emperador para su puesto. Si hubieran dejado pasar el tiempo, aquellos timidos comentarios bien podrian llegar a hacerse oir. Era el momento oportuno para volver a la capital. Sin demora, se mando llamar a la armada para que se dirigiera rio arriba hasta Camuloduno y el bagaje imperial se cargo a toda prisa bajo cubierta. Habia una larga hilera de barcos de guerra amarrados a lo largo del rudimentario muelle y los esclavos sudorosos corrian de aqui para alla por las pasarelas, animados por los sobrecargos del emperador, que manejaban las varas con su habitual falta de comedimiento.
No todos los miembros del sequito del emperador iban a abandonar Britania. A Flavia y a algunas de las esposas de los demas oficiales les habian dado permiso para pasar el otono y el invierno con sus maridos antes de volver a Roma a comienzos de la proxima temporada de campana. A Flavia no le hacia ninguna gracia tener que pasar otro gelido invierno mas en el inclemente extremo septentrional del Imperio. Britania no era un lugar apropiado para dar a luz al hijo que esperaba. En cierto modo esperaba que Vespasiano declinara su ofrecimiento y la mandara de vuelta a Roma con Tito. Pero se habia empenado en que se quedara con el y le hizo notar que no debia viajar en su estado. En su fuero interno, lo que queria era alejarla de las peligrosas intrigas politicas de Roma, mantenerla fuera del alcance de la influencia de los Libertadores.
La manana de la partida oficial amanecio con un cielo despejado y una ligera brisa. Bajo el aire fresco y la palida luz, los soldados de la segunda legion se levantaron temprano en sus tiendas empapadas de rocio para tomar un rapido desayuno y prepararse para las ceremonias del dia. A la segunda se le habia concedido el honor de escoltar al emperador desde el campamento, pasando por Camuloduno, hacia el muelle donde embarcaria en su nave capitana. Tenian que llevar las vestiduras ceremoniales completas y a todos los soldados les habian dado las cimeras de rigida crin de color rojo para los cascos. Todas las piezas del equipo tenian que estar inmaculadas y los centuriones realizaron una minuciosa inspeccion de los hombres de sus centurias antes de conducirlos a la plaza de armas, donde la legion estaba formando.
Los estandartes ondeaban con la brisa y las capas de color escarlata de los oficiales se agitaban a sus espaldas mientras la legion permanecia en posicion de descanso y esperaba en silencio el inicio de la procesion. Plinio volvia a ser tribuno superior ahora que Claudio habia interrumpido el servicio de Vitelio como tribuno para que pudiera regresar a Roma con el y ser presentado en la capital como el hombre que habia salvado al emperador del cuchillo de un asesino. Mucho mas atras en las filas de la legion se encontraba Cato, a un paso de distancia por el lado y a uno por detras de su centurion. Habian pasado varios dias tras el banquete y todavia estaba atontado por los acontecimientos de aquella noche, obsesionado con la imagen de Lavinia, muerta, tendida sobre su propia sangre. Aunque lo habia abandonado por Vitelio y habia pagado el terrible precio que era parte inevitable de tener una relacion demasiado estrecha con el tribuno, Cato no podia evitar pensar en que el tambien habia tenido algo que ver en su muerte. Macro no estaba tan circunspecto y, aunque no llego tan lejos como para decir abiertamente que Lavinia habia recibido lo que se merecia, su falta de compasion por la esclava era muy evidente. En consecuencia y muy a pesar de ambos, se habia interpuesto entre ellos una fria formalidad, y permanecian en silencio mientras los demas soldados de la centuria charlaban alegremente.
El buen humor ceso de pronto cuando la alta cimera de un oficial superior se acerco. Se abrio un hueco entre las filas y Vespasiano se abrio camino entre sus hombres hacia Macro.
– ?Centurion! Quisiera hablar contigo y con el optio en privado, por favor.
– Si, senor. El legado fue delante, se alejo de la densa masa de legionarios y se detuvo cuando tuvo la certeza de que no podrian oirles. Se volvio hacia sus subordinados.
– ?Habeis cambiado de opinion acerca del asunto que estuvimos discutiendo? Esta es vuestra ultima oportunidad.
– No, senor -respondio Macro con firmeza. -Centurion, el hecho de que tuvierais un papel decisivo en salvarle la vida al emperador podria beneficiar vuestras carreras. Si Cato no hubiera detenido a ese asesino, dudo que nadie hubiera reaccionado a tiempo para salvar a Claudio.
Incluso ahora, la gente todavia esta tratando de descubrir la identidad del hombre que se enfrento primero a ese britano.
Si quieres, Cato, puedo hallar una forma discreta de asegurarme de que tus esfuerzos se vean recompensados.
– No, gracias senor. -Cato dijo que no moviendo cansinamente la cabeza--. Es demasiado tarde, senor. Usted vio como el emperador abrazaba a Vitelio en el instante en que se frustro el intento de asesinato. Ha encontrado a su heroe. Para nosotros seria peligroso reivindicar que participamos en su salvacion. Estariamos muertos antes de que nos diera tiempo a beneficiarnos de la hazana. Sabe que es cierto, senor.
Vespasiano se quedo mirando al optio y asintio con un lento movimiento de la cabeza.
– Tienes razon, por supuesto. Yo solo queria ver que se hacia justicia.
Cato dio un bufido desdenoso ante la idea de que hubiese justicia en ese mundo y su centurion se puso rigido, preocupado por aquella afrenta al comandante de la legion.
– Muy bien. -El tono de Vespasiano era gelido-. Sera mejor que volvais con vuestros hombres.
Con las primeras cinco cohortes en cabeza, el emperador y su Estado Mayor avanzaron a traves de Camuloduno hacia el muelle. A su lado cabalgaba Vitelio, que, respondia gentilmente a las ovaciones de los legionarios alineados a lo largo de todo el trayecto cada vez que el emperador hacia un gesto hacia su nuevo favorito. Tras ellos iba Narciso, con sus frios ojos clavados en Vitelio mientras consideraba sus opciones en silencio.
En el muelle las cohortes se desplegaron a ambos lados y las cimeras rojas de la segunda legion formaron una linea que se extendia a lo largo de toda la hilera de almacenes. El emperador desmonto, embarco en la nave capitana y, desde una plataforma situada en la parte trasera de la embarcacion, inclino la cabeza cuando Vespasiano exhorto a sus soldados a lanzar un coro de vitores por el emperador y la gloria de Roma. Mientras el espacio entre el bao dorado del barco y la mamposteria toscamente tallada del muelle se ensanchaba, los gritos de los legionarios siguieron resonando por el rio. El general Plautio condujo su caballo junto a Vespasiano.
– Parece que nuestro emperador tendra su triunfo despues de todo.
– Si, senor. -Aunque, por supuesto, lamentamos ver que nuestro emperador regresa a Roma, me da la impresion de que este ejercito se alegrara de prescindir del beneficio de su genialidad tactica.
Vespasiano sonrio. -Si, senor. Observaron como las hileras de remos del buque insignia surgian del interior del casco y luego, todos a la vez, descendian y se introducian en el agua. El barco se puso en marcha y empezo a deslizarse rio abajo hacia el mar, seguido muy de cerca por su escolta de trirremes.
– Bueno, ya se ha terminado la campana, al menos por este ano -anuncio Plautio-. Yo no se tu, pero a mi me vendria muy bien un largo descanso antes de emprenderla otra vez con los britanos.
– Se exactamente como se siente, senor.
– Sera mejor que lo aproveches, Vespasiano. En cuanto llegue la primavera la segunda tendra que estar preparada para soportar una dura prueba.
Vespasiano volvio la cabeza y dirigio una severa mirada al general.
– Pense que podria interesarte. El ano que viene, mientras las otras tres legiones siguen avanzando hacia el corazon de esta isla sumida en la ignorancia, he asignado a la segunda la tarea mas ardua de todas: recorrereis la costa sur y obligareis a someterse al dominio romano a todas las tribus que todavia no lo hayan hecho. Aun tenemos un aliado en quien podemos confiar en esas regiones: Cogidubno. El os proporcionara una base de operaciones y actuareis conjuntamente con la flota del canal para asegurar las tierras del oeste. Sin duda estaras encantado con la perspectiva de un mando independiente.
Vespasiano intento no sonreir y asintio con la cabeza con gravedad.
– Bien. Estoy seguro de que haras un buen trabajo. Concienciate, Vespasiano, de que se trata de esa clase de servicios que lanzan a los soldados hacia grandes carreras profesionales.
En cuanto el buque insignia hubo rodeado el recodo del rio, se dio la orden a la segunda legion para que se retirara.
Las cohortes se alejaron del muelle con paso firme, de vuelta al campamento pasando por Camuloduno. Macro habia visto el odio salvaje en los ojos de Cato mientras observaban como Vitelio se regodeaba en el esplendor del emperador sobre la cubierta del buque insignia. Tal vez pareciera fingido, pero Macro habia visto suficiente mundo como para saber que aquella era la clase de furia que carcomia el corazon de los hombres y los conducia por el sendero de una paulatina autodestruccion. A Cato le hacia muchisima falta algun tipo de diversion y Macro decidio que el era la persona adecuada para proporcionarsela.
– ?Te apetece ir a la ciudad a beber algo esta noche? -?Senor? -He dicho que esta noche iremos a tomar una