– ?Cuantos casos llevan los Payton? -pregunto.
– unos treinta. N o lo sabemos con seguridad porque todavia no los han incoado todos. Habra que esperar bastante.
– Uno de los articulos aseguraba que el caso Baker habia estado a punto de llevarlos a la ruina.
– Cierto, estan endeudados hasta las cejas.
– ?Creditos?
– Si, eso se dice.
– ?Sabemos con que bancos?
– No estoy seguro.
– Averigualo. Quiero saber los numeros de cuenta de los creditos, los plazos, todo.
– De acuerdo.
A grandes trazos, y desde el punto de vista de Ratzlaff, la cosa no pintaba nada bien. El dique se habia resquebrajado y se avecinaba una inundacion. Los abogados se abalanzarian sobre ellos con sana y los costes de los procesos se cuadruplicarian hasta alcanzar facilmente los cien millones de dolares anuales. El proximo caso estaria listo para ir a juicio en unos ocho meses, en el mismo juzgado y con el mismo juez. Otra indemnizacion de esas caracteristicas y, bueno, quien sabia lo que podia ocurrir.
Carl consulto la hora en su reloj de pulsera y musito algo sobre hacer una llamada. Volvio a abandonar la mesa, se paseo por el despacho y luego se detuvo en uno de los ventanales que daban al sur. El edificio Trump llamo su atencion. Se ubicaba en el numero cuarenta de Wall Street, muy cerca de la Bolsa de Nueva York, donde dentro de muy poco las acciones ordinarias de Krane Chemical serian la comidilla del dia, mientras los inversores abandonaban el barco y los especuladores se quedaban boquiabiertos ante la desmembracion. Que cruel, que ironico que el, el gran Carl Trudeau, un hombre que a menudo habia mirado divertido desde lo alto como alguna compania desafortunada se consumia, tuviera ahora que quitarse de encima a los buitres. ? Cuantas veces habia maquinado el mismo el colapso del precio de una accion para poder lanzarse en picado sobre ella y comprarla por una miseria? Su leyenda se habia construido sobre ese tipo de tacticas despiadadas.
?Hasta que punto iba a afectarles? Esa era la gran pregunta, seguida de muy cerca de la segunda: ?cuanto duraria?
Espero.
5
Tom Huff se puso su mejor y mas oscuro traje y, despues de darle muchas vueltas, decidio entrar a trabajar en el Second State Bank unos minutos mas tarde de lo habitual. Llegar a primera hora habria sido demasiado predecible, tal vez incluso un poco engreido por su parte. Ademas, yeso era lo mas importante, queria que todo el mundo ya hubiera ocupado su sitio cuando el llegara: los viejos cajeros de la planta principal, las secretarias monas de la segunda y los vice lo que fueran, sus rivales, de la tercera. Huffy queria hacer una entrada triunfal con el mayor publico posible. Se la habia jugado con los Payton y merecia disfrutar de ese momento.
Sin embargo, en realidad recibio el rechazo absoluto de los cajeros, el vacio colectivo de las secretarias y suficientes sonrisitas taimadas de sus rivales como para empezar a recelar. Encontro un mensaje sobre su mesa calificado como «urgente» para que fuera a ver al senor Kirkhead. Alli se cocia algo y Huffy empezo a perder aplomo. Menuda entrada triunfal. ?Cual era el problema?
El senor Kirkhead estaba en su despacho, esperando, con la puerta abierta: mala senal. El jefe odiaba las puertas abiertas; de hecho, se jactaba de un estilo de direccion a puerta cerrada. Era mordaz, grosero, cinico y tenia miedo hasta de su propia sombra, por lo que las puertas cerradas eran sus aliadas.
– Sientese -le espeto, sin un misero «Buenos dias» o un «Hola» o, no fuera a sentarle mal, un «Felicidades».
Estaba pertrechado detras de su pretencioso escritorio, con la oronda y despejada cabeza inclinada, como si esnifara las hojas de calculo a medida que las leia.
– ?Y como esta usted, senor Kirkhead? -pregunto Huffy, alegremente.
Que ganas tenia de llamarlo «Kirkabron», como solia hacer siempre que se referia a su jefe. Incluso las viejas cajeras de la primera planta a veces lo llamaban asi.
– Fenomenal. ?Ha traido el expediente de los Payton?
– No, senor. No me dijeron que lo trajera. ?Pasa algo?
– De hecho, dos cosas, ahora que lo menciona. Primera: tenemos un prestamo catastrofico con esa gente de mas de cuatrocientos mil dolares, vencido, por descontado, y sin apenas garantias.
Habia dicho «esa gente» como si Wes y Mary Grace fueran ladrones de tarjetas de credito.
– No es nada nuevo, senor.
– ?Le importaria dejarme acabar? y ahora tenemos esa indemnizacion desorbitada del jurado que, como entidad que ha emitido el prestamo, se supone que debemos sentirnos satisfechos, pero como entidad crediticia y cabeza empresarial de esta comunidad, creo que es una verdadera mierda. ? Que tipo de mensaje estamos enviando a posibles clientes industriales con este tipo de veredictos?
– ?Que no viertan residuos toxicos en nuestro estado? Los rollizos carrillos de Kirkabron se sonrojaron mientras desechaba la respuesta de Huffy con un gesto de la mano. Se aclaro la garganta y a punto estuvo de hacer gargaras con su propia saliva.
– Esto no es bueno para nuestro clima empresarial-dijo-.
La primera plana en todo el mundo esta manana. Me estan llamando de la oficina central. Hoy es un dia de perros.
Bowmore tambien tiene muchos dias de perros, penso Huffy. Sobre todo con todos esos funerales.
– Cuarenta y un millones de dolares -siguio Kirkabron- para una pobre mujer que vive en una caravana. -Las caravanas no tienen nada malo, senor Kirkhead. Por aqui hay mucha gente, buenas personas, que viven en ellas, y nosotros les concedemos prestamos.
– No lo entiende. Es una cantidad de dinero desorbitada, es poner el sistema patas arriba. ?Por que aqui? ?Por que se conoce a Mississippi como un infierno judicial? ?Por que los abogados adoran nuestro pequeno estado? Eche un vistazo a los numeros, es malo para los negocios, Huff, para nuestros negocios.
– Si, senor, pero el prestamo de los Payton ya no debe preocuparle.
– Quiero que lo devuelvan, y pronto.
– Yo tambien.
– Presenteme un calendario. Quede con esa gente y prepare un plan de devolucion, que solo aprobare cuando lo encuentre sensato. Hagalo ya.
– Si, senor, pero puede que aun necesiten varios meses para ponerse al dia. Practicamente han cerrado…
– Me importan un pimiento, Huff. Solo quiero que ese prestamo no aparezca en los libros.
– Si, senor. ? Eso es todo?
– Si. y se acabaron los creditos judiciales, ? entendido?
– No se preocupe.
A tres puertas del banco, el ilustrisimo senor Jared Kurtin hizo un repaso general de las tropas antes de volver a Atlanta y enfrentarse a la gelida bienvenida que le esperaba alli. La oficina central se encontraba en un viejo edificio de Front Street, que habian restaurado hacia poco. La defensa de Krane Chemical, con recursos ilimitados, lo habia alquilado hacia dos anos y lo habia puesto al dia con un impresionante equipo tecnologico y personal.
Como era logico, los animos estaban por los suelos, aunque a muchos de los que eran de por alli no les inquietaba el veredicto. Despues de estar meses trabajando para Kurtin y sus arrogantes secuaces de Atlanta, sentian una muda satisfaccion al ver como se retiraban, vencidos. Ademas, volverian. El veredicto alentaria el animo de las victimas yeso garantizaba demandas, litigios y todo lo demas.
Por alli tambien se encontraba Frank Sully, como testigo de la partida, un abogado local y socio de un bufete de Hattiesburg, que Krane habia contratado al principio, antes de decantarse por un «bufete mayor» de Atlanta. Le