marcaba en su rostro al reflejarse una y otra vez en el espejo ovalado que habia sobre el tocador.

Habia llegado a Resurreccion Dos, a Amsterdam, hacia poco mas de dos semanas para hacer un trabajo vital y descubrir por si mismo el significado de la fe. Sin embargo, habia empleado la mitad de su tiempo y se las habia arreglado para viajar a Roma en un momento de climax haciendo un esfuerzo por aniquilar la unica cosa en la que podria creer.

Habia comenzado con el defecto descubierto por Bogardus. Tal vez esta pesquisa exterminadora habia sobrevivido a causa del defecto de Randall. Su defecto, como Angela lo habia senalado, y como se lo habian dicho todos aquellos que habian estado cerca de el, en un momento o en otro, era el de un infatigable escepticismo. Asi que esta caceria era una locura, a menos que su razonamiento fuera honesto. Y su razonamiento era que para tener fe, uno no debe basarse en una creencia mistica incuestionable. Hay que conocer la realidad tangible.

Y asi, finalmente, todo recayo sobre la persona de Robert Lebrun. De una forma o de otra, en Lebrun estaba la ultima respuesta.

Esos habian sido sus pensamientos mientras estuvo en su habitacion. Y esos eran todavia sus pensamientos ahora, al sentarse una vez mas a una mesa en el cafe Doney, displicente e incomodo. Ya no sabia si deseaba que Lebrun apareciera o no. De lo unico que estaba seguro era que deseaba que este encuentro crucial ya hubiera concluido.

Era cuando menos la decima vez, durante el pasado cuarto de hora, que veia en su reloj de pulsera las lentas manecillas sobre la caratula. Eran las cinco y seis minutos. Tomo otro sorbo de su Dubonnet y, al hacerlo, por el rabillo del ojo vio a Julio, el encargado, deslizandose hacia el.

Julio le hablo en voz baja.

– Senor Randall, aqui esta.

– ?Donde?

– Detras de mi, en esta fila, en la tercera mesa a mis espaldas. Usted lo reconocera.

Julio se hizo a un lado, y Randall giro la cabeza.

Alli estaba, tal como De Vroome lo habia descrito, pero aun mas marcados todos los rasgos. Parecia mas pequeno, mas jorobado de lo que Randall esperaba. Aseado cabello castano, seguramente tenido. Sus rasgos esqueleticos, corroidos por la edad, eran puras arrugas y oquedades. Sus anteojos de redondos arillos de acero tenian cristales oscuros. Una raida chaqueta de gabardina echada sobre los hombros, con las mangas colgando vacias, al estilo de los italianos que andaban a la moda y los jovenes aspirantes a actores. Se veia venerable y anticuado, pero no achacoso. Una solitaria bebida se hallaba frente a el. Estaba absorto en un periodico.

Rapidamente, Randall se levanto de su mesa.

Al llegar a su destino, tomo la silla libre que estaba frente al ocupante de la mesa y deliberadamente se sento en ella.

– Monsieur Robert Lebrun -dijo-, espero que me permitira el placer de presentarme y ofrecerle un trago.

La arrugada cara de Lebrun asomo por encima del periodico, y sus hundidos ojos grises lo miraron con cautela. Sus labios humedos y babosos se abrieron para mostrar una dentadura postiza mal ajustada.

– ?Quien es usted? -gruno.

– Mi nombre es Steven Randall. Soy un publirrelacionista de Nueva York. He estado esperando aqui para verlo.

– ?Que quiere usted? -dijo Lebrun-. ?Donde oyo ese nombre?

Los modales del frances eran todo menos cordiales, asi que Randall comprendio que debia trabajar de prisa.

– Entiendo que usted fue una vez amigo del profesor Monti, que estaban asociados en una empresa arqueologica.

– ?Monti? ?Que sabe usted de Monti?

– Soy amigo intimo de una de sus hijas. De hecho, ayer vi a Monti.

Lebrun se intereso al instante, pero se mantuvo en guardia.

– ?Que vio a Monti, dice usted? Entonces digame donde lo vio.

«De acuerdo -penso Randall-, la primera prueba.»

– Esta en la Villa Bellavista. Lo visite, hable con el y con su medico, el doctor Venturi -Randall titubeo y luego se lanzo a la segunda prueba-. Se algo acerca de la colaboracion de usted con el profesor Monti, del descubrimiento de Ostia Antica.

Los hundidos ojos se clavaron en Randall. La boca fofa se movia humedamente.

– ?Le hablo a usted de mi?

– No precisamente. No de una manera directa. En realidad, su memoria esta deteriorada.

– Prosiga.

– Pero me dieron acceso confidencial a sus papeles privados, todos los documentos que tenia en su posesion cuando se entrevisto con usted aqui en el Doney hace mas de un ano.

– Asi que usted sabe acerca de eso.

– Lo se, Monsieur Lebrun. Eso y mas. Mi curiosidad como publicista fue comprensiblemente estimulada, asi que me esforce por localizarlo a usted. Queria hablarle amistosamente, con la esperanza de que lo que yo tenga que decir resulte beneficioso para ambos.

Lebrun se subio los anteojos sobre el puente nasal y se restrego la barba erizada que le crecia sobre el largo menton, mientras trataba de llegar a alguna decision con respecto a este extrano. Parecia impresionado, pero cauteloso.

– ?Como puedo estar seguro de que no me esta mintiendo?

– ?Acerca de que?.

– De que vio a Monti. Hay tantos charlatanes en todas partes. ?Como puedo estar seguro?

Ese era un obstaculo.

– No se que prueba puedo ofrecerle a usted -dijo Randall-. Vi a Monti, hablamos largamente… de cosas insensatas la mayor parte del tiempo… y… bueno, ?que puedo repetirle?

– Debo estar seguro de que usted lo vio -insistio el viejo tenazmente.

– Pero si lo vi. Incluso me dio…

Recordando de pronto lo que habia metido en el bolsillo de su chaqueta al salir de su habitacion, Randall extrajo la hoja de papel y la desdoblo sobre la mesa. No tenia idea de lo que esto significaria para Lebrun, pero era todo lo que tenia de Monti. Puso el papel frente a Lebrun.

– Monti hizo este dibujo, un pez arponeado, y me lo dio como un regalo de despedida. Yo no se si significa algo para usted, pero me lo dibujo y me lo dio. Esta es la unica cosa que puedo mostrarle, Monsieur Lebrun.

El dibujo parecio tener un efecto saludable en Lebrun. Sosteniendolo a corta distancia de sus ojos (de un ojo, en realidad, porque ahora Randall se daba cuenta de que el otro ojo del viejo estaba velado por una catarata), Lebrun lo examino y se lo devolvio.

– Si, me es familiar.

– ?Esta usted satisfecho entonces?

– Estoy satisfecho en cuanto a que este es un dibujo que yo solia hacer a menudo.

– ?Usted? -dijo Randall, tomado por sorpresa.

– El pez. La cristiandad. El arpon. La muerte de la cristiandad. Mi deseo -reflexiono brevemente-. No me sorprende que Monti lo haya tomado. Su ultimo recuerdo. Yo traicione a la cristiandad y a Monti. Mi muerte es su deseo. Esto es, si es que el lo dibujo.

– ?Como podria alguien mas saber acerca de esto? -inquirio Randall.

– Tal vez su hija.

– Ella no lo ha visto en su sano juicio desde la ultima entrevista que el sostuvo con usted.

El frances fruncio el ceno.

– Quiza. Si usted vio a Monti, ?hizo el alguna alusion a mi… o a mi trabajo?

Randall se sentia desvalido.

– No, no hablo de usted. En cuanto a su trabajo… ?se refiere usted al Evangelio segun Santiago y al Pergamino de Petronio?

Lebrun no respondio.

Randall dijo apresuradamente:

– El se creyo Santiago, el hermano de Jesus. Comenzo a recitar, en ingles, palabra por palabra, lo que estaba

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