sintio alivio cuando, como habia casi esperado, oyo una voz que le llamaba:
— ?Primo!
La cara del muchacho se ilumino con una sonrisa.
— Coran...
Olvido inmediatamente la advertencia de Estenya y se abrio paso entre la apretujada muchedumbre para reunirse con el jovencito de cabellos castanos. El contraste entre la ropa elegante de Coran y la camisa, el jubon y los desgasta dos pantalones de su primo era algo que este trataba, generalmente sin exito, de no advertir. Las diferencias no habian sido nunca una barrera a la amistad, y ahora Coran se puso de puntillas para murmurar al oido de su primo:
—Aburrido como siempre, ?no? Yo trate de encontrar alguna excusa para no venir, pero mi padre no quiso ni oir hablar.
El otro entorno los ojos verdes y esbozo una sonrisa lobuna.
—Hemos venido, como nos han mandado. Es suficiente, ?no?
Coran miro rapidamente a su alrededor, para ver si alguien habia oido esta invitacion a la desobediencia.
— Nos daran una paliza si nos descubren — dijo, con inquietud.
El otro se encogio de hombros.
—Una paliza termina pronto —observo. Habia sufrido demasiadas veces este castigo para que ya le importara —. Y si vamos al rio, nadie se enterara de que no hemos seguido la procesion hasta el fin.
—Bueno...
Coran vacilo, menos inclinado que su primo a desafiar la autoridad, pero la tentacion era demasiado grande como para resistirla. Se deslizaron juntos por el pasadizo y caminaron por los estrechos callejones hasta que alcanzaron el malecon del rio, en el extremo este de la poblacion. Aqui se celebraria el Rito Principal; las estatuas serian ceremoniosamente lavadas en la fangosa corriente, para simbolizar el renacimiento de la vida en la tierra, y se pronunciarian interminables discursos antes de que el baile, siempre formal y tedioso, pusiera termino a la celebracion.
Pero ahora el muelle estaba desierto. Pequenas embarcaciones de carga recien llegadas de Puerto de Verano se balanceaban en la marea menguante, y el chico de cabellos negros se sento en cuclillas cerca del agua, contemplandolas reflexivamente. Con frecuencia habia sonado en escapar de su vida actual, subir disimuladamente a uno de aquellos barcos y navegar hacia otra parte del mundo donde pudiera vivir sin estigmas. Nadie le anoraria, ya que nadie se preocupaba de el. Era un estorbo, hasta para su madre; ni siquiera tenia apellido de clan y el nombre que le habia dado Estanya raras veces era usado. En la soledad de su habitacion se habia inventado otro nombre, pero nadie lo conocia, pues nunca lo pronunciaba en voz alta, por miedo a que se lo quitasen si lo descubrian. Sin embargo, el muchacho sentia en el fondo de su ser que, por alguna razon, era distinto. Esta conviccion era el unico salvavidas que habia mantenido a flote su animo solitario al acercarse a la adolescencia, y ultimamente habia empezado a empujar le cada vez mas hacia la idea de escapar.
Lo habria dado todo por ver el mundo. Con frecuencia caminaba las siete millas hasta Puerto de Verano para hacer algun recado, y le habian dicho que, si aguzaba la vista, podia ver, desde los altos cantiles del Puerto, la Isla de Verano, residencia del Alto Margrave, gobernante de todo el pais, en la brumosa lejania, mar adentro. Lo habia in tentado, pero nunca habia conseguido verla. Ni habia contemplado jamas lo que se decia que era la vista mas impresionante del mundo: la Isla Blanca, muy hacia el sur, donde, segun la leyenda, el propio Aeo-ris, el mas excelso de los dioses, se habia encarnado en forma humana para salvar a sus fieles de las fuerzas del Caos.
El muchacho tenia una aficion insaciable por la mitologia de su tierra; una aficion frustrada por el hecho de que nadie habia tenido tiempo o paciencia para contarle lo que el queria saber. Le habian ensenado, eso si, a adorar a los dioses, habia aprendido sus ensenanzas y rezaba todas las noches. Pero era mucho mas lo que queria saber, lo que necesitaba saber. A veces asistian a los festivales las Hermanas de Aeoris, las religiosas encargadas de mantener vivas todas las tradiciones del culto, pero nunca habia hablado con ninguna de ellas y, en todo caso, no habrian podido satisfacer su sed de conocimiento. Lo que realmente ansiaba era conocer a un Iniciado.
La mera palabra Iniciado provocaba un escalofrio de excitacion en el muchacho. Sabia que aquellos hombres y mujeres eran la verdadera encarnacion del poder en el mundo: misteriosos, inalcanzables, ocultos. Vivian en una fortaleza inexpugnable en la Peninsula de la Estrella, muy hacia el norte, en el mismo borde del mundo, y cualquiera que desafiase su palabra atraia sobre si toda la ira de los dioses. Los Iniciados eran filosofos y hechiceros, pero los hechos aparecian mezclados con rumores y habladurias: historias, le habian dicho, que no eran aptas para los oidos de un nino. Pero, fuese cual fuese la verdad, los Iniciados infundian respeto y miedo. Respeto, porque servian a los Siete; miedo, por la manera en que les servian. Se decia que los Iniciados comulgaban con el propio Aeoris y obtenian de el unos poderes que ningun mortal ordinario podia comprender, y menos ejercer. Un conjunto de especulaciones, medias verdades y fabulas.. , pero despertaban la imaginacion del muchacho que deseaba saber mas y mas. Dando rienda suelta a su fantasia, se imaginaba que huia muy lejos, cruzando llanuras, bosques y montanas, hasta que encontraba a los Iniciados en su fortaleza...
Habia sido esta fantasia la que le habia metido la idea en la cabeza... El y Coran habian estado lanzando distraida mente piedras al rio mientras se iba acercando lentamente el clamor de la procesion. La vanguardia todavia tardaria en llegar; quedaba el tiempo suficiente para poner en practica el pensamiento que habia inflamado subitamente su imaginacion.
Cuando sugirio el juego a Coran, su primo se asusto.
—?Simular que somos Iniciados? —dijo, en voz baja—. ?No podemos hacerlo! Es... ?es una herejia!
Incluso hablar de los Iniciados sin la debida reverencia provocaba mala suerte, pero el muchacho de negros cabellos no sentia estos temores. El conocimiento de que estaba romp iendo un tabu excitaba algo en lo mas profundo de su ser, daba mas aliciente a un sentimiento ya medio formado y medio reconocido. No sabia nada de los poderes de los Iniciados, pero tenia una imaginacion libre y desaforada. Coran era menos aventurero, pero maleable a la voluntad mas fuerte de su primo, y al fin accedio, aunque muy turbado.
— Seremos hechiceros rivales — dijo el muchacho de cabellos negros—. Y lucharemos, ?empleando nuestros poderes el uno contra el otro!
Coran se paso la lengua por los labios, vacilo y asintio con la cabeza. Pero incluso su timido espiritu acabo por entrar en el juego, al ser dominado por la imaginacion.
Y entonces ocurrio.
Los chicos estaban tan absortos en su juego que no se dieron cuenta de que la vanguardia de la procesion doblaba una esquina y se aproximaba al muelle. El Margrave marchaba al frente de la larga cadena humana; detras de el se alzaba la estatua imponente de Aeo-ris... y el dios y sus portadores lo vieron todo.
Coran, ahora tan sumergido como su primo en el mundo creado por su fantasia, habia lanzado mil maldiciones sobre la cabeza de su rival. Este, para no verse superado, levanto una mano y le apunto con dramatico ademan; al hacerlo, un palido rayo de sol se reflejo con brillo impresionante en la piedra incolora que llevaba el chico en la mano izquierda. Un bonito anillo, muy impropio de un nino... Por un instante, al darle el sol, la piedra parecio cobrar vida, una vida resplandeciente y terrible...
Y, sin previo aviso, un rayo de fuego rojo como la sangre broto del dedo con un estruendo que le ensordecio momentaneamente. Solo por un momento, la cara de Coran quedo petrificada en una mascara de asombro e incredulidad... Despues, su cuerpo carbonizado y roto se torcio a un lado y cayo sobre las losas con un ruido sordo.
El muchacho de negros cabellos se echo violentamente atras, como si le hubiese golpeado una mano monstruosa e invisible, y aunque quiso gritar, ningun sonido broto de su garganta. Por un momento, al detenerse bruscamente la procesion, se hizo un silencio total; despues estallo la ira. Manos rudas le agarraron, le zarandearon, dandole golpes y patadas, en una creciente oleada de horror y de colera. Chillaron las mujeres, gritaron los hombres y, por fin, la confusion se resolvio en palabras que golpearon como ondas sus oidos, maldiciendole, condenandole, llamandole impio y blasfemo, indigno de seguir viviendo. En unos momentos, la mascara de civilizacion se disolvio, dejando al descubierto la cara del miedo, en su primitiva desnudez, y entre aquel tumulto, el muchacho se cubrio la cabeza con las manos, demasiado impresionado y aturdido para comprender lo que le estaba sucediendo, lo que habia hecho. Como en una pesadilla, sintio que le ataban las manos y que las cuerdas se hundian en su carne, y que le empujaban hacia el centro de un circulo de caras hostiles, vociferantes , gritaban, y el solo podia mirarles, sin comprender.
El Margrave provincial, palido y tembloroso, avanzo con pasos vacilantes. En alguna parte, detras de el, una