Steven Randall se encontraba sentado en el Cafe Doney, en la Via Veneto, esperando a Robert Lebrun.

Distraidamente, Randall jugueteaba con la copa de Campari que aun no habia probado y que se encontraba en la mesa frente a el. Su cabeza volteaba de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, como si estuviera contemplando un partido de tenis, mientras inspeccionaba la incesante corriente de peatones que iban y venian por la acera, entre las hileras de mesas.

Estar tan intensamente a la expectativa resultaba agotador, y Randall se dijo a si mismo que Lebrun llegaria a la hora que habia prometido llegar, y trato de relajarse. Se masajeo la nuca, estando sus musculos tensos como cables, y se permitio el pequeno lujo de dejar que su mente divagara.

La marcha del tiempo, desde la partida de Lebrun el sabado por la noche hasta esta hora de su reunion, ya bien entrada la tarde del lunes, pudo haber sido intolerable, de no ser porque Randall se habia propuesto ocupar casi todo su tiempo con trabajo; aunque era verdad que no habia trabajado el sabado por la roche. Despues de despedir a Lebrun, pero especialmente despues del conflicto que tuvo con George L. Wheeler por telefono, habia estado demasiado agitado para hacer algo de significacion. En cambio, habia comido un bocadillo en su habitacion, meditando acerca del futuro inmediato. ?Que sucederia si (a pesar de la burla de Wheeler en cuanto a la posibilidad de una falsificacion) Lebrun entregaba la prueba contundente del fraude? ?Cual seria el siguiente paso de Randall? ?Se presentaria ante Wheeler y Deichhardt y los otros editores y les mostraria la evidencia, obligandolos a aceptar lo que ya no podrian negar? Por otra parte, ?que pasaria si ellos rechazaran arbitrariamente la verdad? ?Que sucederia entonces? Era poco probable que ignoraran una prueba genuina de la falsificacion; pero, ?y si lo hicieran?

Habia otras alternativas que Randall ya habia estudiado cuidadosamente, contemplandolas como posibilidades. Lo unico que no habia podido prever era lo que habria en todo esto para el, excepcion hecha de la satisfaccion de haber descubierto la verdad. Una satisfaccion sombria, esa perspectiva de una verdad acompanada por la destruccion de su renovada fe; pero sombria o no, de alguna manera le daria a su propio yo una nueva dimension.

Ayer, durante todo el dia y parte de la noche, realmente se habia entregado a su trabajo. Todavia estaba en la nomina de Resurreccion Dos, y considero que su deber era aportar lo que se esperaba de el. Pero habia sido un trabajo lento, forzado, el cotejar investigaciones y escribir gacetillas de Prensa que ensalzaban el milagro del Nuevo Testamento Internacional. Fue terrible, porque se trataba de los preparativos para la glorificacion de lo que el ahora consideraba una causa perdida, una farsa que jamas veria la luz del dia.

Ademas, durante el dia de ayer, habia hablado constantemente por telefono a Amsterdam (por lo menos seis veces) para colaborar con su personal de relaciones publicas. Todo su equipo estaba alla el domingo, trabajando afanosamente… O'Neal, Alexander, Taylor y De Boer. Por telefono le habian leido sus gacetillas, y el les habia hecho sugerencias y correcciones, y les habia dado instrucciones de ultimo minuto. El, por su parte, les habia dictado sus propias gacetillas para que se les hiciera una revision final y pasaran al mimeografo.

Jessica Taylor le habia dicho, entre otras cosas, y casi como un aparte muy casual, que Angela Monti habia regresado de Roma y se habia presentado en las oficinas, asombrandose de no encontrarlo alli y preguntando por el. Al oir esto, Randall le habia pedido a Jessica que notificara a Angela que el todavia se hallaba en Roma atendiendo algunas citas y entrevistas, pero que estaria de vuelta el martes. ?Habia algo mas que decirle a Angela? No, nada mas; solo que continuara a cargo de su oficina y atendiera el telefono.

Contrariamente a Wheeler, ni uno solo de los miembros de su equipo le habia preguntado que diablos estaba haciendo en Roma en un momento tan atareado como ese.

Dos cosas mas habian ocurrido el dia de ayer. La primera, vital; la segunda, en cierto modo, crucial.

El asunto vital fue que habia telefoneado a su abogado, Thad Crawford, despertandolo en su apartamento en Nueva York, y le habia ordenado que fuera al Banco temprano por la manana del lunes y utilizara su carta poder para que le transfirieran a Randall 20 mil dolares a Roma, y que se hiciera cargo de que el dinero estuviera disponible en efectivo y en dolares norteamericanos.

El asunto crucial (crucial unicamente porque Wheeler lo habia desconcertado respecto de la veracidad de Lebrun, o la falta de ella) era el de asegurarse acerca del ex convicto con quien en breve estaria negociando. Un antiguo amigo de Randall (se habian iniciado juntos en el campo publicitario) hacia mucho que habia abandonado las relaciones publicas para retornar a su primer amor, el periodismo, y habia estado de plantilla en la oficina parisiense de la Prensa Asociada, en la Rue de Berri, durante muchos anos. Su nombre era Sam Halsey, un individuo agudo a quien no habia desanimado la rutina y cuya amistad Randall apreciaba y disfrutaba cada vez que la renovaban en prolongadas sesiones de bebida cuando Sam iba a Nueva York a pasar sus vacaciones.

Asi que lo segundo habia sido localizar a Sam Halsey en Paris el dia de ayer, y afortunadamente, Randall lo habia encontrado de inmediato, tan alegre y profano como siempre, pegado al solitario escritorio del despacho nocturno de la Prensa Asociada.

Randall le habia especificado que queria pedirle un favor: que se llevara a cabo cierta investigacion, pero indicandole que requeria las respuestas antes del siguiente atardecer. ?Contaba Sam con alguien que pudiera hacerlo? Sam le habia preguntado que era lo que queria. Randall queria saber si el Ejercito frances habia formado un regimiento llamado la Fuerza Expedicionaria de la Isla del Diablo en el ano de 1915. Ademas, Randall queria saber si habia algun registro en los expedientes del Ministerio de Justicia acerca de un joven frances llamado Robert Lebrun, quien habia sido arrestado y enjuiciado por falsificacion en 1912 y sentenciado a la Isla del Diablo. Intrigado, Sam Halsey se habia ofrecido como voluntario para hacer el mismo la investigacion a la manana siguiente y luego llamarle.

El dia de hoy, durante la manana y la tarde de este lunes, Randall no habia trabajado para Resurreccion Dos. Todo lo contrario (como Wheeler habria senalado, de haberlo sabido), Randall se habia entregado a actividades opuestas a los intereses de sus enganados patrones.

Thad Crawford habia resuelto lo que Wheeler (otra vez Wheeler, ?maldito!) habria calificado como las treinta monedas de plata. Randall habia recogido ya los veinte mil dolares en las oficinas de American Express, cerca de la Piazza di Spagna. El efectivo, en billetes de alta denominacion, se encontraba en una caja de seguridad en el «Hotel Excelsior», listo para ser entregado a Lebrun a cambio de la prueba de su falsificacion.

Antes de eso, habian llegado dos llamadas telefonicas de Sam Halsey desde Paris. La primera habia sido para informar que despues de mucho presionar al departamento de Prensa del Ministerio de la Defensa Nacional, su portavoz, renuentemente, habia permitido a Sam examinar los documentos clasificados en el Service Historique de l'Armee en Vincennes. Alli, el guardian si habia cooperado. Reviso junto con Sam los antiguos archivos y le confirmo que, en efecto, habia existido un regimiento formado por convictos voluntarios de la Guayana Francesa en el ano de 1915 y que habian combatido en la Fuerza Expedicionaria de la Isla del Diablo, bajo el mando del general Petain. Sin embargo, hubo una desilusion. En el registro de enlistados no existia «Lebrun, Robert». Lo mas parecido a ese nombre, bajo la L, habia sido un «Laforgue, Robert». Pero Sam aun no terminaba. Se iba a dirigir al Ministerio de Justicia para seguir hurgando, y ofrecio a Randall que volveria a llamarle dentro de unas cuantas horas.

Sam Halsey habia llamado por segunda vez en menos de una hora. Los empolvados archivos del Ministerio de Justicia, correspondientes a 1912, tampoco tenian registrado a ningun criminal bajo el nombre de «Lebrun, Robert». Pero con su olfato de reportero, y solo por no dejar, Halsey habia buscado ese otro nombre similar, el nombre de «Laforgue, Robert».

– Loteria, Steven… encontre un falsificador, un criminal con cinco alias, uno de los cuales era… escucha esto, amigo mio… «Lebrun, Robert», sentenciado a cadena perpetua en la colonia penal de la Guayana Francesa, en 1912.

Asi que Lebrun habia dicho la verdad. A pesar de lo que Wheeler decia, a Lebrun no se le habia sorprendido en una sola falsedad, por lo menos hasta ahora. La creencia de Randall en la historia de la falsificacion y en la evidencia que esperaba, se habia fortalecido por completo.

Confiadamente, Randall habia bajado al Cafe Doney diez minutos antes de las cinco para aguardar la llegada de Robert Lebrun.

Randall dejo de lado sus divagaciones y se concentro en el presente, en la proximidad de su pesquisa. Miro su reloj, e instantaneamente se sintio inquieto y ansioso por lo que las manecillas le indicaron. Eran exactamente las cinco veintiseis. Echo una ojeada alrededor, buscando nuevamente. La acera estaba abarrotada. Tantos extranos, tantos rostros diferentes… pero ninguno era el rostro de la persona que estaba indeleblemente marcada en su cerebro.

Ya habian pasado 30 minutos de la hora que Robert Lebrun habia fijado inequivocamente para su encuentro.

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