– Quedese con ellos -ordeno Scanlon-. Quiero estar seguro de que no nos escuchan.

El abogado cogio su maletin y siguio a Linda Morgan hacia la puerta. Pronto Scott y Scanlon estaban solos. En las peliculas, los asesinos son omnipotentes; en la vida real, no. No se libran de las esposas en medio de un centro penitenciario federal de alta seguridad. Los fornidos celadores, como Scott sabia, vigilarian desde detras del espejo unidireccional. Aunque, por orden de Scanlon, apagarian el interfono, todos estarian mirando.

Scott se encogio de hombros en un gesto de interrogacion.

– No soy el tipico asesino a sueldo.

– Ya.

– Tengo reglas.

Scott espero.

– Por ejemplo, solo mato a hombres.

– Vaya -dijo Scott-. Es usted un principe.

Scanlon hizo caso omiso del sarcasmo.

– Esa es mi primera regla. Solo mato a hombres. No a mujeres.

– Bien, y digame, ?tiene la regla numero dos algo que ver con no echar un polvo hasta la tercera cita?

– ?Cree que soy un monstruo?

Scott se encogio de hombros como si la respuesta fuera obvia.

– ?No respeta mis reglas?

– ?Que reglas? Usted mata a gente. Inventa esas supuestas reglas porque necesita hacerse la ilusion de que es humano.

Scanlon parecio pensarselo.

– Es posible -admitio-, pero los hombres a los que he matado eran canallas. Me contrataban canallas para matar a canallas. No soy mas que un arma.

– ?Un arma? -repitio Scott.

– Si.

– Monte, a un arma no le importa a quien mata. A hombres, mujeres, abuelitas, ninos. Un arma no distingue.

Scanlon sonrio.

– Tocado.

Scott se froto las palmas de las manos en las perneras del pantalon.

– No me ha pedido que viniera aqui para una clase de etica. ?Que quiere?

– Usted esta divorciado, ?verdad, Scott?

No contesto.

– Sin hijos, una separacion amistosa, tiene una buena relacion con su ex.

– ?Que quiere?

– Explicar.

– Explicar ?que?

Scanlon bajo la vista, pero solo por un instante.

– Lo que le hice.

– Ni siquiera lo conozco -repuso Scott.

– Pero yo si lo conozco a usted. Lo conozco desde hace mucho tiempo.

Scott dejo que se hiciera el silencio. Miro el espejo. Linda Morgan debia de estar detras del vidrio, preguntandose de que hablaban. Queria informacion. Scott se pregunto si habrian ocultado microfonos en la sala. Probablemente. En cualquier caso, le convenia hacer hablar a Scanlon.

– Usted es Scott Duncan. Treinta y nueve anos. Estudio en la Facultad de Derecho de Columbia. Podria ganar mucho mas dinero en el sector privado, pero eso le aburre. Hace seis meses que trabaja en la fiscalia. Sus padres se mudaron a Miami el ano pasado. Tenia una hermana, pero murio en la universidad.

Scott se revolvio en su asiento. Scanlon lo observo.

– ?Ya ha acabado?

– ?Sabe como funciona mi negocio?

Cambio de tema. Scott espero un momento. Scanlon pretendia crear una ilusion optica, con la intencion de desconcertarlo o alguna tonteria semejante. Y Scott no iba a caer en la trampa. Nada de lo que habia «revelado» acerca de la familia de Scott lo sorprendia. Para encontrar esa informacion bastaba con saber pulsar unas cuantas teclas y hacer un par de llamadas.

– Por que no me lo cuenta -contesto Scott.

– Imaginemos que usted quiere que muera alguien -dijo Scanlon.

– De acuerdo.

– Se pondria en contacto con un amigo, que conoce a un amigo, que conoce a un amigo, que me llamaria a mi.

– ?Y a usted solo lo conoceria ese ultimo amigo? -pregunto Scott.

– Algo asi. Solo tenia un intermediario, pero tomaba mis precauciones incluso con el. Nunca nos veiamos cara a cara. Usabamos nombres en clave. Los pagos siempre se ingresaban en cuentas extranjeras. Abria una cuenta para cada… llamemoslo transaccion…, y la cerraba tras concluir la transaccion. ?Me sigue?

– No es tan complicado -dijo Scott.

– No, supongo que no. Pero, vera, ultimamente nos comunicabamos por correo electronico. Abria una cuenta de correo provisional en Hotmail o Yahoo o donde fuera, con nombres falsos. Imposible de rastrear. Pero aunque se pudiera, aunque llegara a averiguarse quien habia enviado un mensaje, ?adonde conducia? Todos se enviaban o leian en bibliotecas o lugares publicos. Estabamos totalmente a cubierto.

Scott se abstuvo de mencionar que, a pesar de esa total cobertura, habia acabado con el culo en la carcel.

– ?Y eso que tiene que ver conmigo?

– A eso voy -contesto Scanlon, y Scott advirtio que iba animandose a medida que hablaba-. Antes, y cuando digo antes me refiero a hara unos ocho o diez anos, lo haciamos casi todo por telefono publico. Nunca veia el nombre escrito. El simplemente me lo decia por telefono.

Scanlon callo y se aseguro de que tenia toda la atencion de Scott. Suavizo un poco el tono, ahora ya menos frio.

– Ahi esta el quid de la cuestion, Scott. Se hacia por telefono. Solo oia el nombre por telefono; no lo veia escrito.

Miro a Scott con expectacion. Scott no tenia ni idea de que intentaba decir, asi que asintio:

– Aja.

– ?Entiende por que recalco que se hacia por telefono?

– No.

– Porque una persona como yo, una persona con reglas, podria cometer un error por telefono.

Scott penso por un momento.

– Sigo sin entender.

– Nunca mato a mujeres. Esa era la primera regla.

– Eso ha dicho.

– De modo que si usted queria cargarse a alguien que se llamaba Billy Smith, yo habria deducido que Billy era un hombre. Ya sabe, con i griega. Nunca pensaria que Billy era una mujer. Con «ie» al final. ?Lo entiende?

Scott se quedo absolutamente inmovil. Scanlon se dio cuenta. Dejo de sonreir. Hablaba en voz muy baja.

– Antes hemos hablado de su hermana, ?no, Scott?

Scott no contesto.

– Se llamaba Geri, ?verdad?

Silencio.

– ?Ve el problema, Scott? Geri es uno de esos nombres. Al oirlo por telefono, uno supondria que se escribia Jerry. La cuestion es que hace quince anos recibi una llamada. De ese intermediario del que le hablaba…

Scott movio la cabeza en un gesto de negacion.

– Me dieron una direccion. Me dijeron la hora exacta a la que «Jerry» -Scanlon trazo con los dedos unas comillas imaginarias- estaria en casa.

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