lo dudo. -Claudio le sonrio a Lavinia-. ?Y de verdad estas dispuesta a entregarte a tu emperador?

Lavinia fruncio el ceno y se volvio hacia Vitelio con inquietud, pero el tribuno miraba fijamente hacia delante, totalmente indiferente ante las insinuaciones del emperador.

– ?Y bien, jo-jovencita? Vitelio dirigio una rapida mirada hacia los invitados tribales y luego se volvio hacia su emperador.

– Tal vez al Cesar le gustaria echar un vistazo mas de cerca a la mercancia.

Sin previo aviso, agarro la tunica de Lavinia por los hombros y le dio un fuerte tiron hacia abajo hasta dejar sus pechos al descubierto. Lavinia dio un grito y se resistio, pero Vitelio la sujeto con fuerza. Todas las miradas se volvieron hacia ellos.

Hubo un repentino movimiento a la derecha del emperador cuando Belonio salio disparado de repente y echo a correr hacia el, con una daga que brillaba en su mano bajada. Cato fue el primero en reaccionar: de un salto se subio a la mesa que habia frente a su legado y se precipito por el salon hacia Belonio.

– ?Detenedle! -grito Cato. Belonio lanzo una mirada de reojo, con los ojos encendidos de un fanatico y un grunido con el que enseno los dientes, y siguio corriendo hacia el emperador. Cato se precipito de cabeza sobre el asesino y lo agarro de la pierna. Sujetandola con fuerza, consiguio derribar a Belonio. Ambos cayeron hacia delante, pero Cato volvio a asir rapidamente al otro y le clavo los dedos por un momento antes de que Belonio pegara una patada con el pie que tenia libre, la cual impacto de lleno en la cara del optio. Cato solto la mano instintivamente y Belonio se zafo, se puso en pie apresuradamente y volvio a lanzarse hacia el emperador.

Los guardaespaldas germanos, que se habian distraido momentaneamente con la exhibicion de Lavinia por parte de Vitelio, corrieron a situarse entre su senor y Belonio. Claudio tenia las manos levantadas para taparse la cara y profirio un grito tembloroso. El britano siguio corriendo, con la daga preparada en la mano y sin levantar el brazo, directo hacia el emperador. Cuando alcanzo al primer guardaespaldas, el germano se echo hacia atras y le pego al britano con el escudo en la cabeza. Belonio se estrello contra el suelo de piedra.

– ?Guardias! -grito Narciso-. ?Guardias! Vitelio solo tardo un segundo en darse cuenta de que el asesino habia fallado. Le arrebato la daga del cinturon a uno de los guardaespaldas y el mismo se echo encima del britano. Los guardias se estaban acercando pero, cuando llegaron alli, todo habia terminado. Vitelio se levanto y se quedo de rodillas, con la mejilla y la parte delantera de su tunica manchadas de sangre. Belonio yacia a sus pies, muerto, con el mango de la daga del guardaespaldas asomandole por debajo de la barbilla. La hoja le habia atravesado el cuello y se habia clavado en su cerebro, y los ojos se le salian de las orbitas, con una expresion de sorpresa. Un hilo de sangre oscura se formo en la comisura de su boca abierta y le bajo por la mejilla.

El britano tenia en la mano la empunadura enjoyada de la daga celta que Lavinia habia introducido a escondidas en el salon. Ella bajo la vista hacia la daga, luego miro a Vitelio con una expresion de terror y retrocedio poco a poco, apartandose de el, al tiempo que apretaba la estropeada tunica contra su pecho.

Los guardaespaldas avanzaron con las armas desenfundadas. Desde el otro extremo, los invitados a la cena y los esclavos que la servian se precipitaron hacia alli para verlo mejor. Cato se puso en pie y se encontro rodeado de personas que se agolpaban. Miro a su alrededor y vio que Claudio estaba a salvo. Narciso rodeaba al emperador con un brazo y gritaba ordenes para que despejaran el salon. Cato volvio la cabeza y busco con la mirada a Lavinia, preocupado. Entonces la vio forcejeando con Vitelio, que la tenia agarrada e intentaba llevarsela a un lado.

Los guardaespaldas del emperador obligaban a la muchedumbre a alejarse de Claudio a punta de espada. A la vista de las armas se oyeron gritos de panico y la multitud retrocedio,, arrastrando a Cato, que perdio de vista al tribuno y a Lavinia. Alguien le agarro del brazo con fuerza, le hizo dar la vuelta y se encontro frente a Macro.

– ?Salgamos de aqui! -grito Macro-. Antes de que llegue la guardia pretoriana y algun idiota empiece una masacre.

– ?No! ?Antes tengo que encontrar a Lavinia!

– ?A Lavinia? ?Y para que demonios quieres encontrarla? ?Creia que esa puta colaboraba con Vitelio!

– ?No voy a abandonarla, senor! -Ya la buscaras despues. Ahora vamonos. -?No! -Cato se solto de un tiron y avanzo a empujones en direccion al lugar donde habia visto a Lavinia forcejeando con Vitelio. Sin hacer caso de la gente que lo rodeaba, Cato se abrio camino a la fuerza. A sus espaldas oyo que Macro lo llamaba y le gritaba enojado que saliera del salon. Entonces, justo delante de el, una mujer dio un chillido y, por entre el gentio, vio a Vitelio empapado de sangre y sosteniendo un cuchillo del que caian gotas carmesies. Su mirada se cruzo con la de Cato y fruncio el ceno. Entonces Vitelio echo un vistazo a los rostros aterrorizados que lo rodeaban, le sonrio una vez a Cato, retrocedio hacia donde estaban los guardias del emperador y, una vez alli, dejo caer el cuchillo y levanto las manos. Claudio lo vio y al instante fue corriendo hacia el y lo tomo de las manos, con una radiante sonrisa de gratitud en su rostro.

Cato siguio adelante a empellones, esforzandose por vislumbrar a Lavinia. Se le engancho el pie en algo y estuvo a punto de tropezar. Al mirar al suelo vio que lo tenia atrapado entre los pliegues de una tunica. La tunica envolvia la figura inmovil de una mujer que estaba tendida en el suelo sobre un charco de sangre que se extendia y apelmazaba los largos mechones de oscuro cabello. Cato sintio que un escalofrio de horror le recorria el cuerpo.

– ?Lavinia?

La apinada muchedumbre se arremolinaba y se apretujaba por todas partes y Cato se arrodillo junto al cuerpo y le aparto el pelo de la cara con mano temblorosa. Los ojos sin vida de Lavinia estaban abiertos, sus pupilas grandes y oscuras, su boca ligeramente abierta que revelaba unos dientes blancos. Por debajo de la barbilla tenia un corte tan profundo en el cuello que a traves de los tendones y arterias cercenadas se veia el hueso.

– Oh, no… ?No! -?Cato! -le bramo Macro al oido cuando al fin pudo abrirse paso hasta su optio-. Vamos… ?Oh, mierda!

Durante un breve momento ninguno de los dos se movio y entonces Macro volvio a ponerse en movimiento rapidamente y con brutalidad obligo a Cato a ponerse en pie.

– Esta muerta. Muerta, ?entiendes lo que te digo? Cato movio la cabeza afirmativamente. -Debemos irnos. ?Ahora! Cato se dejo arrastrar por Macro dentro de la multitud presa del panico; el centurion apartaba a la gente a patadas y empujones en su desesperado intento por sacarlos a ambos del salon antes de que la guardia pretoriana se sumara a la confusion.

– ?Rapido! -Macro agarro a Cato del brazo y tiro de el en direccion a la entrada lateral mas proxima-. ?Por aqui!

Apenas consciente de lo que ocurria, Cato noto que lo empujaban fuera del salon y la ultima imagen que ardio en su mente fue la del emperador estrechando a Vitelio entre sus brazos como su salvador.

Lavinia habia muerto y Vitelio era un heroe. Lavinia habia muerto asesinada por Vitelio. Cato se llevo la mano a la daga. Sus dedos se tropezaron con el mango y lo cineron con fuerza.

– ?No! -le bramo Macro al oido, con dureza-. ?No, Cato! ?No vale la pena!

Macro lo alejo, a rastras, del gentio que gritaba y chillaba y lo empujo por la pequena puerta lateral.

Una vez fuera del edificio, Macro se llevo a Cato hacia las sombras justo cuando los primeros pretorianos entraban en tropel en el salon y empezaban a reunir a los esclavos. Gritos y chillidos se alzaron en el aire.

Cato inclino la cabeza hacia atras y la apoyo contra la tosca pared de piedra. Sobre el, en las alturas, sin que los lamentables detalles de la existencia humana lo molestaran o preocuparan, se hallaba el firmamento, con una placida reunion de estrellas rutilantes. Pero tenia un aspecto muy frio, mas frio incluso que la desesperacion que, como si fuera un torno, le oprimia el corazon y le aplastaba toda voluntad de vivir.

– Venga, muchacho. Cato abrio los ojos y parpadeo tratando de contener las lagrimas. La figura de Macro, oscurecida contra las estrellas, se erguia por encima de el con la mano extendida. Por un momento Cato quiso quedarse alli, que los pretorianos lo descubrieran con su cuchillo y acabaran rapidamente con su agonia.

– Ella esta muerta, Cato. Tu aun sigues vivo. ?Asi son las cosas! ?Y ahora, vamos!

Cato dejo que lo pusiera en pie. Con un suave empujon, Macro lo alejo del salon de vuelta a la seguridad del campamento de la segunda legion.

CAPITULO LIV

Algunos dias despues, el emperador abandono la isla para regresar a Roma. Narciso habia recibido la noticia de que, en ausencia de Claudio, algunos de los senadores habian empezado a cuestionar por lo bajo la idoneidad del

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