Randall asintio.

– Me alegro por ellas. No podria decirte cuanto me alegro.

– En cuanto a mi, nunca senti temor de irme cuando llegara mi hora. Siempre sostuve una profunda fe en que hay un cielo alla arriba… no un cielo de espiras y calles de oro, sino un cielo donde los redimidos, en mente y espiritu, en el anima eterna, pudieran ser recibidos por Dios y por Su Hijo. Ese fue siempre el cielo que tuve alla arriba… pero ahora he vivido hasta el dia en que veo la posibilidad de un cielo en la Tierra, cuando la bondad superara a la pobreza, a la violencia y a la injusticia. De aqui en adelante, prevalecera la bondad en sentido ecumenico, el sentido de paz y el amor que abarcara al mundo entero. Esta Resurreccion hara de nuestras doscientas sectas protestantes una sola, nos unira a los catolicos y nos acercara a nuestros hermanos judios, porque cada uno de nosotros, como el propio Senor, fue judio en el principio -hizo una pausa y se aflojo la bufanda. Luego agrego-: Como me has dejado divagar. El invierno lo hace a uno mas parlanchin. Basta ya. Quiero que me hables de ti, Steven. Dijiste que ibas a contarme acerca de tu verano.

– No tuvo importancia, papa. Quizas otro dia.

– Si, tendremos que hablar otro dia.

Randall miro a su padre, y vio que habia reclinado la cabeza en el respaldo y que el anciano tenia los ojos entrecerrados. No era Spinoza, sino Nathan Randall el hombre verdaderamente embriagado de Dios, penso el.

– Debes estar cansado, papa -dijo mientras enfilaba el auto hacia la calle de su casa-. Mereces un poco de descanso.

Aminoro la velocidad al pasar junto a los montones de nieve que habia a los lados.

– Simplemente me siento en paz, hijo -oyo que murmuraba su padre-. Nunca habia sentido una paz tan divina. Espero que tambien tu la puedas encontrar ahora.

Randall se detuvo frente a la casa, estacionandose junto a la acera, y paro el motor. Se aparto del volante para decir a su padre que creia que el tambien podria hallar la paz de algun modo, aunque no fuera el mismo, y para avisarle que ya habian llegado a casa.

Pero su padre tenia los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo, y habia una infinita quietud en el.

Aun antes de tocar la mano del reverendo y tomarle el pulso, Randall tuvo la premonicion de que su padre habia muerto. Se acerco mas al inmovil anciano y lo creyo imposible. Su padre no parecia estar muerto. La dulce sonrisa que habia en el reposado rostro era tan viva como siempre.

Randall atrajo hacia si el cuerpo inerte, lo tomo en sus brazos y apoyo la vieja cabeza gris contra su pecho:

– No, papa -musito-, no te vayas. No me dejes.

Mecio a su padre en los brazos, y la voz de su infancia surgio implorante desde el pasado.

– Quedate, papa, por favor. No puedes dejarme solo.

Apreto mas y mas a su padre, estrechandolo contra si, rehusandose a aceptar el hecho, tratando de mantenerlo con vida.

El anciano no podia estar muerto; sencillamente no era posible. Al cabo de un rato, Randall comprendio que no lo estaba, que nunca lo estaria. Y entonces, por fin, lo solto.

Los servicios funebres habian terminado en la capilla, y los ultimos de los innumerables dolientes habian desfilado junto al feretro abierto y se estaban reuniendo afuera, en la nieve. Randall sostenia a su madre y la apartaba del ataud, y ya en la puerta se la confio a Clare y al tio Herman.

La beso en la frente.

– Todo estara bien, mama. El esta en paz.

Se quedo alli un momento, viendo como se la llevaban afuera, donde ya esperaban Judy, Ed Period y Tom Carey mas alla de la carroza funebre.

A solas en la capilla, Randall miro en torno al santuario de la ultima despedida. Se sentia desamparado. Las filas de asientos estaban ahora vacias, el atril del ministro abandonado, el organo callado, la sala familiar desocupada. Pero en su corazon retumbaban todavia ecos del servicio religioso. Oia el himno inicial: «Dios de Gracia, Dios de Gloria.» Oia a Tom Carey leyendo: «Y dijo Jesus: 'Yo soy la resurreccion y la vida; aquel que crea en mi, aunque muriere, vivira; y quienquiera que vive y cree en mi, nunca morira.'» Oia a todos los presentes entonando a coro el Gloria Patri: «Gloria al Padre, al Hijo, y al Espiritu Santo; como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen.»

Sus ojos se posaron en el feretro abierto que estaba delante de los arreglos florales.

Casi involuntariamente, como si estuviera hipnotizado, se acerco al ataud y se detuvo frente a el, mirando fijamente los restos mortales de su padre, el reverendo Nathan Randall, que yacia en su sueno final.

Randall penso: «Uno no puede ser hombre mientras su padre no haya muerto.» ?Quien fue el que habia dicho eso? Lo recordo: lo habia dicho Freud.

Uno no puede ser hombre mientras su padre no haya muerto. Miro fijamente hacia el interior de la caja. Su padre habia muerto, definitivamente, pero el para nada se sentia hombre, solo se sentia hijo, el hijo que habia sido un muchacho; un muchachito perdido.

Lucho contra ese sentimiento, recordando que el era un hombre, pero a pesar de ello le brotaron las lagrimas, y sintio el sabor de la salada humedad en la boca y una sequedad abrasadora y sofocante en los pulmones… y comenzo a sollozar inconteniblemente.

Despues de algunos largos minutos, los sollozos fueron disminuyendo y finalmente cesaron, y Randall se seco los ojos. El no era un muchacho, y lo sabia; le gustara o no, era en efecto un hombre, y sin embargo, inexplicablemente, se sentia saturado del mismo calor de esperanza y fe y seguridad que habia conocido cuando era un chiquito extrano, hacia ya mucho tiempo.

Una ultima mirada. «Descansa en paz, papa, descansa alla arriba, en tu cielo de la mente y el espiritu y el alma, con Dios y el Jesucristo que acabas de ver y a quien conoces tan bien. Te dejo, papa, pero no te dejo solo, mientras llega el dia en que todos estemos juntos nuevamente.»

Luego, pasado un momento, sintiendo solo un poco de miedo, Randall se alejo del feretro para unirse a los demas.

La hora siguiente, en el cementerio, la vivio completamente aturdido. Junto a la fosa, de pie frente al ataud cerrado y a un lado del monton de tierra, rezo una oracion por su difunto progenitor.

«Padre de infinita misericordia, de ojos que ven y oidos que oyen, escucha, ?oh!, mi oracion por Nathan, el anciano, y envia a Miguel, el jefe de los angeles, y a Gabriel, tu mensajero de luz, y a tus ejercitos de angeles, para que puedan marchar con el alma de mi padre, Nathan, hasta llevarla a Ti que estas en las alturas.»

No fue sino hasta que habian salido del cementerio en las dos limusinas, de vuelta a casa para recibir a los amigos y familiares que irian a darles el pesame, que Randall recordo sobresaltado la oracion al pie de la tumba, dandose cuenta de su origen.

Era la oracion que rezo Jesus junto a la tumba de Su padre, Jose, contenida en el Evangelio segun Santiago.

Era una oracion que narraba Santiago el Justo o Robert Lebrun.

Pero a Randall, por alguna razon, ya no le importaba maldita la cosa. Esas palabras reconfortarian a su padre en su ultima jornada, y cualquiera que fuera su origen, eran sagradas para el.

Se le habia aclarado la cabeza y la sensacion de constriccion habia desaparecido. A ochocientos metros de la casa, Randall le pidio al chofer del auto funebre que se detuviera y lo dejara bajar.

– No te preocupes, mama -dijo-. Solo quiero un poco de aire. Me reunire con Clare, con Judy y contigo dentro de unos cuantos minutos. Yo estare bien. Vosotros cuidaros.

Espero en la acera hasta que la limusina se perdio de vista, y luego, esquivando a un jovenzuelo que se le venia encima en un trineo, Randall se quito los guantes, metio las manos en los bolsillos de su abrigo y empezo a caminar.

Cinco manzanas despues, al asomar la casa gris de madera y estuco, la nieve comenzo a caer de nuevo; copos ligeros y delgados que ondeaban descendian suavemente, refrescandole las mejillas y celebrando la vida.

Cuando llego al emblanquecido jardin delantero, Randall se sintio repuesto y listo para reingresar a la comunidad de los hombres. Habia algunos asuntos pendientes de concluir en este ano que aun no terminaba, y era necesario concluirlos. Se dirigio hacia la entrada de la casa, advirtiendo que las luces de la sala estaban encendidas y que habia docenas de visitantes rodeando a su madre y a Clare. Ed Period estaba sirviendo ponche y el tio Herman circulaba con una bandeja de sandwiches, y comprendio que su madre estaria bien. En breve iria con ella.

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