Aguardarian a que terminase su plazo de espera en la montana, hasta el dia en que hubiesen cumplido su contrato de esclavos y fuesen libres de ir a donde quisieran. Soportarian todos los suplicios a los que los sometieran J.A. y los demas capataces. Ni siquiera Wang, que afirmaba ser su dueno, lograria aniquilar aquella determinacion.

Nada podia hacer contra la enfermedad o contra un accidente en el trabajo, pero aun asi cuido a Guo Si durante los anos que pasaron alli. Si la muerte ya lo habia dejado ir una vez, estaba seguro de que no volveria a hacerlo.

Continuaron trabajando en la montana, picando roca y volando barrancos y abriendo tuneles. Vieron a companeros suyos quedar destrozados por la nitroglicerina, aquella misteriosa sustancia; otros se suicidaban o sucumbian a las enfermedades que venian con las vias del tren. La sombra de J.A. se cernia siempre sobre ellos como una gran mano que amenazaba su existencia. En una ocasion mato de un tiro a un trabajador con el que no estaba satisfecho; otras veces, obligaba a los mas debiles y enfermos a realizar los trabajos mas peligrosos, solo para que sucumbieran.

San se mantenia al margen cuando J.A. andaba por alli. El odio que le inspiraba aquel hombre le daba fuerzas para resistir. Jamas le perdonaria el desprecio que habia mostrado por Guo Si cuando este se debatia con la muerte.

Aquello fue peor que si lo hubiese azotado, peor que cualquier otra cosa que pudiese imaginar.

Despues de transcurridos unos dos anos, Wang dejo de ir a verlos. Un dia, San oyo que, durante una partida de cartas, un hombre lo acuso de hacer trampas y le pego un tiro. San nunca logro averiguar que habia sucedido exactamente, pero lo cierto es que Wang dejo de ir al campamento. Despues de otros seis meses sin presentarse, San empezo a creer que era cierto.

Wang estaba muerto.

Finalmente, tambien llego el dia en que pudieron dejar el ferrocarril como hombres libres. San se habia dedicado durante todo el tiempo que no empleaba en trabajar o en dormir a averiguar como regresar a Canton. Lo logico seria dirigirse hacia el oeste, hasta la ciudad de los muelles en la que bajaron a tierra. Sin embargo, unos meses antes de que los declarasen libres, San se entero de que un hombre llamado Samuel Acheson conduciria una caravana hacia el este. Al parecer, necesitaba a alguien que le hiciese la comida y le lavase la ropa y estaba dispuesto a pagar por ese trabajo. Habia amasado una fortuna sacando oro del rio Yukon. Y ahora pensaba atravesar el continente para visitar a su hermana, que era su unico pariente y vivia en Nueva York.

Acheson acepto llevarse a San y a Guo Si. Ninguno de los dos lamentaria haber decidido seguirlo. Samuel Acheson trataba bien a todo el mundo, con independencia del color de su piel.

Cruzar el continente, sus interminables llanuras, sus montanas, les llevo mucho mas tiempo de lo que San creia. En dos ocasiones, Acheson enfermo y tuvieron que detenerse durante varios meses. No parecia sufrir ninguna enfermedad fisica, era su alma, que se ensombrecia de tal modo que lo obligaba a encerrarse en su tienda y a no reaparecer hasta verse libre de tan hondo abatimiento. San le llevaba la comida dos veces al dia y lo veia alli tendido en el catre, de espaldas al mundo.

Sin embargo, se recobro en ambas ocasiones, la melancolia abandonaba su alma y podian reanudar el largo viaje. Pese a que tenian la posibilidad de tomar el ferrocarril, Acheson preferia la lentitud de los bueyes y las incomodas carretas.

Cuando atravesaban las infinitas praderas, San solia tumbarse al aire libre por la noche y contemplar el no menos infinito firmamento. Buscaba a su padre y a su madre y tambien a su hermano Wu, pero no conseguia encontrarlos.

Por fin llegaron a Nueva York, presenciaron el reencuentro de Acheson con su hermana, recibieron su salario y empezaron a buscar un barco que los llevase a Inglaterra. San sabia que era el unico modo de regresar, puesto que no habia barcos que cubriesen directamente la travesia desde Nueva York hasta Canton o Shanghai. Al final consiguieron dos pasajes en un buque que iba a Liverpool.

Corria el mes de marzo de 1867. La manana que zarparon de Nueva York, el puerto estaba envuelto en una densa niebla. Las sirenas aullaban solitarias en la espesura. San y Guo Si miraban por la borda.

– Regresamos a casa -dijo Guo Si.

– Asi es -respondio San-. Regresamos a casa.

En el hatillo donde conservaba sus escasas pertenencias, llevaba tambien el pulgar de Liu envuelto en un retazo de algodon. De las misiones contraidas en America solo le quedaba una por cumplir. Y pensaba hacerlo.

San sonaba a menudo con J.A. Pese a que el y Guo Si habian dejado atras la montana, J.A. se habia quedado en sus vidas.

San sabia que, pasara lo que pasara, J.A. jamas los abandonaria. Nunca.

La pluma y la piedra

15

El 5 de julio de 1867, los dos hermanos salieron de Liverpool en un barco llamado Nellie.

San no tardo en descubrir que el y Guo Si eran los unicos chinos a bordo. Les habian asignado las literas en el extremo de proa de la vieja embarcacion, que olia a podrido. En el Nellie existian los mismos asentamientos colindantes que en Canton: no habia murallas, pero todos sabian cual era su espacio. Navegaban hacia el mismo destino, pero no invadian el territorio ajeno.

Antes de zarpar, en el puerto mismo, San se fijo en dos pacificos pasajeros con el cabello rubio que solian rezar arrodillados junto a la borda. Parecian ajenos por completo a cuanto sucedia a su alrededor: a los marineros que iban y venian ajetreados, a los contramaestres que los acuciaban y les gritaban ordenes… Los dos hombres seguian sumidos en sus oraciones hasta que terminaban y volvian a levantarse.

De pronto, se volvieron hacia San y se inclinaron levemente. San se sobresalto, como si lo hubiesen amenazado. Jamas un hombre blanco se habia inclinado ante el. Los blancos no les hacian reverencias a los chinos. Les daban patadas. Se retiro a toda prisa a donde dormia con su hermano y se puso a reflexionar sobre quienes serian aquellos dos hombres.

No tenia la mas remota idea. Su comportamiento le resultaba incomprensible.

Un dia, bastante avanzada la tarde, soltaron amarras, el barco salio del puerto y levaron las velas. Soplaba una fresca brisa del norte y, a buena marcha, el barco zarpo rumbo al este.

San se aferraba a la falca del barco para que el viento le refrescase la cara. Los dos hermanos iban, por fin, camino de casa en su viaje alrededor del mundo. Ahora se trataba de no ponerse enfermos durante el viaje. San ignoraba que sucederia en cuanto llegasen a China, solo sabia que no queria volver a verse hundido en la miseria otra vez.

Mientras estaba alli en la proa, con la cara al viento, le vino a la memoria el recuerdo de Sun Na. Pese a que sabia que estaba muerta, consiguio imaginarse que la tenia al lado; pero cuando extendio la mano para tocarla, comprobo que no habia nadie, solo el viento que soplaba por entre sus dedos.

Pocos dias despues de zarpar y ya en alta mar, los dos hombres rubios se acercaron a San acompanados de un hombre mayor que formaba parte de la tripulacion y que hablaba chino. San temio que el y Guo Si hubiesen cometido algun error, pero el tripulante, Mister Mott, les explico que aquellos dos hombres eran misioneros suecos que iban a China y se los presento como Mister Elgstrand y Mister Lodin.

La pronunciacion china del senor Mott resultaba dificil de entender, pero San y Guo Si alcanzaron a comprender que los dos jovenes eran sacerdotes que habian decidido dedicar sus vidas a trabajar en la mision cristiana en China. Iban camino de Fuzhou para fundar una parroquia en la que empezarian a convertir a los chinos a la fe verdadera. Combatirian la herejia y les mostrarian el camino al Reino de Dios, que era el verdadero objetivo del ser humano.

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