type='note' l:href='#_ftn59'>[59].
Katia no dijo nada a su madre, pero al volver de la escuela, sacaba la fotografia y durante largo rato contemplaba aquellos ojos oscuros, que le parecian tristes.
Un dia pregunto:
– ?Donde esta papa ahora?
Su madre respondio:
– No lo se.
Solo cuando Katia estaba a punto de partir para el ejercito, su madre le hablo por primera vez de el, y asi Katia se entero de que habia sido arrestado en 1937, y conocio la historia de su segundo matrimonio.
No durmieron en toda la noche, siguieron hablando hasta el amanecer. Todo se habia vuelto del reves: la madre, por lo general reservada, contaba a su hija como el marido la habia abandonado, le hablo de sus propios celos, de su humillacion, ofensa, amor, piedad. Y Katia se asombraba de que el mundo del alma humana fuera tan grande, hasta el punto de que ante el retrocedia incluso el rugido de la guerra. Por la manana se despidieron. La madre atrajo la cabeza de Katia hacia si, pero el saco a su espalda le tiraba hacia atras los hombros. Katia dijo:
– Mama, pertenezco a la tribu de los asra, que mueren cuando aman…
Luego su madre le toco suavemente el hombro.
– Es hora, Katia. Anda, ve.
Y Katia se fue, como se iban en aquella epoca millones de jovenes y viejos; se fue de la casa materna tal vez para no volver nunca mas, o tal vez para volver cambiada, separada para siempre de su dificil y querida infancia.
Y ahora estaba ahi sentada, al lado del responsable de la casa 6/1 de Stalingrado, Grekov, y miraba su gruesa cabeza, el ceno fruncido, los labios prominentes.
59
Aquel primer dia la comunicacion telefonica funcionaba.
La larga inactividad y el aislamiento de la vida de la casa 6/1 pesaban en la joven radiotelegrafista con una tristeza insoportable. Sin embargo, aquel primer dia la preparo para entender cual era la vida que le esperaba.
Supo que los puestos de observacion que transmitian los datos a la artilleria de la orilla izquierda del Volga estaban situados en las ruinas del primer piso, y que el superior del primer piso era un teniente que llevaba una guerrera sucia y unas gafas que le resbalaban continuamente por su nariz respingona.
Comprendia que aquel viejo enfadado que soltaba tacos habia sido trasladado desde la milicia; estaba orgulloso de ser jefe de pieza. Entre un muro alto y una montana de cascotes estaban dispuestos los zapadores a las ordenes de un hombre que caminaba grunendo y torciendo el gesto, como si le dolieran los juanetes de los pies.
El jefe del unico canon era un hombre calvo con una camiseta de marinero a rayas. Se llamaba Kolomeitsev. Katia habia oido a Grekov gritar:
– ?Kolomeitsev! ?Despierta! ?Has vuelto a perder una oportunidad!
La infanteria y las ametralladoras estaban al cargo de un suboficial de barba clara. Su cara enmarcada por una barba acentuaba su juventud pero el suboficial debia de hacerse ilusiones de que la barba le daba el aspecto de un hombre maduro, al menos en la treintena.
Por la tarde le dieron de comer pan y salchichon de cordero. Despues se acordo de que en el bolsillo de su chaqueta tenia un caramelo y se lo introdujo furtivamente en la boca. Luego le entraron ganas de dormir, a pesar de que los disparos resonaban cerca. Se quedo dormida todavia chupando el caramelo, pero el sufrimiento y la angustia no la abandonaron. De repente llego a sus oidos una voz languida. Sin abrir los ojos, escucho:
Junto al pozo de piedra iluminado por una luz ambar vespertina se hallaba un chico sucio, con los cabellos desgrenados, que tenia ante si un libro. Sobre los ladrillos rojos estaban sentados cinco o seis hombres. Grekov estaba tumbado sobre su abrigo con la barbilla apoyada sobre los punos. Un joven de aspecto georgiano escuchaba con incredulidad, como si dijera: «Dejalo, a mi no me compraras con estas tonterias».
Una explosion cercana levanto una nube de polvo de cascotes, como si se hubiera arremolinado una niebla de fabula; los hombres sentados sobre aquellos montones sangrientos de ladrillo y sus armas en medio de aquella neblina rojiza parecian venir del dia terrible del que habla el Cantar de las huestes de Igor [61]. Inesperadamente, el corazon de la chica se estremecio ante la absurda certeza de una felicidad futura.
Al dia siguiente tuvo lugar un acontecimiento que aterrorizo a todos los habitantes de la casa, aunque ya estaban curados de espanto.
El «inquilino» de mayor rango del primer piso, el teniente Batrakov, tenia bajo su mando a un observador y un calculador. Katia los veia varias veces al dia: el triste Lampasov, el ingenioso y candido Bunchuk y el extrano suboficial gafudo que sonreia continuamente ante sus propios pensamientos.
En los momentos de silencio, sus voces se oian a traves de un boquete en el techo.
Lampasov habia criado pollos antes de la guerra y le describia a Bunchuk la inteligencia y las perfidas costumbres de sus gallinas. Bunchuk, pegado al visor, hablaba como cantando y arrastrando las palabras: «Si, hay una columna de vehiculos de fritzes que viene desde Kalach… Un tanque en el medio… Algunos fritzes mas a pie, todo un batallon… Y tres cocinas de campana, como ayer, echan humo y los fritzes van con cacerolas…». Algunas de sus observaciones no tenian importancia estrategica, solo presentaban un interes costumbrista. Canturreaba: «El comandante de los fritzes pasea un perro, el perro husmea un poste, probablemente quiere orinar… Lo esta haciendo… y el oficial espera». Y luego: «Ahora veo a dos chicas hablando con varios fritzes… les ofrecen cigarrillos a las chicas… Una chica coge uno, lo enciende, la otra sacude la cabeza, parece que diga: “yo no fumo…”».
De repente Bunchuk, con el mismo tono cantarin, anuncio: «La plaza esta llena de soldados… Hay una orquesta… Hay una tarima en el medio… no, una pila de madera…». Luego guardo silencio un buen rato y, cuando volvio a hablar, su voz cantarina estaba llena de desesperacion: «Ay, camarada teniente, veo que conducen a una mujer de unos cuarenta anos que grita algo… La orquesta suena… Atan a la mujer a un poste… a su lado hay un nino, tambien lo atan. Camarada teniente, no puedo soportar ver esto… Dos fritzes estan vaciando bidones de gasolina…».
Batrakov transmitio por telefono lo que estaba sucediendo al otro lado del Volga.
Se acerco al visor y con sus maneras de lugareno de Kaluga, imitando la voz de Bunchuk, vocifero: «Ay, todo esta cubierto de humo y la orquesta toca…».
– ?Fuego! -grito despues con una voz terrible, y se giro en direccion a la orilla izquierda del Volga.
Ni el menor ruido al otro lado del Volga…
Unos minutos mas tarde el lugar de la ejecucion cayo bajo el fuego concentrado de la artilleria pesada del regimiento. La plaza quedo envuelta en polvo y humo.
Unas horas mas tarde supieron por el explorador Klimov que los alemanes se disponian a quemar a una mujer y un nino gitanos sospechosos de espionaje. El dia antes Klimov habia dejado algo de ropa sucia a una vieja que vivia en una cueva con su nieta y una cabra; le prometio que volveria mas tarde para recoger la ropa limpia. Ahora tenia la intencion de preguntarle que habia pasado con los dos gitanos, si habian sido quemados por los alemanes o abatidos por los obuses sovieticos. Klimov se arrastro entre las ruinas por senderos que solo el conocia, pero en el lugar donde se encontraba la cueva, de noche, un bombardeo sovietico habia destruido todo: no habia ni rastro de la abuela, la nieta, la cabra, ni de sus camisas y calzoncillos. Solo descubrio, entre los troncos partidos y los trozos