calle con Salignac, que se hallaba nuevamente en mision de correo y, como yo, no habia encontrado todavia alojamiento. Por aquel entonces ya habia adquirido en el ejercito la fama de estar siempre presente cuando ocurria un desastre y de salir siempre con vida. Recuerdo que hice en broma alguna alusion a ello, pero el se hizo el desentendido. Finalmente encontramos un lugar para dormir en unos establos, y resolvimos pasar la noche juntos. A la una de la madrugada me desperto una detonacion, tan fuerte que el suelo temblo bajo nosotros. No lejos de alli, un molino de polvora habia saltado por los aires, y la mitad del barrio con el. De afuera nos llegaba el griterio de los moribundos y los heridos. A mi me habia roto un brazo una viga desprendida del techo. Salignac, en cambio, andaba de un lado al otro del recinto, completamente vestido, listo para viajar, totalmente ileso, y lloraba.

– ?Lloraba? -exclamo Donop.

– Eso me parecio.

– ?Que me sucede? -dijo Donop, sumido en sus pensamientos-. Cuando era pequeno, mi madre solia contarme la historia de un hombre que lloraba porque estaba condenado a traer la desgracia a este mundo. ?Quien era aquel hombre del que me hablaba mi madre?

– Pero lo que mas me asusto -prosiguio Eglofstein- fue que Salignac siguiera viaje antes de que pasase una hora. En medio de la confusion de mis sentidos, me parecio como si el hubiese estado esperando aquel desgraciado suceso, y ahora que ya habia tenido lugar le fuese permitido seguir cabalgando para llevar el terror y la ruina a otros lugares.

– El hombre que lloraba… -repitio Donop en voz baja, sumergido aun en sus pensamientos-. ?Quien era aquel hombre del que mi madre me hablaba? En fin, no importa, lo he olvidado.

Pero yo me acordaba muy bien de las extranas palabras de los campesinos y los mendigos, y del extrano comportamiento del alcalde y el cura en la mesa del coronel. «?Dios se apiade de su desgracia!», habia rogado el cura, mirando con ojos asustados a Salignac. Y de golpe me vinieron tambien a la mente las palabras que Salignac habia murmurado casi para si mismo la manana de aquel dia de Navidad, su afirmacion de que nadie que hubiera hecho un trozo de camino con el habia vivido mucho tiempo. Y me recorrio un escalofrio, el miedo no sabia a que, y la remota intuicion de un peregrino y antiquisimo misterio… Pero todo eso solo lo senti durante un segundo; despues se desvanecio. A mi alrededor brillaban alegres al sol invernal las palas y layas y los fusiles de los granaderos. El campanario de la aldea de Figueras, las moreras con las ramas cubiertas de nieve, que se alzaban sobre las lejanas colinas, todo, aun lo mas lejano, se veia claro y nitido a la luz serena de aquel despejado dia de invierno. Aun senti por un instante como un leve halito de lo que me habia angustiado, pero luego desaparecio y volvi a sentirme libre.

– Pues a mi -dijo Brockendorf- me desaparecieron hace dos dias dos botellas de clarete y una de borgona. Busque bien por la casa y las encontre ocultas debajo de la cama de mi patrona. En este caso, al menos, Salignac no tiene culpa alguna. Hay que ir siempre al fondo de las cosas. Aparte de esto, ese clarete es la cosa mas miserable, floja y aguada del mundo, y si lo bebo es porque no tengo otra cosa.

No lejos de nosotros, en el bastion a medias construido, se oyeron brutales maldiciones y exabruptos. Se trataba de Gunther, que habia llegado por fin y estaba espoleando a los granaderos para que aceleraran el trabajo.

De inmediato Brockendorf prorrumpio a gritos:

– ?Gunther! -exclamo-. ?Ven aqui, hombre! ?Ven a hablarnos de la miel que su boca guardaba para ti!

Gunther vino hacia nosotros, hosco y malhumorado. Me echo una mirada maligna porque tenia que sustituirme en el servicio y se busco un sitio seco para sentarse.

Brockendorf se planto en jarras delante de el.

– ?Que te dijo? No nos lo ocultes. ?Te dijo que volvieras pronto? ?Que serias el preferido en su alcoba?

– Me dijo que tu eras el mas tonto, el mas charlatan y el mas borracho -replico Gunther, venenoso, y le dio una patada a un raton de campo que yacia en la zanja, muerto por la pala de uno de nuestros granaderos.

Vi que el capitan Eglofstein fruncia el ceno, disgustado, pues no soportaba que hubiera discusiones cuando nuestros hombres andaban cerca. Por su parte, Brockendorf, con su sonrisa de oreja a oreja, pregunto, mas halagado que ofendido:

– ?Es verdad? ?Te hablo de mi? ?De verdad?

– Si. Dijo que te iba a poner de espantajo en su huerto, para que no le entren las liebres -contesto Gunther con sarcasmo y maldad.

– ?Gunther! -tercio Eglofstein-. Me gustaria que hablases de Brockendorf con mas respeto. Tu aun no sabias sostener un sable cuando el ya estaba en el regimiento.

– No he venido aqui para recibir lecciones -dijo Gunther cortante.

– Pues la verdad es que no te irian mal unas lecciones de urbanidad -afirmo Eglofstein-. Siempre estas rezongando, siempre estas pinchando…

Gunther se levanto de un salto.

– Mi capitan -exclamo acalorado y en tono tajante-. El coronel me trata de usted. Bien puedo exigir de usted la misma cortesia.

Eglofstein lo miro con los ojos muy abiertos.

– Gunther -dijo con toda tranquilidad-, vuelve a sentarte. Tu impertinencia es tan grande que me desarma.

– ?Basta, no aguanto mas! -grito Gunther, ronco por la ira-. Usted va a retirar sus injurias o…

– ?O que? Continue.

– O -exclamo Gunther tomando aliento- tomare mi satisfaccion de una manera que le hara a usted indigno de seguir llevando un uniforme de oficial.

Donop y yo quisimos mediar, pero ya era tarde.

– Esta bien -dijo Eglofstein con calma-. Usted lo ha querido. -Se dio la vuelta y, en tono sosegado, ordeno a su asistente, que estaba cerca de nosotros remendando un saco de arena vacio-: ?Martin! Para manana a las seis un par de pistolas y un cafe caliente.

Nos estremecimos, pues sabiamos que Eglofstein hablaba en serio. Su pulso era tan seguro empunando la pistola como manejando un sable. En el curso del ultimo ano habia matado en duelo a dos adversarios y le habia partido el brazo de un tiro a un tercero.

Gunther palidecio, pues aunque en la batalla demostraba pasablemente su hombria, enfrente de una pistola dirigida hacia el se convertia en un cobarde. Se dio cuenta de que su ira y su mal humor lo habian conducido a una situacion delicada y se las arreglo para salir del paso.

– Puede usted tener la seguridad -le dijo a Eglofstein en tono helado- de que acudire a la cita con mucho gusto, donde y cuando a usted le plazca.

– Entonces solo resta fijar las condiciones -repuso Eglofstein.

– Desgraciadamente -prosiguio Gunther-, Soult ha prohibido los duelos en presencia del enemigo. No puedo hacer otra cosa que reservar el arreglo de este asunto para un momento mas oportuno.

Callamos, pues Gunther tenia razon. En efecto, el mariscal Soult habia hecho llegar hacia algun tiempo dicha orden a todos los oficiales de su cuerpo de ejercito. Eglofstein se mordio los labios y se dio la vuelta para marcharse. Pero Brockendorf no estaba conforme con aquel desenlace.

– ?Gunther! -dijo-. A mi todo este asunto no me incumbe, y Eglofstein no me ha nombrado su padrino. Pero a mi parecer los guerrilleros estan en calma, no disparan y no se mueven, no actuan como enemigos, y por eso entiendo que…

– Los guerrilleros -dijo Gunther- solo esperan la proxima senal del marques de Bolibar para atacar las fortificaciones. El domingo dio la primera, y si, como supongo, la proxima llega hoy o manana, yo sere el primero en dar aqui la cara.

No pude menos que admirar la desverguenza de Gunther. Ambos sabiamos que el marques de Bolibar estaba muerto, ambos sabiamos quien habia dado la senal de la paja mojada. Pero me aguanto la mirada con toda tranquilidad, pues sabia muy bien que yo guardaria silencio.

Eglofstein se encogio de hombros y le lanzo una breve mirada llena de desprecio.

– En ese caso -propuso Brockendorf-, mi consejo es que ante todo nos volvamos a casa y nos sentemos a la mesa. ?A que esperamos? En el meson de La Sangre de Cristo dan hoy tortilla con tocino frito y para empezar un caldo de repollo. Vamos.

Cogio a Eglofstein del brazo y nos fuimos todos, dejando el bastion a las ordenes de Gunther.

Cuando llegamos a la luneta Mon Coeur, situada algo mas arriba, Eglofstein se detuvo de pronto, me cogio por

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