haremos saltar la puerta y las ventanas!
– ?Ya estas abriendo, o te hacemos pedazos todas las estufas que tengas en la casa! -bramo Brockendorf, olvidando que nosotros estabamos fuera y las estufas dentro.
En la casa vecina se abrio una ventana y aparecio una cabeza con gorro de dormir. Enseguida volvio al interior de la oscura habitacion. La ventana se cerro con un estampido. Nuestros capotes nevados habian asustado a aquel ciudadano medio dormido, que ahora debia de estar metido en la cama, contandole a su mujer que los seis santos de piedra habian descendido de sus pedestales y se dedicaban a alborotar y a divertirse delante de la casa del vecino.
Pero desde arriba, desde una ventana situada justo encima de nuestras cabezas, nos llego una voz enfurecida:
– ?Por las barbas de Satanas! ?Quien anda ahi?
– Este sabe maldecir como un marino de la compania de las Indias Orientales, pero yo tampoco soy manco - dijo Donop, y contesto a voz en grito-: ?Mal rayo te parta noventa y nueve veces! ?Abre!
– ?Quien anda ahi abajo? -grito la voz.
– ?Soldados del Emperador!
– ?Soldados? ?Que mas quisierais? -fue la iracunda respuesta-. ?Hilanderos, eso es lo que sois! ?Deshollinadores! ?Poceros! ?Escoberos!
– ?Y tu quien eres, vil gusano? ?Asomate, que vamos a hacer una empanada contigo! -grito Brockendorf con toda la fuerza de sus pulmones, indignado porque le habian llamado hilandero y deshollinador e incluso pocero, es decir, miembro del gremio encargado de la limpieza de las letrinas.
– Don Ramon, baje usted y abra la puerta -dijo la voz de arriba, sensiblemente mas tranquila-. Tengo ganas de ver al individuo que quiere hacer una empanada conmigo.
Entonces oimos pasos en el interior de la casa y el crujido de una escalera de madera. Despues se abrio la puerta y en el hueco aparecio un hombre bajo y contrahecho, con una joroba tan grande como los montones de tierra que hacen los topos en mayo. Aquel individuo llevaba en las piernas polainas de pano rojo cortadas al bies. La borla de la gorra de lana parda le colgaba sobre la oreja derecha. Se inclino ante nosotros de la manera mas ridicula; la tea que llevaba en la mano describio un arco flameante en la oscuridad; su sombra era la de una mula que se inclina hacia el suelo para que le carguen sobre el lomo la marmita de campana.
Subimos por la escalera y llegamos a un cuarto en el que yacian dispersos toda clase de utiles de pintura. En medio de la habitacion habia un caballete montado con un cuadro de Santiago, el santo de Galicia, casi pintado ya, a falta de la gorguera y el brazo derecho. A continuacion entramos en el segundo aposento, que no estaba iluminado, pero tenia una chimenea en la que ardia un alegre fuego de sarmientos. Habia un hombre sentado en un sillon, con las piernas estiradas, calentandose al fuego las plantas de los pies. Junto a el, en el suelo, yacian un par de botas altas de Hessen que se habia quitado, y en la mesa habia varios vasos, una botella de vino y un gran tricornio
Cuando entramos, giro el rostro hacia nosotros y, para nuestra consternacion, descubrimos que el hombre a quien habiamos dado delante de la puerta nuestra ruidosa serenata no era otro que el coronel. Pero ya estabamos arriba, y era demasiado tarde para poner tierra de por medio.
– ?Pasen, pasen, no se queden ahi parados! -exclamo dirigiendose hacia nosotros el coronel-. ?Quien de ustedes es el cocinero que quiere hacer una empanada conmigo?
– ?Eglofstein! Hablele usted, a usted le tiene en mucho aprecio -oi susurrar detras de mi a Donop.
– ?Mi coronel! -dijo Eglofstein, adelantandose y haciendo una reverencia-. Le pido mil perdones, pero todo eso no iba dirigido a usted.
– ?Ah! ?No iba dirigido a mi? -exclamo el coronel, soltando a continuacion una estruendosa carcajada-. Eglofstein, me hago cargo perfectamente de que en estos momentos preferiria usted encontrarse muy lejos de aqui. En Java, con la pimienta, ?a que si? ?O en Bengala, con la canela! O en las islas Molucas, donde crece la nuez moscada. ?Brockendorf! ?Quien es ahora el vil gusano, yo u otro?
El coronel, que era hombre irascible y que, cuando lo atormentaba la gota, no conocia barreras en sus accesos de furor exasperado, estaba aquella noche de buen humor, y nosotros supimos sacar partido de ello.
– Tenga en consideracion, mi coronel -replico Eglofstein senalando a Brockendorf, quien, con cara de pecador empedernido, estaba alli de pie como Barrabas en un auto sacramental-, que esta medio loco y que esta noche, para acabar de arreglarlo, esta borracho como una cuba.
– Le falta el
– ?Ven para aca, presumidilla! -exclamo el coronel, tomando un pellizco de rape del bolsillo de su guerrera-. Ven a ver al hombre que quiere hacer una empanada con su coronel.
Al otro extremo de la estancia habia una cama, y junto a esta, en la pared, colgaban dos cuadros de la Madre de Dios, una pileta de agua bendita y un espejo. Ante el espejo, con la espalda vuelta hacia nosotros, estaba una muchacha vestida a la espanola, con un corpino de terciopelo negro adornado con alamares en todas las costuras, ocupada en arreglarse las flores artificiales que llevaba en el pelo. Se acerco al coronel con pasos leves y le paso un brazo por los hombros.
– ?He aqui al capitan Brockendorf! -le dijo el coronel-. Miralo bien, ese es el que queria hacer una empanada conmigo. Miralo bien, ahi plantado, el muy borrachin, mas grande que un buey y mas orgulloso que Goliat; se come los pollos y los patos vivos…
Brockendorf se mordio los labios y lanzo una mirada maligna, pero no dijo ni una palabra.
– Pero como soldado vale mucho; yo mismo tuve ocasion de comprobarlo en Talavera -anadio el coronel al cabo de unos instantes; la cara de Brockendorf se alegro al instante.
– ?O sea, que de deshollinador y de pocero, nada! -rezongo, y, satisfecho, empezo a atusarse el enorme bigote embetunado y a lanzar ardientes miradas a la Monjita y al vino.
El coronel, en su humor jovial, estaba mucho mas hablador de lo que solia estar desde hacia tiempo.
– ?Eglofstein! Jochberg! -nos llamo- ?Vengan para aca y beban un vaso conmigo! ?Gunther! ?Que hace ahi plantado como un cirio bendito, hombre? -se sirvio vino en un vaso-. ?Estos dedales espanoles! ?Donde estara el gran copon aleman de mi abuelo?
Nos acercamos a la mesa y brindamos con el. Por su parte, el coronel atrajo hacia si a la Monjita y se acaricio, contento, el mostacho pelirrojo.
– ?Eglofstein! -dijo entonces, con repentina emocion en la voz-. ?No es el vivo retrato de mi difunta Francoise- Marie? ?El cabello, la frente, los ojos, los andares! ?Como iba a imaginarme que en este villorrio espanol volveria a encontrar a la mujer que Dios me arrebato?
Mire con asombro a la Monjita y no consegui descubrir en que se parecia a la difunta esposa del coronel. Cierto, el cabello era del mismo color cobrizo que el de la difunta Francoise-Marie, y tambien el contorno de la frente podia recordar vagamente a la amada de antano. Pero la que teniamos delante en aquellos momentos era otra persona, completamente diferente. Tambien los demas parecian asombrados ante las palabras del coronel. Eglofstein sonreia, y Brockendorf miraba fijamente a la Monjita con la boca abierta, como a Tobias el gran pez.
– Ven aqui, ojos de fuego -dijo el coronel, cogiendo a la Monjita de la mano-. Tendras hermosos vestidos de Paris, ?sabes? Tengo un monton de ellos en mis baules.
Pero lo que no le dijo a la Monjita era que aquellos vestidos que llevaba consigo en maletas y arcones eran los de su difunta mujer.
– Todas las mananas te llevaran el chocolate a la cama -continuo el coronel.
– Pronto tendreis que volver al frente, y Dios sabe cuando regresareis. ?Que sera de mi cuando os vayais? -dijo quedamente la Monjita. Era la primera vez que la oiamos hablar. Y su voz era, ciertamente, la de la amada muerta. Un escalofrio de melancolica felicidad me recorrio la espalda, pues aquellas mismas palabras me las habia dicho a mi una vez Francoise-Marie, y con la misma nota triste en la voz. El delirio que se apodero de todos nosotros en los dias siguientes, haciendonos creer que habiamos reencontrado a Francoise-Marie en la Monjita, haciendonos disputar y pelear con sana por poseerla, olvidando el honor y el deber, haciendo que nos enfrentaramos llenos de odio, celos y amor criminal, aquel delirio, en fin, tuvo su origen sin duda en aquel momento.
– ?Como! -grito el coronel dando un punetazo en la mesa, tan fuerte que la botella de vino se volco y los cacharros de colores temblaron en su estante-. Tu vendras conmigo adonde yo vaya. ?Voto a tal! Massena tambien lleva siempre a una mujer en sus campanas; cada seis meses hace venir de Paris alguna actriz.
– ?Actriz? -dijo Eglofstein encogiendose de hombros-. Normalmente no se trata mas que de alguna Frine de