mensajero. -? Estas seguro de que has oido bien? -pregunto.
Stu deseo con todas sus fuerzas haberse equivocado. -Si, senor.
La puerta seguia abierta a su espalda. Bobby Ratzlaff irrumpio en el despacho, sin aliento, conmocionado y asustado, en busca del senor Trudeau. Ratzlaff era el jefe de abogados de la casa y su cabeza seria la primera en peligrar. Ya estaba sudando.
– Quiero aqui a tu equipo en cinco minutos -le ladro el senor Trudeau, antes de volverse de nuevo hacia la ventana.
La conferencia de prensa se celebro en la primera planta de los juzgados. En dos grupos pequenos, Wes y Mary Grace hablaron pacientemente con los periodistas. Ambos ofrecieron las mismas respuestas a las mismas preguntas. No, el veredicto no era un record en el estado de Mississippi. Si, creian que estaba justificado. No, no lo esperaban, al menos no una cantidad tan alta. Era evidente que apelarian. Wes sentia un gran respeto por Jared Kurtin, pero no por su cliente. Su bufete representaba en esos momentos a treinta querellantes mas que habian interpuesto una demanda a Krane Chemical. No, no esperaban llegar a un acuerdo en esos casos.
Si, estaban exhaustos.
Al cabo de media hora se disculparon y salieron de los juzgados de distrito del condado de Forrest de la mano, llevando un pesado maletin en la otra. Los fotografiaron cuando entraron en el coche y cuando enfilaron la calle.
Por fin a solas, permanecieron callados. Cuatro manzanas, cinco, seis. Pasaron diez minutos sin intercambiar ni una sola palabra. El coche, un Ford Taurus destartalado, con millon y medio de kilometros, al menos una de las ruedas medio deshinchadas y el ruidito constante de una valvula obstruida, avanzaba sin rumbo por las calles que rodeaban la universidad.
Wes fue el primero en hablar.
– ?Cuanto es una tercera parte de cuarenta y un millones?
– Ni lo pienses.
– No lo pienso, solo bromeaba.
– Limitate a conducir.
– ? A algun sitio en concreto?
– No.
El Taurus se adentro en las urbanizaciones de las afueras, sin rumbo aparente, aunque decididamente no hacia el bufete. Se mantuvieron lejos del barrio donde seguia la bonita casa que una vez habian compartido.
La realidad se asento lentamente a medida que los abandonaba el aturdimiento. Un pleito que habian iniciado a reganadientes hacia cuatro anos acababa de decidirse de la manera mas espectacular posible. La agotadora maraton habia llegado a su fin y aunque habian logrado una victoria provisional, lo habian pagado caro. Las heridas seguian abiertas y las cicatrices de la batalla no se habian cerrado.
El indicador de la gasolina anunciaba que les quedaba menos de un cuarto de deposito, algo en lo que Wes ni siquiera habria reparado un par de anos atras. Ahora se trataba de un problema bastante mas serio. Por entonces conducia un BMW -Mary Grace tenia un Jaguar- y cuando necesitaba repostar, se limitaba a detenerse en su gasolinera preferida y a llenar el deposito pagando con una tarjeta de credito. Nunca repasaba las facturas, de eso se encargaba su contable, a quien se las entregaba. Ahora ya no tenia tarjeta de credito, ni BMW, ni Jaguar, aunque seguia trabajando con ellos la misma contable, que cobraba la mitad y administraba el dinero con cuentagotas para mantener el despacho de los Payton a flote.
Mary Grace tambien miro el indicador, una costumbre que habia adquirido recientemente. Se fijo en el indicador y recordo los precios de todo: del litro de gasolina, de una barra de pan, de un litro de leche. Ella era la ahorradora y el el derrochador, pero no muchos anos atras, cuando los clientes acudian a ellos y ganaban casos, se habia relajado demasiado y habia disfrutado del exito. Ahorrar e invertir no era prioritario. Eran jovenes, el bufete estaba creciendo y el futuro parecia no tener limites.
Sin embargo, hacia tiempo que el caso Baker habia devorado todo lo que habia conseguido poner en fondos de inversion inmobiliaria.
Hacia apenas una hora, sobre el papel, estaban en la miseria y las deudas exorbitantes superaban con creces los contados bienes que pudieran quedarles. Ahora las cosas eran distintas. Las obligaciones no habian desaparecido, pero su balance de situacion habia mejorado notablemente.
?O no?
?Cuando iban a ver toda o parte de esa maravillosa indemnizacion? ?Les ofreceria Krane llegar a un acuerdo? ?Cuanto tiempo duraria la apelacion? ?Cuanto tiempo podian destinar ahora al resto de los casos?
Ninguno de los dos deseaba pensar en las cuestiones que los atormentaban. Sencillamente estaban demasiado cansados y aliviados. Durante una eternidad apenas habian hablado de otra cosa, y ahora no hablaban de nada. Ya empezarian el informe al dia siguiente, o al otro.
– Casi no nos queda combustible -dijo Mary Grace.
– ?Y la cena? -pregunto Wes, incapaz de hacer pensar una respuesta a su agotada mente.
– Macarrones con queso, con los ninos.
El proceso no solo habia consumido su energia y sus ahorros sino que tambien habia quemado todas las calorias que pudieran sobrarles al principio del litigio. Wes habia adelgazado cerca de siete kilos como minimo, aunque no estaba seguro, porque hacia meses que no se subia a una bascula. No tenia intencion de preguntar a su mujer acerca de un tema tan delicado, pero era evidente que ella tambien necesitaba alimentarse. Se habian saltado muchas comidas: desayunos mientras bregaban con los ninos para vestirlos y llevarlos al colegio, comidas durante las que uno presentaba alguna peticion en el despacho de Harrison mientras el otro se preparaba para el siguiente turno de preguntas, cenas en las que trabajaban hasta entrada la medianoche y simplemente se olvidaban de comer. Las barritas y las bebidas energeticas les habian ayudado a ir tirando.
– Me parece genial-dijo, y viro el volante a la izquierda, hacia una calle que les llevaria a casa.
Ratzlaff y dos abogados mas tomaron asiento alrededor de la elegante mesa forrada de cuero, en uno de los rincones del despacho del senor Trudeau. El cristal de los ventanales ocupaba toda la pared, lo que proporcionaba unas vistas espectaculares de los rascacielos que se apinaban en el distrito financiero, aunque nadie estaba de humor para apreciar la vista. El senor Trudeau estaba al telefono en la otra punta de la estancia, detras de su escritorio cromado. Los abogados esperaban nerviosos. Se habian mantenido en comunicacion constante con los testigos presenciales que tenian en Mississippi, pero seguian disponiendo de pocas respuestas.
El jefe acabo de hablar por telefono y atraveso la estancia con paso decidido.
– ?Que ha ocurrido? -les espeto-. No hace ni una hora estabais muy gallitos y ahora resulta que nos han machacado. ?Que ha pasado?
Tomo asiento y miro a Ratzlaff, iracundo.
– Un juicio con jurado esta siempre lleno de riesgos -se justifico Ratzlaff.
– He pasado por otros juicios, por muchos, y suelo ganarlos. Creia que habiamos contratado a los mejores picapleitos de la profesion. A los mejores que el dinero puede comprar. No hemos reparado en gastos, ?no es cierto?
– Ya lo creo. Les pagamos con creces. Seguimos pagandoles.
El senor Trudeau estampo un puno sobre la mesa.
– ?Que ha fallado? -grito.
Bueno, penso Ratzlaff, que desearia poder decirlo en voz alta, aunque apreciaba demasiado su trabajo como para hacerlo, empecemos por el hecho de que nuestra compania construyo una planta de pesticidas en un pueblo de mala muerte de Mississippi porque el suelo y la mano de obra estaban regalados, que luego nos pasamos los siguientes treinta anos vertiendo productos y residuos quimicos en el suelo y los rios, todo ilegal, por descontado, y que contaminamos el agua para consumo humano hasta que supo a leche agria, lo que aunque de por si ya es malo, no fue ni mucho menos lo peor. Porque luego la gente empezo a morir de cancer y leucemia.
Eso, senor Jefazo, senor Alto Ejecutivo y senor Tiburon Empresarial, es exactamente lo que ha fallado.
– Los abogados tienen un buen palpito con la apelacion -acabo diciendo Ratzlaff, sin demasiada conviccion.
– Vaya, es fabuloso. Ahora mismo confio ciegamente en mis abogados. ?Se puede saber de donde has sacado a esos payasos?