Donop abrio la ventana y el frio aire de la noche entro y nos refresco la frente.

– Hay nieve en los tejados -dijo Donop en voz baja, y al oir esas palabras se nos enternecio a todos dolorosamente el corazon, pues nos hicieron evocar inviernos pasados, un invierno aleman. Nos levantamos y nos acercamos a la ventana y miramos los callejones oscuros a traves de la danza de los copos de nieve. Solo Brockendorf se quedo sentado, contando con los dedos.

– ?Brockendorf! -exclamo Eglofstein, volviendose hacia la habitacion-. ?Cuantas millas hay de aqui a casa, a Dietkirchen?

– No lo se -dijo Brockendorf, renunciando por fin a sus cuentas-. El calculo nunca ha sido mi fuerte. Solo he practicado el algebra con posaderos y mozos de meson.

Se puso en pie y se dirigio con paso vacilante hacia nosotros, a la ventana. La nieve habia transformado extranamente la ciudad espanola. De repente, la gente que andaba por las calles se nos antojo cotidiana y familiar. Un campesino caminaba a grandes pasos por la nieve, hacia la puerta de la iglesia, llevando en la mano un pequeno buey de cera. Dos viejas renian ante el portal de una casa. Una criada salia por la puerta de un establo, con una linterna en una mano y un balde de leche en la otra.

– Era una noche como esta -dijo Donop de pronto-. Habia un palmo de nieve en la calle. Hace un ano. Yo habia estado enfermo todo el dia, y por la noche me habia acostado y estaba leyendo las Georgicas de Virgilio. En eso oigo unos pasos leves en la escalera. Y oigo llamar suavemente a la puerta de mi habitacion. «?Quien es?», pregunto, y otra vez: «?Quien es?». «Soy yo, amigo mio», y entonces entro. Tenia el pelo rojo como las hojas de haya en otono, hermanos. «?Estais enfermo, pobre amigo mio?», me pregunto, carinosa y solicita. «Si, estoy enfermo», exclame, «y solo vos, angel hermoso, podeis curarme». Y salte de la cama y le bese las manos.

– ?Y luego? -pregunto el teniente Gunther con voz ronca.

– ?Oh! Habia nieve en los tejados, la noche era fria, y su carne y su sangre tan calidas… -susurro Donop, alejandose en alas de sus pensamientos.

Gunther no dijo ni una palabra. Midio la estancia a grandes pasos, lanzando miradas de odio a Donop y a los demas.

– ?Bravo por nuestro coronel! -exclamo Brockendorf-. Tenia, en Alemania, el mejor vino y la mujer mas guapa.

– La primera vez -empezo ahora Eglofstein- que me quede a solas con ella en el salon… ?Por que justamente hoy me viene a la memoria ese dia? La nieve barria las calles, tan fuerte que apenas se podia abrir los ojos. Yo estaba sentado frente al piano de cola, y ella de pie a mi lado. Mientras yo tocaba, su respiracion se aceleraba, y yo oia sus suspiros. «?Se puede confiar en vos, baron?», me pregunto, y luego me cogio la mano. «?Ved como me late el corazon!», dijo en voz baja. Y llevo mi mano bajo su blusa, justo al lugar donde la naturaleza habia dibujado en su piel la flor de ranunculo azul…

– ?Mas vino! -exclamo Gunther con voz ahogada por la colera.

Ay, todos habiamos besado alguna vez aquel lunar, aquel pequeno ranunculo azul. Pero Gunther habia sido el primero, y aun hoy lo torturaban los celos; odiaba a Eglofstein, odiaba a Brockendorf, nos odiaba a todos los que habiamos gozado despues de el del amor de la hermosa Francoise-Marie.

– ?Mas vino! -exclamo, ronco de ira y arrancando la calabaza de donde estaba.

– Se acabo el vino, se acabo la misa, podemos cantar el kyrie eleison -dijo Donop, lleno de tristeza, pues no estaba pensando en el vino, sino en aquellos dias pasados y en Francoise-Marie.

– ?Imbeciles! -exclamo Brockendorf, volcando, en su embriaguez, su copa, que rodo por la mesa y se hizo anicos contra el suelo-. ?Que hablais vosotros, es que acaso la conociais? ?Vosotros, alfeniques, enclenques! ?Que sabeis de sus noches, que sabeis de sus soupers d'amour? ?Aquellos eran platos! - Brockendorf estallo en carcajadas y Gunther se puso palido como la muerte-. Cuatro platos habia: a la Crecour era el primero. Luego a l'Aretin, a la Dubarry y, para acabar, a la Cythere…

– Y a la bastonazos -rechino Gunther, fuera de si por los celos y la rabia, y levanto su copa, como si fuera a vaciarsela en la cara a Brockendorf. Pero en aquel instante oimos ruido y voces en la calle.

– ?Quien va? -exclamo el centinela.

– ?Francia! -fue la respuesta.

– ?Alto! ?Quien vive? -exclamo el segundo centinela.

– Vive l'Empereur! -oimos gritar a una voz tajante y brusca.

Gunther dejo la copa encima de la mesa y se puso a escuchar.

– Ve a ver que pasa -me dijo Donop.

Y en eso se abrio la puerta bruscamente y uno de mis hombres entro, cubierto de nieve, en la habitacion.

– Mi teniente, un oficial que no es del regimiento desea hablar con el oficial de guardia.

Nos levantamos de un salto y nos miramos los unos a los otros, asombrados y confusos. Brockendorf metio a toda prisa los dos brazos dentro de la guerrera.

Entonces, de repente, Eglofstein solto una estridente carcajada.

– ?Camaradas! -exclamo-. ?Nos olvidabamos de que esta noche vamos a tener el honor de recibir al senor marques de Bolibar!

Salignac

El capitan de caballeria Baptiste de Salignac debio de tomarnos a todos por borrachos perdidos o por locos de remate cuando entro en la habitacion, que rebosaba ruidosa alegria. Fue recibido por carcajadas desenfrenadas. Brockendorf jugueteaba con su copa vacia, Donop se habia dejado caer en una silla y daba rienda suelta a su risa, y Eglofstein, con gesto ironico, hizo una profunda y respetuosa reverencia:

– Mis respetos, senor marques. Estamos esperandoos desde hace una hora.

Salignac se detuvo en el umbral y, asombrado, nos miro a todos uno tras otro. Su guerrera azul con vueltas blancas y la corbata bicolor estaban desgarradas y arrugadas y manchadas de barro rojizo y ocre; el capote lo llevaba sujeto a las caderas, y las polainas blancas estaban caladas por la nieve y salpicadas hasta las rodillas por el fango del camino real. En torno a la frente llevaba atado un panuelo a modo de turbante, por lo que recordaba a los mamelucos del general Rapps. Llevaba en la mano un casco agujereado. Detras de el, por la puerta abierta, habia entrado un arriero espanol, cargado con dos alforjas.

– ?Pero pasad, pasad, senor marques! ?Estamos ansiosos de conoceros! -exclamo Donop sin dejar de reir. Brockendorf, que se habia puesto en pie de un salto, se planto ante el capitan y lo examino con aire curioso de los pies a la cabeza.

– ?Buenas noches, excelencia! A vuestras ordenes, senor marques.

Pero de repente parecio darse cuenta de que era improcedente bromear con un traidor, con un espia. Comenzo a retorcerse las puntas de su bigote embetunado y, con gesto feroz, ordeno al capitan:

– ?Vuestro sable, haced el favor! ?Y rapido!

Asombrado, Salignac retrocedio un paso. La claridad de la tea encendida cayo de lleno sobre su rostro demacrado y vi que carecia de color, que era casi amarillo y estaba horriblemente marcado por algun mal incurable. Malhumorado, se giro hacia su sirviente, que justamente acababa de agacharse para apagar la tea en el suelo mojado por la nieve.

– El vino en estas regiones es peligroso -dijo en tono irritado-. Parece que quien lo bebe se vuelve loco.

– Cierto, senor militar, asi es -dijo el sirviente con voz sumisa-. Lo se muy bien. A la gente como yo tambien nos cae de vez en cuando un buen sermon.

Quiza Salignac tomara a Donop por el menos borracho de todos nosotros, pues dirigiendose a el le dijo asperamente:

– Soy el capitan Salignac de la Guardia Imperial. Tengo ordenes del mariscal Soult de unirme a vuestro regimiento y presentarme a su comandante. ?Teneis la bondad de decirme vuestro nombre?

– Teniente Donop, con la venia, vuestro humilde servidor, ilustrisimo senor marques -dijo Donop, burlon-. A vuestras ordenes, excelencia.

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