Debia de ser que el callejon sin salida al que habia desembocado era tan opresivo que inconscientemente alejaba cualquier pensamiento referente al trabajo.
– ?Como le ha ido hoy el trabajo, Ajmet Usmanovich? -pregunto.
– Tengo la cabeza vacia, no consigo concentrarme -respondio Karimov-. No hago otra cosa que pensar en mi mujer y mi hija, y a veces me digo que todo acabara bien, que las volvere a ver. Hay momentos, en cambio, en que tengo el presentimiento de que estan muertas.
– Le entiendo -dijo Shtrum.
– Lo se -respondio Karimov.
Shtrum penso que era extrano que se sintiera dispuesto a hablar de lo que ni siquiera hablaba con su mujer e hija con una persona a la que conocia desde hacia pocas semanas.
65
En la pequena sala de los Sokolov se congregaban casi cada noche alrededor de la mesa personas que, de estar en Moscu, es poco probable que se hubieran encontrado.
Sokolov, un hombre de un talento extraordinario, expresaba sus ideas con verbo gracil. Por los cultismos y la correccion de su discurso costaba creer que su padre fuera un marinero del Volga. Era un hombre bueno y noble, pero la expresion de su cara era astuta y cruel.
Piotr Lavrentievich tampoco parecia un marinero del Volga: no probaba una gota de alcohol, temia las corrientes de aire y las enfermedades infecciosas, tenia la mania de lavarse las manos constantemente y cortaba la corteza del pan por la parte donde la habia tocado con los dedos.
Shtrum, cuando leia sus trabajos, no dejaba de sorprenderse: ?como era posible que un hombre que sabia pensar de un modo tan refinado y audaz y que exponia y demostraba sucintamente las ideas mas complejas y sutiles se convirtiera en un absoluto pelmazo durante sus conversaciones nocturnas?
A Shtrum, como a muchas otras personas educadas en un circulo intelectual y literario, le gustaba introducir en su discurso palabras como «chorradas», «bulla», y a veces, en presencia de un venerable academico, tildar a una cientifica docta y hurana de «infame» y «pelandusca».
Antes de la guerra Sokolov no soportaba las conversaciones sobre politica. En cuanto Shtrum sacaba a colacion el argumento, Sokolov se callaba, se encerraba en si mismo o bien cambiaba deliberadamente de terna.
En el se habia revelado una extrana sumision, una mansedumbre ante los crueles acontecimientos de la epoca de la colectivizacion y del ano 1937. Parecia aceptar la ira del Estado como se acepta la ira de la naturaleza o de Dios. Shtrum tenia la impresion de que Sokolov creia en Dios y de que esa fe se manifestaba en su trabajo, en su obediencia humilde ante los poderosos de este mundo y en sus relaciones personales.
Un dia Shtrum le pregunto directamente:
– ?Cree en Dios, Piotr Lavrentievich?
Pero Sokolov se limito a fruncir el ceno, sin responder nada.
Era sorprendente que ahora en casa de Sokolov se reuniera gente por las tardes y se mantuvieran conversaciones sobre politica; Sokolov no solo las soportaba sino que a veces tambien participaba.
Maria Ivanovna, pequena, menuda, con gestos torpes de adolescente, escuchaba a su marido con una particular atencion: una mezcla del timido respeto de una estudiante, la admiracion de una mujer enamorada y el cuidado condescendiente de una madre.
Por supuesto, las conversaciones comenzaban con los boletines militares, pero enseguida se alejaban de la guerra. No obstante, fuera cual fuese el tema de la conversacion, todo estaba ligado al hecho de que los alemanes habian llegado hasta el Caucaso y la cuenca baja del rio Volga.
Paralelamente a los pensamientos tristes engendrados por los reveses militares, era palpable un sentimiento de desesperacion, de temeridad: ?lo que tenga que ser sera…!
Por las noches, en aquella pequena sala, abordaban una infinidad de temas; parecia que los muros cayeran en aquel espacio confinado y reducido, y que la gente dejara de hablar como de costumbre.
El marido de la difunta hermana de Sokolov, el historiador Madiarov, de cabeza grande y labios gruesos, con una piel morena ligeramente azulada, evocaba a veces episodios de la guerra civil que no recogian las paginas de la historia: el hungaro Gavro, comandante del regimiento internacional, el comandante del cuerpo de ejercito Krivoruchko, Bozhenko, el joven oficial Schors, que habia dado la orden de azotar, en su vagon, a los miembros de una comision enviada por el Consejo Revolucionario de Guerra para controlar su Estado Mayor. Narraba el extrano y terrible destino de la madre de Gavro, una vieja campesina hungara que no sabia ni una sola palabra de ruso. Habia llegado a la Union Sovietica junto con su hijo y, una vez que este fue arrestado, todos la marginaron, la temian y ella, como una loca, vagaba por Moscu sin conocer el idioma.
Madiarov hablaba de los sargentos de caballeria y los oficiales, enfundados en pantalones de montar bermejos con retazos de piel y las cabezas afeitadas azuladas, que se convertian en comandantes de division y de cuerpos del ejercito. Contaba como esos hombres castigaban o perdonaban, y, bajandose de sus caballerias, se lanzaban sobre una mujer de la que se habian encarinado… Recordaba a los comisarios de los regimientos y las divisiones, tocados con sus budionovki [62] que leian Asi hablo Zaratustra y ponian en guardia a los combatientes contra la herejia bakuniana… Hablaba de los oficiales del ejercito zarista convertidos en mariscales y comandantes del ejercito de primera clase.
Una vez, bajando la voz, dijo:
– Fue en la epoca en que Trotski todavia era Ley Davidovich…
Y en sus tristes ojos, en esos ojos que suelen tener los hombres corpulentos, inteligentes y enfermos, aparecio una expresion particular.
Despues sonrio y dijo:
– Montamos una orquesta en nuestro regimiento. Siempre tocaba el mismo tema: «Por la calle se paseaba un gran cocodrilo, un gran cocodrilo verde…». En todos los casos, ya fuera yendo al ataque o enterrando a los heroes, se tocaba la cancion del cocodrilo verde. En un momento de siniestro repliegue Trotski vino a levantar el animo a las tropas. Movilizo a todo el regimiento. Estabamos en un villorrio polvoriento, triste, con perros vagabundos. Se monto una tribuna en medio de la plaza. Veo ahora mismo la escena: un calor sofocante, hombres adormilados, y ahi estaba Trotski con un gran lazo rojo, los ojos brillantes, proclamando: «Camaradas soldados del Ejercito Rojo», con una voz tan atronadora que parecia que nos iba a caer una tormenta encima… Luego la orquesta empezo a tocar el Cocodrilo… Era una pieza extrana, pero este Cocodrilo con balalaica es mas que una orquesta formada por varias bandas tocando la Internacional. Ella me llevara a coger con las manos vacias Varsovia, Berlin…
Madiarov hablaba tranquilo, sin apresurarse, no justificaba a los comandantes del Ejercito Rojo que habian sido fusilados como enemigos del pueblo y traidores a la patria, no justificaba a Trotski, pero en su admiracion hacia Krivoruchko y Dubov, en el modo respetuoso y sencillo con el que pronunciaba los nombres de los jefes militares y de los comisarios del ejercito fusilados en 1937, era evidente que no creia que los mariscales Tujachevski, Bliujer y Yegorov, que Muralov, responsable del distrito militar de Moscu, Levandovski, Gamarnik, Dibenko y Bubnov, o Unshlijt, o el primer sustituto de Trotski, Slianski, fueran enemigos del pueblo y traidores a la patria.
La tranquilidad en el tono de voz de Madiarov no parecia de este mundo. El poder del Estado habia construido un nuevo pasado; hacia intervenir de nuevo a la caballeria a su manera, exhumaba nuevos heroes para acontecimientos ya sepultados y destituia a los verdaderos. El Estado tenia poder para recrear lo que una vez habia sido, para transformar figuras de granito y bronce, para manipular discursos pronunciados hacia tiempo, para cambiar la disposicion de los personajes en una fotografia.
Se forjaba realmente una nueva historia. Incluso los hombres que habian sobrevivido a aquellos tiempos volvian a vivir la existencia pasada, de valientes se transformaban en cobardes, de revolucionarios en agentes extranjeros.
Pero escuchando a Madiarov parecia evidente que todo aquello acabaria dando lugar a una logica mas poderosa: la logica de la verdad. Nunca se habia hablado de estas cosas antes de la guerra.
Una vez Madiarov habia dicho:
– Todos esos hombres habrian luchado hoy contra el fascismo. Habrian sacrificado sus propias vidas. Los mataron sin motivo…
El ingeniero quimico Vladimir Romanovich Artelev, originario de Kazan, era propietario del apartamento que los