Las margenes estaban cubiertas de una tupida muralla de vegetacion que alcanzaba ya los cuatro metros de altura: algunas especies de sauces, de salces, de cerezos silvestres, de espino albar y de escaramujo que se entremezclaban. En ciertos sitios surgian por encima las cumbres de abedules blancos y de alerces. El termometro marcaba 14 sobre cero; la niebla no velaba mas que de vez en cuando el cielo entero y casi siempre flotaba a bastante altura, parecida agrandes nubes desvaidas y transparentes a traves de las cuales brillaba, intenso, el astro rojizo.

— Pronto acabara probablemente la niebla — dijo Maksheiev, que se habia encargado de las observaciones meteorologicas-. Pero, ?terminaran estas murallas verdes que no nos dejan ver absolutamente nada desde las lanchas?

— Si fueramos cargados por entre la espesura del bosque tampoco veriamos gran posa y, en cambio, nuestro avance seria mucho mas lento — observo Gromeko, a quien, como botanico, interesaban sobre todo aquellas murallas verdes.

Para el almuerzo hicieron alto en un pequeno terreno descubierto. Kashtanov y Gromeko fueron a hacer una breve excursion por el bosque, Papochkin se dedico a la pesca y Maksheiev se subio a un arbol que dominaba un poco los otros. Al bajar dijo al zoologo:

— Pronto cambiara el relieve del terreno. A lo lejos se distinguen unas mesetas con vastas praderas sin arboles y nuestro rio se dirige hacia alla en linea recta.

— Y mas cerca de nosotros, ?que se ve?

— Mas cerca, es el bosque tupido por todas partes. Un mar de vegetacion sin el menor claro.

— Entonces, nuestros companeros no tardaran en volver.

Al cabo de una hora regresaron los exploradores con las manos vacias. Habian caminado por un sendero entre murallas verdes, sin encontrar ningun claro, habian recogido algunas plantas, visto algunas aves pequenas, escuchado roces en la espesura. El zoologo habia tenido mas suerte junto al rio, pescando unos cuantos peces grandes, semejantes al moksun de Siberia, y una enorme rana verde de treinta centimetros de largo.

Despues de descansar reanudaron su viaje. Al cabo de un par de horas aparecio en la orilla derecha una colina bastante. alta, luego otra, luego una tercera. Tambien estaban cubiertas de bosques espesos compuestos ya de arboles de la zona templada: tilos, arces, olmos, hayas, fresnos, robles; en los valles que separaban las colinas crecian oscuros abetos y pinos albares. En algunos sitios pendian sobre el agua las ramas de los arboles envueltas en hiedra, lupulo, vid silvestre y correguela. Los pajarillos piaban y cantaban en la espesura; a veces se veia a ardillas saltando de rama en rama.

— Esta tarde, durante nuestra excursion, veremos cosas nuevas — anuncio Gromeko-. La vegetacion ha cambiado, lo que demuestra que en — esta parte el clima es mas tibio.

— ?Desde luego! — confirmo el zoologo-. Ayer me encontraba como en el Norte de Siberia y en cambio hoy la naturaleza me recuerda — el Sur de Rusia, donde he nacido.

— ?No tropezaremos hoy con tigres verdaderos? — hipotetizo Maksheiev.

— A mi entender, lo mejor seria hacer las excursiones juntos para defendernos mejor de los peligros que surjan — propuso Kashtanov.

Las colinas iban ganando altura, de manera que se les podia llamar ya montes. Las vertientes septentrionales estaban cubiertas de tupidos bosques de hoja mientras las meridionales ofrecian claros con arboles aislados y arbustos. En algunos sitios se divisaban rocas que despertaron gran interes en el geologo.

— Me parece que hoy tambien la Geologia encontrara algo — exclamo Maksheiev.

— Ya era hora. Mi martillo debe estar deseando trabajar. Porque incluso la unica colina de la tundra ha frustrado sus esperanzas — observo riendo Kashtanov.

— Con todo esto, lo mejor seria hacer alto para la noche — propuso Gromeko-. Llevamos recorridos hoy cerca de cien kilometros.

Capitulo XIX

AVENTURAS SOBRE UNA COLINA

Para acampar se eligio un sitio al pie de una elevada colina que separaba de la margen derecha del rio una estrecha franja de altos arboles. Despues de haber tomado un bocado con el te, los cuatro — exploradores se dirigieron hacia la colina. Dejaron a General cerca de la tienda, atado a un arbol por una larga cuerda.

Descubrieron a traves del bosque un sendero, fuera del cual la espesura era tan inextricable que hubiera sido imposible dar un paso sin hacha: arbustos y plantas trepadoras formaban una masa verde compacta que flanqueaba el sendero. Arriba, la boveda de vegetacion no dejaba pasar mas que algunos rayos rojizos.

Los cazadores avanzaban silenciosos, en fila india, con las escopetas en la mano, mirando hacia adelante y hacia arriba, donde podia aparecer de pronto una presa interesante o un enemigo peligroso. Pero no se veia nada mas que aves pequenas y ardillas.

Habiendo llegado sin novedad a la vertiente de la colina, comenzaron su ascension. La hierba no les llegaba mas que hasta las rodillas y Gromeko se quedo rezagado recogiendo plantas.

Mientras el zoologo examinaba y describia una gran serpiente que acababa de matar, Kashtanov habia arrancado no sin dificultad una muestra de una roca extrana, muy pegajosa, de color amarillo verdoso, con pequenas motas de metal blanco plateado. Despues de examinarla con la lupa, el geologo exclamo perplejo:

— ?Saben ustedes de que son estas rocas? Pues poseen la misma estructura que los aerolitos sidereos semiferrosos, que contienen una masa inicial olivina con hierro y niquel.

— ?Lo que significa?… — pregunto Maksheiev.

— Lo que significa que son justas las hipotesis de los geologos en cuanto a la composicion de las capas mas profundas de la corteza terrestre. Nos encontramos probablemente en los limites del cinturon llamado olivino*, formado por pesadas rocas de mineral rico en hierro y cuya composicion es analoga a la de los meteoritos rocosos o trozos de pequenos planetas que caen sobre nuestra tierra desde el espacio interplanetario. Es de esperar que aun encontraremos rocas — enteramente metalicas.

Gromeko se unio a ellos con una brazada de diferentes, plantas, y los exploradores reanudaron la subida, pisando con precaucion la hierba donde podian ocultarse reptiles venenosos. En efecto, escuchaban a veces roces que se apartaban de ellos, pero los viajeros no experimentaban el menor deseo de perseguir a los fugitivos.

En lo alto de la colina habia una cresta de granito y en los riscos se calentaban al sol multitud de grandes lagartos de color amarillo verdoso con manchas negras, tan parecidos a los salientes rocosos que Kashtanov puso incluso la mano encima de uno de ellos, pagando su error con un fuerte mordisco — en un dedo. Despues de este incidente probaba con el martillo todas las fragosidades de la roca por miedo a equivocarse otra vez.

La vertiente septentrional de la colina, expuesta a los vientos humedos, estaba cubierta de un espeso bosque en el que era dificil penetrar sin el hacha. La vertiente meridional, que los viajeros habian explorado ya, era una pradera con arboles aislados. Desde arriba abarcaba la mirada una vasta extension de terreno: al Sur, al Este y al Oeste se alzaban hasta el horizonte colinas iguales o mas altas; al Norte, en cambio, descendian y se dispersaban a lo lejos, dejando sitio a una llanura bordeada de una ancha franja de bosque que solo cortaban en algunos sitios las cintas plateadas de los rios.

Sentados en lo alto de la colina, los cazadores consideraban la lejania, cuando una manada de jabalies salio, a unos metros mas abajo de la cresta, del bosque que terminaba en la vertiente septentrional. El jabali que iba en cabeza, con la espina erizada de largos pelos y enormes colmillos blancos, se detuvo y alzo la cabeza de ojos pequenos, que brillaban furiosos. Olfateaba el aire moviendo la jeta. Le seguian en grupo hembras y jabatillos de diferente edad. Estos paquidermos no se diferenciaban sino por sus dimensiones mayores de los jabalies conocidos del zoologo.

— ?Ahi viene a buscarnos la cena! — exclamo Maksheiev-. A mi entender, un jabato asado a la brocha debe ser un plato suculento.

— De momento, no tenemos necesidad de carne — intervino Gromeko, el encargado de las provisiones-. Todavia nos queda carne de ciervo.

— No esta mal tener una reserva, porque la caza no es siempre fructuosa.

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