David Baldacci
Control Total
Agradecimientos
A mi amiga Jennifer Steinberg, que fue mas alla de los limites del deber para dar respuestas a todas las esotericas y complejas preguntas que le formule. Si hay por ahi alguna documentalista mejor, desconozco su existencia.
A mi amigo Tom DePont de NationsBank, por su valiosa colaboracion en los temas bancarios y sus muy utiles sugerencias sobre escenarios financieros creibles. A mi amigo Marvin Mclntyre, de la firma de corredores de Bolsa Legg Mason, y a su colega Paul Montgomery, por los buenos consejos y ayuda en los temas de inversiones y la Reserva Federal.
A mi querida amiga, la doctora Catharine Broome, por su asesoramiento en temas medicos generales y el tratamiento del cancer. Tambien a ella y a su marido David, por los detalles sobre la ciudad de Nueva Orleans.
A mi tio Bob Baldacci, por proveerme de muchisimo material y por la paciencia de responder a mis innumerables preguntas sobre el complejo funcionamiento de los aviones a reaccion, los aeropuertos y los trabajos de mantenimiento.
A mi primo Steve Jennings, por guiarme a traves del laberinto de la tecnologia informatica y la confusion de Internet. Y tambien a su esposa, Mary, que tendria que considerar muy en serio una carrera como editora. Sus comentarios fueron de gran ayuda, y muchos de ellos han sido incorporados al producto final. Y al doctor Peter Aiken, de la Virgina Commonwealth University, por ayudarme a entender los vericuetos del correo electronico a traves de Internet.
A Neil Schiff, director de publicidad del FBI, por permitirme un recorrido por el edificio Hoover y atender mis preguntas sobre la organizacion.
A Larry Kirshbaum, Maureen Egen y al resto del maravilloso equipo de Warner Books por su apoyo. Todos habeis colaborado tanto a cambiar mi vida, que me siento en la obligacion de reconocerlo en cada novela, aunque solo sea para demostrar mi mas sincera gratitud.
Un agradecimiento muy especial a Frances Jalet-Miller, de la Aaron Priest Agency. Es una bendicion tenerla como editora y amiga. Ha conseguido que
Capitulo 1
El apartamento era pequeno, poco acogedor, y predominaba un olor a moho que sugeria un largo abandono. Sin embargo, los pocos muebles y las pertenencias personales estaban limpias y bien organizadas; algunas de las sillas y una pequena mesa auxiliar eran valiosas antiguedades. El ocupante mas llamativo de la minuscula sala de estar era una biblioteca de arce que bien podria haber estado en la Luna, porque parecia un objeto extraterrestre en este espacio modesto y sin pretensiones. La mayoria de los libros colocados en los estantes versaban sobre finanzas y trataban sobre temas como la politica monetaria internacional o complejas teorias de inversion.
La unica luz de la habitacion la suministraba una lampara de pie colocada junto a un sofa. El pequeno circulo luminoso delineaba la silueta del hombre alto y estrecho de hombros que estaba sentado alli, con los ojos cerrados como si estuviera dormido. El reloj de su muneca marcaba las cuatro de la manana. Las perneras del pantalon gris oscuro rozaban los zapatos negros con borlas impecablemente lustrados. Los tirantes verdes resaltaban sobre la pechera blanca almidonada. El cuello de la camisa estaba desabrochado y las puntas de la pajarita colgaban alrededor del cuello. La gran cabeza calva era como un segundo plano, porque lo primero que llamaba la atencion era la espesa barba gris acero que enmarcaba el rostro ancho surcado por profundas arrugas. Sin embargo, cuando el hombre abrio bruscamente los ojos, todas las demas caracteristicas fisicas se convirtieron en secundarias; los ojos eran de color avellana, muy penetrantes; parecian ocupar todo el espacio de las orbitas mientras contemplaban la habitacion.
Entonces el dolor sacudio al hombre, que se llevo las manos a su costado izquierdo, pero en realidad el dolor estaba ahora por todas partes. No obstante, su origen habia sido el lugar que ahora el atacaba con una feroz aunque futil venganza. Apenas podia respirar mientras se le contraia el rostro.
Deslizo una mano hasta el aparato sujeto en el cinturon. Con la forma y el tamano de un
El hombre se echo hacia atras, exhausto, el rostro sudoroso, la camisa empapada de sudor. Dio gracias a Dios por poder manejar la bomba a voluntad. Tenia una tolerancia extraordinaria al dolor, porque su fuerza mental podia superar facilmente cualquier malestar fisico, pero la bestia que le devoraba las entranas le habia introducido en un nuevo nivel de angustia fisica. Por un momento se pregunto que llegaria primero: la muerte o la derrota mas absoluta de las drogas frente al enemigo. Rezo para que ganara la muerte.
Fue tambaleandose hasta el bano y se miro en el espejo. En ese momento, se echo a reir. Las carcajadas casi histericas aumentaron de volumen hasta parecer que estallarian a traves de las delgadas paredes del apartamento, y entonces el estallido incontrolable se transformo en sollozos y en un vomito. Unos minutos mas tarde, despues de cambiarse de camisa, Lieberman estaba otra vez delante del espejo, ocupado en hacerse el nudo de la corbata. Le habian avisado de los violentos cambios de humor. Sacudio la cabeza.
Siempre se habia cuidado. Hacia gimnasia con regularidad, no fumaba, no bebia, controlaba su dieta. Ahora, a sus juveniles sesenta y dos anos, no viviria para ver los sesenta y tres. Este hecho lo habian confirmado tantos especialistas que, finalmente, incluso el enorme deseo de vivir de Lieberman habia renunciado. Pero no se iria por la puerta falsa. Le quedaba una carta por jugar. Sonrio al darse cuenta repentinamente de que la inminencia de la muerte le daba una maniobrabilidad que no habia tenido en vida. Seria una verdadera ironia que una carrera distinguida como la suya acabara con una nota innoble. Pero las sacudidas que acompanarian a su desaparicion compensaban ese punto. ?A el que le importaba? Entro en el pequeno dormitorio y se tomo un momento para contemplar las fotografias encima de la mesa. Noto las lagrimas que amenazaban con desbordarse y salio del cuarto muy rapidamente.
Lieberman abandono el apartamento a las cinco y media en punto, bajo en el pequeno ascensor hasta la planta baja y salio a la calle, donde un Crown Victoria, con matriculas oficiales de un blanco resplandeciente a la luz de la farola, estaba aparcado junto al bordillo con el motor en marcha. El chofer se apresuro a bajar del coche y abrio la puerta para que subiera. Se llevo la mano a la gorra en un respetuoso saludo a su estimado pasajero y, como de costumbre, no recibio respuesta. En unos segundos, el coche habia desaparecido.
Mas o menos a la misma hora que el coche de Lieberman entraba en el acceso a la autopista, el Mariner L800 salia del hangar en el aeropuerto internacional Dulles preparado para el vuelo sin escalas a Los Angeles. Acabados