alcance de la mano como tu te piensas, patan. Tu te has creido que para ir al cielo basta con tener un agujero en la barriga.
– ?Que tienes para mi en tu botiquin? -oyo el teniente que preguntaba otro herido-. ?Grasa de mono? ?Manteca de oso? ?Heces de cuervo?
– Para ti tengo un padrenuestro y punto -gruno el medico-. ?Tienes demasiados agujeros! -Y mientras se inclinaba sobre el siguiente, refunfuno-: La muerte es una pagana, no respeta los dias de guardar. Siempre he dicho que cuando hay una guerra, a los cementerios les salen jorobas.
– ?No vienes aqui? -grito un herido desde un rincon.
– ?Tu te esperas hasta que te toque el turno! -exclamo airado el medico-. Ya te conozco yo a ti. Cada vez que te pica un mosquito quisieras que te pusieran un emplasto. ?Ojala la bala hubiera ido a parar al infierno, asi no estarias aqui cabreandome!
Entretanto, afuera, delante de la ermita, los guerrilleros habian encendido una hoguera. En direccion al bosque se habian apostado varios centinelas a los que un oficial de ronda iba pidiendo el parte de uno en uno. Los insurgentes, en numero de ciento cincuenta o mas, estaban tumbados alrededor de la hoguera; muchos de ellos dormian, y algunos fumaban cigarrillos. Llevaban ropas y armas arrebatadas a los franceses. Uno lucia polainas de infanteria, otro un largo sable de coracero, el tercero unas pesadas botas de montar alemanas. Cerca de la ermita se alzaba un alcornoque a cuyo tronco habia sido fijada una estampa de la Virgen con el Nino; frente a ella habia dos espanoles arrodillados, rezando. Un oficial ingles, capitan de los fusileros de Northumberland, estaba de pie, apoyado en su sable, mirando al fuego; con su capote escarlata y el blanco penacho de plumas de su morrion causaba entre los andrajosos guerrilleros el efecto de un ducado de oro rodeado de ochavos de cobre. (De acuerdo con la descripcion de Rohn, solo podia tratarse del capitan William O'Callaghan, el cual, segun nos constaba, habia recibido del general Blake el encargo de poner orden y disciplina entre las bandas de guerrilleros de aquella region.)
Entretanto, el medico de campana habia concluido su tarea dentro de la ermita; salio de ella cojeando y se acerco a la hoguera. Era un hombre bajo y sumamente gordo, vestido con una chupa parda, calzones cortos y medias azules hechas jirones; en el cuello de la chupa, sin embargo, llevaba galones de coronel. Cuando el resplandor del fuego ilumino su rostro, el teniente descubrio que aquel hombre que, dentro de la ermita, habia estado vendando a los heridos, y, con la malignidad de una hiena, les habia dado tan mezquino consuelo espiritual, no era otro que el Tonel en persona. Llevaba en la cabeza un gorro de terciopelo con bordados de oro; el teniente lo reconocio al instante como el gorro de dormir del mariscal Lefebre, celebre en todo el ejercito debido a que por su causa -al caer, junto con parte del equipaje del mariscal, en manos de los insurgentes- habian sido arrestados los ayudantes del enfurecido mariscal, asi como todos los oficiales de la escolta.
El Tonel tenia las manos extendidas sobre el fuego para calentarselas. Durante un rato todo permanecio tranquilo; solo se oian los gemidos de los heridos, las maldiciones de uno de los que dormian y el murmullo de los dos espanoles que rezaban arrodillados delante de la imagen.
Contaba el teniente Rohn que en este punto tuvo que luchar contra un gran cansancio, y que, a pesar de la sed que sentia, se habria quedado dormido alli, tan cerca de sus enemigos, si las resonantes voces de los centinelas no lo hubieran despejado de repente. Echo una mirada por el tragaluz y vio entonces al marques de Bolibar, que en aquel momento pasaba de la oscuridad del bosque al resplandor del fuego.
El teniente Rohn lo describio como un anciano de alta estatura con el pelo y la barba totalmente blancos. La nariz era ligeramente aguilena y sus rasgos tenian algo de fiero y sobrecogedor cuyo origen el teniente Rohn no consiguio esclarecer pese a todos sus esfuerzos.
– ?Ahi esta! -exclamo el Tonel, retirando las manos del fuego-. El senor marques de Bolibar -anadio, dirigiendose al oficial ingles-. Os pido mil perdones, senor marques -dijo, haciendo una desmanada reverencia hasta el suelo-, por haber estorbado vuestro descanso nocturno, pero manana seguramente ya no me habriais encontrado en estos parajes, y debo poneros al corriente de ciertas noticias de extrema importancia referentes a vuestra familia.
El marques levanto la vista con un rapido movimiento de la cabeza y miro al Tonel a los ojos. Su rostro habia perdido todo color, pero el fuego lanzaba un resplandor rojizo sobre sus mejillas.
– ?Sois, senor marques, pariente del teniente general Bolibar, que hace dos anos tenia a su mando el segundo cuerpo del ejercito espanol? -pregunto con gran urbanidad el capitan ingles.
– El teniente general es mi hermano -dijo el marques, sin apartar la vista del Tonel.
– En el ejercito ingles sirvio un oficial con vuestro nombre, que en Acre arrebato a los franceses toda su artilleria.
– Ese era mi primo -dijo el marques, manteniendo los ojos clavados en el Tonel; parecia como si esperase por aquel lado un ataque o una embestida a los que debia enfrentarse con firmeza en la mirada.
– La familia del senor marques ha dado oficiales destacados a muchos ejercitos -dijo entonces el Tonel-. Tambien en las filas francesas ha servido hasta hace poco un sobrino del senor marques.
El marques cerro los ojos.
– ?Ha muerto? -pregunto en voz baja.
– Hizo una gran carrera -dijo el Tonel, riendo-. Llego a ser teniente con los franceses, a pesar de sus diecisiete anos. Yo tambien tengo un hijo, y me habria gustado hacer de el un soldado, pero es jorobado y solo sirve para el convento.
– ?Ha muerto? -pregunto el marques. Seguia erguido, sin moverse, pero su sombra se estremecia con violentos saltos en el resplandor agitado del fuego, y parecia que no fuera el anciano, sino su sombra la que, llena de temor e incertidumbre, aguardaba el mensaje del Tonel.
– En el ejercito frances lucha gente de muchas nacionalidades -dijo el Tonel, encogiendose de hombros-. Alemanes y holandeses, napolitanos y polacos. ?Por que, digo yo, no habria de servir tambien con los franceses un espanol?
– ?Ha muerto? -grito el marques.
– ?Que si ha muerto? ??Si!! ?Y ahora esta haciendo una carrera con el diablo, a ver quien llega antes a los infiernos! -profirio el Tonel, estallando despues en una salvaje carcajada que retumbo escalofriante en los arboles del bosque.
– Yo estuve a su lado cuando su madre lo trajo al mundo -dijo el marques en voz baja y sofocada-. Yo lo sostuve en la pila del bautismo. Pero desde la cuna fue inconstante como una veleta. Dios lo tenga en su seno.
– ?El que lo tendra en su seno sera el diablo! -grito el Tonel, lleno de rabia y sarcasmo.
– ?Amen! -dijo el capitan ingles, sin que se pudiera saber si daba su amen a la plegaria del marques o a la maldicion del Tonel.
El marques se acerco al altarcillo y se inclino hacia el suelo ante la imagen de la Virgen. Los dos espanoles que habian estado rezando alli se levantaron para dejarle sitio.
– Yo, por mi parte -dijo el Tonel, dirigiendose al capitan-, no puedo alardear de parentela aristocratica; mi madre era criada, y mi padre zapatero remendon. Por eso sirvo a mi rey y a la Santa Madre Iglesia, ya que no todo el mundo puede ser noble.
– Tu sabes, Dios mio, que los miseros mortales no podemos vivir sino en el pecado -rezaba el marques ante la imagen de la Madre celestial.
– Debeis saber, capitan -dijo el Tonel con una carcajada burlona y amarga-, que la flor y nata de nuestra nobleza, el duque del Infantado y el marques de Villafranca, los dos condes de Orgaz, padre e hijo, y el duque de Alburquerque, se fueron todos a Bayona a rendir pleitesia al rey Jose.
– ?No habras olvidado, Senor, que tambien uno de tus apostoles fue un traidor y un sinverguenza! -grito el marques de Bolibar hacia la imagen de Maria.
– Si, nuestros orgullosos grandes se han dado buena prisa en ir a Bayona a vender su lealtad por dinero. Claro que ?por que no? ?Acaso el oro de los luises franceses es peor que el de los doblones espanoles?
– San Agustin fue un hereje y tu le perdonaste. ?Me oyes, Senor? Pablo fue un perseguidor de la Iglesia y Matias un avaro y un adorador del dinero, y Pedro te nego, pero Tu a todos los perdonaste. ?Me oyes, Senor? - exclamo el marques desesperado en su fervorosa plegaria.
– ?Pero no escaparan a su castigo por toda la eternidad! Estan perdidos y el infierno los aguarda. ?Llamas, fuego y chispas, fuego por arriba, fuego por abajo, fuego por todas partes, fuego por toda la eternidad! -vocifero el Tonel con feroz expresion de triunfo, mientras contemplaba extasiado la oscuridad de la noche, como si en la