cuanto ve a dos juntos, se acerca a hurtadillas como un inspector de aduanas.
– ?Y que le vas a hacer? -dijo Donop-. Es una orden del coronel, y de nada te sirve ya jurar y maldecir.
– ?No voy ni aunque me maten! ?Antes prefiero que me parta un rayo que dejaros via libre a vosotros!
Le impuse silencio con un gesto, pues la Monjita, acompanada al piano por Eglofstein, empezaba ya a cantar.
Canto el aria «
De improviso, la Monjita se interrumpio en medio del «
– Es la primera vez que canta delante de extranos, y la pobrecilla no ha podido aprenderse mas que el principio.
– Tiene buena voz -dijo el cura, saliendo de su rincon-. Alguna vez, en los dias de fiesta, cantaba para nosotros en la iglesia, en compania de un licenciado que el marques de Bolibar tuvo empleado un tiempo en su biblioteca. Ahora esta en Madrid, y tiene un buen puesto de capellan.
– ?Otra vez ese marques de Bolibar! -exclamo el coronel-. En esta ciudad no se oye otro nombre durante el dia entero. ?Donde esta? ?Donde se oculta? ?Por que no llego nunca a verlo? Tengo buenos motivos para desear conocerlo.
Callar habria sido mas prudente. Pero mi secreto no me dejaba en paz.
– ?Mi coronel! -dije-. El marques de Bolibar esta muerto.
Eglofstein se levanto del piano, disgustado.
– ?Jochberg! -dijo con tono malhumorado-. ?Es que va usted a fatigarnos otra vez con sus absurdas fabulas?
– Es tal como os lo digo. En Nochebuena, estando al mando de la guardia de la puerta, di a mis hombres la orden de fusilar al marques de Bolibar.
Eglofstein se encogio de hombros.
– Es un sueno de su fantasia sobreexcitada -dijo, dirigiendose al coronel-. El marques de Bolibar vive, y me temo que aun nos dara mucho que hacer.
– Por lo demas -resolvio el coronel-, este muerto o no, conocemos sus planes, y hemos tomado todas las medidas necesarias para impedir su realizacion.
– Y yo digo y mantengo -exclame, irritado por los aires de suficiencia y la socarroneria de Eglofstein-, que esta muerto y enterrado, y que nos estamos batiendo con un espantajo, con un fantasma, con una quimera.
Y en eso, de repente, se abrio la puerta de golpe. Salignac entro en la estancia, con el rostro aun mas livido que de costumbre, con la venda en torno a la frente, el sable en la mano, y sin aliento a causa de la carrera escaleras arriba. Sus ojos buscaban al coronel.
– ?Mi coronel! -profirio jadeando-. ?Se ha dado la senal por orden suya?
– ?Que senal? -exclamo el coronel-. ?De que habla, Salignac? Yo no he dado ninguna orden.
– ?La humareda por encima de la casa! ?La paja esta ardiendo!
Eglofstein se puso rigido, con la cara blanca como el yeso.
– Es el. Ahi lo tenemos.
– ?A quien? -exclame.
– ?Al marques de Bolibar! -dijo lentamente.
– ?El marques de Bolibar! -grito Salignac, terriblemente excitado-. Pues tiene que estar dentro de la casa. ?Por la puerta no ha salido nadie!
Se precipito afuera y escuchamos el golpear de las puertas y las zancadas de los dragones, lanzados en furiosa carrera por los cuartos, corredores y escaleras de la mansion.
– Mi coronel -dijo Gunther, rompiendo el sobrecogido silencio general^. ?Me entregais las cartas para el general d'Hilliers?
Con los hombros apoyados contra la pared y las manos a la espalda, se erguia sonriente. Y entonces cai en la cuenta de que en los ultimos minutos no lo habia visto en la estancia.
– Ya es tarde -murmuro el coronel-. Ya no podria usted pasar. En una hora los guerrilleros tendran rodeada la ciudad. El convoy esta perdido.
– Muerto el perro, se acabo la rabia -dijo Gunther lentamente; en sus ojos brillaban el triunfo y la alegria maligna de un Judas Iscariote-. Jochberg, muchas gracias por tu caballo polaco, pero ya no lo necesito.
– Y lo peor -dijo Eglofstein con gesto sombrio- es que no tenemos mas que diez cartuchos por hombre. ?Todavia sostiene usted, Jochberg, que el marques de Bolibar esta muerto?
Desde el otro lado, desde la pared junto a la que estaba Gunther, me llego, apenas audible, un mensaje que solo yo capte:
– ?Las diez de ultimas!
Con el rey Saul a Endor
El martes por la manana sali de la ciudad para incorporarme a mi puesto en la posicion avanzada de San Roque, pues habian empezado los trabajos de reforzamiento de la fortificacion y habia dos bastiones en forma de media luna, con contraescarpas y anchos fosos, a medio construir. Aquel dia las lineas fueron ocupadas por la compania de Brockendorf y por el medio batallon del regimiento Principe Heredero de Hessen, que nos habia sido asignado como refuerzo hacia algun tiempo. Mis dragones se encargaban del mantenimiento del orden publico, y patrullaban de aqui para alla por las calles.
Al pasar por delante de la casa del prelado, encontre a mi cabo Thiele sentado en el suelo, sujetando entre las rodillas su caldero de campana, cuyas abolladuras trataba de eliminar con la ayuda de un mazo de madera. Mientras, silbaba la marcha
– Mi teniente -me llamo desde el otro lado de la calle-, parece que ayer le hicieron un agujero al infierno y han empezado a salir diablos por todas partes.
Se referia a los guerrilleros. Como yo temia no poder encontrar, en el laberinto de fosos y trincheras, el camino que llevaba al bastion de San Roque, le dije que me acompanara. Se echo el mazo al hombro y, balanceando el caldero, empezo a andar a mi lado.
De un dia para otro, la ciudad habia cambiado radicalmente de aspecto. A pesar del hermoso tiempo invernal, la plaza del mercado estaba desierta, y por las calles no se veia un aguador, un pescatero, verdulero, arriero o mendigo de los muchos que a aquellas horas se dedicaban ruidosamente a sus menesteres. Los habitantes se escondian en el interior de las casas; solo de vez en cuando alguna viejecilla de rostro inquieto andaba apurada por la calle, saltando de portal en portal.
Aun asi, ruido y movimiento no faltaban. Entre las fortificaciones y la comandancia corrian incesantemente mensajeros a caballo; un cargamento de polvora nos adelanto con gran rechinar de ruedas, y pasaban mulas cargadas con provisiones y herramientas de zapa. El medico del regimiento de Hessen se habia instalado en una hondonada, mas alla de la puerta, y alli, recostado en una ambulancia y fumando en pipa, esperaba la llegada de los primeros heridos.
– Las patrullas nocturnas -me informo Thiele mientras caminabamos- ya han tenido una escaramuza. Han enviado a la ciudad, junto con el parte, a tres guerrilleros capturados. Los tres parecia que hubiesen salido directamente del arca de Noe. ?Por que sera que todos estos guerrilleros tienen cara de mono, de mula o de chivo?