preferia seguir bebiendo tranquilamente su vino.

– Bebe como un cosaco y lleva ropa de mozo de cuerda, ?menudo oficial! -dijo Gunther en voz mas alta-. ?A que deshollinador, judio o payaso le has comprado esa camisa que llevas?

– ?Callate o habla en frances! -advirtio Eglofstein, pues habia hecho entrar a dos dragones en la habitacion para que secasen el suelo, que estaba mojado por la nieve fundida.

– ?Que quieres, que me perfume el pelo con eau de lavande, monsieur tiquismiquis? -rio Brockendorf-. ?Que quieres, que vaya a los bailes y a las recepciones a lamer las plantas de los pies a las mujeres, como haces tu?

– Tu, en cambio -le ataco Donop-, prefieres pasarte el dia en algun tabernucho de pueblo, dejandote agasajar con cerveza por los gananes.

– ?Menudo oficial! -tercio Gunther.

– ?Callaos! -exclamo Eglofstein, lanzando una mirada inquieta a los dragones que estaban limpiando la habitacion-. ?O es que quereis que vuestras rencillas vayan de boca en boca y acaben llegando a oidos del coronel?

– Esos no entienden el frances -replico Gunther, volviendose enseguida a Brockendorf-. ?Te acuerdas de cuando, en el «Judio peludo» de Darmstadt, te batias en duelo a la mode de los pilludos de la calle, o sea, a bastonazos y bofetadas? ?Una verguenza para el regimiento!

– Si, si, pero me regodee en los brazos de tu adorada, te guste o no, chaval -dijo Brockendorf, muy satisfecho de si mismo-. No pongas esa cara; la noche de la Candelaria la pase acostado con ella, mientras tu estabas abajo andando por la nieve y tirando piedrecitas a los cristales.

– ?Con alguna furcia, con alguna pelandusca, en cualquier cuchitril si que estarias acostado, pero no con ella! - rugio Gunther, enfurecido.

– ?Brockendorf! -exclamo el capitan Eglofstein, frunciendo el ceno-. ?Que el diablo te lleve! Creo que era yo el que estaba debajo de la ventana, y no Gunther.

Pero Brockendorf no estaba para escucharle.

– Tirabas piedrecitas a la ventana, te oimos muy bien. Y al volver a la cama, voy y le digo: «Oye, esta Gunther ahi abajo». Y ella apoya la cara en las manos y se rie: «?Ese crio!», dijo riendose, «?ese crio es tan torpe!, cuando esta conmigo nunca sabe que hacer con las manos y los pies».

La voz de Brockendorf era ronca; cuando hablaba, parecia el chirriar de las ruedas de un carro al pasar por un puente. Sin embargo, mientras le escuchabamos nuestra ira desaparecio; lo mirabamos a el y oiamos, a traves de su sucia boca, el eco lejano de la risa de Francoise-Marie.

– Cuando vi la sombra en los cristales de la ventana pense que seria el coronel, que estaba en casa -dijo Eglofstein, inclinando la cabeza-. Si hubiera sabido que eras tu, Brockendorf, por mi alma que habria subido y te habria tirado a la nieve por la ventana. Pero eso ya es cosa pasada; el amor, como la fiebre mas abrasadora, acaba apagandose.

Pero Brockendorf aun no habia acabado con Gunther.

– ?Cuanto se reia! -grito-. Cuantas veces decia: «Ese tontuelo, ese crio quiere que yo vaya a su habitacion. ?Y sabes donde vive? En el fondo del patio, encima del gallinero y debajo del palomar. ?Alli quiere que vaya!».

Eran las palabras mordaces con las que Francoise-Marie nos escarnecia, pero ninguno de nosotros sintio ira; alli estabamos, escuchando, y nos parecia oir otra vez a la amada muerta hablandonos por boca de un borracho.

– Hermanos, me sabe mal que le quitaramos su mujer al coronel -dijo en voz baja Donop, que con el vino siempre se ponia melancolico y filosofico.

– Si, si, hermano, claro. Tu le escribias cartas de amor llenas de citas de Ciceron; me hacia traducirselas cuando estabamos en la cama -rio Brockendorf.

– ?No chilles tanto! Si esto llega a oidos del coronel, estamos perdidos -advirtio Donop, inquieto.

– Te ha dado la stridor dentium, ?a que si, hermano? Es una enfermedad muy mala, que moja los calzones. A mi me importan un comino todos los coroneles y los generales -grito Brockendorf.

– Me sabe mal lo que hice -se quejo Donop-. Ahora estamos aqui juntos los cinco, y ?que nos queda de aquellos dias? Nada mas que asco, celos y odio.

Se cogio la cabeza con las manos y el vino empezo a filosofar por su boca.

– El mal y el bien, hermanos, son dos caballos distintos, cada uno anda a un paso diferente. Pero a veces me parece como si viera el puno que sujeta las riendas a los dos y ara con ellos esta tierra de labranza que es el mundo. ?Como puedo llamarlo, a ese poder misterioso que nos hace a todos tan desdichados y nos convierte en sus bufones? ?Debo llamarlo destino, azar, o eterna ley de las estrellas?

– Los espanoles lo llamamos Dios -dijo de pronto una voz extrana desde un rincon del cuarto.

Nos levantamos de golpe y miramos a nuestro alrededor. Los dos dragones ya se habian ido, dejando las escobas apoyadas contra la pared. Pero el arriero espanol que habia traido los bultos del capitan Salignac estaba acuclillado en el suelo en un rincon de la habitacion, envuelto en su grosera capa parda y rezando el rosario. La luz de una tea iluminaba su rostro ancho, rojo y extraordinariamente feo; sus labios se movian incesantemente en la oracion. A su lado, en el suelo, tenia extendido un mal panuelo de algodon, con un trozo de pan y una cabeza de ajos.

Creo que en los primeros instantes nos sentimos mas asombrados que asustados al comprobar que era el espanol quien, con sus sencillas palabras, se habia mezclado en nuestra conversacion. Pero inmediatamente nos dimos cuenta de lo que habia ocurrido.

Aquel hombre habia descubierto nuestro secreto. Aquello que cada uno de nosotros habia ocultado tan celosamente durante un ano, es decir, que Francoise-Marie, la esposa del coronel, habia sido su amante, habia salido a la luz en aquel momento, y nos hallabamos a la merced de aquel extrano. Me parecio ver aparecer el rostro barbudo del coronel, desfigurado por la colera y la pasion, muy cerca del mio. Me temblaban las rodillas y un escalofrio me recorrio la espalda. La hora del desastre, que habiamos temido durante todo un ano, habia llegado.

Nos quedamos callados, aterrorizados y perplejos durante largos minutos. Mi embriaguez habia desaparecido; de repente me encontre sereno, como si no hubiese bebido una gota de vino; solo me dolia la cabeza, y tenia el corazon lleno de angustiado desconsuelo. De afuera, del patio de la casa, me llego el aullido de un perro, un lamento lejano y penoso. Y me parecio como si aquel aullido saliese de mi garganta, como si fuese mi propia voz, que en alguna parte, lejos de mi, sobre la nieve, se lamentase y sollozase en un horror sin limites.

Por fin, Eglofstein recobro la presencia de animo. Se puso rigido y, con la fusta en la mano, se dirigio al espanol con gesto amenazante.

– ?Todavia estas aqui? ?Que haces ahi sentado escuchando?

– Estoy esperando, senor militar, como me han ordenado.

– ?Entiendes el frances?

– ?Unas pocas palabras solamente, senor! -balbucio el espanol, asustado y confuso-. Mi mujer vino de Bayona a esta parte, y ella me ha ensenado alguna cosa, sacre chien me enseno. Sacre matin, gaillard, petit gaillard, bon garcon, vive la nation. Eso es lo que se.

– ?Termina con tu letania! -le grito Gunther-. Eres un espia, te has colado aqui para pescar algo.

– ?No soy ningun espia! -protesto el arriero-. ?Por la Madre de Dios! Lo unico que he hecho ha sido indicarle el camino a ese oficial extranjero y cargar con sus bultos. Preguntad por mi al hermano recaudador de la Hermandad de los Barnabitas, preguntad al reverendo capellan de la ermita de Nuestra Senora por el tio Perico; los dos me conocen, preguntadles, senor militar.

– ?Al infierno tus curas y tus sotanas! -exclamo Brockendorf-. ?Y cierra el pico hasta que se te pregunte, espia!

El espanol enmudecio y escupio al suelo un bocado de pan y ajos mascados. Nos miro a uno tras otro con ojos intranquilos, pero no encontro mas que gestos sombrios e implacables. En ninguno de nuestros rostros hallo misericordia.

Nos reunimos, juntamos las cabezas por encima de la mesa y entre susurros celebramos un consejo de guerra. Los aullidos del perro se habian hecho mas fuertes y venian ahora de mas cerca.

– Tiene que irse. Tiene que salir inmediatamente de la ciudad -dijo Donop-. Si habla, estamos perdidos.

– No es posible -objete yo-. Los centinelas tienen ordenes de no dejar salir a nadie por la puerta.

– No estare tranquilo mientras este individuo ande por ahi y pueda ir pregonando lo que ha oido -susurro

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