lo que necesitamos, y cuando necesitamos algo sabemos cuidarlo y no lo perdemos. Y merecemos perder lo que no necesitamos, y cuando no necesitamos algo no sabemos cuidarlo y dejamos de tenerlo. No solo resulta logico, sino que admitirlo asi sirve para estar en paz con uno mismo, responsabilizarse de la propia vida y no convertirse en uno de esos pelmas que van por ahi cargando en la cuenta de los demas sus propios fracasos.

Me sobrepuse a mis culpas, acepte mis quebrantos. Deje de ser mi victima y mi torturador. Los arroje, a los dos, lejos de mi. Asi me puse en pie. Y regrese. Pero como Teresa despues de su absolucion, ya no era el mismo. Me habia convertido en alguien mas desconfiado, quiza mas malicioso, seguramente mas triste. Desde luego, no puedo decir que hubiera recobrado la felicidad. La moraleja de mi historia no es que al final siempre sale el sol, se marchan las nubes y uno vive y baila de nuevo bajo un hermoso cielo azul. Lo que mi pequeno drama personal me enseno fue, creo, algo mucho mas util. que se puede vivir, y tambien bailar, bajo la lluvia y bajo el frio, sin paraguas, sin impermeable y hasta sin zapatos, siempre que uno sepa encontrar dentro de si la resolucion de salir adelante. Y que por eso no hay que rezar para que no se vaya el buen tiempo, que nunca dura eternamente, sino para no convertirnos en complices de la adversidad, que siempre, antes o despues, nos acaba alcanzando. La vida puede ser amarga, puede ser injusta, puede empeorar hasta lo indecible, y aun asi somos capaces de vivirla y de sacarle partido, tanto como ni siquiera podemos imaginar. Por eso tenemos para con ella y para con nosotros mismos la obligacion de alzar la cabeza y seguir, siempre. De ser fuertes y no rendirnos, pase lo que pase. En eso se resume todo, y lo que a eso se oponga, a la basura.

Es posible que ante el Dios de lo alto se salven los bondadosos; y es una bella idea, ademas. Pero aqui abajo los que se salvan son quienes tienen la voluntad de no dejarse vencer. Nuestros actos no se pesan en la balanza de lo que es justo o es injusto, en el sentido moral que a esos conceptos solemos atribuirles; es decir, lo que esta mal o esta bien. Un viejo filosofo griego, Trasimaco, sostenia (si hemos de creer a Platon) que lo justo es aquello que conviene al mas fuerte. Por decir eso (o porque el chivato de Platon le colgo la frase) lo han despellejado sin piedad a lo largo de los siglos. Pero aquel buen hombre no hizo otra cosa que sintetizar, en muy pocas palabras, la ley que rige el funcionamiento de la unica justicia de la que podemos decir algo con conocimiento de causa, que es la que imparten los hombres.

Por eso tenemos que ser fuertes, para que la justicia humana, que es la que nos hacen los demas y nos hacemos nosotros mismos, resuelva a favor y no en contra de nuestra conveniencia. A mi no me salvo mi bondad ni mi sentido de la justicia, en la acepcion moral del termino; mas bien creo que lo que pueda tener de bueno y de justo, en un momento determinado, estuvo a punto de acabar conmigo. Lo que me permitio sobrevivir fue que estaba hecho de una pasta mas dura que el punal que quisieron clavarme.

Fue poco despues de llegar a este convencimiento cuando me encontre con la historia de Teresa, fray Francisco y el inquisidor. Ahora creo que puedes entender por que me intereso hasta el punto de investigarla, conseguir el manuscrito e ingeniar una novela que la contase. Y por que elegi que el narrador fuera el inquisidor y comenzara en el momento en que cree haberlos doblegado a ambos, a Teresa y al fraile. Si la hubiera terminado, habria llegado a un momento muy distinto: cuando la priora logra su absolucion, y el inquisidor ha de contemplar impotente como se le escurre la presa. Porque pudo triturar al confesor, que se somete a su poder, pero no a esa mujer que a pesar de la ignominia que le ha echado encima se niega a derrumbarse. Que tiene la desfachatez, incluso, de acusarlo de falsario y de prevaricador, sin que el tribunal al que presenta su alegato, y que la absuelve, considere necesario defender el buen nombre de su representante. Y ese habria sido el final de mi libro: el triunfo de Teresa, la derrota de los otros dos. No se trataba, como interpretabas en el comentario que dejaste en el blog, de un relato expiatorio. Sino de un ajuste de cuentas.

Hay, eso si, un limite que no he traspasado. Como tu, no he querido convertirme en un cinico. Sigo creyendo que en la vida uno debe comportarse, siempre que este en su mano (y mala senal sera si no lo esta con frecuencia), con arreglo a lo que considera que es moralmente justo. Y creo, tambien, que de eso, al menos en la mayoria de las personas, se nutre la fortaleza que llegado el caso podemos demostrar frente a la desgracia o frente a la incomprension ajena. La fortaleza de Teresa Valle se asienta sobre el hecho de que en el fondo su alma es noble y generosa. Y sea cual sea su culpa, por eso es capaz de superarla y a la postre librarse de ella. Y al reves, tanto la debilidad del fraile, como el fracaso final del inquisidor, tienen que ver con sus respectivas ruindades, que desvirtuan sus dotes y sus recursos.

Pero tampoco, aunque los convierta en los perdedores de mi historia, dejo de identificarme con ellos y entender su actitud. No puedo ensanarme con el pobre fraile acorralado, ni tampoco negarle al inquisidor que tenia motivos para proceder como procedio, de acuerdo con el encargo que habia recibido y con lo que en aquel convento se encontro cuando empezo a hurgar. Por eso, no me atormento mas de la cuenta a proposito de aquellas reacciones que en su dia tuve, y que me recuerdan la endeblez de fray Francisco, frente a si mismo y frente a sus acusadores. Ni me permito odiar a aquellos que me hicieron objeto de su odio. No creo que los llevase a ello una naturaleza perversa, sino la necesidad de encontrar un culpable para sus males. Una reaccion humana, que tampoco soy quien para juzgar. Me limito a negarles el derecho de imponerme su vision y cobrarse mi cabeza.

Esto es lo que puedo contarte. Quiza te defrauda. Quiza lo encuentras demasiado inconcreto, y crees que deberia decirte quien o que esta detras de cada metafora. Creeme si te digo que en lo que te he contado hay algo mucho mas importante. Aunque como se que eres porfiada, igual que nuestra Teresa, casi puedo imaginarme tu replica mental, al leer esto: que sentido tiene entonces ocultar lo accesorio. Pero lo tiene, te lo aseguro.

En fin, si esta confesion no cubre tus expectativas, o consideras que no corresponde a lo que tu me contaste, te pido que me perdones. Como te pido que me perdones, otra vez, por haber desaparecido asi. Y si no lo haces, pues ya sabes… Me perdonare yo mismo. Pero no creo que haga falta. Tu tampoco ignoras que perdonar es el acto que nos hace mas grandes. Y al reves. Que pocas cosas resultan mas mezquinas que perpetuar un mal, como es la culpa de un semejante, cuando uno tiene en su mano borrarlo.

Tu Inquisidor

1 de diciembre

Clases de personas

Creo que nunca antes, hasta donde alcanzaba mi memoria, habia leido algo que me dejara tan desconcertada. Lo que no podia decir, desde luego, era que mi misterioso interlocutor no se hubiera tomado ninguna molestia para intentar satisfacerme. Por lo pronto, habia destinado unas cuantas horas de su vida a escribir aquello, que no debia de haberle resultado nada facil. Mientras avanzaba entre sus frases, pensaba una y otra vez cuanto menos le habria costado llamar a las cosas por su nombre, sin mas, en vez de empenarse en esconderlas bajo aquella espesa cortina de alusiones simbolicas. Por vergonzosa que fuera su conducta, por degradantes que fueran las consecuencias que le habia traido, dudaba que tuviera sentido la tarea que se habia echado a las espaldas. A fin de cuentas yo no era nadie, ignoraba su nombre y hasta el pais donde vivia. No tenia gran cosa que temer, aunque me contara el crimen mas espantoso o exhibiera ante mi la mas sordida depravacion. A menos que yo hubiera empezado a importarle. ?Era eso, quiza?

Si era eso, tenia una forma muy particular de demostrarlo. O cuando menos, un raro sentido de lo que era abrirle tu alma a otro. Ante los que me conocen, paso por una persona cerebral. Algo que siempre te dicen como si fuera reprobable, y que tal vez lo sea. Si uno no es capaz de dejar de analizar a partir de un cierto momento, la vida se vuelve fastidiosa, o directamente insufrible. Pero al lado del Inquisidor, yo era tan cerebral como el Pato Lucas. En aquel relato de su vida, si es que lo era, me costaba encontrar algun desliz sentimental. Parrafo a parrafo, parecia escrito con bisturi.

Y sin embargo… Volvi a leer un par de veces su confesion y entre lineas localice, aqui y alla,

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