San regreso a donde el y su hermano habian pasado todo el tiempo durante el viaje. Aun le costaba hacerse a la idea de que Guo Si estuviese muerto. Precisamente cuando empezaba a pensar que a su hermano le habian vuelto las ganas de vivir, en especial despues del encuentro con los dos misioneros, resulta que se murio de una enfermedad desconocida.
«Dolor», se dijo San. «Dolor y espanto ante lo que la vida le daba fue lo que lo mato al final. Ni la tos, ni la fiebre, ni los escalofrios.»
Elgstrand y Lodin querian consolarlo, pero San les explico que en aquellos momentos necesitaba estar solo.
La noche posterior al entierro, San comenzo el cruento trabajo de retirar la piel, los nervios y los musculos del pie de Guo Si. No tenia mas herramientas que un perno de hierro oxidado que habia encontrado en cubierta. A aquella tarea solo se dedicaba de noche, cuando nadie lo veia, e iba arrojando los restos de carne por la borda. Una vez que tuvo limpios los huesos, los seco con un retazo de tela y los oculto en su hatillo.
La semana siguiente la paso sumido en la soledad. Hubo momentos en los que penso que lo mejor seria avanzar a hurtadillas hasta la borda, protegido por la oscuridad de la noche, y hundirse en las aguas del mar; pero debia llevar a casa los huesos de su hermano muerto.
Cuando retomo las clases de chino con los misioneros, tenia siempre presente lo que ambos habian significado para Guo Si. No alcanzo la muerte entre gritos, sino en paz. Elgstrand y Lodin le habian proporcionado lo mas dificil de conseguir, el valor de morir.
Durante el resto del viaje, primero a Java, donde el navio volvio a repostar, y luego a lo largo del ultimo tramo hasta Canton, San les hizo muchas preguntas sobre aquel dios capaz de consolar a los moribundos y de prometer un paraiso para todos, ricos o pobres.
Sin embargo, la cuestion decisiva era, pese a todo, por que ese dios habia permitido que la muerte le arrebatase a Guo Si cuando por fin iban camino de casa despues de todas las penurias que habian tenido que pasar. Ni Elgstrand ni Lodin supieron ofrecerle una respuesta satisfactoria. Los caminos del dios cristiano eran inescrutables, decia Elgstrand. ?Que significaba eso? ?Que, en realidad, la vida no valia nada salvo la pena de esperar lo que vendria despues? ?Que la fe era, en el fondo, un misterio?
San se aproximaba a Canton como un hombre cada vez mas reflexivo. Jamas olvidaria aquello por lo que habia pasado. Ahora intentaria aprender a escribir para dejar constancia de cuanto habia vivido con sus dos hermanos ya difuntos, desde la manana en que hallo a sus padres colgados de un arbol.
Unos dias antes de que estuviese previsto que avistasen la costa china, Elgstrand y Lodin se sentaron a su lado en cubierta.
– Nos preguntamos que vas a hacer cuando llegues a Canton -le dijo Lodin.
San nego con la cabeza, no tenia respuesta.
– No querriamos perder tu amistad -confeso Elgstrand-. A lo largo del viaje hemos intimado; sin ti, nuestros conocimientos de la lengua china habrian sido mucho mas escasos de lo que ya son. Te ofrecemos que te vengas con nosotros. Te pagaremos un salario y nos ayudaras a construir la gran comunidad cristiana con la que sonamos.
San guardo silencio durante un buen rato antes de contestar. Cuando hubo tomado una decision, se puso de pie y se inclino por dos veces ante ellos.
Los seguiria. Quizas un dia el tambien tuviese la certidumbre que alivio los ultimos dias de Guo Si.
El 12 de septiembre de 1867, San volvio a pisar tierra en Canton. Llevaba en el hatillo los huesos del pie de su hermano y el pulgar de un hombre llamado Liu. Era cuanto le quedaba despues de tan largo viaje.
Ya en el muelle, miro a su alrededor. ?A quien buscaba? ?A Zi o a Wu? No supo que responder.
Dos dias despues acompano a los dos misioneros suecos en una barcaza rumbo a la ciudad de Fuzhou. San contemplaba el paisaje que iba pasando lento ante su vista. Buscaba un lugar donde enterrar los restos de Guo Si.
Queria hacerlo a solas, era algo entre el, sus padres y los espiritus de sus antepasados. Probablemente Elgstrand y Lodin no apreciarian que siguiese observando las antiguas tradiciones.
La barcaza se deslizaba despacio hacia el norte. Las ranas croaban en la orilla.
San se hallaba en casa.
16
Una noche durante el otono de 1868, San se sento a una pequena mesa sobre la que ardia una vela solitaria. Empezo a plasmar con gran esfuerzo los signos escritos que terminarian por componer el relato sobre su vida y la de sus dos hermanos muertos. Habian pasado cinco anos desde que Zi los secuestro y uno desde que regreso a Canton con el pie de Guo Si en un hatillo. Aquel ultimo ano lo habia pasado con Elgstrand y Lodin en Fuzhou, sirviendolos con su eterna presencia, y gracias al maestro que le habia buscado Lodin logro aprender a escribir.
Segun pudo ver San desde la casa en la que tenia su habitacion, la noche en que empezo a redactar su historia soplaba un fuerte viento. Escuchaba el ruido con el pincel en la mano mientras pensaba que era como si lo hubiesen transportado de nuevo a alguno de los barcos en los que habia viajado.
Entonces fue cuando, ademas, creyo empezar a comprender con exactitud la magnitud de lo que habia sucedido. Decidio que debia recordar con todo detalle sin obviar un solo acontecimiento. Si le faltaban ideogramas o palabras, podia preguntarle a Pei, su maestro, que habia prometido ayudarle. No obstante, este le habia advertido a San que no debia esperar demasiado, pues empezaba a sentir la llamada de la tierra y no viviria mucho mas tiempo.
Durante los anos transcurridos desde que llegaron a Fuzhou y se instalo en la casa que Elgstrand y Lodin habian comprado, San se habia hecho muchas veces la misma pregunta. ?A quien le contaria aquella historia? Jamas volveria a su pueblo, y, salvo alli, no habia nadie en ningun otro lugar que lo conociera.
No tenia para quien escribir. No obstante, deseaba hacerlo. Si era cierto que existia un creador que gobernaba sobre vivos y muertos, seguro que se encargaba de que su relato fuese a parar a manos de alguien que quisiera leerlo.
Asi pues, San empezo a escribir. Muy despacio y con gran esfuerzo, mientras el viento castigaba las paredes. Iba meciendose lentamente adelante y atras sentado en el taburete mientras pensaba. La habitacion no tardo en transformarse en un navio cuya cubierta vacilaba bajo sus pies.
Sobre la mesa tenia varios montones de papel. Igual que el cangrejo en el fondo del rio, tambien el pensaba moverse hacia atras, hacia el punto en que vio a sus padres colgados de la soga balanceandose al viento. Sin embargo, quiso empezar por el viaje que lo llevo al lugar donde se encontraba en ese momento, pues era el mas proximo en el tiempo y el que mas claro conservaba en la memoria.
Elgstrand y Lodin sintieron tanto alegria como temor mientras bajaban a tierra en Canton. El caos del gentio, los aromas tan extranos y su incapacidad para comprender el dialecto tan especial que se hablaba en la ciudad los lleno de inseguridad. No obstante, los esperaba alguien, pues vivia en la ciudad un misionero sueco llamado Tomas Hamberg, que trabajaba para una sociedad alemana de publicaciones religiosas que se dedicaba a difundir traducciones de la Biblia al chino. Hamberg les dio una calida acogida y los alojo en el edificio del barrio aleman donde tenia su casa y su despacho. San los acompanaba como el siervo silencioso en que habia decidido convertirse. El dirigia a las personas contratadas para llevar el equipaje, lavaba la ropa de los misioneros, los atendia a cualquier hora del dia. Al mismo tiempo que guardaba silencio, siempre algo apartado de ellos, escuchaba cuanto se decia. Hamberg hablaba chino mejor que Elgstrand y Lodin, y, con el fin de que mejorasen su pronunciacion, el hombre solia hablar con ellos en esa lengua extranjera, extranjera para los tres. Detras de una puerta entreabierta, San escucho como Hamberg le preguntaba a Lodin por las circunstancias en que lo habian conocido. Lo que mas lo sorprendio y lo lleno de amargura fue oir que Hamberg prevenia a Lodin de que no se fiase demasiado de un sirviente chino.
Era la primera vez que San oia a un misionero decir algo negativo de un chino. En cualquier caso, resolvio que ni Elgstrand ni Lodin llegarian a adoptar el punto de vista de Hamberg. Ellos eran diferentes.
Despues de varias semanas de intensos preparativos abandonaron Canton y prosiguieron por la costa, y, finalmente por el rio Min Jiang, hacia Fuzhou, la ciudad de la Pagoda Blanca. Gracias a la intervencion de Hamberg