distancia, mas alla de los oscuros bosques, viera arder y brillar las llamas del infierno.

– ?Apiadate de el, apiadate, Senor! ?Y luzca para el la luz eterna!

Desde su escondite, el teniente Rohn escuchaba con asombro y horror tan extrana plegaria, pues el marques no suplicaba sumiso a Dios, sino que le hablaba y le gritaba, ora enojado, ora amenazante, como si quisiera convencer a Dios con argumentos de que hiciera su voluntad.

Por fin el marques se levanto del suelo y se dirigio hacia el Tonel. Su frente estaba surcada de arrugas, los labios le temblaban y en sus ojos ardia un fuego airado.

El Tonel hizo como si se asombrase de verle alli todavia.

– Senor marques -dijo-, se ha hecho tarde, y si manana quereis presentar a primera hora vuestros respetos al comandante frances…

– ?Basta! -grito el marques, mientras su rostro adquiria un aspecto aun mas terrible que antes. El Tonel enmudecio de inmediato. Los dos nombres quedaron de pie el uno frente al otro, en silencio y sin moverse. Solo sus sombras se estremecian, oscilando al inquieto resplandor del fuego; se encogian y saltaban, se rehuian y se lanzaban la una sobre la otra, y al teniente Rohn, en la calentura de la fiebre, le parecio como si el odio y la feroz ansia de lucha de aquellos dos hombres se hubieran trasladado sin ruido a sus sombras danzantes.

De repente se volvio a oir a los centinelas, e inmediatamente un hombre salio corriendo del bosque hacia el fuego. En cuanto le vio, el Tonel abandono su duelo con el marques de Bolibar.

– ?Ave Maria Purisima! -jadeo el mensajero, sin aliento: tal es el saludo comun de los espanoles, que puede oirse en las calles y en las casas cientos de veces cada dia.

– ?Sin pecado concebida! -exclamo el Tonel, lleno de impaciencia-. ?Como es que vienes solo? ?Donde has dejado al cura?

– Al cura le ha dado un colico por culpa de una morcilla asada…

– ?Maldita sean su alma, su cuerpo y sus ojos! -bramo el Tonel-. Tiene menos redanos que un conejo. ?Lo que tiene es miedo, esa es su unica enfermedad!

– Esta muerto, puedo jurarlo -dijo el mensajero-. Lo he visto en su cuarto, amortajado.

El Tonel se meso los cabellos con ambas manos y empezo a maldecir de modo tan barbaro que a nadie habria extranado ver que el cielo se hundia sobre su cabeza. Tenia la cara tan roja de ira que parecia un ladrillo dentro de un horno.

– ?Que esta muerto? -grito, abriendo la boca para respirar-. ?Habeis oido, capitan? ?Se ha muerto el cura!

El oficial ingles miro en silencio al vacio. Los guerrilleros se habian levantado del suelo y, envueltos en sus capotes, se acercaban tiritando al fuego.

– ?Y ahora que? -pregunto el capitan.

– Jure sobre el sable del general Cuesta que mantendriamos la ciudad en nuestro poder aunque nos costase a todos la vida. ?Tanto ingenio como habiamos puesto en disenar y llevar a cabo nuestros planes, y se le ocurre al cura morirse en el peor momento!

– Vuestros planes eran malos -dijo de pronto el marques de Bolibar-. Con vuestros planes solo habriais conseguido un agujero en la cabeza, y nada mas.

El Tonel miro al marques enfurecido y lleno de indignacion.

– ?Que sabeis vos de nuestros planes? No los he hecho pregonar por las calles.

– El padre Ambrosio, cuando sintio que iba a morir, me mando llamar -dijo el marques-. Queria que yo llevase a termino lo que le habiais encomendado a el. Pero vuestros proyectos son malos, y os lo digo a la cara, coronel Saracho: del arte de la guerra no entendeis nada.

– Pero vos si, ?verdad, senor marques? -exclamo el Tonel lleno de enojo-. Vos os comereis la ciudad de un bocado.

– Habeis enterrado bajo la muralla de la ciudad un saco de polvora escondido entre sacos de arena y con una mecha que el padre debia encender por la noche, para abrir asi una brecha en el muro.

– Si -interrumpio el Tonel al marques-. Pues de otra manera es imposible tomar la ciudad. Es capaz de resistir a la artilleria mas pesada, pues, como puede leerse en las cronicas, fue fundada hace mas de cinco mil anos por el rey Hercules y el apostol Santiago juntos.

– Vuestro conocimiento de la historia es admirable, coronel Saracho, pero no habeis tenido en cuenta que lo primero que hacen los franceses alli donde llegan es reunir a todos los frailes y ponerlos a buen recaudo. O sea que manana encerraran a los frailes en un convento o en una iglesia, pondran delante de la puerta un canon cargado con la mecha encendida y no dejaran salir a ninguno. ?Lo habiais tenido en cuenta, coronel Saracho? Pero aun en el caso de que el cura hubiera logrado escabullirse, teneis enfrente a todo el regimiento de Nassau y una parte del de Hessen, y no contais mas que con un punado de hombres mal preparados, con pocas ganas de obedecer y muchas de mandar.

– ?Es cierto, es cierto! -grito el Tonel, impaciente y enojado-. Pero mis hombres son listos y no les falta valor, y habriamos hecho doblar la rodilla a esos colosos alemanes.

– ?Tan seguro os mostrais de ello? -pregunto el marques-. Apenas se oiga la detonacion, sonara por todas las calles de La Bisbal el toque de generala y los alemanes acudiran a toda prisa a sus piezas de artilleria. Dos descargas de metralla y su asalto habria terminado. ?Tampoco habiais pensado en esto, coronel Saracho?

El Tonel no supo que contestar. Mordiendose las unas, permanecio en silencio.

– Y aun en el caso -prosiguio el marques- de que algunos de vuestros hombres consiguieran entrar en la ciudad, os abririan fuego desde todos los rincones y esquinas, desde detras de las rejas de las ventanas y desde los tragaluces de los sotanos. Porque los habitantes de La Bisbal estan todos del lado de los franceses. Vuestros guerrilleros les han arrancado las vides y han incendiado sus olivares, coronel. Y no hace mucho hicisteis fusilar a dos jovenes del lugar que se habian negado a enrolarse.

– Es verdad. Si -dijo uno de los guerrilleros-. La ciudad esta contra nosotros. La gente nos pone mala cara, las mujeres nos vuelven la espalda, los perros nos ladran…

– Y los posaderos nos dan vino agrio -refunfuno un segundo.

– Pero la posesion de La Bisbal es, por razones estrategicas, de la mayor importancia para nosotros -explico el capitan-. Si los franceses continuan ocupandola, pueden atacar al general Cuesta por el flanco y por la retaguardia aprovechando cualquier maniobra de sus tropas.

– ?Entonces que el general Cuesta nos mande refuerzos! -dijo el Tonel-. Tiene los regimientos Princesa y Santa Fe y la mitad del regimiento de caballeria Santiago. Deberia…

– No nos mandara ni un mal jamelgo. El mismo esta en apuros, y ?cuando habeis oido que un tullido ayude a otro? ?Que hacemos, coronel?

– ?Como quereis que os lo diga si no lo se ni yo mismo? -dijo el Tonel malhumorado, mirandose los dedos. Entretanto, los guerrilleros, viendo a sus jefes desconcertados, indecisos e incapaces de llegar a un acuerdo, empezaron a dar muestras de agitacion. Algunos gritaron que entonces se habia acabado la guerra y ellos se volvian a casa. Otros les contradijeron, gritando que no querian volver a casa a acarrear lena y hacer fuego para sus mujeres. Y uno se fue hacia su borrico y empezo a ensillarlo, como si quisiera salir de alli al instante y cabalgar hasta su aldea.

En medio de aquel alboroto se oyo de pronto la voz del marques de Bolibar:

– Si os avenis a obedecerme, coronel, os dare la solucion.

Tan pronto como oyo estas palabras desde su escondite, Rohn volvio a sentir aquel temor inexplicable que ya le habian infundido en el primer instante el rostro y la mirada del marques de Bolibar. Despreciando el peligro de ser descubierto, asomo la cabeza por el tragaluz para no perderse una palabra. La sed y los dolores habian desaparecido, y el teniente se sentia dominado por el pensamiento de que el destino le habia senalado para sorprender los designios del marques de Bolibar y desbaratarlos.

Al principio era tal el griterio y el alboroto de los guerrilleros que discutian si seria mejor continuar la lucha o dispersarse, que el teniente no consiguio entender lo que el marques de Bolibar exponia a los otros dos. Sin embargo, al cabo de pocos instantes el Tonel, entre maldiciones y juramentos, ordeno silencio a sus hombres, y el ruido ceso de inmediato.

– Le ruego que prosiga, senor marques -dijo el capitan con extrema cortesia. Tambien la actitud del Tonel habia cambiado por completo; el sarcasmo, el odio y la maldad se habian borrado de su rostro, y en su lugar habian aparecido el respeto y casi la sumision; los tres, el oficial ingles, el jefe de los insurgentes y el teniente Rohn miraban, expectantes, al marques de Bolibar.

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