tres al cuarto, sacada de una petite maison de Saint-Denis o Saint-Martin. Y cuando se harta de ella se la deja a sus ayudantes.

– O sea que a sus ayudantes, ?eh? -exclamo el coronel lanzando a Eglofstein una mirada maligna y llena de desconfianza-. A mis ayudantes les dare otra clase de ocupaciones: encargarse cada dia de las municiones, el calzado y los petates de la tropa. ?Ya ha dado las ordenes para cortar lena y acarrear agua manana? ?No se preocupe, Eglofstein, que no voy a dejar que se aburra!

A partir de ese momento su talante cambio por completo. Y durante el resto de la velada estuvo malhumorado, caprichoso y brusco. Donop y yo pasamos disimuladamente a la otra habitacion, donde encontramos a nuestro amigo, el obeso alcalde, y a don Ramon, el jorobado, con las piernas enfundadas en pano rojo. Ambos estaban enfrascados en la contemplacion del Santiago inconcluso.

– A tu santo se le ve la sabiduria -dijo el alcalde-. Conoci a uno que pregonaba que Santiago, cuando aun estaba en el vientre de su madre, ya sabia latin. Claro que aquel hombre era un hereje, y acabo quemado.

– Este santo, en vida, fue mas docto que hermoso -explico don Ramon-. Tenia mas verrugas en la cara que torres la ciudad de Sevilla. Pero solo le he pintado dos, porque las mujeres no compran santos con verrugas en la cara.

– Don Ramon -interrumpi la charla-. Habeis vendido vuestra hija a ese viejo. ?No os avergonzais?

Don Ramon dejo el pincel y me miro.

– La ha visto en la misa y la ha seguido -dijo-. Le ha prometido eso que los humanos llaman felicidad. Tendra finas sabanas de Holanda, caballos, coche y un lacayo, y cada manana la llevaran a misa en calesa.

– ?Es que para vos los doblones lo compran todo? -exclamo Donop, acalorado-. Por treinta monedas seriais capaz de cortar la soga de Judas. ?Que dira vuestro Santiago de semejante negocio?

– Santiago esta en el cielo, pero yo tengo que vivir en este perro mundo -dijo el jorobado con un suspiro-. Mirad lo que os digo, senor, y el senor alcalde me puede servir de testigo: no ha sido cosa facil traer a casa todos los dias un pedazo de pan para mi y para mi hija.

– Sois un hidalgo, don Ramon -dijo Donop enojado-. ?Que hay de vuestra honradez? ?Que hay de vuestro honor?

– Joven, permitidme que os diga una cosa: como esta guerra dure mucho mas, las honradeces se pondran mohosas y los honores rancios.

En la habitacion de adentro, el coronel invito a mis camaradas a salir.

– ?Eglofstein! -le oi decir-. Manana a las ocho sus hombres tienen que estar listos. Hasta las nueve, practicas de carga de mulas, y despues llevar paja y heno a los establos. A las diez una calesa aqui a la puerta.

Eglofstein se cuadro.

– ?Y ahora, a casa! ?Dos lenos a la chimenea, un vaso de ponche y la manta hasta los ojos! ?Entendido?

Nos despedimos y bajamos.

Delante del porton, Brockendorf se quedo parado y no quiso seguir andando.

– Tengo que volver -dijo-. Esperare hasta que el coronel se haya ido. Tengo que subir a verla, he de hablar con ella muy seriamente.

– ?Ven para aca, chalado! -susurro Eglofstein-. Que el coronel se va a dar cuenta y va a pensar mal.

– ?Maldita sea, hemos llegado tarde! ?Que hermosa es! Tiene el cabello de Francoise-Marie -se lamento Gunther.

Malhumorados y desencantados, seguimos nuestro camino. Solo Eglofstein canturreaba para si y estaba de buenas.

– ?Bobos! -dijo por fin, en cuanto estuvimos a un tiro de pistola de la casa de don Ramon-. Alegraos, burros. ?El coronel vuelve a tener mujer! Si de veras se parece a la primera tanto como el cree, entonces, ?pardiez! ?se la guardara para el solo?

Nos detuvimos y nos miramos; todos estabamos pensando lo mismo.

– ?Es verdad! -dijo Donop-. ?Os habeis fijado en como la Monjita me acariciaba con los ojos cuando me despedi de ella?

– ?Y a mi! -exclamo Brockendorf-. A mi se me ha quedado mirando muy seguido, como si quisiera decirme…

Se habia olvidado de lo que la Monjita habia querido decirle. Bostezo y echo una ultima mirada amorosa a la ventana de la Monjita.

– No tiene nada mas que una linda cara y un cuerpo hermoso -afirmo Gunther-. Apuesto lo que sea a que no me tratara muy mal en cuanto se entere de que llevo cosidos en el cuello de mi guerrera ocho taleros carolinos.

– ?Viva nuestro coronel! ?Vuelve a tener mujer! -exclamo Eglofstein-. Pronto volveremos a llevar aquella vida de antes in floribus et in amoribus. ?Esta bien dicho, Donop?

Nos dimos unos cuantos apretones de manos y nos fuimos caminando por la espesa nieve hasta nuestros alojamientos, cada uno en la esperanza de ser el primero en poseer a la Monjita. Y yo no pude dormir durante un buen rato, pues Gunther, que aquella noche compartia habitacion conmigo, estuvo practicando ante el espejo, con los gestos de un mal comediante en el escenario, lo que queria decirle en espanol a la Monjita: «Hermosa senorita, que Dios os guarde. Pongo mi corazon a vuestros pies, senorita».

Las diez de ultimas

Pasaron varios dias consagrados a las fatigas del servicio, a la instruccion y la equitacion, a trabajos de fortificacion, a inspecciones de tropa, establos y alojamientos. Las horas despues del servicio las pasaban Gunther y Brockendorf jugando a las cartas y enrareciendo con sus disputas el ambiente del meson de La Sangre de Cristo, en el que siempre habia buen vino y una habitacion caldeada. Donop y yo saliamos casi cada dia de caza a caballo, y traiamos a casa perdices, codornices y alguna vez una liebre. La primera vez fuimos muy prudentes; no nos separamos para nada el uno del otro, ni nos atrevimos a alejarnos a mas de media hora a caballo de las primeras lineas de defensa. Pero como hallamos los caminos seguros y a los campesinos, hombres y mujeres, dedicados a sus tareas, cobramos animos y empezamos a aventurarnos hasta mucho mas alla de los pueblos de Figueras y Trujillo.

En ninguna parte hallabamos indicios de actividad guerrillera; las vegas y los vinedos estaban en paz; los aldeanos nos trataban con afabilidad, franqueza y sin el menor animo hostil; podia parecer que en aquella region jamas hubiera habido motines ni emboscadas, y que el Tonel, aquel hombre cruel y fanatico, no hubiera existido jamas.

Donop, que habia leido todo lo que los antiguos, desde los tiempos de Aristoteles, consignaran en sus libros, no se cansaba nunca durante estas excursiones de explicar en que gran medida el paisaje espanol se ajustaba aun a las descripciones hechas por el romano Lucano en su relato del viaje de Caton a Utica. A su modo de ver, la manera como las mujeres golpeaban la ropa mojada contra las piedras a la orilla de los arroyos seguia siendo la misma despues de mas de dos mil anos; se llevaba una alegria cada vez que nos cruzabamos con un carro de bueyes, pues estos eran exactamente como los que se veian grabados en el frontispicio de las Georgicas de Virgilio. Segun me aseguro en varias ocasiones, el terreno, segun los informes de escritores antiguos, debia de cubrirse en verano de romero, espliego, salvia y tomillo; Donop paraba a cuanto pastor, bracero o lenador encontrabamos por el camino real, pero ello no le aportaba informacion alguna, pues aunque tenia en su memoria los nombres latinos de aquellas plantas, ignoraba los espanoles.

Yo no habia vuelto a ver a la Monjita desde aquella noche en que tropezaramos con nuestro coronel en casa del jorobado. Me habian contado que el cura, por orden del coronel, habia visitado a la manana siguiente al padre de la muchacha. Algunas horas despues, la calesa se habia detenido delante de la casa y habia conducido a la Monjita al domicilio urbano del marques de Bolibar. Pues aquel edificio situado en la Calle de los Carmelitas, sobre cuyo portal campeaban dos petreas cabezas de sarracenos, habia sido elegido como alojamiento por el coronel. En la planta baja se habia instalado la guardia, y en el piso superior el despacho de Eglofstein.

Entre los habitantes de La Bisbal, gente modesta y sencilla que se ganaba el pan con el aceite, el vino y el grano, o con trabajos groseros en lana, aquel suceso causo en un principio sorpresa y estupefaccion, pero mas tarde alegria, pues se sintieron en grado sumo halagados y honrados por la union de un oficial de tan alta

Вы читаете El Marques De Bolibar
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату