no veia.

El cabo y yo nos quedamos pasmados, observando con la boca abierta aquella extrana comedia. Mientras tanto, de una glorieta salio precipitadamente un hombre bajo y desgrenado, que con breves pasos de maestro de baile se apresuro tambien hacia el anciano, se quedo parado, escarbo vehementemente con los pies, como una gallina en un monton de estiercol, y exclamo en mal frances:

– ?Oh, he aqui a mi amigo Bolibar! ?Me alegro de veros!

Pero tampoco a este, que se conducia como si fuese su mejor amigo, se digno mirarlo el marques. Ensimismado y como sumido en profundos pensamientos, el anciano se encamino hacia su casa de campo, ascendio por la escalera y desaparecio en la oscuridad de la puerta, en silencio, como habia salido.

Nos levantamos del suelo y observamos a los lacayos, que cogidos del brazo, fumando y charlando en pequenos grupos, entraron en la casa en pos de su amo.

– ?Vaya! -le dije al cabo-, ?que demonios significara todo eso?

Se quedo pensativo un instante.

– Estos aristocratas espanoles -dijo por fin- son todos gente solemne y taciturna. Es su manera de ser.

– Ese marques de Bolibar debe de estar loco de remate, y su gente lo trata como a tal, divirtiendose a su costa. Ven, vamos otra vez a la posada. El posadero nos sabra explicar por que el jardinero, el cochero, los mozos de establo y los lacayos se han dedicado a saludar solemnemente al marques de Bolibar, sin que el lo agradezca en lo mas minimo.

– Sera que estaban celebrando su onomastica -dijo el cabo-. Pero bueno, mi teniente, si quereis entrar en la posada, hacedlo solo; yo me quedo fuera, no quiero volver a ese nido de ratas. El mantel que tienen parece la bandera de nuestro regimiento despues del ataque a Talavera, y hay tanto estiercol en el suelo, que se podria abonar con el todos los campos de Espana desde Pamplona hasta Malaga.

El cabo se quedo en la puerta y yo me dirigi al propietario de la posada, a quien encontre ocupado en freir en aceite pedacitos de pan. La posadera estaba en el suelo, soplando el fuego con la ayuda de un viejo canon de trabuco que utilizaba a falta de fuelle.

– ?De quien es esa quinta de ahi afuera? -pregunte.

– Es de un hombre ilustre-respondio el posadero sin abandonar su tarea-. El hombre mas rico de toda la provincia.

– Ya me imagino que la casa no fue construida para gansos y cabras -dije-. ?Como se llama el propietario?

El posadero me miro lleno de recelo.

– Su excelencia el muy noble senor marques de Bolibar -dijo por fin.

– Marques de Bolibar -repeti-. Un senor muy soberbio, ?verdad? Y muy orgulloso de su alcurnia.

– ?Pero que decis? Es un caballero muy campecha no y benevolo, a pesar de su ilustre abolengo. Un cristiano piadoso de verdad, y nada orgulloso; por la calle responde tan amablemente al saludo de un aguador como al del reverendo senor cura.

– Entonces -dije yo- no debe de estar muy bien de la cabeza. Segun he oido decir, los pilludos le corren detras, mofandose de el y llamandole por su nombre para burlarse.

– ?Caballero! -dijo el posadero con una expresion de asombro y susto en la cara-. ?Quien ha podido contaros semejante mentira? No hay en toda la provincia hombre mas sensato que el, permitidme que os lo diga. Los campesinos de todos los pueblos de los alrededores peregrinan a el cuando se encuentran en apuros a causa del ganado o las mujeres o esos impuestos tan fuertes.

Las palabras del posadero no casaban bien con la escena de la que yo habia sido testigo en el jardin. Y me volvio a los ojos la imagen de aquel hombre que caminaba mudo y con el semblante inalterable por entre un tropel de lacayos ruidosos y charlatanes, sin ser capaz de ponerlos en fuga. Estaba pensando si debia explicarle al posadero lo que habia visto en el jardin, cuando de pronto me llego a los oidos el son estridente de las trompetas y el chacoloteo de los cascos de los caballos. Oi luego la voz del coronel y me apresure a salir al camino.

Mi regimiento estaba alli. Los granaderos, sucios y cubiertos por el sudor de varias horas de marcha, habian roto las filas y estaban sentados a uno y otro lado del camino. Los oficiales desmontaron y llamaron a sus asistentes. Me dirigi al coronel y le di el parte.

El coronel presto escasa atencion a mis palabras. Estaba contemplando el lugar, pensando como podria mejorar la fortificacion, construyendo en su mente terraplenes, bastiones, polvorines y baluartes para la defensa de la ciudad.

El capitan Brockendorf se hallaba con otros oficiales junto a la carreta de bueyes que transportaba los petates de la oficialidad. Me puse a su lado y le narre el extrano paseo matutino del marques de Bolibar. Me escucho sacudiendo la cabeza y con cara de incredulidad. Pero el teniente Gunther, que estaba junto a el, sentado en una tina vacia, dijo:

– Entre esos aristocratas espanoles se encuentran a veces tipos de lo mas extravagante. No se hartan de oir sus sonoros nombres, tan largos que seria menester tres santos rosarios para recitarlos enteros. Les hace ilusion pasarse el dia oyendo la lista completa de sus titulos de boca de sus lacayos. Cuando estuve en Salamanca, alojado en casa de un tal conde de Veyra…

Y empezo a contar una historia de la que habia sido testigo en casa de un aristocrata espanol orgulloso de su alcurnia. Pero el teniente Donop le interrumpio:

– ?Bolibar? ?Has dicho Bolibar? Pero si nuestro pobre Marquesito se llamaba tambien Bolibar…

– Es cierto, asi es -exclamo Brockendorf-. Y una vez me conto que su familia tenia posesiones en las cercanias de La Bisbal.

En nuestro regimiento habia servido en calidad de voluntario un joven espanol de noble estirpe, uno de los pocos hombres de su nacion que, inflamados por las ideas de la libertad y la justicia, habian hecho suya la causa de Francia y el Emperador. Habia roto con su familia, y solo habia confiado su nombre autentico y su origen a dos o tres de sus camaradas. Pero los campesinos espanoles le llamaban «el Marquesito» -pues era de pequena estatura y de figura delicada-, y nosotros tambien le nombrabamos asi. La noche anterior habia caido en combate contra los guerrilleros, y le habiamos dado sepultura en el cementerio de la aldea de Bascara.

– No hay duda -dijo Donop-. Su marques de Bolibar, Jochberg, es un pariente de nuestro Marquesito. Es nuestro deber participar al anciano, con toda consideracion y prudencia, de la muerte de nuestro valiente camarada. Usted, Jochberg, que ya conoce al senor marques, ?querria hacerse cargo de ello?

Salude y, en compania de uno de mis hombres, me dirigi a la quinta del aristocrata, mientras preparaba las palabras con las que habria de llevar a cabo decorosamente mi dificil e ingrato cometido.

Entre la casa y la calle habia un muro, pero estaba de tal modo deteriorado, que por cualquier parte se podia pasar al otro lado sin dificultad. Cuando me acerque al edificio, me recibio un tumulto de voces que gritaban, se lamentaban y renian. Llame a la puerta.

De inmediato ceso el alboroto, y una voz pregunto:

– ?Quien va?

– Gente de paz -respondi.

– ?Que gente?

– Un oficial aleman.

– ?Ave Maria Purisima! No es el -exclamo una voz lastimera. La puerta se abrio y entre.

Me encontre en un vestibulo y vi a los lacayos, los cocheros, los jardineros y el resto de la servidumbre corriendo de un lado para otro en el mayor desconcierto y turbacion. El individuo bajo y desgrenado que hacia un rato se habia dirigido al marques en el jardin con las palabras «?Oh, he aqui a mi amigo Bolibar!», estaba alli tambien, y se me acerco con sus breves pasos de maestro de baile. Su rostro estaba rojo como un tomate por el acaloramiento y se me presento como el mayordomo y administrador de su excelencia el senor marques.

– Deseo hablar personalmente con el senor marques -dije.

El mayordomo boqueo para tomar aire y se llevo las manos a las sienes.

– ?Con el senor marques? -gimio-. ?Dios misericordioso! ?Dios misericordioso!

Me miro fijamente por espacio de unos instantes y me dijo:

– Senor teniente, o senor capitan, o lo que seais: su excelencia el senor marques no esta en casa.

– ?Como! ?No esta en casa? -exclame en tono severo-. Hace media hora lo vi con mis propios ojos en el jardin.

– Hace media hora, si. Pero ahora ha desaparecido -y, dirigiendose a un hombre que pasaba en aquel momento

Вы читаете El Marques De Bolibar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату