como esclavos de las seis de la manana a las seis de la tarde, derribando arboles en los bosques y siendo enjaezados como caballos, para arrastrar los maderos hasta la aldea. Fue alli, a St. Jean, a donde fui enviado, y ese fue el milagro que me dio una razon para vivir.

– ?Encontro una razon para vivir? ?En un hoyo infernal como ese?

– Si, en virtud del lugar especial que habia en el claro -dijo Lebrun-. Le mencione una cabana especial, ?o no?

– Asi fue.

– Era la iglesia del campamento… la unica iglesia de cuya existencia supe en la colonia penal, sin contar la capilla que estaba en la Isla Royale y que no se usaba -dijo Lebrun-. Esa iglesia era una cabana levantada sobre pilotes. Salvo por el techo de madera a dos aguas, su construccion era de piedra, con cinco ventanas en cada muro lateral. No era para uso de los prisioneros, naturalmente, sino un lugar de culto para los guardias extranjeros y los administradores franceses y sus esposas. Tambien habia un dedicado sacerdote… -Lebrun se detuvo, evocando un recuerdo del clerigo, y finalmente hablo de nuevo-: Su nombre era Paquin, Pere Paquin, un delgado, anemico y muy devoto padre frances de Lyon, que estaba a cargo de la iglesia de St. Jean. Ademas, visitaba a los prisioneros que estaban en el hospital, y ocasionalmente veia a los de la otra prision del continente y a los de las islas.

– ?Quiere usted decir que el era el unico clerigo en toda la colonia penal?

– El unico -dijo Lebrun. Reflexiono un momento y luego se corrigio a si mismo-. No, cuando yo llegue habia otros. Vera usted, la colonia penal de la Guayana habia existido durante un siglo y al principio habia jesuitas, pero mas tarde fueron sustituidos por miembros de la orden francesa de la Congregacion del Espiritu Santo, de Paris. Cuando yo llegue a la Guayana habia un vicario apostolico, algo asi como un obispo, que residia en la capital, en Cayena, y que respondia ante el Vaticano. El vicario tenia bajo su ferula a curas que dirigian las actividades religiosas en las once parroquias de la Guayana francesa. Pero tres anos despues, en el tiempo del que hablo, fueron expulsados todos, excepto uno. Solo se quedo Pere Paquin.

– ?Por que echaron a los clerigos?

– Porque, como me dijo una vez el cura, decidieron ayudar a la desheredada grey de la Guayana -asi nos llamaban-, iniciando una cruzada internacional de oraciones para atraer la atencion sobre la terrible situacion de los convictos. El Gobierno frances se sintio hostilizado, hizo volver a los clerigos, se opuso a la actividad religiosa y unicamente permitio que se quedara un cura.

– ?El padre Paquin?

– Si -dijo Lebrun-. Y tenia su cabana eclesiastica en St. Jean. Puesto que su iglesia no estaba decorada ni amueblada, salvo por el altar y algunos bancos de madera, el cura Paquin un dia decidio mejorarla. Queria poner vitrales emplomados y pinturas sagradas en los muros para hacer el santuario mas espiritual y atractivo. Necesitaba de los servicios de un artista, y oyo decir que yo era el unico que lo habia sido de entre los ocho mil prisioneros que habia en la colonia penal. Asi que solicito que se me transfiriera de la Isla St. Joseph a St. Jean, en el continente. Desde luego, yo no era artista ni lo habia sido nunca, salvo por haber grabado retratos de La Belle France en billetes de Banco falsos. Pero el hecho de que se supiera que yo habia falsificado una Biblia medieval iluminada, hizo que los oficiales me recomendaran. Mi cambio, de estar bajo la custodia de los brutales guardias de la isla al encargo de asistir a ese cura, fue tan estupendo que me parecio increible.

– ?En que sentido? -inquirio Randall.

– El padre Paquin, aparte de su fanatismo religioso, era un hombre razonable y bueno conmigo, y apreciaba mis talentos creativos. Yo ya no vivia aterrorizado. Fui tratado con amabilidad. Se me dio atencion medica, uniformes limpios de prision y alimentos un poco mejores. Toda vez que yo no era realmente un artista consumado, sugeri que los nuevos vitrales fueran decorados con citas en griego o latin del Nuevo Testamento, y que los muros de la cabana fueran pintados con antiguos simbolos cristianos como el pescado y el cordero, y muchos mas. El cura estaba entusiasmado y me consiguio una considerable biblioteca de libros de referencia; varias versiones de la Biblia, gramaticas latina, griega y aramea, historias ilustradas de la primera Iglesia, y volumenes similares. Yo devoraba cada libro, absorbia cada palabra, no una ni dos veces, sino interminablemente. Me pase un ano decorando la iglesia, que fue muy elogiada por los visitantes. El padre Paquin estaba orgulloso de su cabana y de mi. A lo largo de todo ese lapso, casi sin darme cuenta, estaba yo siendo convertido al cristianismo. Bajo la orientacion del cura, aprendi que la paz y la esperanza para mi estaban en Dios, en Su Hijo, en la bondad y en el amor. Por primera vez en tres anos de injusticia sufrida en el infierno, vislumbre la decencia sobre la Tierra y quise vivir de nuevo, regresar a mi patria y volver a ser humano otra vez. Pero estaba yo condenado a la colonia penal hasta la muerte… sin embargo, gracias a ese sacerdote, yo sentia el deseo de vivir. Entonces surgio la oportunidad.

– ?La oportunidad de que?

– De ser perdonado. De quedar libre.

Lebrun hizo una pausa para apurar otro sorbo de su whisky sour y luego reanudo su relato.

– Era 1915, y toda Europa estaba trenzada en combate, en el temprano derramamiento de sangre de la Primera Guerra Mundial -estaba diciendo Lebrun-. El director de la Administracion Penal congrego a los condamnes, los convictos con sentencias mas cortas, y a algunos de los relegues, los de cadena perpetua, los incorregibles, pero los que habian mostrado buena conducta, y yo era uno de ellos, puesto que habia estado bajo la tutela del sacerdote. Se nos dijo que si nos alistabamos como voluntarios en un batallon especial del Ejercito frances, para servir como soldados de infanteria en el frente occidental de Europa contra los hungaros, se nos tendria consideracion y se nos otorgaria indulgencia al termino de la guerra. Todo fue ambiguo, impreciso, y pocos accedieron a ofrecerse. Mi cura, el padre Paquin, no podia entender por que yo no habia aprovechado esa oportunidad, y le respondi que lo habia discutido con mis companeros y que ninguno de nosotros deseaba arriesgarse a que le volaran la cabeza sin una garantia de recompensa. Mi sacerdote amigo consulto con las autoridades y volvio a mi con una oferta positiva. Si yo me prestaba voluntariamente a combatir por Francia, y si lograba persuadir a otros convictos de que tambien lo hicieran, el Ministerio de la Guerra de Francia nos garantizaria la amnistia y la libertad la semana misma en que acabara la contienda. «De hecho -me prometio el padre Paquin-, como siervo de Nuestro Senor, en nombre de Jesus el Salvador, tienes mi compromiso personal de ver que se cumpla la promesa del Gobierno. Tienes mi palabra de que si te alistas como voluntario para combatir, seras perdonado y se te devolvera la ciudadania y la libertad. Te doy mi palabra, no solo en nombre del Gobierno frances, sino tambien en el de la Iglesia.» Eso fue suficiente para mi… y, en parte a traves de mi persuasion, lo fue igualmente para los otros. El Gobierno era una cosa. Pero el cura y la Iglesia eran infalibles y dignos de fe. Asi que, junto con otros convictos, me aliste como voluntario en el Ejercito.

A Randall le parecio increible.

– Monsieur Lebrun, ?me esta usted diciendo que la colonia penal de la Isla del Diablo formo una unidad especial que fue enviada a Francia para pelear contra los alemanes?

– Exactamente.

– Pero, ?por que nunca he leido nada acerca de eso en ningun libro de Historia?

– En un momento comprendera usted por que no se informo ampliamente de eso -dijo Lebrun. Se masajeo el muslo, donde el munon encajaba en su pierna artificial, supuso Randall, y comenzo a hablar de nuevo-. Inspirados por nuestro cura, nos alistamos como soldados de infanteria. Zarpamos de la Guayana francesa, y en julio de 1915 desembarcamos en Marsella y tocamos el suelo de nuestra amada Francia una vez mas. Nuestro regimiento se integro. Los oficiales eran nuestros guardias de la Isla del Diablo. Teniamos todos los privilegios de los soldados, excepto uno. Nunca se nos concedio una licencia mientras estuvimos en el Ejercito. Nos llamaban la Fuerza Expedicionaria de la Isla del Diablo, al mando nada menos que del general Henri Petain.

– ?Fueron enviados al frente?

– Directamente al combate en el frente, a la guerra de trincheras en Flandes, donde permanecimos, sin tregua, durante tres anos. Fue mas miserable y sangriento de lo que pueda imaginarse. Las bajas ascendian constantemente, pero eso era mejor que lo que habiamos dejado atras, e inspirados por la libertad que mi confesor nos habia garantizado, nos quedamos alli y luchamos como tigres. Puesto que nosotros estabamos en la vanguardia y nunca se nos enviaron relevos, dos terceras partes de nuestros mil ochocientos hombres murieron en el frente. Los que sobrevivimos continuamos luchando. Seis meses antes del fin de la guerra, el impacto de una granada de metralla de la artilleria alemana me destrozo la pierna izquierda, que luego me fue amputada, aunque salve la vida.

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