hacha de guerra e ir a por McCarthy.
– ?Por que tengo un nudo en el estomago?
– La politica no es un juego de ninos, Ron, eso es algo que pronto aprenderas. No estoy preocupado, ahora mismo no. Sigamos cinendonos a nuestro plan, nada ha cambiado.
– A mi entender, unas elecciones con demasiados candidatos solo benefician al titular del cargo -observo Ron, y en general, tenia razon.
– No necesariamente. No hay razon para preocuparse.
Ademas, no podemos hacer nada si hay mas gente que desea presentarse. Tu concentrate, consultalo con la almohada y hablamos manana.
18
El pintoresco lanzamiento de Clete Coley se habia producido en el momento mas oportuno: no habia ninguna otra historia interesante en todo el estado. La prensa informo del anuncio de la candidatura de Coley a bombo y platillo. ?Y quien podia reprocharselo? ?Con que frecuencia llegan al publico imagenes tan llenas de vitalidad como la de un abogado esposado al que se llevan arrastrando mientras grita contra «esos cabrones de los liberales»? Y de un abogado tan grande y con un vozarron como aquel. La inquietante exposicion de rostros de fallecidos era irresistible. Los voluntarios, sobre todo los familiares de las victimas, estuvieron encantados de hablar con los periodistas y contarles sus casos. El descaro de celebrar la concentracion justo debajo de las narices del tribunal supremo no estaba exento de humor, era incluso admirable.
Se lo llevaron de inmediato a la comisaria, donde lo ficharon, le tomaron las huellas y lo fotografiaron. Coley supuso, correctamente, que la foto del archivo policial acabaria en la prensa de un modo u otro, por lo que tuvo unos momentos para pensar en el mensaje. Un ceno fruncido podria confirmar la sospecha de que a ese tipo le faltaba un tornillo. Una sonrisa socarrona podria cuestionar su seriedad, ?quien sonrie cuando acaba de llegar a comisaria? Se decidio por un rostro inexpresivo, con una ligera mirada de curiosidad, como si se preguntara por que la habian tomado con el.
El procedimiento exigia que el preso se desnudara, se duchara y se pusiera un mono naranja, yeso solia ocurrir antes de la foto de marras. Sin embargo, Clete no tendria que pasar por todo eso. Solo se le acusaba de entrar sin autorizacion en una propiedad ajena, infraccion castigada con una multa de doscientos cincuenta dolares, como maximo. La fianza doblaba esa cantidad, y Clete, con los bolsillos abultados por los billetes de cien, fue exhibiendo el dinero por todas partes para que las autoridades supieran que iba a salir de la carcel y no a entrar en ella. Asi que se saltaron la ducha y el mono y fotografiaron a Clete con su mejor traje marron, la camisa blanca almidonada y la corbata de seda con estampado de cachemir y nudo perfecto. Ni siquiera se le habia movido un pelo de su largo cabello canoso.
Todo el proceso les llevo menos de una hora y cuando salio de la comisaria, siendo un hombre libre, le complacio descubrir que la mayoria de los periodistas lo habian seguido. Contesto a sus preguntas en la acera, hasta que se cansaron.
Fue la noticia con la que abrieron todos los informativos de la noche, junto con el resto de sucesos del dia, y volvio a aparecer en los titulares de las noticias de madrugada. Coley lo siguio todo a traves de una pantalla panoramica de un bar de moteros al sur de Jackson, donde se escondio a pasar la noche e invito a beber a todo el mundo que entrara por la puerta. La cuenta supero los mil cuatrocientos dolares. Gastos de campana.
Los moteros quedaron encantados y le prometieron que acudirian en tropel para que saliera elegido. Por descontado, ni uno de ellos estaba censado, por lo que no podian votar. Cuando cerro el bar, un reluciente Cadillac Escalade rojo, alquilado para la campana por mil dolares al mes, se llevo a Clete de alli. Al volante iba uno de sus nuevos guardaespaldas, el blanco, un joven apenas algo mas sobrio que su jefe. Llegaron al motel sin que volvieran a detenerlos.
En las oficinas de la Asociacion de Abogados Litigantes de Mississippi, la ALM, en State Street, Barbara Mellinger, directora ejecutiva y principal miembro del grupo de presion, se reunio con su ayudante, Skip Sanchez, para tomar un primer cafe de buena manana. Solian comentar las noticias de los periodicos matutinos con la primera taza. Les llegaban ejemplares de cuatro de los diarios del distrito sur -Biloxi, Hattiesburg, Laurel y Natchez- y el rostro del senor Coley aparecia en la primera plana de todos ellos. El periodico de J ackson apenas hablaba de otra cosa.
– Tal vez deberiamos aconsejar a nuestros candidatos que se hicieran detener cuando anuncien sus candidaturas -dijo Barbara, con sequedad, sin un atisbo de humor.
Hacia veinticuatro horas que no sonreia. Apuro su primera taza y fue a servirse otra.
– ?Quien cono es ese tal Clete Coley? -pregunto Sanchez, fijandose en las imagenes del hombre.
Los periodicos de Jackson y Biloxi habian incluido la foto de la ficha policial, en la que aparecia con la mirada de un hombre que primero dispara y luego pregunta.
– Anoche llame a Walter a Natchez -dijo Mellinger-.
Dice que Coley lleva varios anos en la profesion y que siempre ha andado metido en asuntos turbios, pero que ha sido lo bastante listo para no dejarse atrapar. Cree que en algun momento estuvo trabajando en la extraccion de crudo y gas, y tuvo problemas con unos prestamos para negocios de poca monta. Ahora se las da de jugador. Nunca se le ha visto a menos de seis manzanas de un juzgado. Un don nadie.
– Ya no.
Barbara se levanto y empezo a pasear lentamente por la oficina. Volvio a llenarse la taza, tomo asiento y resumio lo que decian los diarios.
– No es un reformista del sistema de agravios -dijo Skip, aunque no las tenia todas consigo-, no encaja en el perfil. Arrastra demasiado equipaje para una campana seria: hay como minimo un arresto por conduccion bajo los efectos del alcohol y dos divorcios.
– Creo que tienes razon, pero si nunca antes le ha interesado, ?por que se pone ahora a gritar a favor de la pena de muerte? ?De donde le vienen esas convicciones? ?Esa pasion? Ademas, el espectaculo de ayer estaba muy bien organizado. Hay alguien detras de todo esto. ?De donde han salido?
– ?Y a nosotros que? Sheila McCarthy le da cien mil vueltas. Deberiamos estar encantados de que sea quien es, un bufon que, a nuestro entender, no esta financiado ni por la Junta de Comercio ni por ninguno de esos. ? Por que no saltamos de alegria?,
– Porque somos abogados litigantes. Skip volvio a ponerse sombrio.
– ?Deberia concertar una cita con la jueza McCarthy?-pregunto Barbara, al cabo de un largo y denso silencio.
– Dentro de un par de dias. Dejemos que las aguas vuelvan a su cauce.
La jueza McCarthy se habia levantado muy temprano. ?Para que iba a seguir en la cama si no podia dormir? Se la vio salir de su casa a las siete y media. La siguieron hasta el sector de Belhaven, en Jackson, un barrio mas antiguo. Aparco en la entrada de su senoria el juez James Henry McElwayne.
A Tony no le sorprendio aquel pequeno encuentro.
La senora McElwayne la saludo calurosamente y la invito a entrar. Cruzaron el salon, la cocina y dieron la vuelta a la casa para entrar en el estudio. Jimmy, como lo conocian sus amigos, estaba terminando de leer los periodicos de la manana.
McElwayne y McCarthy. Big Mac y Little Mac, como los llamaban a veces. Charlaron unos minutos sobre el senor Coley y la sorprendente repercusion que habia obtenido en la prensa y luego se pusieron manos a la obra.
– Anoche repase los archivos de mi campana -dijo McElwayne, mientras le tendia una carpeta de varios centimetros de grosor-. En la primera seccion hay una lista de contribuyentes, empieza por los peces gordos y va bajando. Todos los cheques importantes estan firmados por abogados litigantes.
En la siguiente seccion se resumian los gastos de campana, cifras que Sheila considero dificiles de creer.