recibieron una carta de presentacion para el mandarin de la ciudad, que se habia mostrado benevolo con los misioneros cristianos. San vio con asombro como Elgstrand y Lodin se arrojaban al suelo sin dudar y daban con la frente en el suelo para saludar al mandarin. Este les habia permitido difundir su fe en la ciudad; y, tras varias pesquisas, encontraron un inmueble que se adaptaba a sus fines, una explanada rodeada de gran numero de casas.

El dia que se mudaron, Elgstrand y Lodin se arrodillaron y bendijeron el lugar sobre el que construirian su futuro. San tambien se arrodillo, pero no pronuncio la bendicion, sino que penso que aun no habia encontrado un lugar adecuado para enterrar el pie de Guo Si.

Le llevo varios meses, hasta que dio con un sitio junto al rio en el que el sol de la tarde ardia sobre los arboles y, muy despacio, iba transformando la tierra en una sombra. San visito el lugar varias veces y, alli sentado con la espalda apoyada contra una roca, sentia una paz inmensa. El rio fluia dulcemente pendiente abajo, e incluso en aquella epoca otonal crecian flores en las hundidas orillas.

Alli podria sentarse a conversar con sus hermanos. Alli ellos podrian sentir cercana su presencia. Alli podrian estar juntos. En aquel lugar se desdibujaria la frontera entre los vivos y los muertos.

Un dia, muy temprano por la manana, cuando nadie lo veia, se encamino al rio, cavo un hoyo bien profundo en la tierra y enterro en el el pie de su hermano y el pulgar de Liu. Volvio a cubrirlo de tierra y puso mucho cuidado en borrar cualquier rastro. Finalmente, saco una piedra que se habia traido de su largo viaje a traves de los desiertos americanos y la coloco encima de donde habia enterrado los huesos.

San penso que deberia rezar alguna de las oraciones que le habian ensenado los misioneros, pero puesto que Wu, que en cierto modo tambien estaba alli, no habia conocido al dios al que iban dirigidas las oraciones, no dijo mas que sus nombres. Les puso alas a sus espiritus y los dejo partir volando.

Elgstrand y Lodin desplegaron una energia sorprendente. San sentia cada vez mas respeto por su capacidad inquebrantable de suprimir todos los obstaculos y de convencer a la gente de que les ayudase a construir la ciudad misionera. Claro que tenian dinero. Era una condicion indispensable para realizar el trabajo. Elgstrand habia acordado con una naviera inglesa, cuyos barcos solian atracar en Fuzhou, que se encargase de los envios de dinero desde Suecia. A San le sorprendia que en ningun momento les preocupase que pudieran entrar ladrones que no dudarian en acabar con sus vidas por quedarse con lo que poseian. Elgstrand guardaba el dinero y las cosas de valor bajo la almohada de la cama cuando dormia. Si el o Lodin no se encontraban alli, San era el responsable.

En una ocasion, San conto en secreto el dinero que guardaban en un pequeno maletin de piel. Se quedo perplejo al comprobar la enorme suma. Por un instante tuvo la tentacion de llevarse el dinero y marcharse de alli. Podria llegar a Pekin y vivir de las rentas como un hombre rico.

La tentacion desaparecio tan pronto como penso en Guo Si y en los cuidados que los misioneros le habian dispensado durante sus ultimos dias.

El, por su parte, llevaba una vida con la que ni habia sonado. Tenia una habitacion con una cama, ropa limpia y no le faltaba comida. Del peldano mas infimo habia pasado a ser responsable de los distintos sirvientes que habia en la casa. Era estricto y energico, pero nunca les imponia un castigo fisico si alguno se equivocaba.

Pocas semanas despues de llegar, Elgstrand y Lodin abrieron las puertas de su casa e invitaron a entrar a cuantos sintieran curiosidad por oir lo que los extranjeros blancos tuviesen que revelarles. La explanada central se lleno hasta el punto de que no quedo un hueco libre. San, que se mantenia apartado, escuchaba como Elgstrand, con sus limitados recursos linguisticos, les hablaba de aquel dios extraordinario que habia enviado a su hijo para que lo crucificasen. Mientras tanto, Lodin iba pasando entre los asistentes estampas en color.

Cuando Elgstrand guardo silencio, todos se apresuraron a abandonar el lugar; pero al dia siguiente ocurrio lo mismo y la gente volvio o acudio acompanando a quien repetia. Toda la ciudad empezo a hablar de los extranos hombres blancos que se habian instalado a vivir entre ellos. Lo mas dificil de entender para los chinos era que Elgstrand y Lodin no se dedicasen a los negocios. No vendian mercancias ni querian comprar nada. Simplemente hablaban en su limitado chino sobre un dios que trataba a todos los seres humanos como si fuesen iguales.

Durante aquella primera epoca, los esfuerzos de los misioneros no conocieron limites. Sobre la puerta de acceso al patio habian colgado ya un tablero que, en chino, decia templo del dios verdadero. Parecia que los dos hombres no dormian nunca, siempre estaban trabajando. A veces, San los oia decir en chino la expresion «humillante idolatria», algo que habia que combatir. Se preguntaba como se atrevian a creer que conseguirian que los chinos abandonasen ideas y creencias que habian pervivido a lo largo de muchas generaciones. ?Como podria un dios que permitia que crucificasen a su hijo ofrecer a un chino consuelo espiritual o fuerza para vivir?

San tuvo mucho trabajo desde el dia en que llegaron a la ciudad. Cuando Elgstrand y Lodin encontraron la casa que se adaptaba a sus objetivos y le pagaron al propietario lo que pedia, San recibio el encargo de buscar personal de servicio. Puesto que eran muchos los que acudian alli a buscar trabajo, lo unico que tenia que hacer San era valorar al aspirante, preguntarle cuales eran sus meritos y utilizar su sentido comun para juzgar quien era el mas adecuado.

Una manana, semanas despues de que se hubiesen instalado, cuando San realizaba la primera de sus tareas, que consistia en retirar la tranca y abrir el pesado porton de madera, aparecio ante el una joven. Con la vista clavada en el suelo, le dijo que se llamaba Luo Qi. Procedia de un pequeno pueblo mas arriba del rio Mi, en las proximidades de Shuikou. Sus padres eran pobres y ella dejo el pueblo el dia que su padre decidio venderla como concubina a un hombre de Nanchang que tenia setenta anos. Le rogo a su padre que no lo hiciera, puesto que corria el rumor de que varias de las anteriores concubinas de aquel hombre habian muerto apaleadas una vez que el se habia cansado de ellas. Su padre se nego a cambiar de idea y ella huyo del pueblo. Un misionero aleman que habia llegado navegando por el rio hasta Gou Sihan le conto que habia una mision en Fuzhou donde ofrecian compasion cristiana a quien la necesitaba.

Cuando la mujer guardo silencio, San se quedo mirandola un buen rato. Le hizo algunas preguntas sobre lo que sabia hacer y la dejo entrar. Se quedaria unos dias de prueba, ayudando a las mujeres y al cocinero responsables de preparar la comida de la mision. Si todo iba bien, tal vez le ofreceria trabajo.

La alegria con que la joven acogio sus palabras lo conmovio. Jamas habia sonado con ejercer un poder tan grande, tener la posibilidad de proporcionar alegria a otra persona ofreciendole un trabajo y una salida por la que escapar a una miseria sin fin.

Qi cumplio bien sus tareas y San le permitio quedarse. Vivia con las demas sirvientas y pronto se hizo querer por todos, pues era una persona tranquila que nunca intentaba zafarse de las tareas. San solia quedarse mirandola mientras trabajaba en la cocina o cuando cruzaba el patio con paso presuroso para hacer algun recado. Sin embargo, nunca se dirigia a ella en un tono distinto al que usaba con los demas sirvientes.

Poco antes de Navidad, Elgstrand le pidio un dia que contratase a unos remeros y que alquilase una barcaza. Navegarian rio abajo para visitar un buque ingles que acababa de llegar de Londres. El consul britanico de Fuzhou le habia comunicado a Elgstrand que en el barco habia un paquete para la mision.

– Sera mejor que vengas conmigo -le dijo Elgstrand con una sonrisa-. Para recoger una bolsa llena de dinero necesito a mi hombre de confianza.

San encontro en el puerto un grupo de remeros que aceptaron el encargo. Al dia siguiente, Elgstrand y San subian a bordo. Un segundo antes, San le habia susurrado al oido que tal vez fuese mejor no decir una palabra de lo que iban a recoger de la embarcacion inglesa.

Elgstrand sonrio.

– Soy bastante confiado -admitio-, pero no tanto como crees.

Tres horas les llevo a los remeros alcanzar el barco ingles y varar a su lado. Elgstrand bajo por la escala junto con San. Un capitan calvo llamado John Dunn salio a recibirlos. Observo a los remeros con suma desconfianza antes de dedicarle una mirada displicente tambien a San, e hizo un comentario que este no comprendio. Elgstrand nego con un gesto y le explico a San que el capitan Dunn no tenia a los chinos en mucha consideracion.

– Considera que todos sois ladrones y estafadores -dijo Elgstrand entre risas-. Un dia entendera lo equivocado que esta.

El capitan Dunn y Elgstrand entraron en el camarote del primero. Minutos despues, Elgstrand regreso con un maletin de piel en la mano que, con un gesto ostentoso, le paso a San.

– El capitan Dunn piensa que estoy loco al confiar en ti. Es triste tener que admitir que el capitan Dunn es una persona extremadamente mezquina, que sabra mucho de barcos, vientos y oceanos, pero nada sobre el ser humano.

Volvieron a la barcaza con los remeros y, cuando llegaron a la mision, ya habia oscurecido. San le pago al jefe del grupo de remeros. Empezo a sentir miedo cuando se adentraron en los oscuros callejones. No podia acallar el

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