Tony se quito las gafas lentamente, con cierta exasperacion.
– Ron, ?acaso no lo hemos discutido ya montones de veces? El ano pasado, Vision Judicial invirtio casi cuatro millones de dolares para que un tipo saliera elegido en Illinois. Nos gastamos cerca de seis millones en Texas. Son cifras escandalosas, pero ganar se ha puesto muy caro. ? Quien firma los cheques? Los tipos que conociste en Washington, el movimiento a favor del desarrollo economico, los cristianos conservadores, los medicos que creen que el sistema abusa de ellos, personas que piden un cambio y que estan dispuestas a pagar por el.
Ron bebio mas cafe y miro a Doreen. Se hizo un largo silencio.
– Mira, si quieres dejarlo, solo tienes que decirlo -dijo Tony, con suavidad, arrellanandose en la silla y aclarandose la garganta-o No es demasiado tarde.
– No vaya dejarlo, Tony -contesto Ron-, pero esto es demasiado para un solo dia. Todos esos asesores profesionales y…
– Yo me ocupare de esa gente, ese es mi trabajo. El tuyo es salir ahi fuera y convencer a los votantes de que eres su hombre. Los votantes, Ron y Doreen, jamas veran a esas personas. Ni a ellos ni a mi, gracias a Dios. Tu eres el candidato y sera tu rostro, tus ideas, tu juventud y tu entusiasmo lo que los convencera. No yo. No unos cuantos asesores.
El cansancio se apodero de ellos y pospusieron la conversacion. Ron y Doreen recogieron las voluminosas carpetas y se despidieron. Regresaron a casa en silencio, aunque bastante tranquilos. Cuando atravesaron
Su senoria Ronald M. Fisk, juez del tribunal supremo del estado de Mississippi.
16
La jueza McCarthy entro despreocupadamente en su despacho a ultima hora de la manana del sabado y lo encontro desierto. Dio un rapido repaso al correo mientras encendia el ordenador. Una vez conectada, reviso su cuenta oficial de correo electronico, donde recibia la habitual correspondencia judicial, y su direccion personal, donde le habia llegado un mensaje de su hija en el que esta le confirmaba la hora de la cena de esa noche en su casa, en Biloxi. Tambien tenia mensajes de dos hombres, uno con el que habia estado saliendo y otro con quien tal vez podria hacerlo.
Se habia puesto unos vaqueros, unas zapatillas deportivas y una chaqueta de montar de tweed marron que su ex marido le habia regalado hacia anos. Los fines de semana no habia normas en el vestir, porque por alli solo aparecian los letrados.
El suyo, Paul, aparecio de la nada sin hacer ruido. -Buenos dias -la saludo.
– ?Que haces tu aqui? -le pregunto.
– Lo de siempre, repasar expedientes.
– ?Algo interesante?
– No. -Le lanzo una revista sobre el escritorio-. Este esta de camino. Podria ser divertido.
– ?Que es?
– El gran veredicto del condado del Cancer. Cuarenta y un millones de dolares. Bowmore.
– Ah, si -dijo ella, recogiendo la revista.
Todos los abogados y jueces del estado aseguraban que conocian a alguien que sabia algo sobre el caso Baker. Los medios de comunicacion le habian concedido una amplia difusion, tanto durante el proceso como, sobre todo, despues de la sentencia. Paul y los demas letrados solian comentarlo. Lo seguian con atencion, anticipandose a la llegada de los escritos de apelacion con varios meses de antelacion.
El articulo informaba sobre todo lo relacionado con el lugar de los vertidos, Bowmore, y el litigio que siguio. Habia fotos de la pequena ciudad, medio deshabitada y con las ventanas de las casas tapadas con tablas; fotos de Mary Grace contemplando la valla de alambre de cuchillas que rodeaba la planta de Krane y sentada con Jeannette Baker a la sombra de un arbol, cada una de ellas con una botella de agua; fotos de una veintena de las supuestas victimas: negros, blancos, ninos y ancianos. Sin embargo, el personaje principal era Mary Grace y su importancia crecia a medida que el articulo avanzaba. Era su caso, su causa. Bowmore era su pueblo y sus amigos estaban muriendo.
Sheila termino de leerlo y de repente le aburrio estar alli.
Tardaria tres horas en llegar a Biloxi. Salio del tribunal sin toparse con nadie mas y puso rumbo hacia el sur, sin ninguna prisa. Se detuvo a repostar en Hattiesburg y, llevada por un impulso, torcio hacia el este, con una repentina curiosidad por el condado del Cancer.
Cuando le correspondia presidir un juicio, la jueza McCarthy solia pasear por la escena del suceso para echar por si misma un vistazo furtivo al lugar. Los detalles imprecisos acerca de la colision de un camion cisterna en un puente muy transitado se esclarecieron despues de pasarse una hora en dicho puente, sola, de noche, a la misma hora en que se habia producido el accidente. En un caso de asesinato, desestimo la alegacion de defensa propia del acusado despues de aventurarse en el callejon donde habia sido descubierto el cadaver. La luz se proyectaba con fuerza a traves de una de las ventanas de un almacen e iluminaba la escena. Durante el juicio por una muerte en un paso a nivel, condujo por aquella carretera de noche y de dia, se detuvo en un par de ocasiones para dejar pasar a los trenes y acabo convencida de que toda la culpa recaia en el conductor. Opiniones que se guardaba para ella, por descontado. El jurado era el juez de hecho, no el magistrado, pero una extrana curiosidad solia atraerla a la escena donde se habia cometido el crimen. Queria saber la verdad.
Bowmore era un lugar tan inhospito como describia el articulo. Aparco detras de una iglesia, a dos manzanas de la calle principal, y bajo a dar un paseo. Era muy poco probable que hubiera otro BMW descapotable rojo en el pueblo y lo ultimo que deseaba era llamar la atencion.
Tanto el trafico como el comercio languidecian para ser sabado. La mitad de los escaparates estaban cubiertos con tablones y solo unos cuantos de los que sobrevivian estaban abiertos. Una farmacia, un economato y otros cuantos comercios menores. Se detuvo en el despacho de F. Clyde Hardin amp; Associates. Recordaba que el articulo lo mencionaba.
Igual que el Babe's Coffee Shop, donde Sheila se sento en un taburete de la barra con la esperanza de enterarse de algo sobre el caso. No la defraudaron.
Casi eran las dos de la tarde y no habia nadie en la barra.
Dos mecanicos del taller de Chevrolet comian en uno de los reservados de enfrente. La cafeteria era un lugar muy tranquilo, polvoriento, necesitado de una capa de pintura y un suelo nuevo y daba la impresion de no haber cambiado en decadas. Las paredes estaban cubiertas con calendarios de futbol americano que se remontaban a 1961, fotos de promocion, articulos de periodicos viejos y todo lo que a cualquiera le apeteciera colgar. Un enorme cartel anunciaba: «Solo usamos agua embotellada».
Babe aparecio al otro lado del mostrador.
– ? Que le pongo, querida? -le pregunto, cordialmente. Llevaba un uniforme blanco almidonado, un delantal inmaculado de color burdeos con su nombre «Babe» bordado en rosa y calcetines y zapatos blancos, como si acabara de salir de una pelicula de los anos cincuenta. Seguramente estaba alli desde entonces, aunque llevaba el cabello cardado tenido de un color muy intenso, que casi combinaba con el delantal. En los ojos tenia arrugas de fumadora, aunque los pequenos surcos no eran rival para la espesa capa de maquillaje con que Babe se embadurnaba cada manana.
– Solo un agua -dijo Sheila.
Le intrigaba lo del agua. Babe realizaba casi todas sus tareas mientras miraba tristemente la calle a traves de los enormes ventanales.
– No es de por aqui -dijo, sacando un botellin.
– Estoy de paso -contesto Sheila-. Tengo unos parientes en el condado de Jones.
Y era cierto, tenia una tia lejana, que tal vez todavia estuviera viva, que siempre habia vivido en el condado de Jones.
Babe coloco delante de ella un botellin de agua con la sencilla etiqueta de «Embotellada para Bowmore» y le