primeras horas de la guerra. Durante la retirada general de la frontera, Batiuk habia guiado a su regimiento hacia el oeste para impedir el paso de los alemanes. Los oficiales superiores, que se estaban replegando en la misma carretera, pensaron que iba a entregarse a los alemanes. Alli mismo, en la carretera, tras un interrogatorio a base de insultos y gritos histericos, dieron la orden de fusilarlo. En el ultimo instante, cuando ya estaba al pie del arbol, los soldados liberaron a su comandante.
– Si, camarada teniente coronel -dijo Krimov-. Un asunto serio.
– No sufri un ataque al corazon -respondio Batiuk-, pero mi corazon no ha vuelto a ser el mismo.
– ?Oye los disparos en el mercado? -pregunto Krimov con cierto tono teatral-. ?Que anda haciendo Gorojov ahora?
Batiuk le miro de reojo.
– Yo se que esta haciendo Gorojov. Jugar a las cartas.
Krimov dijo que le habian avisado de que iba a celebrarse una reunion de francotiradores en el refugio de Batiuk y que le interesaria asistir a ella.
– Claro, es interesante, por que no -respondio el teniente coronel.
Hablaron de la situacion en el frente. A Batiuk le preocupaba la concentracion nocturna de las fuerzas alemanas en el sector norte.
Cuando los tiradores certeros se reunieron en el refugio del comandante de la division, Krimov comprendio para quien habia sido cocinado el pastel.
Sobre los bancos dispuestos a lo largo de las paredes y en torno a la mesa se acomodaron varios hombres con chaquetas; parecian timidos e incomodos, pero al mismo tiempo conscientes de su dignidad. Los que se iban incorporando se esforzaban en no hacer ruido y, como los obreros que colocan en su lugar palas y hachas, apostaban en un rincon sus fusiles y ametralladoras.
La cara del famoso francotirador Zaitsev parecia bondadosamente familiar, como la de un campesino amable y sosegado. Pero cuando Vasili Zaitsev volvio la cabeza y fruncio el ceno se acentuo la dureza de sus rasgos.
Krimov recordo una impresion que tuvo antes de la guerra: un dia, en el transcurso de una reunion, observaba a un viejo conocido y, de improviso, aquel rostro que siempre le parecia severo se le revelo bajo una luz completamente diferente: movia los parpados, tenia la nariz baja, la boca entreabierta, un menton pequeno. Todos aquellos detalles juntos le daban un aire debil e indeciso.
Al lado de Zaitsev se sentaba el operador de mortero Bezdidko, un hombre de espalda estrecha y ojos castanos siempre risuenos, y el joven uzbeco Suleiman Jalimov, que sacaba los labios hacia delante como un nino. El francotirador-artillero Matsegur, que se secaba el sudor de la frente con un panuelo, parecia un afable padre de familia y no habia en el ningun indicio que revelara el caracter amenazador de su oficio.
Los otros presentes en el refugio -el teniente de artilleria Shuklin, Tokarev, Manzhulia, Solodki- tambien parecian tipos timidos y apocados.
Batiuk les hacia preguntas con la cabeza gacha: semejaba mas un alumno avido de saber que uno de los comandantes mas sabios y experimentados de Stalingrado.
Los ojos de todos los presentes se iluminaron con la expectacion alegre de un chiste cuando se dirigio a Bezdidko en ucraniano:
– Bueno, Bezdidko, ?como ha ido?
– Ayer se las hice pasar canutas a los boches, camarada teniente coronel. Pero esta manana solo he matado a cinco desperdiciando cuatro bombas de mano.
– Si, no es un trabajo como el de Shuklin; el destruyo catorce tanques con un canon.