Randall se concentro en el continuo desfile de peatones que se movian incesantemente; en los hombres, en los ancianos, previendo el salto de entusiasmo que daria cuando viera al encorvado viejo, con su andar desgarbado, el cabello tenido de color castano, los anteojos con cristales oscuros y aros de metal, sus astutas facciones corroidas y carcomidas por el tiempo, y arrugadas como una ciruela pasa… el hombre que traeria dos objetos que vender: primero, un pequeno paquete con un devastador fragmento que contenia en tinta invisible el alarido del fraude y luego, otro paquete, mas voluminoso, con una pequena caja de acero en la que estaban las desoladas porciones de un antiguo rompecabezas y el requiem para Santiago el Justo y Petronio el centurion.

Los minutos seguian pasando y el hombre no se veia por ningun lado.

El Campari de Randall permanecia intacto sobre la mesa, pero este finalmente lo tomo y se lo bebio hasta el fondo.

Todavia no aparecia Robert Lebrun.

Poco a poco, Randall se fue descorazonando. Sus grandes esperanzas se habian derrumbado, se habian convertido en un desastre interno, y a los cinco minutos despues de las seis de la tarde, sus esperanzas desaparecieron por completo.

Wheeler se lo habia advertido: El no ira a usted, Steven. Y Lebrun no habia venido.

Randall se sintio abrumado, enganado e indignado. ?Que le habia ocurrido a ese hijo de puta? ?Habia temido entregar sus pruebas? ?Habia cambiado de parecer? ?Habia decidido que no podia confiar en su nuevo socio, retractandose del compromiso? ?Habia negociado por otro lado, buscando una mejor oferta y recibiendola? O, ?a sabiendas de que estaba meramente perpetrando otra estafa, habia sentido dudas de ultima hora?

Fuera cual fuese la respuesta, Randall tenia que saber por que Robert Lebrun no habia cumplido su promesa. Si Lebrun no venia a el, entonces, ?maldita sea!, el iria a Lebrun. O, por lo menos, lo intentaria.

Randall arrojo quinientas liras y una propina sobre la mesa, se puso en pie y se dirigio a buscar a su especialista en Lebrun, el jefe de personal del Doney, Julio, el encargado de los camareros.

Julio estaba parado junto a. la puerta que habia entre el cafe al aire libre y el restaurante interior, ajustandose el nudo de su corbata de lazo. Saludo a Randall efusivamente.

– ?Esta todo en orden, senor Randall?

– No precisamente -dijo Randall con seriedad-. Iba a encontrarme aqui con nuestro amigo (usted sabe, el que usted llama Toti o Duca Minimo) Robert Lebrun. Habiamos hecho una cita de negocios para las cinco de la tarde. Ya son mas de las seis y aun no ha aparecido. ?Es posible que hubiera venido antes de las cinco?

Julio nego con la cabeza.

– No, habia muy poca gente en el cafe. Yo lo habria visto.

– Anteayer me dijo usted que, por lo que sabe, el siempre viene al Doney a pie. Usted admitio que por su pierna artificial, Lebrun no podria caminar una gran distancia, lo cual significa que probablemente vive cerca de aqui.

– Yo supongo que asi es.

– Julio, reflexione. ?Puede recordar si alguna vez oyo decir donde vive?

El encargado parecia afligido.

– Nunca he sabido nada. Ni siquiera tengo una remota idea. Despues de todo, senor Randall, tenemos muchos clientes, incluso muchos regulares -Julio trataba de serle util a Randall-. Naturalmente, no hay residencias privadas, cuando menos no muchas, en las proximidades de este barrio, y si las hubiera, Toti… Lebrun… el senor Lebrun seguramente no podria darse ese lujo. Yo tengo la impresion de que el es pobre.

– Si, es pobre.

– Asi pues, tampoco tendria los medios para vivir permanentemente en un hotel. Existen unos cuantos hoteles baratos en la zona (que usan la mayoria de las muchachas que caminan por las calles), pero esos hoteles serian tambien demasiado caros para nuestro amigo. Yo creo que debe tener un pequeno apartamento. Hay muchos de clase inferior, no muy lejos, a una distancia que puede cubrirse caminando desde el Doney. Pero la pregunta es: ?cual es el domicilio? Y eso yo no lo puedo decir.

Randall habia sacado su billetero. Incluso en Italia, donde los nativos son por lo general mas simpaticos y serviciales con los extranjeros que en cualquier otra parte, las liras a menudo servian como un acicate para estimular una colaboracion entusiasta. Randall puso tres mil liras en la mano de Julio.

– Por favor, Julio, necesito mas ayuda de parte suya…

– Es muy amable de su parte, senor Randall -dijo el encargado, embolsandose los billetes.

– …O tal vez usted conozca a alguien que pueda ayudarme. Ya una vez me condujo usted hasta Lebrun. Tal vez pueda hacerlo de nuevo.

El encargado, pensativo, fruncio el ceno.

– Existe una pequena posibilidad. No puedo prometer nada, pero voy a ver. Si usted quiere ser tan amable de esperar.

Julio se alejo rapidamente por el pasillo hacia la acera y chasqueo los dedos imperativamente a varios camareros que estaban a su derecha, diciendoles: «Per piacere! Facciamo, presto!» Luego se volvio hacia la izquierda, repitiendo la llamada.

De ambas direcciones se acercaron apresuradamente los camareros, reuniendose con el encargado. Randall los conto; eran siete. Julio les hablaba animadamente, gesticulando, haciendo la pantomima del torpe caminar de Lebrun. Cuando termino, varios de los camareros reaccionaron con un exagerado encogimiento de hombros. Dos o tres de ellos se rascaron la cabeza, tratando de pensar. Pero todos permanecieron mudos. Finalmente, Julio levanto las manos desamparadamente y disolvio el grupo. Seis de los camareros regresaron a sus puestos y solo uno permanecio alli, rascandose la barbilla con una mano, pensativamente.

Julio se habia vuelto hacia Randall. Sus rasgos triguenos tenian la expresion de un sabueso triste. Estaba a punto de hablar, cuando el camarero que estaba detras de el salto repentinamente.

– Julio -exclamo el camarero, sujetando al encargado por el codo.

Julio se inclino hacia un lado, acercando el oido a la boca del camarero que le murmuraba algo. El camarero levanto un brazo, senalando hacia el otro lado de la calle, mientras Julio asentia con la cabeza y el rostro se le iluminaba con una sonrisa.

– Bene, bene -dijo Julio, palmeando al camarero en la espalda-. Grazie!

Randall permanecio de pie junto a la puerta, desconcertado, mientras Julio se acercaba z el apresuradamente.

– Es posible, es posible, senor Randall, pero uno nunca puede saber con esas mujeres -dijo Julio-. Los camareros conocen a la mayoria de las muchachas italianas que andan por las calles, las jovenes prostitutas. Al igual que en todas partes de Europa, estan por toda Roma (en el Jardin Pincio, en el Parque Caracalla, en la Via Sistina cerca de la Piazza di Spagna), pero las mas bonitas, esas vienen a la Via Veneto para sonreir a los paseantes y hacer negocio. A esta hora, muchas vienen a sentarse para tomar un aperitivo… algunas aqui, al Doney, pero la mayoria van al otro lado de la calle, donde esta nuestra competencia, el Cafe Paris… Algunas veces alli esta mas animado. Asi que Gino, el camarero que me hablaba, recuerda que Toti (el tal Lebrun) es amigo de muchas de las prostitutas. Gino dice que una vez Toti hasta iba a casarse con una de ellas.

Randall asintio con la cabeza ansiosamente.

– Si, ya habia yo oido hablar de eso.

– Gino dice que esa mujer con la que Lebrun se iba a casar cuando tenia mucho dinero tiene una amiga con la que vive en un cuarto, y esa amiga esta siempre a esta hora en una mesa especial en el Cafe de Paris. Su nombre es Maria. Yo tambien la conozco. Gino cree que ella le puede decir donde vive Lebrun. Puede ser que no lo diga, pero… -el encargado hizo una senal, restregandose los dedos pulgar e indice- un poco de dinero le soltara la lengua, ?o no? Gino cree que ella esta alli ahora. Iremos a ver. Yo le llevare.

– ?Puede hacerlo ahora mismo, Julio?

Julio sonrio ampliamente.

– Para un italiano, dejar el trabajo para hablar con una muchacha bonita, no es problema, es un placer.

Julio se dirigio hacia la apinada acera con Randall detras de el. Pasaron el «Hotel Excelsior» llegando hasta la esquina, y esperaron a que cambiara la luz del semaforo. Al otro lado de la calle, paralelo al Doney, Randall vio los toldos con el letrero: CAFE DE PARIS RESTAURANTE. Las mesas, parcialmente escondidas tras unas plantas y arbustos, parecian tener mas gente que las del Doney.

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