una palabra mas acerca de Francoise-Marie; los dragones empezaron a echar pestes sobre la campana y sobre los generales, y el sargento Brendel se despacho a gusto con el mariscal Soult y su estado mayor.

– Os lo digo yo -exclamo-: esos senores que hacen la guerra montados en sus calesas y sus cabrioles, muchas veces, tenedlo por seguro, pasan mas miedo en combate que nosotros. En Talavera los vi doblar el espinazo como mulas en cuanto empezaron a volar las granadas.

– Si, pero nuestros peores enemigos no son las granadas -tercio otro-. Nuestros peores enemigos son esas marchas inutiles de aqui para alla, ocho horas de camino para ahorcar a un labriego o a un cura. El suelo enfangado, los piojos y las medias raciones nos hacen mas dano que las granadas.

– Y no te olvides de la carne de oveja -dijo el dragon Stuber-. Apesta tanto que los gorriones que pasan volando por encima caen muertos al suelo.

– Soult no tiene corazon para sus soldados, eso es lo que pasa -dijo afligido el cabo Thiele-. Es un tacano, solo va detras de la riqueza y los cargos. Si, es mariscal y duque de Dalmacia. Pero como cabo haria el ridiculo, os lo digo yo.

Nada sobre Francoise-Marie. Estaba escuchando en vano. Solo el rezongar diario sobre la campana espanola, con el que los soldados solian pasar el rato antes de dormirse cuando, rendidos por las marchas y los combates, se echaban a descansar. Los deje discutir y politiquear a sus anchas; no por ello cumplian peor con su deber.

Oi la voz del teniente Gunther desde mi cuarto; baje a toda prisa la escalera y encendi la luz.

Gunther estaba sacudiendose la nieve de sus ropas. Tambien estaba alli el teniente Donop, con el tomo de Virgilio asomando por el bolsillo, como de costumbre. Era el mas inteligente e instruido de mis camaradas, sabia latin, se manejaba bien con la historia antigua y llevaba siempre entre su equipaje hermosas ediciones de los clasicos romanos.

Nos sentamos a beber y empezamos a maldecir a nuestros anfitriones espanoles y los miserables alojamientos que nos daban. Donop se quejo de que en su cuarto no habia ni estufa ni chimenea, y la ventana, en lugar de vidrios, tenia un trozo de papel empapado en aceite.

– Asi no hay quien lea la Eneida -dijo suspirando.

– Las paredes rebosan de santos, pero en toda la ciudad no hay una cama limpia. En la cocina hay devocionarios a montones, pero todavia no he visto ni un jamon ni una salchicha -dijo Gunther malhumorado.

– Con mi anfitrion no es posible tener una conversacion razonable -conto Donop-. Esta todo el dia con el nombre de la Virgen en los labios, y cada vez que llego a casa me lo encuentro arrodillado delante de algun apostol Santiago o algun santo Domingo.

– Pues dicen que los ciudadanos de La Bisbal ven con buenos ojos a los franceses -tercie yo-. Brinda, hermano. A tu salud.

– A la tuya, hermano. Dicen que en la ciudad se ocultan curas e insurgentes disfrazados.

– Insurgentes muy mansos que no disparan ni matan, y se conforman con despreciarnos -afirmo Gunther.

– Seguro que mi anfitrion es uno de esos curas disfrazados -dijo Donop riendo en voz baja para si-. Pues no conozco otro oficio que haga engordar tanto.

Me paso su vaso vacio por encima de la mesa y se lo volvi a llenar. Entretanto se abrio la puerta de un empujon, y, envuelto en una nube de copos de nieve impulsados por el viento hacia dentro de la habitacion, entro taconeando el capitan Brockendorf.

Debia de haber estado bebiendo antes en algun otro lugar, porque la cara redonda, con aquella enorme cicatriz roja, brillaba como un perol de cobre recien brunido. Llevaba el sombrero ladeado sobre la oreja izquierda, el bigote y la perilla embetunados y las gruesas trenzas negras colgando tiesas desde las sienes hasta el pecho.

– ?Hola, Jochberg! ?Lo has cogido ya? -me grito.

– Aun no -respondi, sabiendo que se referia al marques de Bolibar.

– El senor marques se esta haciendo esperar. El tiempo le resulta demasiado desagradable, teme que le estropee los zapatos.

Se inclino sobre la mesa y acerco la nariz a las calabazas.

– ?Que hay dentro de estas pilas benditas por el dios Baco?

– Vino de Alicante, procedente de las bodegas del prelado.

– ?Alicante? -exclamo Brockendorf gozoso-. Allons, es un vino digno de que hagamos el burro por su culpa.

Cuando Brockendorf decidia hacer el burro para tributar honores a un buen vino, se quitaba la guerrera, el chaleco y la camisa y solo conservaba los calzones, las botas y la abundante pelambrera negra de su pecho. Dos viejas que pasaban por delante de nuestras ventanas se detuvieron y miraron llenas de asombro hacia el interior de la habitacion. Se santiguaron, evidentemente con la duda de si tenian ante si a un ser humano o a una bestia exotica.

Nos dedicamos a hacer honor al vino, y durante un rato no surgio conversacion alguna, excepto: «?Dios te de larga vida, hermano!», o «?Gracias, hermano!», o «?A tu salud, hermano! ?Brinda! ?Proficiat!».

– ?Lo que daria por estar ahora en Alemania, en la cama, con una Barbara o una Dorothea a mi lado! -solto de pronto, con voz vinosa, el camarada Gunther, que se habia pasado el dia persiguiendo a las espanolas. Pero Brockendorf se rio de el y exclamo que por su parte, aquella noche preferia ser una grulla o una ciguena, para que el vino tardara mas en bajarle por la garganta. El vino empezaba a subirsenos a todos a la cabeza. Donop recitaba en voz alta versos de Horacio, y en medio del barullo entro en la habitacion Eglofstein, el adjunto del coronel. Me incorpore de un salto y le di el parte.

– ?Ninguna otra novedad, Jochberg? -me pregunto.

– Ninguna.

– ?No ha pasado nadie por delante de la guardia de la puerta?

– Un prior de los benedictinos de Barcelona, que ha venido a La Bisbal a visitar a su hermana. El alcalde responde por el. Tambien un boticario con su mujer y su hija, de paso hacia Bilbao. Tienen la documentacion en perfecto orden, extendida por el cuartel general del general d'Hilliers.

– ?Nadie mas?

– Dos ciudadanos que han salido de la ciudad por la manana para trabajar en sus vinedos. Llevaban pases, y los han exhibido a su regreso.

– Esta bien. Gracias.

– ?Eglofstein! ?Brindo por ti! -exclamo Brockendorf, agitando su copa-. ?A tu salud! ?Vieja grulla, sientate a mi lado!

Eglofstein miro al borracho y sonrio. Pero Donop, manteniendo aun la compostura, se dirigio hacia el capitan con dos copas de vino.

– Mi capitan, estamos aqui reunidos esta noche para esperar al marques de Bolibar. Quedaos con nosotros para saludar al senor marques, cuando aparezca, en nombre de los oficiales del regimiento.

– ?Al diablo todos los condes y los marqueses, viva la igualdad! -rugio Brockendorf-. ?Al infierno todos esos alfeniques perfumados con coleta y chapeaux bas!

– Aun he de visitar a las patrullas y a la dotacion encargada de vigilar los molinos y las tahonas. Pero ?bueno!, que esperen -dijo Eglofstein, sentandose a continuacion con nosotros.

– ?Eglofstein! ?Sientate a mi lado! -grito el borracho-. Te has vuelto orgulloso. Ya no te acuerdas de cuando ibamos los dos, en Prusia, recogiendo los granos de maiz del estiercol de los caballos para no morirnos de hambre.

El vino habia despertado en el la ternura y la melancolia, y aquel hombre grande y fuerte apoyo la frente en los punos y se puso a sollozar:

– ?Ya no te acuerdas? Bah, en este mundo no hay amistad que no este corroida por los gusanos.

– Aun no se ha acabado la guerra, hermano -dijo Eglofstein-. Me temo que acabemos almorzando ortigas y hojas de arbol cocidas en agua con sal, como por aquel entonces en Kustrin.

– Y en cuanto la guerra se acabe -dijo Donop-, el Emperador en un abrir y cerrar de ojos empieza otra.

– Y asi debe ser, hermano -exclamo Brockendorf, que de repente volvia a estar animado y alegre-. Ya no me queda dinero, y tengo que ganarme la Cruz de Honor.

Empezo a enumerar las batallas en las que habia participado durante la campana espanola: Zorzola, Almaraz, Talavera, Mesa de Ibor, y la escaramuza del arroyo Gaucha; pero, a pesar de que se ayudaba con los dedos de la mano, se perdia y tenia que volver a empezar. El calor dentro de la angosta habitacion se habia hecho insoportable.

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