De nuevo intento moverse, y esta vez lo consiguio, venciendo el dolor e incorporandose sobre el brazo indemne, gracias a un enorme esfuerzo de voluntad. Algo que se le habia pegado a los ojos le imp e-dia abrirlos, y solo despues de frotarlos repetidas veces pudo al fin abrir los parpados.
Estaba rodeado de una oscuridad tan intensa que era casi sofocante. Y, sin embargo, sus sentidos le decian que estaba al aire libre, pues tenia una sensacion de espacio y hacia frio. Una brisa insidiosa acaricio sus negros cabellos, apartandolos de su cara y enfriando algo humedo en sus mejillas. Se enjugo lo que podia ser agua, sangre o sudor; no lo sabia y no le importaba, y empezo a tantear prudentemente con las manos para hacerse alguna idea del lugar donde se hallaba.
Sus dedos tropezaron con piedras; el suelo inclinado estaba lleno de piedras y de angulosos fragmentos de esquisto. Ahora, doblemente asustado, el muchacho probo su voz. Surgio seca y cascada de su garganta, y fue incapaz de formar palabras con ella; sin embargo, al menos era un sonido, fisico y real. Pero el no estaba preparado para la respuesta de los innumerables y suaves ecos que llegaron susurrando hasta el y que parecian venir de rocas macizas que se extendian hasta el infinito en todas direcciones. Rocas macizas... Se dio cuenta, impie-sionado, de que debia de estar entre altas colinas, tal vez incluso mo n-tanas. Pero no habia mo ntanas en la provincia de Wishet; la cordillera mas proxima estaba lejos, hacia el norte y el oeste, ?a una distancia enorme! Se estremecio violentamente. Si estaba todavia en el mundo, esta no podia ser parte del que conocia...
Armandose de valor, grito de nuevo, y de nuevo le respondieron las rocas, imitandole. Y entre sus voces oyo una que no era la suya y que murmuraba el nombre que habia sonado en su mente al recobrar el conocimiento.
Tarod...
De pronto, el muchacho sintio un terror que le abrumaba y una necesidad frenetica, casi fisica, de consuelo. Queria gritar pidiendo que alguien viniese en su ayuda, pero ahora surgio otro recuerdo en su mente. Coran... Coran estaba muerto, ?y el le habia matado! Nadie podia ayudarle, pues ya habia sido condenado.
Aunque habia sido sin querer, se sintio repentinamente trastornado y cerro los ojos de nuevo, en su desesperado y futil intento de borrar aquel recuerdo. Impotente, empezo a vomitar con violencia y, cuando pasaron los espasmos, sintio que le daba vueltas la cabeza. Sus ojos se llenaron de lagrimas que, abriendose paso entre las negras pestanas, rodaron por sus mejillas. No comprendia lo que le habia sucedido y, por mucho que se esforzase, no podia combatir el miedo y el dolor que sentia. En lo mas profundo de su ser, una vocecilla trataba de consolarle, recordandole que al menos habia sobrevivido a la terrible experiencia; pero ahora, mientras las lagrimas venian mas y mas copiosamente, sintio que era tan poca su esperanza que mejor habria sido morir junto a Coran.
Mas tarde creyo que debia haber perdido de nuevo el conocimiento, pues, cuando se desperto, habia luz. Muy poca, por cierto; pero un debil resplandor carmesi tenia el aire a su alrededor, y por primera vez pudo distinguir su en torno.
Habia montanas, enormes masas de granito que se elevaban a tremenda altura y parecian abalanzarse en su direccion, haciendo que sintiese vertigo. Aunque desde el lugar donde se hallaba no podia ver el sol, el cielo habia tomado sobre los picachos un color palido y enfermizo, como de cobre viejo y gastado, y los riscos aparecian manchados con su lugubre reflejo. Amanecia... Por consiguiente, habia yacido aqui toda la noche. Y «aqui» habia un estrecho barranco en cuyo fondo se amontonaban los detritos depositados por innumerables corrimientos de tierra; esquistos sueltos y una enorme piedra de borde mellado desprendida de la pared rocosa. Cuando pudo vencer el dolor y volverse para mirar a su alrededor, vio que el barranco terminaba precisamente debajo de sus pies, en una escarpada pendiente que terminaba en lo que parecia ser un camino. ?Un paso...? Sacudio la cabeza, tratando de despejar su mente. Sentia un ardor terrible en el hombro y en el brazo y comprendio que tenia un hueso roto, o tal vez mas de uno. Tratando de combatir el dolor, busco un punto de apoyo y, tras un prolongado esfuerzo, consiguio ponerse en pie, agarrandose al borde afilado de la roca. Este movimiento hizo que le diese vueltas la cabeza y oyese en ella fuertes zumbidos; su estomago reacciono y otro espasmo de nauseas hizo que se doblase por la mitad y que, durante un rato, se olvidase de todo salvo de su dificil situacion. Despues del espasmo, empezo a temblar una vez mas, consciente de que las defensas de su cuerpo se habian debilitado peligrosamente. Ahora estaba de nuevo de rodillas en el suelo, incapaz de levantarse; si habia de sobrevivir, tenia que encontrar ayuda. Pero esto parecia no tener sentido; su control se estaba deteriorando y no podia pensar con bastante claridad para decidir lo que tenia que hacer.
El muchacho se volvio en la que creyo que era la direccion del so1 naciente. Entonces, lenta, dolorosa y gradualmente, empezo a arrastrarse a lo largo de la cornisa que discurria junto al serpenteante camino de montana.
Cuando termino el breve dia, supo que iba a morir. Durante interminables horas se habia arrastrado como un animal herido sobre la cornisa de esquisto paralela al camino, esperando que terminaria el paso detras del proximo saliente rocoso y apareceria una aldea, pero sufriendo siempre un amargo desengano. En lo alto, un timido sol se habia elevado en el cielo, alcanzado su cenit y descendido de nuevo, y ni una sola vez habia penetrado en la sombra un rayo de calor. En definitiva, el muchacho habia perdido todo contacto con la realidad, y el estrecho mundo del paso de montana parecia un sueno eterno, sin principio ni fin. Cada recodo parecia igual al anterior; cada risco desnudo y hostil sobre su cabeza, identico a los demas. Pero el seguia moviendose, sabiendo que si se detenia, si admitia la derrota, la muerte vendria, rapida e inexorable. Y no queria morir.
Al fin se dio cuenta de que el paisaje se oscurecia una vez mas y, al hundirse el triste dia en el crepusculo, las rocas parecieron acercarse mas sobre el, como si tratasen de envolverle en un abrazo final del que nunca despertaria. Pero ahora estaba hablando sin palabras consigo mismo, tratando a veces de reir entre sus resecos labios y, en una ocasion, gritando incluso algun confuso desafio a los riscos. Y mientras se arrastraba, aquel nombre que era su unico salvavidas iba resonando en su cabeza.
Tarod... Tarod... Tarod...
Por ultimo llego el momento en que comprendio que no podia seguir adelante. La ultima luz se habia casi desvanecido y, cuando levanto una mano delante de su cara, apenas si pudo distinguir la palida silueta de sus dedos. Una roca le cerro el camino y el se acurruco junto a ella, apretando la cara contra la piedra y escuchando latir la sangre en sus oidos. Habia tratado de salvarse y habia fracasado. No podia hacer nada mas...
Y entonces, entre los latidos de su propio pulso, oyo otro sonido.
Solo era el debil repiqueteo de una piedra desprendida y rodando sobre el esquisto. Pero el se puso inmediatamente alerta, pues aquel ruido solo podia significar una cosa: alguien, o algo, se estaba moviendo cerca de alli.
El corazon le latio mas aprisa, y cambio de posicion para poder mirar en la direccion de la que habia venido el sonido. Aguzo los ojos para ver en la creciente oscuridad. Y, precisamente cuando empezaba a pensar que todo habian sido imaginaciones suyas, oyo otro suave repiqueteo de piedra sobre piedra, esta vez un poco mas lejos.
Entonces las vio. Tres siluetas, solo ligeramente mas oscuras que el terreno circundante, se movian con cautela. Caminaban erguidas, sus cabezas parecian totalmente cubiertas con gorros o capuchas, y eran seres inconfundiblemente humanos.
La impresion de encontrar seres humanos en el mismo instante en que habia renunciado a toda esperanza fue indescriptible, y solo el dominio que tenia de si mismo le impidio gritar con las pocas fuerzas que le quedaban. Se inclino hacia adelante, tratando de levantarse... hasta que su instinto le advirtio que no debia hacerlo.
Algo en la manera de moverse de aquellas figuras de las que solo percibia la silueta hizo sonar una senal de alarma en su mente, dicien-dole que no revelase su presencia. Las figuras caminaban cautelosamente a lo largo de la cornisa; vio un brazo levantado, mas oscuro que las penas del fondo; oyo una maldicion ahogada al dar alguien un resbalon. El acento le era desconocido... Entonces, bruscamente, a una senal del que parecia ser el jefe, surgieron mas figuras de la oscuridad. Conteniendo el aliento y tratando de ignorar los dolorosos latidos de su corazon, el muchacho empezo a contarlas, pero casi antes de que pudiese comenzar, un nuevo ruido desvio su atencion.
Cascos de caballo. El ruido sonaba todavia lejos, pero al aguzar los oidos, lo percibio con mayor claridad. Eran varios caballos, aunque resultaba dificil calcular su numero porque los ecos resonaban en el paso, y se estaban acercando rapidamente. Tambien los hombres lo habian oido y sus siluetas se pusieron alerta. Algo brillo en la mano de uno de ellos, con un debil resplandor metalico...
El muchacho vio las luces antes de ver los caballos y a quienes los montaban: pequenos y oscilantes puntos luminosos que se acercaban a traves del paso como luciernagas. Tres faroles colgados de la punta de largos palos y que, al acercarse, iluminaron las caras de los jinetes.