– ?Puede decirme de que se compone?

Lebrun titubeo durante una fraccion de segundo y luego mostro su descolorida dentadura.

– Le dare a usted nueve decimas partes de la formula, y la restante cuando concluyamos nuestro trato. De hecho, Locusta obtuvo su formula de los escritos de un tal Filon de Bizancio, un cientifico griego que habia inventado, alrededor del ano 146 a. de J., una cierta tinta invisible. Si uno escribe con esa tinta, no puede verse lo escrito. Para hacerlo visible, tiene uno que aplicar una solucion de lo que hoy en dia se llama sulfato de cobre, mezclado con otro ingrediente. Muy esoterico. Usted conocera la formula integra y podra hacer que brote mi nombre, asi como lo que escribi y lo que dibuje en el papiro, y refutar la autenticidad del evangelio de Santiago. Para que yo entregue esa formula y el fragmento faltante que acabo de describirle, esperare a recibir la primera mitad del pago de los veinte mil dolares. Si queda usted satisfecho, entonces le dare la evidencia complementaria y concluyente de mi falsificacion, a cambio del segundo y ultimo pago.

– Y, ?cual sera esa evidencia?

Lebrun continuo sonriendo.

– Rellenos adicionales; uno por cada laguna que hay en el evangelio de Santiago. Senor Randall, usted ha armado alguna vez un rompecabezas, ?no es verdad? Pues entonces ya sabe con cuanta precision encajan las piezas irregulares en el, ?o no? Lo mismo ocurre con esto. En Amsterdam, los editores tienen veinticuatro trozos de papiro, algunos de los cuales tienen uno o dos huecos que juntos hacen un total de nueve, los mismos que obran en mi poder. Los pedazos que yo recorte de los papiros de Resurreccion Dos encajaran de nuevo, como las piezas de un rompecabezas. Y cuando esas partes faltantes sean utilizadas para rellenar perfectamente los agujeros que hay en los papiros, la evidencia de la falsificacion y el engano sera obvia e irrefutable. Yo tengo ocho de esos trozos. El primero es el que le mostre a Monti, pero los demas estan bien guardados en una caja de acero de 45 centimetros que se encuentra oculta en un lugar seguro. ?Serian suficientes esos trozos para convencerlo a usted de que el Nuevo Testamento Internacional esta basado en una falsificacion?

– Si -dijo Randall, sintiendo como en los brazos se le ponia la carne de gallina-. Si, eso me convenceria. ?Cuando puede usted entregarme las pruebas?

– ?Cuando querria usted que lo hiciera?

– Esta noche -dijo Randall-. Ahora mismo.

– No, seria imposible…

– Entonces manana.

Lebrun parecio dubitativo.

– No, manana tampoco. Naturalmente, he escondido las pruebas. Las oculte el ano pasado, despues de mi ultima reunion con Monti. Muy recientemente, estuve a punto de sacarlas de su escondite para entregarlas a un comprador interesado… pero entonces me entraron ciertas sospechas y decidi posponerlo hasta tener una segunda entrevista con el, para reasegurarme de sus verdaderas intenciones. Mis dudas resultaron justificadas. Asi que, como usted vera, senor Randall, las pruebas de mi falsificacion continuan estando donde las oculte hace un ano. Como resultado de ello (no puedo darle mas explicaciones), el recobrar las pruebas me tomara un poco de tiempo. Estan fuera de Roma… no muy lejos, pero aun asi, me llevaria la mayor parte del dia de manana para recuperarlas.

Preguntandose por que el escondite complicaba la entrega de la evidencia, Randall resolvio no presionar a Lebrun para que le diera una explicacion.

– De acuerdo -le dijo-. Si no puede entregarlas manana, entonces pasado manana estara bien. Digamos que pasado manana, el lunes.

– Si -dijo Lebrun-. Pasado manana puedo entregarle lo que usted quiere.

– Digame donde vive. Alli estare.

– No -dijo Lebrun. Lentamente se puso de pie-. No, eso no seria sensato. Nos veremos en el Doney a las cinco en punto de la tarde para hacer nuestro intercambio. Si usted lo desea, de alli vendremos a su habitacion, para ver que usted quede satisfecho.

Randall se puso de pie.

– De acuerdo, en el Cafe Doney el lunes a las cinco.

En camino hacia la puerta, Lebrun le dirigio una mirada de soslayo.

– No se desilusionara, se lo prometo. Au revoir, amigo mio. Este es un dia feliz.

Observando a Lebrun cojear rumbo al ascensor, Randall se pregunto por que el mismo estaba cualquier cosa menos feliz… en este dia feliz.

Luego, contemplando como el falsificador entraba al ascensor, lo comprendio.

La fe habia huido.

Quedaba una tarea pendiente, una escena incomoda y obligatoria que Randall tenia que representar antes de que iniciara su vigilia de cuarenta y ocho horas.

Tenia que hacer una llamada telefonica de larga distancia.

Ahora la hacia al «Gran Hotel Krasnapolsky» en Amsterdam, persona a persona, a George L. Wheeler.

Wheeler estaba todavia en su oficina de Resurreccion Dos, y su secretaria lo puso rapidamente en la linea.

– ?Steven? -ladro Wheeler.

– Hola, George, pense que…

– ?Donde diablos esta usted esta vez? -interrumpio Wheeler-. ?Oi a mi secretaria decir que en…?

– Estoy en Roma. Dejeme explicarle.

– ?En Roma? -exploto Wheeler-. ?Maldita sea! ?En Roma? ?Por que no esta usted aqui, en su escritorio? ?No le dije claramente que todos tienen que esforzarse, que trabajar veinticuatro horas al dia para tener todo listo para la conferencia de Prensa en el palacio real el proximo viernes? Bastante me disguste cuando Naomi me dijo que usted habia salido ayer de la ciudad para realizar una investigacion. Lo esperaba de regreso anoche…

– Trate de estar de vuelta ayer mismo -corto Randall-, pero ha surgido algo importante…

– Solo hay una cosa importante, y esa es que regrese usted de inmediato y se ponga a hacer su trabajo, de una vez por todas. Tenemos que estar listos para el anuncio…

– George, escucheme -imploro Randall-. Puede no haber anuncio. Estoy seguro de que usted no querra oir esto, pero al final me quedara agradecido. Creo que sera mejor que posponga el anuncio… tal vez hasta la publicacion del Nuevo Testamento Internacional.

Hubo un intervalo de desconcertado silencio al extremo de la linea en Amsterdam, y por fin volvio la aspera voz de Wheeler:

– Por Dios, ?de que esta usted hablando?

Iba a ser duro. Pero Randall tenia que deletrearle hasta el ultimo infeliz detalle. No habia alternativa.

– George -le dijo-, no puede usted publicar esa Biblia. Me he enterado de la verdad. El descubrimiento del profesor Monti… el Pergamino de Petronio… el Evangelio segun Santiago… son completamente falsos.

Otra vez el silencio mortal. Luego la afirmacion llana de Wheeler, dura y en voz baja.

– Usted esta loco.

– En este momento quisiera estarlo. Pero creame, no lo estoy. He encontrado al falsificador. He hablado con el. Tiene la prueba. Ahora, ?me escuchara usted?

– Esta perdiendo su tiempo y el mio -el tono de Wheeler era de ira-. Prosiga, si eso lo hace sentirse mejor.

Randall quiso decir que no lo hacia sentirse mejor, que lo hacia sentirse miserable. Pero este no era el momento de implicar sus sentimientos, sino la ocasion critica de hacer que el editor encarara los hechos.

– Esta bien -dijo Randall austeramente-. He aqui con lo que me tope en Roma.

Prosiguio implacablemente. Le dijo de su venida a Roma y de como habia forzado a Angela a que lo condujera ante su padre. Le explico a Wheeler donde habia encontrado al profesor Monti. Le hablo de la condicion mental del arqueologo y de la conversacion que posteriormente sostuvo el mismo con el doctor Venturi. A continuacion, Randall hablo del dominee De Vroome, diciendo que el clerigo holandes lo habia esperado en el «Hotel Excelsior» y refiriendo la entrevista que ambos habian sostenido en la suite de De Vroome. Le repitio concisamente lo que habia oido de boca del reverendo, sin detalles, ni siquiera el nombre del falsificador, ni una mencion acerca de la confesion que el falsificador habia hecho ante Plummer. Solamente los hechos escuetos de que un falsificador se habia comunicado con Plummer desde Roma, y

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