oido. Nunca asisti al juicio, pero tenia informes casi diarios. Todo el pueblo estaba en ascuas. Habia un hombre llamado Earl Crouch que estuvo dirigiendo la planta durante muchos anos. Hizo mucho dinero y, segun se dice, Krane lo compro cuando tuvieron que irse con el rabo entre las piernas. Crouch sabia lo de los vertidos, pero durante su declaracion lo nego todo. Mintio como un perro. Eso fue hace dos anos. Dicen que Crouch ha desaparecido en misteriosas circunstancias. Mary Grace no consiguio encontrarlo para que testificara en el juicio. Ha desaparecido. Ausente sin permiso. Ni siquiera Krane ha sido capaz de dar con el.

Babe dejo aquel dato valioso en el aire unos segundos, mientras se acercaba un momento para servir a los mecanicos de Chevrolet. Sheila le dio el primer bocado a su sandwich y fingio tener poco interes en la historia.

– ?Que tal el sandwich de queso? -pregunto Babe cuando regreso.

– Buenisimo.

Sheila dio un trago de agua y espero que continuara con su relato. Babe se inclino hacia ella y bajo la voz.

– Hay una familia en Pine Grave, los Stone. Son duros de pelar. No hacen mas que entrar y salir de la carcel por robar coches y cosas por el estilo. Son del tipo de gente con la que es mejor no pelearse. Cuatro, o puede que cinco anos atras, uno de los pequenos de los Stone enfermo de cancer y murio muy rapido. Contrataron a los Payton, pero el caso todavia esta pendiente. He oido que los Stone encontraron al senor Earl Crouch no se donde de Texas y que se vengaron. Solo es un rumor y la gente de por aqui no habla de ello, aunque tampoco me extranaria que fuera cierto. Nadie toma el pelo a los Stone. Los nervios estan a flor de piel. Basta mencionar Krane Chemical para que a esa gente le entren ganas de pelea.

Sheila no tenia intencion de mencionarlo. Como tampoco de seguir indagando. Los mecanicos se levantaron, se estiraron, cogieron un mondadientes y se dirigieron a la caja. Babe fue hacia ellos y los increpo mientras les cobraba, unos cuatro dolares cada uno. ?Por que trabajaban un sabado? ?Que creia su jefe que sacaba con ello? Sheila consiguio tragar la mitad del sandwich.

– ?Quiere otro? -pregunto Babe, cuando regreso a su taburete.

– No, gracias. Tengo que irme.

Dos adolescentes entraron sin prisas y se acomodaron en una mesa.

Sheila pago su consumicion, agradecio a Babe la conversacion y prometio volver a pasar por alli. Se dirigio a su coche y durante la siguiente media hora estuvo recorriendo el pueblo. El articulo de la revista mencionaba Pine Grove y al pastor Denny Ott. Condujo lentamente por el barrio de la iglesia y le sorprendio su estado decadente. El articulo habia sido benevolo. Encontro el poligono industrial abandonado, luego la planta de Krane, sombria y apocada, pero protegida detras de su valla de alambre de cuchillas.

Tras dos horas en Bowmore, Sheila se fue sin intencion de volver nunca mas. Comprendia la rabia que habia conducido hasta aquel veredicto, pero el razonamiento judicial debia excluir cualquier emocion. No cabia duda de que Krane Chemical no habia obrado bien, pero el asunto era si los vertidos habian causado los canceres. El jurado asi lo habia creido.

Pronto seria tarea de la jueza McCarthy y de sus ocho colegas zanjar el asunto.

Siguieron sus movimientos hasta la costa, hasta su casa, tres manzanas mas alla de la bahia de Biloxi. Estuvo alli sesenta y cinco minutos y luego condujo durante cerca de dos kilometros hasta la casa de la hija, en Howard Street. Despues de una larga cena con la hija, el yerno y dos nietos pequenos, regreso a su casa y paso alli la noche, supuestamente sola. A las diez de la manana del domingo siguiente, almorzo en el Grand Casino con una amiga. Tras una rapida comprobacion de la matricula, averiguaron que se trataba de una conocida abogada matrimonialista, tal vez una vieja amiga. Despues del almuerzo, McCarthy regreso a su casa, se puso unos vaqueros azules y salio con su bolso de viaje. Condujo sin realizar ninguna parada hasta su piso en el norte de Jackson, donde llego a las cuatro y diez. Tres horas despues, una persona que respondia al nombre de Keith Christian (hombre blanco, cuarenta y cuatro anos, divorciado, profesor de historia) se presento con unas generosas provisiones de lo que parecia ser comida china para llevar. No abandono el piso de McCarthy hasta las siete de la manana siguiente.

Tony Zachary resumia aquellos informes el mismo, tecleandolos en un ordenador portatil del que echaba pestes. Ya antes de la aparicion de internet no se le daba bien la mecanografia y sus aptitudes apenas habian mejorado. Sin embargo, no podia confiar los detalles a nadie, ni a un ayudante ni a una secretaria. El asunto exigia la maxima discrecion. De hecho, tampoco podia enviar el resumen de los informes por correo electronico o fax. El senor Rinehart habia insistido en que se los enviara todas las noches a traves de Federal Express.

SEGUNDA PARTE. La campana

17

En la vieja ciudad de Natchez existe un tramo de tierra cerca del rio, bajo un risco, conocido como Under- the-Hill. Posee una larga y pintoresca historia que comienza con los primeros dias de los barcos de vapor en el Mississippi y que atrajo a todo tipo de personajes -comerciantes, vendedores ambulantes, capitanes de barco, especuladores y jugadores- a Nueva Orleans. Sin embargo, en cuanto el dinero empezo a circular, llegaron rufianes, vagabundos, timadores, contrabandistas, traficantes, prostitutas y todo tipo de inadaptados sociales salidos de los bajos fondos. En Natchez abundaba el algodon, la mayoria del cual se enviaba y comercializaba a traves del puerto, Under-the-Hill. El dinero facil creo la necesidad de lugares donde gastarlo como bares, tugurios de apuestas, prostibulos y pensiones de mala muerte. Un joven Mark Twain era uno de los clientes habituales, en sus dias de piloto de un barco de vapor. Mas adelante, la guerra de Secesion acabo con el trafico fluvial, asi como con muchas de las fortunas que se habian hecho en Natchez y con gran parte de su vida nocturna. Under-the- Hill sufrio un largo periodo de decadencia.

En 1990, la asamblea legislativa de Mississippi aprobo una ley que permitia el juego en las embarcaciones fluviales, con la idea de que unos cuantos barcos de vapor falsos con paletas pudieran remover las aguas del rio arriba y abajo mientras paseaban a los jubilados que jugaban al bingo y al blackjack. Sin embargo, los empresarios no perdieron el tiempo y corrieron a montar sus casinos flotantes a lo largo del rio Mississippi. Para sorpresa de todos, una vez revisada y analizada la ley, se descubrio que no hacia falta que los barcos abandonaran la orilla, ni siquiera estaban obligados a ir equipados con un motor que los propulsara. Mientras estuvieran tocando el rio o alguno de sus saltos de agua, cenagales, meandros abandonados, canales construidos por el hombre o remansos, la ley consideraba que dichas estructuras podian calificarse de embarcaciones fluviales. Under-the-Hill resucito brevemente.

Por desgracia, tras un analisis mas concienzudo, comprendieron que la ley en realidad aprobaba sin restricciones, y sin que esa hubiera sido su intencion, el juego de casino al estilo de Las Vegas y en pocos anos esta nueva y floreciente industria se habia establecido a lo largo de la costa del golfo y en el condado de Tunica, cerca de Memphis. Natchez y las otras ciudades fluviales no supieron aprovechar el auge economico, pero consiguieron aferrarse a unos cuantos de sus casinos inmoviles y sin motor.

Uno de estos establecimientos era el Lucky Jack. Clete Coley estaba sentado en su mesa favorita, con su crupier preferido, encorvado sobre una pila de fichas de veinticinco dolares mientras iba dando sorbos a un ron con soda. Habia superado los mil ochocientos dolares y habia llegado el momento de retirarse. Miro la puerta, esperando a su cita.

Coley era miembro del colegio de abogados. Tenia un titulo, la licencia, un anuncio en las paginas amarillas, un despacho con la palabra «Abogado» en la puerta, una secretaria que contestaba las esporadicas llamadas con un «despacho de abogados» muy poco entusiasta y tarjetas de visita con la informacion necesaria. Sin embargo,

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