– ?Lo conoce usted?
– No, no lo conozco. Pero tengo mis razones para suponer que se trata de un italiano que apenas habla una palabra de aleman, y que, como le acabo de decir, hace anos que no sale de su casa.
– ?Y como sabe usted todas esas cosas?
– Un monstruo -prosiguio el ingeniero haciendo caso omiso de mi pregunta-. Una especie de bestia, un ser de aspecto brutal, sin duda enfermizamente obeso y de resultas de ello condenado a la inmovilidad. Ese es el aspecto que debe de tener el asesino. Y por la razon que sea, este ser criminal y repulsivo ejerce un extraordinario poder de atraccion precisamente en los artistas. Esto es lo mas curioso. El uno era pintor, el otro actor… ?No habia caido en ello?
– ?Pero de donde ha sacado usted que el ase sino tiene esa apariencia monstruosa?
– Si, un monstruo. Una degeneracion de la especie humana -repitio el ingeniero-. ?Que de donde lo he sacado? ?Usted me tiene por sabe Dios que genio del pensamiento deductivo! Pero la verdad es que he tenido un poco de suerte en mis pesquisas.
Callo de pronto y se quedo contemplando con extrana atencion el relieve que adornaba el respaldo del sillon que habia ante mi escritorio.
– Estilo biedermeier, si no me equivoco. Los muebles hechos en ese estilo resultan algo fragiles, ?no es cierto? Pero estos otros ya no son bie dermeier. ?Chippendale? Pues eso. Siguiendo con lo que le contaba, resulta que el senor Lowenfeld tuvo ocasion de escuchar desde las oficinas de la direccion del teatro una conversacion telefonica que Bischoff mantuvo con cierta dama, quiza la misma que ayer llamo a su casa. Por cierto, ?co noce usted al senor Lowenfeld?
– Es el secretario de la direccion del Hoftheater, ?no?
– Dramaturgo, secretario, director de escena. A decir verdad no se muy bien cual es su puesto en la casa. Me lo encontre esta manana y me conto… ?Un momento!
El ingeniero saco del bolsillo de la americana un billete de tranvia en cuyo reverso habia anotado algo.
– Lowenfeld podia recordar las palabras exactas de la conversacion. Escuche usted que fue lo que dijo Eugen Bischoff: «?Que debo traerlo conmigo? ?Imposible, querida! Su mobiliario estilo biedermeier no esta concebido para soportar su peso. Y ademas, piense que su casa no tiene ascensor. ?Como voy a subirlo por las escaleras?». Eso fue todo. Luego vinieron las frases convencionales con las que la gente se despide por telefono y nada mas.
Volvio a doblar el billete con el mayor cuidado y luego se quedo observandome con mirada inquisitiva.
– ?Y bien? ?Que dice usted a esto?
– Me parece algo atrevido extraer conclusiones demasiado ambiciosas de tan pocas palabras. ?Como sabe usted que estaba realmente hablando del asesino?
– Entonces, ?de quien, si no de el? No. El hombre que no puede abandonar su domicilio porque no hay ascensor en el edificio es el asesino, de esto estoy completamente seguro. Y se tambien como imaginarmelo: como un ser monstruoso, obeso hasta la enfermedad, quizas invalido… ?Cree que sera dificil dar con el?
Y mientras iba de un lado para otro de la habitacion comenzo a exponerme sus planes.
– En primer lugar esta la Sociedad Medica, donde se podria ir a preguntar. Esta seria una posibilidad. Un «caso» asi no puede haber pasado desapercibido a los medicos. Despues no hay que olvidar que este tipo de personas casi siempre sufren dolencias cardiacas. Es posible que acudiendo a un especialista se pueda conseguir informacion sobre el. Ademas es italiano, y no habla aleman, lo que hace que los casos a tener en cuenta se reduzcan aun mas. Pero espero poder ahorrarme todos estos caminos, porque sospecho que sera mucho mas facil que todo esto descubrir donde se esconde el asesino. Solo hay una cosa que no entiendo: ?Como llego Eugen Bischoff a conocerlo? ?Acaso ahora descubriremos que sentia una predileccion por los seres monstruosos, engendros y demas caprichos de la naturaleza?
– ?Y como sabe que el asesino es un italiano?
– Decir que lo se seria mucho decir. Se trata de una deduccion, y es posible que a usted le resulte igual de atrevida. No importa. Le explicare la razon de mi convencimiento. Luego diga lo que quiera.
Se dejo caer en la butaca, cerro los ojos y hundio el menton entre los punos.
– Para ello, debo retroceder hasta la prehis toria del caso que nos ocupa -comenzo-. ?Re cuerda aquel oficial de la Marina que investigo el suicidio de su hermano? Sabemos como suce dio todo: un buen dia llego mas tarde que de costumbre para el almuerzo, y una hora despues se quitaba la vida. Aquel dia habia descubierto al asesino de su hermano y habia hablado con el.
Esto esta claro.
– Parece evidente.
– Pues fijese en lo siguiente: los ultimos dias Eugen Bischoff tambien llego tarde a la hora de comer. Por primera vez el miercoles, la segunda el viernes. Habia tenido que coger un taxi las dos veces, y luego en la mesa hablo de una serie de contratiempos que tenia que resolver: concretamente una citacion policial, pues su chofer habia colisionado en la Burggasse contra un tranvia. El sabado volvio a retrasarse al mediodia. Y cuando llego parecia cansado, distraido, limitandose a responder con monosilabos. Dina supuso que los ensayos le habian tomado mas tiempo del previsto, pero se abstuvo de hacerle ninguna pregunta. Hoy he sabido que los ensayos acabaron cada dia a la hora prevista. Ya ve usted, pues, que las circunstancias que precedieron a ambas muertes son en ambos casos muy parecidas. Solo hay una diferencia, y de importancia capital. ?Sabe a que me refiero?
– Pues no, la verdad.
– Es extrano que no caiga en ello. Bien, no importa. El asesino ejercia una fuerte influencia en sus victimas. Segun todos los indicios, el oficial de la Marina sucumbio a este influjo el primer dia; en el caso de Eugen Bischoff el asesino necesito tres dias para doblegar su voluntad. ?Por que razon? ?Puede usted decirmelo? Los actores son gente, por regla general, que se deja influir facilmente, y en cambio parece que de un oficial cabria esperar mayor resistencia. He estado reflexionando sobre ello y solo he podido encontrar una explicacion que me satisfaga: el asesino habla en un idioma que el oficial conocia ya a la perfeccion, mientras que Eugen Bischoff solo lo entendia haciendo grandes esfuerzos. Tiene que ser un italiano, pues esta es la unica lengua extranjera que Eugen Bischoff conocia un poco… Quiza tenga usted razon, baron; se trata solo una hipotesis, y encima muy atrevida. Yo mismo lo reconozco.
– Puede ser que despues de todo no ande usted tan desencaminado -dije, pues recorde que Eugen Bischoff tenia realmente una predileccion por Italia y por todo lo italiano-. Su razonamiento me parece completamente logico, tanto que casi me ha convencido.
El ingeniero sonrio. En su rostro aparecio una expresion de satisfaccion y de modesto rechazo. Era evidente que mi reconocimiento lo complacia.
– Debo confesar que a mi nunca se me habria ocurrido nada parecido -prosegui-. Le felicito por su olfato. Y no dudo que usted llegara a descubrir antes que yo quien es la mujer con la que ayer hable por telefono.
Fruncio el ceno y la sonrisa desaparecio de su semblante.
– Me temo que para ello no hara falta ser demasiado agudo -dijo arrastrando las palabras. Levanto las manos y las dejo caer de nuevo, y en su gesto se percibia una resignacion cuya causa yo no llegaba a comprender.
Volvio a sumirse en el silencio. Perdido en el oceano de sus pensamientos cogio un cigarrillo de su pitillera de plata, lo mantuvo entre sus dedos y olvido encenderlo.
– Vera usted, baron -dijo despues de aquella pausa-. Mientras le esperaba aqui sentado… La verdad es que me va a ser dificil hacerle comprender esta asociacion de ideas. Bien, pues mientras estaba esperandole y pensaba naturalmente en la mujer del telefono y en sus extranas palabras sobre el dia del Juicio Final, de pronto, ni yo mismo se como ni por que, aparecieron ante mis ojos todos aquellos muertos del rio Munho.
Completamente ausente, fijo la mirada en el cigarrillo que tenia entre sus dedos.
– Es decir, no es que los viera, solo intente imaginarmelos. Fue como si algo me hubiera forzado a pensar en como seria si los tuviera ante mi de nuevo, uno junto al otro, mas de quinientos rostros amarillentos, desfigurados por el terror y la certeza de una muerte cercana, con su mirada acusadora.
Intento encender una cerilla, pero se le rompio entre los dedos.
– Naturalmente, algo completamente infantil, tiene usted razon -dijo al cabo de un momento-. Toda la sombra que puede proyectar una palabra, ?acaso significa algo para un hombre de nuestros dias? El Juicio Final: un sonido hueco que viene de otras epocas… El Tribunal de Dios… ?No se siente impresionado? Sin embargo, sepa que sus antepasados caian de rodillas aterrorizados y comenzaban a gimotear letanias con solo oir que en el pulpito se entonaba el