Se quedo pensativo, y al cabo de un momento se dio a si mismo la explicacion de ese singular fenomeno.

– Probablemente -afirmo- sea debido a que les gusta mucho comer maiz y bellotas, cosas que en nuestro pais se echan al ganado. Ahora estan tranquilos, pero hace una hora los podria haber oido usted berrear de lo lindo. Estaban reunidos alrededor de sus oficiales y cantaban la oracion de la manana, aunque mas bien sonaba como un himno al demonio Behemot, que es el patron de las inmundicias y la comida de los animales.

Escupio al suelo con gesto despreciativo. Entretanto, habiamos alcanzado la luneta rodeada de estacas «Mon coeur». Los granaderos de Hessen estaban dentro de la trinchera, estirados sobre sus alforjas y mochilas. Los dos oficiales de guardia, el capitan conde Schenk zu Castel-Brockendorf y el teniente von Dubitsch, con sus guerreras azul celeste guarnecidas de piel de tigre, conversaban en la boca de la luneta. Les salude formalmente y ellos me correspondieron con rigidez. Y ello porque entre aquella unidad y la nuestra existia una vieja enemistad, que se remontaba a cierta revista que tuviera lugar en Valladolid, en el curso de la cual el Emperador no se habia dignado echar una mirada al regimiento Principe Heredero.

Dejamos atras el reducto y llegamos, pasando por la cortina Estrella, al primer bastion. Alli ordene regresar al cabo Thiele. Encontre a los hombres de Brockendorf enfrascados en la faena, pues aquella parte de la fortificacion estaba apenas a medio terminar. Algunos se dedicaban a reforzar los terraplenes con gaviones y fajinas, otros retocaban las troneras, otros construian el tejadillo. Donop, pala en mano, supervisaba la colocacion de una mina de demolicion, destinada a volar aquella parte de las fortificaciones en caso de que el coronel impartiera orden de ello. Junto a el, en el suelo, estaba su desayuno: pan y una botella de vino, ademas de un volumen de Polibio sobre el arte de la guerra en la Antiguedad.

– ?Jochberg! -me llamo, arrimando la pala a la pared-. Puedes volver a tu casa. Gunther esta hoy de guardia en tu lugar.

– ?Que Gunther esta de guardia en mi lugar? -pregunte sorprendido-. Es la primera noticia que tengo de ello.

– El mismo se ha ofrecido -me informo Donop-. Y es a la Monjita a quien le debes el dia libre.

Me explico, entre risas y no sin cierto regodeo, el lamentable transcurso de la visita de Gunther a la Monjita, que habia tenido lugar el dia anterior. Despues de la misa de la manana, con toda puntualidad, Gunther se presento ante la hermosa amiga de nuestro coronel. Se excuso por no haber traido flores. De no haber sido invierno, le dijo, la habria obsequiado con un ramo de rosas, la flor del amor ardiente; de nomeolvides azules, la flor del recuerdo fiel; de espuelas de caballero, que era la flor de san Jorge, y de tulipanes y violetas, que ya no recuerdo lo que significaban.

Luego hablo de su amor y de cuan en serio se lo tomaba, y la Monjita mando traer refrescos y chocolate y le escucho sonriente, pues las maneras desenvueltas y halagadoras de Gunther parecian gustarle. Le pregunto si habia estado en Madrid y si era cierto lo que afirmaba su padre, es decir, que en aquella ciudad todas las personas que encontraba uno por la calle eran zapateros ingleses o barberos franceses.

Gunther dejo a un lado el tema de Madrid, y empezo a hablar de que el coronel nada deseaba mas ardientemente que un hijo y heredero, y que si lo conseguia no dudaria en tomar por esposa a la Monjita.

Al oir esas palabras se iluminaron los ojos de la Monjita. Empezo a preguntar por la difunta esposa del coronel, y si Gunther la habia conocido. Le pidio que le hablase de ella, pues queria llegar a parecersele en todo, aunque le quedaba todavia mucho por aprender.

– ?Que aprendemos en nuestros libros espanoles? -dijo con un suspiro-. Cuando nacio el rey y cuando lo bautizaron, y con que princesa se caso y quien organizo el casamiento… y nada mas.

Gunther volvio al deseo del coronel de tener un hijo. Y, ya que habia llegado a una conversacion tan intima con la Monjita, dio un paso mas y le manifesto que el mismo podria ayudarle a conseguir semejante dicha, con tal de que ella le dejara hacer a el.

La Monjita lo miro asombrada, pues en un principio no habia comprendido lo que Gunther queria decir, y el se lo repitio, esta vez sin tapujos.

Entonces la Monjita se puso en pie sin decir palabra, le volvio la espalda y se acerco a la ventana. Gunther, creyendo que ella queria pensarselo, aguardo pacientemente unos instantes. Pero luego se levanto y, para activar su causa, le dio un beso en la nuca.

Ella se volvio bruscamente y lo miro con ojos centelleantes de ira. A continuacion se fue hacia la puerta, dejandolo donde estaba.

Gunther, disgustado y decepcionado, espero casi una hora a solas en la estancia. Se habia sentido seguro de su exito. Por fin, al cabo de una hora, volvio la Monjita.

– ?Todavia esta usted aqui? -pregunto sorprendida y no menos indignada que hacia un rato.

– La esperaba a usted.

– No quiero verle mas, vayase.

– No me ire antes de que me haya usted perdonado -fue la respuesta de Gunther.

– Esta bien. Le perdono. Pero ahora vayase inmediatamente, pues ha vuelto el coronel.

– Entonces deme un beso en senal de perdon.

– Usted esta loco. ?Vayase de una vez!

– No antes de que… -empezo Gunther.

– ?Por el amor de Dios, vayase! -balbucio la Monjita atropelladamente; pero en aquel mismo instante la puerta se abrio y el coronel aparecio en el umbral.

Miro asombrado a Gunther de pies a cabeza y lanzo otra mirada a la Monjita, que estaba junto a la puerta, palida y sobrecogida.

– ?Me esperaba usted, teniente Gunther? -pregunto por fin.

– Queria… -mascullo Gunther-. Venia a anunciar mi incorporacion al puesto.

– ?Es que no ha encontrado a Eglofstein abajo, en el despacho? ?Cual es su puesto?

– El bastion de San Roque -se apresuro a contestar Gunther.

– Esta bien -dijo el coronel-. Tenga cuidado con los guerrilleros.

Gunther salio disparado hacia la puerta y se precipito escaleras abajo. En la calle se encontro con Donop e, hirviendo todavia de rabia como un puchero en el fuego, le dio cuenta de su mal paso.

– Y ese -concluyo Donop su informe- es el motivo de que hoy tu tengas el dia libre y Gunther este de guardia en tu lugar. Se lo debes a la Monjita, con la cual espero tener mejor suerte que Gunther, cuyas halagadoras maneras esconden a duras penas un natural torpe y grosero.

Gunther aun no habia llegado, pero Eglofstein ya se hallaba con Brockendorf detras del parapeto, observando con su catalejo a los guerrilleros, que se agrupaban en gran numero por los alrededores del pueblo de Figueras y al otro lado del rio Duero. A simple vista se distinguian sus largos capotes grises, y con el catalejo tambien las insignias rojas de sus gorras.

– Tienen toda clase de artilleria -dijo Eglofstein, bajando el catalejo-. Incluso canones de veinticuatro libras y en Figueras, a la derecha de la iglesia, una bateria Ricochet. Pero espero que nos daran tiempo para acabar las obras de fortificacion.

– No me digas -gruno Brockendorf- que te asusta la artilleria de la guerrilla. Yo la conozco: los canones son de madera y los montan encima de arados puestos al reves, en vez de curenas.

Eglofstein se encogio de hombros y no dijo nada. Pero Brockendorf empezo a maldecir.

– ?Maldita sea! ?Es que esta vez el coronel tambien nos va a tener siglos esperando la orden de ataque? ?Por un millon de bombas! Hermano, he aguantado con buen animo todas las fatigas de la guerra. Pero estas esperas eternas me sacan de quicio.

– El coronel -dijo Eglofstein- sabe muy bien lo que hace. Conozco sus planes estrategicos y…

– ?Planes estrategicos! -le espeto Brockendorf-. Trazar planes estrategicos no es tan dificil, y yo puedo hacerlo tan bien como tu y el coronel, sin tantos sudores ni quebraderos de cabeza.

– En aquel lado -dijo Donop, que se nos habia unido, y senalo con su pala hacia el oeste- esta acampado el general d'Hilliers, y, si tiene tiempo de intervenir, bastara con sus tropas de vanguardia para decidir la batalla.

– ?Anda ya! -dijo Brockendorf, mirando a Donop de pies a cabeza-. Mas vale que te dediques a ensenarles a tus reclutas a limpiar fusiles.

– Entonces dinos tus planes, Brockendorf -tercio Eglofstein burlon-. ?No nos tengas tanto tiempo pendientes de un hilo, venga, sueltalo de una vez!

– Ahi va mi plan -empezo Brockendorf, atusandose el bigote y adoptando una expresion feroz-: ?Granaderos a la derecha! ?Caballeria a la izquierda! ?Derecha e izquierda, en marcha! ?Armas al hombro! ?Apunten! ?Fuego!

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