Sus penurias no tenian fin. Cuando terminaban la larga jornada, apenas si les quedaban fuerzas para volver a bajar al barranco, comer y caer desplomados en la tienda. San intentaba por todos los medios obligar a Guo Si a lavarse en la fria agua. A San le daba asco su propio cuerpo cuando lo sentia sucio. Ante su asombro, casi siempre era el unico que iba a lavarse medio desnudo y tiritando. Los unicos que se le unian eran los recien llegados. A medida que se incorporaban a los pesados trabajos y que iban pasando los dias, abandonaban el interes por mantenerse limpios. Finalmente, llego el dia en que el propio San cayo rendido en la tienda sin haberse lavado. Alli tumbado, percibia el hedor de sus propios cuerpos. Era como si tambien fuese transformandose poco a poco en un ser sin dignidad, sin suenos ni anoranzas. En momentos de semivigilia veia a su madre y a su padre y pensaba que lo unico que habia hecho era cambiar un infierno conocido por otro lejano e ignoto. Ahora se veian obligados a trabajar como esclavos, en condiciones mucho peores de las que sus padres vivieron jamas. ?Era aquello lo que esperaban alcanzar cuando huyeron a Canton? ?Acaso no habia otras salidas para un pobre?
Aquella noche, justo antes de dormirse, decidio que su unica posibilidad de sobrevivir era huir. A diario veia como retiraban el cadaver de alguno de los mal alimentados trabajadores.
Al dia siguiente, le hablo de sus planes a Hao, que dormia a su lado, y este lo escucho pensativo.
– America es un pais muy extenso -observo Hao-. Aunque no tanto como para que un chino como tu o tu hermano pueda desaparecer sin mas. Si lo piensas en serio, deberias huir para volver a China; de lo contrario os atraparan tarde o temprano. Y no tengo que explicarte lo que os ocurriria de ser asi.
San reflexiono largo rato despues de hablar con Hao. Aun no era el momento apropiado para huir, ni siquiera para comentar con Guo Si el plan que estaba madurando.
A finales de febrero, una violenta tormenta de nieve arraso el desierto de Nevada. Durante doce horas no paro de nevar, hasta que la blanca capa supero el metro de profundidad. Cuando paso el temporal, bajaron las temperaturas. La manana del 1 de marzo de 1864 se vieron obligados a excavar la nieve para salir. Los irlandeses de la otra orilla del helado arroyo lo sufrieron en menor medida, puesto que sus tiendas se hallaban al socaire. Y ahora se reian de los chinos, que se afanaban con las palas para retirar la nieve de las tiendas y los senderos que conducian a la parte superior del barranco.
«Para nosotros nada es gratis», se dijo San. «Ni siquiera la nieve cae de forma justa.»
Vio que Guo Si estaba muy cansado y que a veces no tenia fuerzas ni para levantar la pala; pero San lo tenia decidido. Hasta que el hombre blanco volviese a celebrar su Ano Nuevo se mantendrian con vida.
En el mes de marzo llegaron los primeros hombres negros al asentamiento del ferrocarril establecido en el barranco. Levantaron sus tiendas en la misma orilla que los chinos. Ninguno de los hermanos habia visto nunca a un hombre negro. Vestian harapos y San tampoco habia visto a nadie pasar tanto frio como ellos. Muchos murieron durante las primeras semanas en el barranco y junto a las vias. Estaban tan debiles que se desplomaban de pronto en la oscuridad y volvian a encontrarlos mucho despues, cuando la nieve empezaba a derretirse en primavera. Los negros recibian un trato aun peor que los chinos y cuando los llamaban
– Los blancos los llaman angeles caidos -explicaba Xu-. Los
Guo Si empezo a escupirles cuando coincidian dos equipos de trabajo. A San le afectaba muchisimo ver que habia gente a la que trataban aun peor que a el mismo. Y reprendio duramente a su hermano para que dejase de hacerlo.
La inusual intensidad del frio se poso como una plancha de hierro sobre el barranco y el terraplen. Una noche en que, sentados muy cerca de una de las hogueras que a duras penas mitigaban el frio, comian de sus cuencos, Xu les comunico que al dia siguiente los trasladarian a otro campamento y a un nuevo lugar de trabajo situado junto a una nueva montana que tendrian que empezar a dinamitar y excavar hasta perforarla. Por la manana, todos deberian recoger sus mantas y sus cuencos, asi como sus palillos, antes de abandonar la tienda.
Partieron muy temprano. San no recordaba haber sufrido un frio mas acerado en toda su vida. Le dijo a Guo Si que caminase delante de el, pues queria asegurarse de que su hermano no caia a tierra sin poder levantarse. Siguieron la linea del terraplen, llegaron hasta donde acababan los railes y despues, varias centenas de metros mas alla, hasta el fin del terraplen mismo. Xu los espoleaba. La vacilante luz de los candiles zarandeaba la oscuridad. San sabia que se encontraban muy cerca de la montana que los blancos llamaban Sierra Nevada. Alli empezarian a cavar agujeros y tuneles para que el ferrocarril pudiese continuar su curso.
Xu se detuvo ante la cresta mas alta de la montana. Alli se veian tiendas ya montadas y hogueras. Los hombres, que habian caminado sin parar desde el barranco, se desplomaron en el suelo junto a las calidas llamas. San cayo de rodillas y acerco al fuego sus manos heladas envueltas en jirones de tela. En ese instante oyo una voz a su espalda. Se dio la vuelta y vio a un hombre blanco con el cabello por los hombros y una bufanda enrollada alrededor de la cara, de modo que parecia un bandido enmascarado. Llevaba un rifle en la mano. Iba cubierto con unas pieles y de su sombrero, que estaba forrado de pelo, colgaba la cola de un zorro. Su mirada le recordo a San la que Zi le dirigio a el en su dia.
De repente, el hombre blanco alzo el rifle y lanzo un disparo al aire de la noche. Cuantos se calentaban cerca de las hogueras se encogieron de miedo.
– ?En pie! -grito Xu-. Descubrios la cabeza.
San lo miro inquisitivo. ?Debian quitarse los gorros que habian rellenado de hierba y de jirones de tela?
– ?Fuera! -volvio a gritar Xu, que parecia temer al hombre del rifle-. ?Fuera gorros!
San se quito el suyo y le hizo a Guo Si una senal para que lo imitase. El hombre del rifle se deshizo de la bufanda. Lucia bajo la nariz un espeso bigote, y pese a que se encontraba a varios metros de distancia, San percibio el olor a alcohol y se puso en guardia enseguida. Los blancos que olian a alcohol eran siempre mas imprevisibles que cuando estaban sobrios.
El hombre empezo a hablar con voz chillona. Sonaba casi como una mujer iracunda. Xu se esforzaba por traducir lo que decia el hombre.
– Os habeis quitado los gorros para escuchar mejor -dijo Xu.
Hablaba casi con la misma voz estentorea con la que se dirigia a ellos el hombre del rifle.
– Vuestros oidos estan tan llenos de mugre que, de lo contrario, no oiriais nada -prosiguio Xu-. Mi nombre es J.A., pero vosotros solo me llamareis
San murmuraba asustado como los demas. Era evidente que al hombre que tenian delante no le gustaban los chinos.
Aquel hombre llamado J.A. siguio gritando.
– Teneis ante vosotros una pared de piedra. Debereis dividir la montana en dos mitades, practicar una abertura de una anchura suficiente como para que pase por ella el ferrocarril. Habeis sido elegidos porque habeis demostrado vuestra capacidad para trabajar duro. Aqui no valen ni los malditos negros ni los borrachos de los irlandeses. Esta montana es adecuada para los chinos. Por eso os encontrais aqui. Y yo, por mi parte, estoy aqui para asegurarme de que cumplis con vuestro deber. Aquel que no emplee todas sus fuerzas, el que demuestre ser un vago, tendra ocasion de maldecir el dia en que nacio. ?Lo habeis entendido? Quiero que respondais, todos y cada uno de vosotros. Despues podreis volver a poneros los gorros. Brown os dara los picos. La luna llena lo vuelve loco y entonces come chinos crudos; pero por lo general es manso como un cordero.
Todos respondieron, todos con el mismo susurro.
Habia empezado a amanecer cuando, con los picos en las manos, se hallaban ya ante la montana que se alzaba ante ellos casi en vertical. Sus bocas exhalaban nubes de vaho. J.A. le dejo su rifle a Brown un momento, tomo un pico y marco dos senales en la parte inferior de la montana. San calculo que la anchura de la abertura que tenian que practicar era de cerca de ocho metros.
No se veian por ninguna parte bloques de piedra ni montones de gravilla arrancados de la roca. La montana opondria una gran resistencia. Cada lasca de roca que arrancasen les costaria un esfuerzo enorme que no podria compararse a nada de lo que habian vivido hasta el momento.
Debian de haber provocado a los dioses de algun modo, pues estos les habian enviado la prueba a la que ahora se enfrentaban. Tendrian que abrirse paso a traves de aquella pared de roca si querian convertirse en hombres libres y dejar de ser
Una profunda e irremediable desesperacion invadio a San. Lo unico que lo mantenia con animo era la idea de