Donop.

– Tiene que morir; por mas que de la lata y se queje, tiene que morir; si no, manana el regimiento entero sabra con pelos y senales lo que hemos hablado aqui -dijo Gunther en voz baja.

– Tiene que palmar, o la cosa se pondra fea -afirmo Brockendorf.

– No tenemos motivo para un juicio sumario -dije yo-. No es un espia, no ha hecho nada, aparte de cargar con los bultos de Salignac.

– ?Que hacemos? -gimio Donop-. Hermano, presiento una desgracia. ?Que hacemos?

– No lo se -dijo Eglofstein, encogiendose de hombros. Lo unico que se, hermanos, es que estamos perdidos.

Mientras estabamos alli desesperados, sin saber que hacer para salir con bien de aquello, la puerta se abrio de golpe y entro a grandes pasos el sargento Urban de los granaderos de Nassau. Llevaba un gran perro negro cogido del collar.

– ?Mi capitan! -exclamo jadeante, pues le costaba un gran esfuerzo sujetar al perro, que se debatia como si estuviera rabioso-. Mi capitan, este perro no para de correr de aqui para alla, y no hay manera de ahuyentarlo. Rascaba en la puerta y queria entrar.

Entonces su mirada cayo sobre el arriero; solto inmediatamente el collar, se puso en jarras y empezo a reirse a mandibula batiente.

– ?Perico! -grito, retorciendose, a punto de reventar de risa-. ?Estas ya de vuelta, Perico? ?Poco ha durado la romeria!

De un salto, el perro se habia lanzado sobre el arriero. Junto a el, se puso a dar brincos, a retozar, a aullar y a demostrar su desbordante alegria de todas las maneras posibles.

– ?Que sabe usted de este hombre? -pregunto Eglofstein-. ?Lo conoce usted, sargento?

– ?Si que me conoce! -exclamo alentado el espanol-. Ya lo habeis oido, me ha llamado Perico. Perico, ese soy yo. ?Dios y la Santisima Virgen sean loados! Ya veis vos mismo que no soy un espia-. El perro se apretaba contra el, gemia y le lamia las manos, pero el lo rechazo, mandandolo a un rincon.

– ?Espia no seras, pero lo que es ladron…! -exclamo el sargento-. ?Sinverguenza! ?Pillastre inmundo y harapiento! ?Venga aca el dinero! Si los truhanes formasen un regimiento, tu serias el abanderado!

El espanol se estremecio y, asustado, miro al sargento con ojos llenos de temor.

– Mi capitan -informo el sargento-, este individuo es uno de los carreteros espanoles que tenemos a nuestro servicio. Esta manana, durante una parada delante de la posada que hay al lado de la puerta, le ha robado al dragon Kummel, de la compania del sargento Brendel, una bolsa que contenia doce taleros. Hemos ido tras el, pero no hemos podido capturarlo. Y ahora resulta que ha vuelto por su propio pie.

El arriero palidecio, y todo su cuerpo empezo a temblar.

– ?So marrano! -le grito el sargento-. ?Devuelve el dinero, que ya no te va a hacer falta! ?O te cuelgan, o vas a galeras para toda la vida!

Eglofstein se puso en pie. En sus ojos brillaba una alegria desbordante y triunfal. Habia desaparecido el peso que le oprimia el corazon. El espanol que sorprendio nuestro secreto habia sido atrapado por ladron y era reo de muerte. Eglofstein cambio una mirada de inteligencia con Gunther y Donop.

– ?Es que no te han pagado tu jornal cada dia? -pregunto severamente al espanol-. ?Que motivos tenias para robar?

– No he robado -balbucio el espanol, horrorizado-. No se nada de jornales, ni he sido nunca carretero con vosotros.

– ?Seras embustero! -exclamo irritado el sargento-. ?O sea que no has sido nunca carretero en nuestro regimiento?

Corrio a la escalera y grito hacia la buhardilla:

– ?Kummel! ?Estas despierto? ?Kummel! ?Baja enseguida! ?Tus taleros han vuelto ellos solitos!

El dragon Kummel bajo inmediatamente la escalera a tropezones, medio dormido y con el pelo revuelto como un jamelgo. En lugar de capote llevaba sobre los hombros una manta de caballo. En cuanto vio al arriero se despabilo.

– ?Ya estas aqui otra vez? -grito-. ?Perro sarnoso! ?Cerdo repugnante! ?Piltrafa nauseabunda! ?Quien te ha echado el guante? ?Donde esta mi dinero?

– ?Que quereis de mi? ?No os conozco, no os he visto nunca! -gimio el arriero, aterrorizado-. Juro por la sangre de Cristo…

– ?Habla en cristiano! -grito Kummel, esperando que aquel espanol hablase en aleman y no en castellano-. ?Maldito sea el loco que en la torre de Babel se invento vuestra condenada jerga!

– ?Lo reconoce? ?Es este el sujeto que le ha robado la bolsa esta manana? -pregunto impaciente Eglofstein al dragon.

– ?Como no voy a reconocerlo! -respondio Kummel-. No hay dos como el en todo el ejercito. Lleva una gorra que parece un nido de ciguena, tiene la cabeza como una calabaza y un morro que parece un cazo. Ven para aca, chaval, que te voy a echar una mirada.

Echo mano a la tea y volvio a observar al espanol de pies a cabeza.

– ?Mi capitan, no es el! -dijo al cabo de un momento, sacudiendo la cabeza muy asombrado-. ?Que el diablo te lleve! ?Esta manana tenias cuatro dedos de ladron en la mano derecha y ahora de golpe y porrazo tienes cinco!

– ?No es el? -exclamo Eglofstein, apenas capaz de disimular su disgusto y su decepcion-. ?Registradlo, mirad si lleva el dinero encima!

El dragon Kummel metio las manos en los bolsillos de la zamarra del arriero y saco enseguida una gran bolsa de cuero.

– ?Aqui esta! ?Mi bolsa! ?Vas a seguir negandolo, so ratero?

Busco en la bolsa, pero no encontro nada en ella, excepto unos dientes de ajo y un trozo de pan.

– ?Mi dinero no esta! -grito enfurecido-. ?Es que siempre me tiene que tocar a mi pagar el pato? ?Adonde han ido a parar mis taleros? ?Contesta! ?Te los has gastado todos en vino en un solo dia?

El espanol siguio callado, mirando desconcertado al suelo.

– ?Donde esta mi dinero? -grito el dragon-. ?Lo has enterrado o te lo has bebido? ?Que, te ha comido la lengua el gato?

– Dios me ha mandado un terrible castigo -dijo el espanol-. Es su voluntad. Lo que ha de suceder, sucede.

– ?Mi capitan! -dijo el sargento Urban-. Seguramente este es el mismo ladron que hace cinco dias robo uno de los arcones del senor coronel, que contenia vestidos y camisones de seda de la senora coronela.

– ?Basta, basta! -exclamo enseguida Eglofstein. Le inquietaba que el sargento empezase a hablar del coronel y su esposa, pues temia que el arriero aprovechase la ocasion para soltar todo lo que nos habia oido decir-. ?Basta! El robo esta probado. Sargento, tome seis hombres con los fusiles cargados, llevese a este hombre al patio y terminemos de una vez.

– Pero rapido, ?eh? ?Rapido! -apremio Gunther-. No me gustan los curas que dicen la misa despacio.

– No me hace falta ni la mitad de lo que dura una Santa Misa, del Introito al Agnus Dei -dijo el sargento, y, volviendose hacia los dragones que por curiosidad, para ver que pasaba, habian bajado por las escaleras detras de Kummel, ordeno:

– ?A formar! Ponedlo en el centro. ?Media vuelta a la derecha! ?Adelante! ?Marchen!

– ?Senor! -exclamo el arriero, soltandose de las manos de los dragones-. ?Vos sois cristiano! ?Me vais a matar sin confesion?

Eglofstein fruncio el ceno. No estaba dispuesto a consentir ningun aplazamiento. Ademas, dejar hablar al espanol libremente con otro le parecia peligroso y totalmente absurdo.

– Si he de morir, quiero confesarme antes -exclamo el espanol con el rostro alterado-. Vos, como yo, creeis en Dios y en la Santisima Trinidad. Por la salvacion de mi alma, haced que venga el senor cura, o el padre guardian del convento de Santa Engracia.

– ?Para que quieres al cura? ?Confiesate con ese! -tercio Brockendorf, senalando al teniente Donop-. Tambien tiene una buena calva, y cuando se pone a hablar latin no hay quien lo pare.

– ?Se acabo! ?Se acabo! ?Sargento, lleveselo! -exclamo Gunther, para quien el asunto ya se estaba prolongando demasiado.

– ?No! -grito el espanol, agarrandose con las dos manos a la mesa-. ?Dejadme hablar con el senor cura! ?Solo

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