sin antes haberlas pensado.

– Bueno, pues piense aprisa, jovencito. Espero su respuesta para el ultimo dia del ano.

Colgo y eso fue todo. Randall se quedo asustado. El que lo hubieran echado de Resurreccion Dos era una cosa. El permitirse el lujo de perder el contrato con Cosmos Enterprises era otra muy distinta, mucho mas grave, porque la adquisicion de su compania por parte de Cosmos era de lo que dependia, era su ultimo camino seguro para alejarse de la carrera de ratas, representaba su seguridad e independencia futuras. Pero la nueva condicion le provocaba nauseas, y se sentia enfermo y deprimido y trataba de sopesar los contratos que yacian en el escritorio de Towery contra el manuscrito de denuncia que tenia en su propia caja fuerte y, al balancearlos, no sabia cual pesaba mas.

Varias semanas despues hubo otra llamada telefonica que acentuo aun mas su confusion. Durante meses, Randall habia tratado de ponerse en contacto con Jim McLoughlin para informarle que por razones que no podia revelarle (otra vez Towery y Cosmos), Randall tendria que retractarse de lo pactado con el apreton de manos y no podria manejar la cuenta del Instituto Raker. McLoughlin habia estado ausente en sus prolongados y secretos viajes, y habia estado fuera de contacto durante todo ese tiempo.

– Ahora esta de vuelta. Esta en la otra linea -le informo Wanda-, llamando desde Washington. Dice que cuando regreso se encontro con una tonelada de recados y cartas de Thad Crawford y de usted, y que lamenta haber sido tan negligente, pero que estaba en algun remoto lugar trabajando veinticinco horas al dia. Ahora esta ansioso por hablar con usted y hacer planes para que comience a trabajar con su primer documento contra los grandes negocios. ?Le paso la comunicacion?

Randall no tenia el valor de decir a McLoughlin lo que habia que decirle.

– No, hoy no, Wanda; no tengo la disposicion. Mire, Wanda, digale que acabo de salir para el aeropuerto, que me marcho otra vez a Europa para un asunto de negocios urgente. Digale que estare de vuelta el mes proximo y que yo lo llamare antes de que termine el ano.

El mejor modo de resolver los problemas, habia decidido aquel dia, era ignorandolos. Si uno no los afrontaba, tal vez desaparecieran. Y si desaparecian, ya no existirian. Por lo menos hasta el final del ano.

Si, el mejor modo de resolverlos era ignorarlos y beber.

Asi que bebio, lo que faltaba de octubre, todo noviembre y buena parte de este diciembre; bebio como en sus viejos tiempos. Tomo galones de alcohol como antidoto contra los problemas de la conciencia y los negocios, contra la confusion y la desolacion. Lo unico malo era que tenia que despertar. Y entonces estaba uno sobrio. Y entonces se hallaba solo.

Nunca antes se habia sentido tan solo; en la cama y fuera de ella.

Bien, Randall recordo el antiguo remedio para eso, y tambien lo tomo en grandes dosis.

Muchachas, mujeres, las que se veian mejor horizontales y desnudas… las habia en todas partes, y eran de facil acceso para un hombre de negocios prospero y dispendioso, y el acudio a ellas. Las actrices de grandes chichis, las neuroticas ninas de sociedad, las estiradas y liberales viejas del medio de los espectaculos… las que iban a su oficina por negocios, las que encontraba en bares o discotecas o las que conocia por referencias (preguntale-si-tiene-una-amiga)… todas se emborrachaban con el, y se desvestian con el, y copulaban con el, y cuando al fin llegaba el momento de dormir, sabia que todavia estaba solo.

Nada de eso implicaba compromiso, y en su desesperacion buscaba complicarse.

Un contacto humano que tuviera significacion, y no nada mas sexo.

Una noche, muy borracho, decidio llamar a Barbara a San Francisco para ver que salia de eso, para ver si tenia remedio. Pero cuando el ama de llaves contesto: «La residencia del doctor Burke», Randall recordo, entre la bruma del alcohol, que Barbara se habia casado con Arthur Burke hacia un par de meses, y dejo el auricular en su lugar.

Otra noche, tambien borracho, terriblemente borracho, sintiendose sensible y anorante, habia pensado en llamar a su ultima novia, la cogelona de Darlene… Darlene Nicholson… ?donde demonios estaba?… ?ah, si!, en Kansas City… y pedirle perdon y llevarsela de nuevo a su cama. Randall no dudaba que ella abandonaria a su amigo, el chico ese de Roy Ingram, y que iria corriendo. Pero cuando se dispuso a tomar el telefono recordo que la tonta de Darlene habia querido casarse y que esa habia sido la causa de su ruptura en Amsterdam, y se olvido del telefono para agarrar la botella.

En su enfermiza busqueda habia incluso corrido el riesgo de perder a Wanda, la estupenda secretaria que habia tenido durante tres anos, al hacerle proposiciones una noche antes de salir de la oficina, sintiendose en onda y al mismo tiempo por los suelos, y deseandola a ella, a alguien… esa noche a ella. Y ella, una estupenda, esbelta e independiente muchacha negra, que lo conocia tan bien y que no le temia, le habia dicho: «Si, jefe, estaba esperando que me lo pidiera.»

Y ella le habia acompanado todas las noches… Ese magnifico cuerpo de ebano, sus largos brazos extendidos hacia el, la belleza agresiva de su torso incitandole, despertandole, aguijoneandole incansablemente… y noche tras noche, durante todo un mes, habian compartido el rito gozoso y milenario de la vida. Habia sido suya no por un deseo de conservar el empleo, ni por adoracion femenina que le tuviera, sino por una profunda, conmovedora comprension humana de su necesidad y su estado, asi que su amor habia sido por compasion. Y al cabo de un mes el lo habia notado, avergonzado, pero agradecido, y la habia liberado de su intimidad, conservandola en su oficina como amiga y secretaria.

Por fin, la semana pasada, habia llegado un sobre que. decia posta aerea y que traia un timbre sellado: ROMA. Dentro iba una delicada tarjeta de felicitacion (Feliz Navidad y Prospero Ano Nuevo), y en el lado blanco de la tarjeta habia una nota. Su mirada se dirigio a la firma. Decia simplemente: «Angela.»

Ella habia pensado en el con frecuencia, preguntandose que era lo que estaria haciendo y rezando porque estuviera bien y en paz. Su padre estaba como antes, vivo y muerto, totalmente inconsciente de la maravilla que su pala habia desenterrado. Su hermana estaba bien, y los ninos tambien. En cuanto a si misma, estaba ocupada, tan ocupada ahora que habia salido la Biblia, respondiendo centenares de cartas que le llegaban a su padre, escribiendo articulos y concediendo entrevistas en nombre del profesor Monti. Sea como fuere, Wheeler la iba a llevar a Nueva York para presentarla en programas de television. Llegaria el dia de Navidad por la manana. Se hospedaria en «El Plaza». «Si crees que puede servir para algo, Steven, me gustaria verte. Angela.»

El no habia sabido que contestarle, asi que no habia contestado, ni siquiera para explicar que estaria fuera de Nueva York, que habia prometido ver a sus padres durante la semana entre Navidad y Ano Nuevo, y verse con su hija, que llegaria de California para encontrarse con el en Wisconsin, y que le era imposible verla en Nueva York, aunque quisiera… o se atreviera a hacerlo.

La nota de Angela habia sido la primera cosa tranquilizante que le ocurriera en cinco meses y medio. La segunda habia sido su regreso a casa, a Oak City, la noche anterior, para reunirse con la familia alrededor del resplandeciente pino navideno y para beber el tradicional ponche de huevo ligeramente cargado con ron y para intercambiar y abrir los regalos alegremente envueltos y escuchar con Judy al grupo que cantaria villancicos navidenos afuera, en la nieve, frente a la puerta de la casa.

Y el tercer momento tranquilizante habia surgido alli, en el banco delantero de la Primera Iglesia Metodista.

De repente, Randall se dio cuenta de que estaba en el banco, que el sermon de Tom Carey habia concluido y que aquellos que tenia a ambos lados, sus seres queridos, familiares y amigos, se estaban levantando de sus asientos.

Lo que vio en ese momento de iluminacion fueron los ojos de todos, brillantes de esperanza… su madre, agradecida y feliz, y su padre, transportado y radiante, ambos mas jovenes que como los habia visto ultimamente, los dos emocionados por haber vivido hasta ver y oir la Palabra; y su hermana Clare, mas resuelta y segura de lo que nunca la habia visto, con renovada fe en su decision de no arrastrarse hacia su amante y patron casado y de buscar su propio camino hacia algo y alguien nuevo; su hija Judy, compuesta, pensativa y transformada por un discernimiento que le habia procurado el sermon, una madurez que nunca antes habia visto en ella.

Miro hacia atras. Los ochocientos o mas feligreses, en grupos de dos y de tres, iban saliendo del templo. En toda su vida no habia visto seres humanos, sus semejantes, como aquellos, tan calidos, tan amables, tan reconfortados y tan seguros de si mismos y de los demas.

Este comienzo era el fin que justificaba los medios, segun le habia dicho Angela la ultima vez que estuvieron juntos.

Los medios no importaban. El fin lo era todo.

Eso habia dicho ella.

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