por el vestibulo, le grito-: ?Pascual! ?Vienes del establo? ?Falta algun caballo?
– No, senor Fabricio. Estan todos.
– ?Los caballos de montar tambien? ?El blanco Capitan y el bayo San Miguel? Y la yegua Hermosa, ?esta en el establo?
– Estan todos -replico el mozo de establo-. No falta ninguno.
– Entonces, que Dios, la Virgen y todos los santos nos ayuden. A nuestro senor le ha ocurrido un accidente, ha desaparecido.
– ?Cuando ha visto usted al senor marques por ultima vez? -pregunte.
– Hace media hora, en su dormitorio; estaba de pie, mirandose en un espejo. Y me ha ordenado que entrase a cada momento en la habitacion y le preguntase a su excelencia por su salud. Me ha hecho preguntarle: «?Como ha pasado la noche su excelencia el senor marques?», o, como si yo fuera uno de sus amigos de Madrid: «?Dios te guarde, Bolibar! ?Que haces tu por aqui?». Me lo ha hecho repetir varias veces, y mientras tanto el estaba de pie delante del espejo, contemplando su imagen.
– ?Y esta manana en el jardin?
– El senor marques ha estado muy extrano toda la manana. Nos ha hecho escondernos entre los matorrales y gritarle su propio nombre al oido. Solo Dios sabe que es lo que se proponia nuestro senor con esto, pues nunca hace nada sin intencion ni objeto.
Mientras tanto, el jardinero, con su aprendiz, se planto delante de la puerta. De inmediato, el mayordomo me abandono y se fue hacia ellos.
– ?Que estais esperando? ?A vaciar el estanque, inmediatamente!
Y, dirigiendose a mi, dijo con un suspiro:
– Quiera Dios que podamos sepultarlo cristianamente y con honor si lo encontramos en el fondo del estanque.
Sali de la casa e informe a mis camaradas de lo que habia oido. Mientras comentabamos el asunto paso por nuestro lado una camilla en la que yacia un oficial herido…
– ?Bolibar? -grito de pronto-. ?Quien ha hablado del marques de Bolibar?
El oficial llevaba el uniforme de otro regimiento, pero yo le conocia. Era el teniente Rohn, de los cazadores de Hannover, con quien yo habia compartido durante dos semanas el alojamiento el verano anterior. Tenia un tiro en el pecho.
– He sido yo -dije-. ?Que pasa con el marques de Bolibar? ?Lo conoce usted?
Se me quedo mirando angustiado y con gesto de horror. La fiebre causada por la herida ardia en sus ojos.
– ?Apresadlo sin demora! -grito con voz ronca-. De lo contrario, os aniquilara a todos.
El Tonel
Dos dias despues, el teniente von Rohn de los cazadores de Hannover fallecio a causa de sus heridas en el convento de Santa Engracia, que habiamos convertido en lazareto a nuestra llegada a La Bisbal. Durante esos dos dias, nuestro coronel y el capitan Eglofstein le tomaron reiteradamente declaracion acerca de los pormenores de su encuentro con el Tonel y el marques de Bolibar. Aunque no siempre tenia la cabeza clara, sus revelaciones nos proporcionaron un cuadro satisfactorio de lo que aquella noche -que fue la siguiente a nuestro enfrentamiento con los guerrilleros- habian convenido el Tonel, el marques de Bolibar y el capitan ingles William O'Callaghan junto a la ermita de San Roque, en los bosques cercanos a Bascara. Su relato nos permitio hacernos una idea exacta del caracter y las facultades del marques de Bolibar, y de hasta que punto nos convenia tomar las debidas precauciones contra tan peligroso enemigo de Francia y del Emperador.
El teniente von Rohn, con importantes documentos contables, en concreto las llamadas
A esta altura de su relato, el teniente von Rohn dio rienda suelta a sus amargas quejas contra los contadores del ejercito, afirmando que desearia arrancar de sus mullidas poltronas a todos los comisarios de guerra y a los elucubradores, y en general a todos los chupatintas del cuartel general, para hacerlos sentarse sobre las duras piedras del suelo espanol; de ese modo aprenderian pronto a tratar a las tropas como es debido. En su regimiento escaseaba un dia el calzado y al siguiente los cartuchos, y una vez los zapadores habian tenido que emplear cubetas de jardinero en lugar de sus gaviones. A partir de alli perdio por completo el hilo del relato y dio en hablar de la soldada, protestando energicamente contra el hecho de que un teniente cobrase en casa veintidos taleros al mes mientras que el, en campana, solo recibia dieciocho. «Junot esta loco!», grito a continuacion, en el acaloramiento de la fiebre. «?Como es posible que un loco de atar siga mandando un cuerpo de ejercito! No digo que no sea valiente; en la batalla le coge el fusil a cualquier soldado raso y pelea como uno mas».
En este punto Eglofstein le interrumpio con una pregunta. Inmediatamente el teniente se calmo y volvio al objeto de su relato.
Al caer la tarde de su segundo dia de viaje habia alcanzado, en compania de su asistente, los bosques de Bascara. Mientras se abrian paso a traves del espeso monte bajo -los caballos, en terreno tan dificil, eran mas obstaculo que ventaja-, oyeron tiros de fusil y el alboroto del combate que no lejos de ellos, en el camino real, estabamos manteniendo nosotros y los guerrilleros. De inmediato, Rohn altero su ruta y se dirigio, ladera arriba, hacia lo mas espeso del bosque, donde esperaba hallarse a resguardo. Pocos minutos despues, una bala perdida lo alcanzo en la espalda. Cayo al suelo y perdio la conciencia por un breve lapso de tiempo.
Cuando volvio en si se encontro sobre el lomo de su montura, a la que su asistente lo habia atado con unas correas. Pese a que les faltaba poco para alcanzar la cima de la colina, el ruido de la lucha se oia desde mucho mas cerca; ahora le era posible distinguir voces aisladas y captaba breves ordenes, maldiciones y el griterio de los heridos.
En un claro situado en lo alto de la colina se hallaba la ermita de San Roque, medio destruida por el fuego. Alli se detuvo el asistente con los caballos, pues el teniente habia perdido mucha sangre y parecia ir a morirsele entre las manos. Despues de explicarle que si seguian asi acabarian cayendo ambos infaliblemente en manos de los espanoles, saco al teniente de encima del caballo y lo introdujo en la ermita. Rohn, que sentia intensos dolores y estaba debilitado por la perdida de sangre, no se opuso a ello. El asistente lo subio a cuestas por la escalera, lo dejo en el suelo de la ermita, lo envolvio en su capote y lo cubrio con haces de paja. Luego le puso en las manos la cantimplora y dejo a su lado cubriendolas tambien con paja dos pistolas cargadas, de manera que al teniente le bastara alargar la mano derecha para alcanzarlas. Hecho esto se alejo con los dos caballos, despues de suplicar al teniente que se quedase tranquilo alli tumbado y que no se moviese, que le prometia que permaneceria siempre cerca y no lo dejaria en la estacada, pasase lo que pasase.
Entretanto se habia hecho oscuro y el tiroteo y el alboroto habian enmudecido. Por un lapso de tiempo todo permanecio tranquilo, y el teniente, creyendo que el peligro habia pasado, se disponia a asomar la cabeza por el tragaluz para llamar a su asistente, cuando de repente oyo voces y vio un resplandor de hachones y antorchas que se aproximaban a la ermita.
De inmediato advirtio que eran guerrilleros, y en un abrir y cerrar de ojos volvio a ocultarse debajo de los haces de paja. A traves de los agujeros y rendijas del entablado sobre el que yacia vio como los espanoles introducian en la ermita a sus heridos. Uno de ellos subio la escalera y arrojo haces de paja a los otros; el teniente contuvo el aliento, pues temia ser descubierto y abatido en el acto.
Pero el espanol no advirtio la presencia del teniente y bajo por la escalera con su linterna, para ir a vendar a los heridos. Iba del uno al otro con sus instrumentos, pero el teniente jamas habia visto medico de campana que ejerciese su oficio con mas mal humor y desgana que aquel cirujano espanol.
– ?Que haces ahi sentado como el judio Job en su monton de estiercol? -le espeto a uno de los heridos. A otro, que entre gemidos afirmaba presentir que pronto estaria en la gloria, le dijo con sarcasmo-: La gloria no esta tan al