– ?Callate, Brockendorf! Con las cosas sagradas no se hace chirigota.

– No me des lecciones de moral, Donop, ?quien te has creido que eres? -gruno Brockendorf. Pero de todas estas palabras, el cura no habia entendido mas que Salve regina, y, mientras tomaba de la fuente un muslo de ganso, dijo:

– El obispo de Plasencia, el reverendisimo senor don Juan Manrique de Lara, otorga cuarenta dias de indulgencia a todo aquel que rece un Salve regina ante nuestra imagen de la Virgen.

– ?Coma, coma su senoria! -invitaba Brockendorf, benevolo, al alcalde-. Cuando se vacie la fuente, traeran otra.

– Nuestra Senora del Pilar -continuo el cura- es estimada y admirada en todo el mundo, pues hace tantos milagros como la Virgen de Guadalupe o la Madre de Dios de Montserrat. Solo el ano pasado…

La palabra se le quedo atascada en la garganta junto con un trozo de asado; sus ojos buscaron sobresaltados los del alcalde, y sus miradas se clavaron, llenas de desazon, en la puerta de la sala. Cuando segui la direccion de las mismas descubri que la causa de su repentina alarma no era otra que la entrada en la estancia del capitan Salignac.

Salignac se despojo del capote, hizo una reverencia al coronel y a la Monjita y disculpo su tardanza con la importancia de su servicio de guardia. A continuacion se sento a la mesa; en aquel momento adverti por primera vez que llevaba en el pecho la cruz de la Legion de Honor.

– Gano usted su cruz en Eylau, ?estoy en lo cierto? -pregunto el coronel mientras se hacia servir carne por la Monjita y todos admirabamos la finura de las manos y la gracia de los movimientos de la joven.

– Asi es, en Eylau. Y fue el mismo Emperador quien me la prendio al pecho -relato el capitan, mientras sus ojos resplandecian bajo las pobladas cejas-. Volvia yo a caballo de realizar un servicio y encontre al Emperador desayunando, bebiendose a toda prisa su chocolate. «Grognard!» me dijo. «Mi viejo grognard, te has portado bien. ?Como anda tu caballo?» Mi coronel, hace muchos anos que soy soldado, pero os juro que se me humedecieron los ojos al ver que, en medio de la conmocion del dia de la batalla, el Emperador hallaba tiempo para preguntar por mi caballo.

– En esta historia hay una sola cosa que no comprendo -dijo Brockendorf limpiandose los labios con la servilleta-, y es que el Emperador tome chocolate para desayunar. Sabe a jarabe y es pegajoso como la pez. Ademas, el poso se le mete a uno entre los dientes.

– Llevo dos anos haciendo la guerra y he participado en diecisiete batallas y enfrentamientos, entre ellos la lucha por las lineas de Torre Vedras -dijo Gunther malhumorado-. Pero como no he servido nunca en la Guardia, aun no me han dado la Cruz de Honor.

– Teniente Gunther -dijo Salignac, y en su frente aparecieron surcos-: lleva usted dos anos haciendo la guerra, y ha participado en diecisiete combates. ?Sabe en cuantos campos de batalla he luchado yo cuyos nombres usted ni siquiera conoce? ?Sabe cuantos anos llevo blandiendo este sable, desde antes de que vos vinierais al mundo?

– ?Oye usted? -murmuro el alcalde al oido del cura, trazando con dedos temblorosos la senal de la cruz sobre su frente. Y el cura dijo, alzando los ojos al cielo:

– ?Dios se apiade de su desgracia!

– ?Que tonteria, tomar chocolate! -se hizo oir Brockendorf-. Una buena sopa de harina, unos cuantos chorizos bien fritos en su propia grasa y una jarra de cerveza: ese es mi desayuno favorito.

– ?Ha visto usted muchas veces de cerca al Emperador, Salignac? -pregunto el coronel.

– Lo he visto en cien aspectos distintos de su trabajo. Lo he visto andando de un lado al otro de su cuarto mientras dictaba cartas a sus secretarios, y tambien leyendo mapas, absorto en calculos geograficos. Lo he visto apearse del caballo y montar una pieza de artilleria con sus propias manos, y tambien escuchar, con el ceno fruncido, a algun suplicante, y galopar por el campo de batalla con la cabeza baja y el gesto sombrio. Pero nunca me he sentido tan conmovido por su grandeza como cuando he entrado en su tienda y lo he hallado, rendido por el agotamiento, durmiendo inquieto sobre su piel de oso, con labios tremulos, sonando con las batallas del futuro. En esos momentos nunca me ha parecido comparable a ninguno de los grandes estrategas y guerreros de nuestros tiempos o del pasado, sino que mas bien me ha hecho evocar, en su grandiosidad terrible, a aquel antiguo rey asesino…

– ?Herodes! -chillo el cura.

– ?Herodes! -gimio el alcalde, y ambos, horrorizados y con las caras descompuestas, fijaron aun mas la mirada en el capitan Salignac.

– Si, a Herodes. O a Caligula -dijo Salignac, y se echo vino en la copa.

– El camino por donde nos lleva -dijo Donop, despacio y pensativo-, atraviesa valles de dolor y rios de sangre. Pero conduce a la libertad y a la felicidad del genero humano. Tenemos que seguirlo, no hay otro camino. Nacidos en mala epoca, no nos queda mas remedio que aguardar a la paz del cielo, pues la de la tierra nos esta negada.

– Donop -dijo Brockendorf, mientras se pelaba una manzana-, ya estas otra vez hablando como una beata que viniese del confesionario.

– ?Para que quiero yo la paz! -exclamo Salignac con repentina vehemencia y a voz en grito-. Durante toda mi vida, la guerra ha sido mi elemento. Para mi no se han hecho el cielo y su paz eterna.

De los labios del alcalde salieron, como un lamento, las palabras:

– Lo se.

– Lo sabemos -gimio tambien el cura. Y, mientras juntaba las manos, murmuro, con labios torcidos por el terror-: Deus in adjutorium meum intende!

Mientras tanto, el coronel se habia levantado de la mesa, y todos abandonamos nuestros asientos. Salignac se echo el capote sobre los hombros y se fue escaleras abajo con ruido de espuelas. El cura y el alcalde lo siguieron temerosos con la mirada hasta que desaparecio. Entonces el cura, tirandome de la manga, me llevo a un rincon.

– ?Querriais preguntarle al senor oficial que acaba de salir si no ha estado ya alguna otra vez aqui, en La Bisbal? -me rogo.

– ?En La Bisbal? ?Cuando pudo ser eso? -pregunte.

– Hace cincuenta anos, en tiempos de mi abuelo, cuando hubo la gran peste -me respondio el alcalde, dando a entender por su gesto que aquello le parecia la cosa mas natural del mundo.

Estalle en carcajadas, y en un principio no supe que replicar a semejante disparate. El alcalde alzo los dos brazos, como en un conjuro, y el cura, con un gesto de terror, me rogo silencio.

Donop estaba conversando con Gunther, y mientras tanto no apartaba la vista de la Monjita.

– Jamas he visto un parecido tan evidente. El porte, la cabellera, esos gestos…

– El parecido sera perfecto -le interrumpio Gunther a su manera petulante- cuando le haya ensenado a susurrarme al despedirnos: «Hasta esta noche, querido».

– ?Gunther! -llamo de pronto el coronel desde el otro extremo de la estancia.

– Aqui estoy. ?Para que se me llama? -dijo Gunther, acudiendo a donde estaba el coronel.

Los vi hablar unos instantes, y enseguida Gunther volvio junto a nosotros, con los labios apretados y la cara blanca como el papel.

– Tengo que transferirte mi mando -me dijo entre dientes- y salir a caballo esta misma noche hacia Terra Molina con unas cartas del coronel para el general d'Hilliers. ?Este es el as que Eglofstein guardaba en la manga!

– Seguro que esas cartas son de la maxima urgencia -dije, contento de que la eleccion del coronel no hubiera recaido en mi-. Te dejo mi veloz caballo polaco. En cinco dias estaras de regreso.

– Y tu iras manana en mi lugar a ver a la Monjita, ?a que si? Estas conchabado con Eglofstein, lo se. Tu y Eglofstein sois como un roto para un descosido.

No le respondi, pero Brockendorf tercio en la conversacion.

– Gunther, te conozco muy bien. Tienes miedo, te parece estar oyendo ya las balas de mosquetes zumbando por el aire.

– ?Miedo yo? Sabes muy bien, Brockendorf, que si hace falta yo le planto cara a tres morteros.

– El coronel sabe que eres un buen jinete -dijo Donop.

– ?Deja de charlar como un papagayo! -profirio Gunther-. ?Te crees que no me he dado cuenta de que Eglofstein hablaba disimuladamente con el coronel mientras estabamos aun sentados a la mesa? Quiere tenerme a cien millas de aqui, y todo por la Monjita. Que me aspen si se lo perdono. Lo unico que sabe hacer es espiar; en

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