– Estoy harto de sus payasadas. -Las manos del capitan temblaban de ira reprimida, pero su voz sono fria, y ni una gota de sangre subio a sus descoloridas mejillas-. Usted elige: ?espada o pistola? Tengo a mano ambas cosas.

Donop iba a replicar burlescamente, pero Brockendorf se le adelanto, inclinandose sobre la mesa y gritando con voz de borracho:

– ?Mis respetos, senor marques! ?Como esta la preciosa salud de su excelencia?

El capitan perdio de golpe su fria serenidad. Saco el sable y empezo a atacar furiosamente a Brockendorf a planazos.

– ?Eh, eh! ?No tan fuerte! -grito Brockendorf, sorprendido y confuso, y fue a atrincherarse detras de la mesa, intentando parar los golpes con una botella de vino vacia.

– ?Alto! -exclamo Eglofstein, agarrando por el brazo al enfurecido capitan.

– ?Soltadme! -exclamo Salignac, y continuo arremetiendo contra Brockendorf con el sable.

– ?Mas tarde podreis batiros en duelo si es vuestro deseo, pero ahora haced el favor de escucharme!

– ?No, no, dejalo! -exclamo Brockendorf desde detras de la mesa-. He tenido que domar bastantes potros salvajes, y hasta ahora no me ha mordido ninguno. ?Ah, redios!

Acababa de recibir un buen golpe de sable en el dorso de la mano. De inmediato dejo caer la botella de vino y examino afligido sus peludos dedos.

Salignac bajo el sable, alzo la cabeza y nos miro a uno tras otro con gesto triunfal y desafiante.

– ?No estare en un error? -exclamo Eglofstein-. Habeis dicho Salignac. Si sois el capitan Baptiste de Salignac de la Guardia Imperial, debo conoceros. Yo soy el capitan Eglofstein, del regimiento Nassau, y coincidimos hace anos en una mision de correo.

– Ya lo creo, fue entre Kustrin y Stralsund -dijo Salignac-. Os he reconocido nada mas entrar en la habitacion, baron. Pero vuestra conducta…

– ?No puedo creerlo, camarada! -exclamo Eglofstein horrorizado. Se acerco todo lo posible al oficial y examino su rostro amarillento-. Habeis cambiado de un modo muy extrano desde los dias de Kustrin.

El capitan de Salignac torcio los labios en una mueca de desagrado.

– Cogi unas fiebres hace anos. Desde entonces sufro con frecuencia accesos de ese tipo.

– ?En las colonias? -pregunto Eglofstein.

– No. En Siria, hace muchos anos -dijo Salignac. De repente, su rostro adquirio un aspecto extranamente viejo y cansado. -No hablemos mas de ello. Es una contrariedad que considero inherente a mi profesion. Pero ahora haced el favor de explicarme…

– Habeis vuelto a ser victima de la mala suerte, camarada. Esperabamos esta noche la llegada del marques de Bolibar, un conspirador espanol, hombre muy peligroso, que al parecer tiene la intencion de cruzar nuestras lineas con uniforme frances.

– ?De verdad? Y ustedes me han tomado por ese conspirador espanol…

El capitan rebusco en los bolsillos de su guerrera azul y exhibio los documentos que lo legitimaban.

– Como veis, tengo orden de agregarme a vuestro regimiento y ponerme al mando de un escuadron de dragones cuyo capitan ha sido herido o hecho prisionero por los ingleses, segun me han dicho.

Era yo quien estaba al mando de los dragones desde que fuera herido el jefe de escuadron Hulot d'Hozery. Por ello me levante, fui hacia Salignac y le di mi nombre y graduacion.

Formamos un semicirculo en torno al nuevo jefe de escuadron. Brockendorf se frotaba contra la espalda la mano dolorida. Solo Gunther se quedo aparte, de pie contra la ventana, mirando con gesto iracundo la calle oscura. Seguia pensando en Francoise-Marie y en lo que Brockendorf, en su borrachera, habia revelado acerca de sus soupers d'amour y de los cuatro platos del banquete del placer.

– Parece que he llegado en el mejor momento -dijo Salignac, estrechandonos la mano a cada uno de nosotros-. Han de saber -prosiguio, y en medio de su rostro macilento los ojos ardian en el deseo de meterse en aquella aventura-, han de saber que poseo cierta experiencia en desenmascarar espias. Fui yo quien capturo a los dos oficiales austriacos que se habian infiltrado en nuestras filas en Wagram. El propio Duroc me ha encargado varias veces tareas de esta clase.

Yo no sabia quien era Duroc, pero no era la primera vez que oia ese nombre. Probablemente se tratase de un hombre de confianza del Emperador, quizas el encargado de velar por su seguridad personal.

Mi nuevo jefe de escuadron pidio a Eglofstein que le refiriese todo lo que sabiamos acerca del marques de Bolibar y sus planes. Los ojos le brillaron y los rasgos descarnados se le pusieron rigidos.

– ?El Emperador quedara contento de su viejo grognard! -dijo cuando Eglofstein concluyo su informe.

Luego se dirigio a mi, me pregunto donde se alojaba el coronel y me pidio un dragon para acompanarle.

– Vuelvo a tener trabajo -dijo, lleno de impaciencia. El dragon y el arriero espanol se arrodillaron junto a el y le limpiaron las polainas de la suciedad del camino-. Ultimamente tuve que escoltar un transporte de cuarenta carros con bombas y balas desde el fuerte de San Fernando hasta Forgosa. Un aburrimiento. Gritos, altercados, inspecciones, berrinches, paradas inacabables en los caminos. ?Que, acabais de una vez, vosotros dos?

– ?Y el viaje hasta aqui? -pregunto Eglofstein.

– He hecho todo el viaje con el sable desenvainado y la carabina lista para disparar. Pasado el puente que hay cerca de Tornella me atacaron unos bandidos. Me mataron a tiros al asistente y al caballo, pero les di su merecido.

– ?Estais herido?

Salignac se paso la mano por el turbante.

– Una bala me rozo la frente. No hablemos mas de ello. Desde esta manana no he encontrado ni un alma en el camino real, a excepcion de este mozo, que ha cargado con mi equipaje. ?Has acabado? -se dirigio al arriero-. Quedate aqui con mis alforjas hasta que vuelva.

– Excelencia… -trato de objetar el espanol.

– ?He dicho que te quedes aqui hasta que te mande a tu casa! -le increpo Salignac-. Ya cavaras manana tu huerto.

– Sentaos y bebed con nosotros, excelencia. Aun debe de quedar vino -propuso Brockendorf. En su embriaguez, seguia tomando al capitan por el marques de Bolibar, y le llamaba excelencia. Sin embargo, viendonos a los demas hablar tan tranquilamente con el, le habia perdonado totalmente el golpe en la mano y sus alevosos planes.

– Ya no queda vino -dijo Donop.

– En mi alforja tiene que haber tres botellas de oporto. Lo uso, combinado con naranjas y un poco de te caliente, como antidoto contra mis fiebres, cada vez que me atacan.

El capitan saco las botellas de su equipaje y pronto volvimos a tener las copas llenas. El, por su parte, se echo el capote por encima de los hombros y se cino el sable.

– Ese marques ha tenido mala suerte al cruzarse en mi camino -dijo amenazante, mientras abria la puerta-. Antes de que pase una hora lo traere aqui a beber oporto, o juro que…

La rafaga de nieve que de repente entro silbando por la puerta abierta se trago sus ultimas palabras, y no pude enterarme de lo que Salignac juraba hacer en caso de que el marques de Bolibar no quisiera dejarse atrapar.

Dios ha venido

En cuanto Salignac salio de la habitacion, Eglofstein, Donop y yo sacamos la baraja. Aquella noche la suerte me sonrio mas que de costumbre; gane y Eglofstein tuvo que pagar. Recuerdo que varias veces jugo martingalas y cuadruples, pero perdio siempre. Acababa Donop de cortar la baraja una vez mas, cuando oimos ruido de pelea. Gunther se habia enzarzado otra vez con el capitan Brockendorf.

Brockendorf estaba recostado en su silla, tenia delante su oporto y, como si estuviera en la taberna, pedia a gritos una botella «del mejor». Gunther estaba de pie, inclinado frente a el sobre la mesa, y, con los ojos entrecerrados, le enviaba una mirada maligna y rencorosa.

– ?Come como un lobo y bebe como un cosaco y quiere que lo respeten como oficial! -balbucio con encono.

– ?Vivat amicitia, hermano! -dijo Brockendorf, sonoliento, y levanto la copa, pues

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