– ?Apartate de mi camino! -exclamo Macro con brusquedad.
– ?Alto! -respondio el esclavo con firmeza-. No se puede entrar sin autorizacion.
– ?Autorizacion? -Macro le devolvio una mirada fulminante-. ?Quien dice que necesito autorizacion, esclavo?
– Por aqui solo entran los esclavos de la cocina. Pruebe por la entrada principal del salon.
– ?Quien lo dice? -Son las ordenes que tengo, senor. Directamente de Narciso en persona.
– Narciso, ?eh? -Macro se le acerco y bajo la voz-. Tenemos que ver al legado de la segunda ahora mismo.
– No sin autorizacion, senor. -Vale, muy bien, ?quieres ver mi autorizacion? -Macro metio la mano izquierda en su portamonedas y en el instante en que los ojos del esclavo siguieron aquel gesto, el centurion le propino un tremendo gancho con la derecha. Al esclavo se le fue la mandibula hacia atras y cayo como un saco lleno de piedras. Macro se sacudio la mano al tiempo que miraba a la maltrecha figura que tenia a sus pies-. ?Que te parece esta autorizacion, bobo de mierda?
Los esclavos de la cocina observaban nerviosos al centurion.
– ?Volved al trabajo! -grito Macro-. ?Ahora! Antes de que recibais el mismo trato que el.
Por un momento no hubo ninguna reaccion y Macro dio unos pasos hacia el grupo de cocineros mas cercano mientras desenfundaba su espada lentamente. Volvieron al trabajo de inmediato. Macro echo un vistazo a su alrededor con el ceno fruncido, desafiando a todos los demas a que le retaran hasta que todos los cocineros volvieron a sus quehaceres.
– Vamos, Cato -dijo Macro con calma, y agacho la cabeza para cruzar la puerta hacia el gran salon. Cato lo siguio hacia las sombras, detras de un contrafuerte de piedra. Los envolvio una calida atmosfera viciada.
– Quedate aqui atras -ordeno Macro-. Necesito tantear el terreno.
Macro atisbo por el contrafuerte. El inmenso espacio estaba iluminado por innumerables lamparas de aceite y velas de sebo sujetas en enormes travesanos de madera que colgaban mediante poleas de las oscuras vigas que habia en lo alto. Bajo su luz ambarina, los cientos de invitados estaban tendidos sobre triclinios situados a lo largo de tres de los lados del salon. Ante ellos habia unas mesas repletas de la mejor gastronomia que los cocineros imperiales pudieron procurar. El vocerio de las conversaciones y las risas abrumaba a los cantantes griegos que se esforzaban por hacerse oir desde una tarima situada detras de la mesa principal, donde estaba recostado el emperador solo. En el espacio que quedaba entre las mesas habia un oso encadenado a un perno del suelo. El oso grunia y daba zarpazos a una jauria de perros de caza que daban vueltas a su alrededor y le mordian siempre que bajaba la guardia por algun lado. Uno de los perros fue alcanzado por una zarpa y, con un aullido agudo, salio volando por los aires y se estrello estrepitosamente contra una mesa. Comida, platos, copas y vino saltaron por los aires mientras que una de las invitadas daba un chillido de horror cuando la sangre le salpico la estola de color azul palido que llevaba.
Al tiempo que los rugidos de animo dirigidos al oso se iban apagando, Macro volvio la mirada hacia el contingente britano que estaba sentado a un lado del emperador. La mayor parte de los britanos habian sucumbido a la debilidad celta por la bebida y se mostraban escandalosos y torpes mientras daban gritos de entusiasmo ante la pelea de animales. Sin embargo, habia unos cuantos que estaban sentados en silencio, picando de la comida y observando el espectaculo con un desden apenas disimulado. En el triclinio mas proximo al emperador habia un joven britano que mordisqueaba una hogaza de pan en forma de trenza a la vez que -miraba fijamente al suelo que tenia delante, completamente ajeno a la atmosfera que imperaba en el banquete.
– Alli esta nuestro hombre… Belonio, quiero decir. -Macro le hizo un gesto con la mano a Cato para que se acercara--. ?Lo ves?
– Si, senor. -?Crees que deberiamos saltarle encima? -No, senor. Ya no tenemos pruebas. Tenemos que intentar hablar con el legado, o con Narciso.
– El liberto no se separa un momento de su amo, pero no veo al legado.
– Alli. -Con un gesto de la cabeza, Cato senalo hacia el otro lado del salon. Vespasiano tenia la cabeza vuelta hacia otro lado y besaba a su mujer. De pie detras de ellos estaba Lavinia, que reia alegremente mientras miraba al atormentado oso. Una hirviente mezcla de celosa aversion y recordado afecto le subio a Cato por la boca del estomago. Lavinia miro a un lado y sonrio. Cato siguio su mirada y vio a Vitelio, sentado con un grupo de oficiales del Estado Mayor enfrente de los britanos. El tribuno miraba por encima de su hombro y le devolvia la sonrisa a Lavinia, lo cual provoco que Cato apretara los punos y frunciera la boca.
– Alli esta Vitelio, junto al emperador -susurro Macro. -Ya lo he visto. -?Y ahora que? -Macro volvio a situarse detras del contrafuerte con cuidado y miro a su optio-. ?Narciso o Vespasiano?
– Vespasiano -decidio Cato inmediatamente-. Hay demasiados de esos guardaespaldas germanos alrededor de Narciso. No tendriamos oportunidad de que nuestro mensaje llegara a su destino a traves de todos esos. Esperemos a que sirvan el proximo plato y utilicemos a los camareros para acercarnos al legado sin que nos vean.
– ?Esperar? No podemos permitirnoslo. Esos de ahi fuera no tardaran en recuperar el valor para ir a buscar ayuda.
– Senor, ?que cree que ocurriria si nos descubren aqui sin invitacion ni autorizacion y armados?
– De acuerdo. Esperaremos un poco mas. Cuando se agacharon tras el contrafuerte, los salvajes grunidos y rugidos de la pelea de animales llegaron a un punto culminante. Los invitados al banquete daban gritos de entusiasmo y aullaban como si ellos tambien fueran bestias mientras el oso y los perros se destrozaban mutuamente con una furia espantosa. Con un ultimo aullido agudo que quedo ahogado de inmediato por el rugido triunfal del oso, la lucha llego a su fin y las ovaciones de la audiencia terminaron convirtiendose en ruidosas conversaciones. Cato se arriesgo a echar un vistazo tras el contrafuerte de piedra toscamente tallada y vio que una docena de fornidos britanos se llevaba con cadenas al oso, de cuyas fauces y numerosas heridas goteaba sangre. A sus destrozadas victimas las sacaron de alli arrastrandolas con unos ganchos.
Se oyo un fuerte batir de palmas proveniente del exterior del salon y las puertas se abrieron de golpe para dejar paso a docenas de esclavos imperiales que empezaron a circular por los lados del salon. ~?Vamos! -dijo Cato entre dientes al tiempo que le tiraba del brazo a Macro. Ambos se pusieron en pie y se unieron a los esclavos con disimulo, abriendose paso entre la multitud de artistas e invitados. A Cato le latia con fuerza el corazon, sentia frio y tenia miedo ante el espantoso riesgo que estaba corriendo. Si los descubrian, lo mas probable era que los mataran en el acto, antes de que tuvieran oportunidad de explicar su presencia. Cato vio a Lavinia de pie detras de sus amos. Un poco mas alla, Vitelio se habia levantado de su triclinio y le hizo senas a Lavinia. Con una rapida mirada para asegurarse de que su ama no miraba, esta corrio con ligereza hacia el tribuno. El corazon de Cato se endurecio al ver esto y tuvo que obligarse a apartar a Lavinia de su pensamiento.
Con Macro a su lado, Cato se escurrio entre el gentio y se coloco detras de Vespasiano. En ese preciso momento Flavia volvio la cabeza y fruncio el ceno al ver a los dos soldados entre los esclavos. Entonces sonrio al reconocer a Cato. Le tiro de la manga a su marido.
Al otro extremo del enorme salon, el jefe de camareros dio unas palmadas y los esclavos se acercaron a las repletas mesas de los invitados.
– Senor -dijo Cato en voz baja--. Senor, soy yo, Cato.
Vespasiano levanto la vista y tuvo exactamente la misma reaccion que su esposa.
– ?Que demonios ocurre, optio? ?Y tu, Macro? ?Que estas haciendo aqui?
– Senor, no hay tiempo para explicaciones -susurro Cato en tono apremiante. Vio que Vitelio tomaba a Lavinia de la mano y la conducia hacia la mesa del emperador-. El asesino sobre el que nos advirtio Adminio esta aqui.
– ?Aqui? -Vespasiano puso los pies en el suelo y se levanto-. ?Quien es?
– Belonio.
Los ojos del legado se dirigieron instantaneamente hacia el grupo de britanos, que en aquel momento estaban todos borrachos y dando gritos, todos excepto Belonio. El tambien estaba de pie con una mano escondida entre los pliegues de su tunica.
– ?Como sabes que es el? -Giro sobre sus talones para mirar a Cato-. ?Rapido!
En la mesa del emperador, Claudio se relamia mientras recorria con la mirada a la atractiva esclava que tenia ante el. Lejos de estar nerviosa por la perspectiva de ser presentada a su emperador, la chica sonreia con timidez.
– ?Que mujer! -exclamo Claudio apreciativamente. -Ya lo creo, Cesar -coincidio Vitelio-. Y es muy servicial. -No