Clete regreso, sonriente, el hombre mas feliz de Natchez.

Marlin estaba seguro de que su maletero estaba vacio.

Volvieron al bar y continuaron bebiendo hasta la medianoche.

Dos semanas despues, Ron Fisk estaba saliendo de la pista de beisbol cuando su movil sono. El era el entrenador del equipo infantil de su hijo Josh, los Raiders, y tenian el primer partido en una semana. Josh iba en el asiento de atras con dos de sus companeros, sudado, sucio y feliz.

Al principio, Ron hizo caso omiso del telefono, pero luego echo un vistazo a la pantalla para ver quien llamaba. Era Tony Zachary. Hablaban un par de veces al dia, como minimo.

– Hola, Tony -dijo.

– Ron, ? tienes un minuto?

Tony siempre preguntaba lo mismo, como si estuviera dispuesto a posponer la llamada para mas tarde, aunque Ron sabia que Tony no tenia intencion de posponer ninguna llamada. Todas eran urgentes.

– Claro.

– Me temo que tenemos un pequeno problema. Parece ser que las elecciones van a ir mas cargaditas de lo que creiamos. ?Sigues ahi?

– Si.

– Me acabo de enterar de buena tinta de que un chiflado llamado Clete Coley, de Natchez, creo, anunciara manana que va a presentarse contra la jueza McCarthy.

Ron respiro hondo y detuvo el coche en la calle de al lado del campo de beisbol de la ciudad.

– De acuerdo, te escucho.

– ?Has oido hablar de el?

– No.

Ron conocia a varios abogados de Natchez, pero aquel no le sonaba de nada.

– A mi tampoco. Estamos haciendo pesquisas sobre su pasado, pero por ahora no parece que haya nada de lo que preocuparse. Profesional en solitario sin demasiada reputacion, al menos como abogado. Hace ocho anos le retiraron la licencia durante seis meses por algo relacionado con desatender a sus clientes o algo asi. Dos divorcios. No esta en ninguna lista de morosos. Lo detuvieron en una ocasion por conducir borracho, pero no tiene mas. antecedentes. Eso es lo unico que sabemos, pero seguimos investigando.

– ?Como afecta esto a todo lo demas?

– No lo se. Esperemos a ver. Te llamare cuando sepa algo. Ron dejo a los amigos de Josh en sus respectivas casas y luego piso el acelerador para contarselo cuanto antes a Doreen. Estuvieron muy intranquilos durante la cena y luego se quedaron despiertos hasta tarde dandole vueltas a diversas posibilidades.

A las diez de la manana del dia siguiente, Clete Coley viro bruscamente en High Street y detuvo el coche justo enfrente del palacio de justicia de Carroll Gartin. Lo seguian dos furgonetas de alquiler. Los tres vehiculos se habian detenido en una zona donde no se podia aparcar, pero eso era precisamente lo que buscaban sus conductores: problemas. Media docena de voluntarios salieron de las furgonetas a toda prisa y empezaron a trasladar grandes carteles hasta la extensa explanada de cemento que rodeaba el edificio. Otro voluntario levanto un estrado casero.

Uno de los policias del Capitolio se percato de toda aquella actividad y se acerco paseando para indagar.

– Voy a anunciar mi candidatura al tribunal supremo -explico Clete, con un chorro de voz.

Estaba flanqueado por dos jovenes fornidos casi tan grandes como Clete, uno blanco y otro negro, vestidos con traje oscuro.

– ?Tiene permiso? -pregunto el agente.

– Si. Me lo dieron en la oficina del fiscal.

El policia se alejo, aunque con paso tranquilo. Lo dispusieron todo con gran rapidez y cuando estuvo listo, el escenario tenia una altura de seis metros, una anchura de nueve y estaba repleto de rostros: fotografias de graduacion, imagenes candorosas, fotos familiares, todas a tamano gigante y en color. Los rostros de los muertos.

Al tiempo que los voluntarios desaparecian como por arte de magia, empezaron a llegar los periodistas, que montaron las camaras en sus tripodes y dispusieron los microfonos en el estrado. Los fotografos dispararon las camaras y Clete parecia extasiado. Llegaron mas voluntarios, algunos con carteles hechos en casa con proclamas del tipo: «Fuera los liberales», «Si a la pena de muerte» y «Las victimas tienen voz».

El policia volvio a la carga.

– Por lo visto nadie sabe nada de su permiso -informo a Clete.

– Bueno, me tiene a mi y le digo que tengo permiso.

– ?De quien?

– De uno de los ayudantes del fiscal.

– ?Sabe el nombre?

– Oswalt.

El policia dio media vuelta en busca del senor Oswalt.

El jaleo atrajo la atencion de la gente que habia en el interior del edificio, quienes hicieron un alto en el trabajo. Empezaron a circular los rumores, y cuando estos llegaron a la cuarta planta y se propago que alguien estaba a punto de anunciar su candidatura a juez del tribunal, tres de sus magistrados dejaron lo que estaban haciendo y corrieron a la ventana. Los otros seis, cuyos mandatos no expiraban hasta al cabo de unos anos, tambien se acercaron a la ventana, por curiosidad.

El despacho de Sheila McCarthy daba a High Street, y pronto se lleno de sus letrados y personal, todos subitamente alarmados.

– ?Por que no bajas y te enteras de que esta pasando? -le susurro la jueza a Paul.

Empezo a bajar mas gente, tanto del tribunal como de la oficina del fiscal; Clete estaba encantado con el publico que se estaba reuniendo rapidamente delante de su estrado. El policia regreso con refuerzos. Clete estaba a punto de iniciar su discurso, cuando tuvo que enfrentarse a los agentes.

– Senor, tenemos que pedirle que se vaya.

– Un momento, chicos, seran solo diez minutos.

– No, senor. Es una reunion ilegal. Por favor, dispersense ahora mismo.

Clete dio un paso al frente, pecho contra pecho con el policia, mucho mas bajito que el.

– No sea idiota, ? de acuerdo? Tiene cuatro camaras de television que lo estan viendo todo. Tranquilicese y me habre ido antes de que se de cuenta. Lo siento.

Dicho esto, Clete subio al estrado y un muro de voluntarios cerro filas detras de el.

– Buenos dias y gracias por venir -dijo, sonriendo a las camaras-. Me llamo Clete Coley. Soy abogado en Natchez y vengo a anunciar mi candidatura al tribunal supremo. Mi oponente es la jueza Sheila McCarthy, sin duda el miembro mas liberal de este tribunal supremo que se queda de brazos cruzados mientras trata a los delincuentes con guante de seda.

Los voluntarios lanzaron un rugido ensordecedor a modo de aprobaci6n. Los periodistas se sonrieron ante la suerte que acababan de tener. Algunos casi se echaron a reir.

Paul trago saliva ante aquella salva inesperada. Era un tipo energico, bravucon y extravagante que disfrutaba con cada segundo de atencion que se le prestaba. Y solo estaba calentando motores.

– Detras de mi estais viendo los rostros de ciento ochenta y tres personas. Blancos, negros, abuelas, bebes, personas con estudios, analfabetos, gente de todo el estado, de todas las profesiones y estratos sociales. Personas inocentes, muertas, asesinadas. Mientras estamos aqui charlando, sus asesinos estan en Parchman, en el corredor de la muerte, preparandose para la hora de comer. Todos fueron debidamente condenados por jurados de este estado, todos fueron justamente enviados al corredor de la muerte a la espera de su ejecucion. -Se detuvo unos instantes e hizo un amplio gesto con el que abarco los rostros de los inocentes-. En Mississippi, tenemos sesenta y ocho hombres y dos mujeres en el corredor de la muerte. Alli estan, a salvo, porque este estado se niega a ejecutarlos. Otros estados no lo hacen. Otros estados se toman en serio su deber de hacer cumplir la ley. Texas ha ejecutado a trescientos treinta y cuatro asesinos desde 1978. Virginia, a ochenta y uno; Oklahoma, a setenta y seis; Florida, a cincuenta y cinco; Carolina del Norte, a cuarenta y uno; Georgia, a treinta y siete; Alabama, a treinta y dos y Arkansas, a veinticuatro. Incluso estados del norte como Missouri, Ohio e

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