la presencia de la loba, el alcahuete hizo gesto de disculpa y siguio adelante a toda prisa. No muy lejos de alli, acababa de estallar una disputa entre dos marineros y una arrugada y diminuta echadora de cartas: Indigo esbozo una sonrisa al reconocer a la musculosa y temperamental segundo piloto de Macee en medio de la refriega.

Todo aquel apinamiento de gente empezo a aligerarse por fin cuando el puerto dio paso al menos frenetico barrio comercial. Aqui se habia establecido una cierta apariencia de orden; los comerciantes autorizados se esforzaban denodadamente por mantener a raya a la competencia de charlatanes y timadores, y era posible pasear con relativa tranquilidad, Indigo se alegro de dejar atras todo aquel caos. Durante los ultimos dos anos, desde que se enrolara con Macee, apenas si habia conocido otra cosa que no fuera el mundo cerrado y de camaraderia del Kara-Karai, con el mar como unico horizonte, y encontrarse en medio de tanto gentio y animacion tras una larga ausencia de tierra firme le resultaba desconcertante.

Deseo no haber tenido que abandonar el barco. Durante aquellos largos viajes habia estado cerca de hallar una liberacion de la negra sombra que pesaba sobre su vida, pero siempre habia sabido que el interludio no podia durar. En sus suenos, y aun despierta, en momentos de desmido, habia sentido el acicate de una obligacion que no podia rehuir ni discutir, y con la llegada del barco al este se habia visto conminada a enfrentarse a su destino, a cortar los lazos y seguir su camino.

Indigo se llevo una mano al pecho de forma inconsciente y jugueteo con la pequena bolsa de cuero que colgaba de una tira tambien de cuero atada alrededor de su cuello, y que llevaba bien escondida debajo de su camisa. Sus dedos se cerraron sobre el contorno duro e irregular de una pequena piedra, y sintio como una familiar mezcla de agradecimiento y aversion penetraba en su mente. La piedra, con el diminuto punto de luz que siempre se movia en su interior, habia sido su guia durante casi doce anos: alli donde indicaba ella no tenia mas remedio que ir. Y en el caos de Huon Parita sintio que su destino se cerraba en torno a ella, igual que lo hacia la ciudad, como un ataque sofocante y claustrofobico sobre su mente.

Sus intranquilos pensamientos se vieron interrumpidos por una voz que hablo silenciosa en su cabeza.

«?Indigo? Estoy hambrienta. Y no creo que este sea un buen lugar para que nos quedemos mas de lo necesario.»

Indigo bajo la cabeza y vio que Grimya la contemplaba esperanzada. Mutante de nacimiento, la loba poseia una extraordinaria —quizas unica— capacidad para comunicarse con la mente de los seres humanos y hablar en las diferentes lenguas de estos. Ella e Indigo compartian un lazo de comunicacion telepatica desde su primer encuentro casual, ocurrido hacia casi trece anos; era un secreto muy bien guardado, como el gran vinculo que existia entre ambas.

La muchacha sonrio, contenta de poder quitarse de encima aquellos negros pensamientos

y dedicarse a cuestiones mas mundanas.

«Recuerda la recomendacion de Macee, Grimya», fue su respuesta mental. «No es aconsejable que viajemos solas; y puede que tardemos algun tiempo en encontrar una caravana que se dirija al sur.»

«Lo se, y el consejo de Macee es muy acertado. Ni siquiera yo podria protegerte de una flecha o de una saeta. Pero de todas formas preferiria que nos dieramos prisa, si podemos.» Grimya vacilo, luego anadio con cierta timidez: «Si te sientes... reacia a ponerte en marcha, lo comprendo».

«No, no me siento reacia.»

Pero a pesar de su tono tranquilizador, Indigo sintio como una aguda punzada de dolor en su interior. La verdad es que habria preferido casi cualquier otro destino en el mundo al que tenia ante ella; ya que aunque nunca antes habia pisado aquellas costas, el continente oriental —y en particular la acaudalada ciudad de Khimiz— guardaba recuerdos que le desgarraban el alma. Su propia madre, Imogen, habia sido khimizi de nacimiento: Imogen, esposa del rey Kalig de las Islas Meridionales, quien con su esposo y su hijo Kirra y tantos otros habia muerto de una forma horrible en Carn Caille, cuando la Torre de los Pesares se derrumbo. Su hija, la princesa Anghara, debiera haber perecido junto con su familia en aquella misma carniceria ocurrida trece anos atras. Pero Anghara habia sobrevivido, para adoptar el nuevo y amargo nombre de Indigo —el color del luto— y soportar la maldicion que la habia convertido en inmortal, en un ser eternamente joven e inmutable, hasta que reparara los horrores que habia provocado.

Imogen, a quien indirectamente Indigo habia asesinado. Los limites de la tierra natal de su madre estaban a lo mejor a doce dias de viaje en direccion sur desde Huon Parita. E Indigo sabia con un instinto certero y terrible que la piedra-iman que llevaba la conducia de forma inexorable hacia Simhara, la primera y mas importante ciudad de Khimiz.

Grimya, consciente de la naturaleza de sus pensamientos, la contemplaba llena de ansiedad, e Indigo aspiro con fuerza, paladeo los mezclados vestigios de polvo, agua salada y especias que flotaban en el aire, y arrastro sus pensamientos, con un gran esfuerzo, al momento presente. Forzo una sonrisa, esquivo el tema deliberadamente, y regreso a la primera protesta de Grimya.

«Yo tambien tengo hambre. Compremos algo para comer antes de decidir que hay que hacer.»

En el extremo opuesto del mercado, los vendedores de fornida de Huon Parita anunciaban sus productos a voz de grito. La mayoria de los puestos estaban muy concurridos; la gente regateaba por frutas confitadas, porciones do pastel de azucar, gruesas rebanadas de una pegajosa confitura que despedia un olor empalagoso. Varios mercaderos colocados ante una hoguera al aire libre cocinaban y vendian pedazos de carne picada envuelta en unos delgados y bien dorados circulos de pasta. Grimya olfateo apreciativa, e Indigo —que habia aprendido de Macee lo suficiente del idioma local como para poder regatear— compro cuatro paquetes de carne, que el hombre del puesto envolvio con esmero en un fino papel blanco de una calidad que ella nunca habia visto.

Tras abandonar el puesto, buscaban un lugar relativamente tranquilo donde pudieran comer sin que las molestaran cuando una voz chillo muy cerca: —?Quereis averiguar vuestro futuro, senora de cabellos cobrizos? ?Quereis saber que os reserva Huon Parita?

Sobresaltada, Indigo se volvio y vio a una anciana sentada en una estera multicolor y rodeada de amuletos de la buena suerte. La vieja sostenia en una mano el canon de una pipa de incienso, mientras que con la otra le indicaba que se acercara, con movimientos bruscos acompanados de gestos de asentimiento de su cabeza.

—Tan solo una bocanada de mi pocion, mi senora, ?y se os revelaran todos vuestros suenos!

Indigo sacudio la cabeza.

—No. No, gracias.

Pero la adivinadora no se desanimaba facilmente.

—?Cartas, pues, hermosa senora? —Insistio—. Cartas roias, cartas amarillas, cartas azules como vuestros ojos. —Su amplia sonrisa mostro unas resecas encias marrones—. ?O plata? ?Cartas plateadas para mi senora, y su hermoso perro gris?

La sangre desaparecio del rostro de Indigo, y sintio como oi sudor empezaba a banar su cuerpo.

—?Que habeis dicho? —susurro.

—Cartas plateadas, senora. Mis mejores cartas. Jamas mienten.

Se trataba de una horrible coincidencia, se dijo Indigo; nada mas. Desde luego que no podia tratarse de nada mas... —No. —Escucho su propia voz, cortante, con una involuntaria punzada de temor—. ?He dicho no!

Las rugosas manos realizaron un complejo gesto conciliador en el aire.

—Lo que mi senora quiere, mi senora lo hace. Pero tened cuidado, forastera. Tened cuidado de a quien otorgais vuestra sonrisa en vuestro viaje al sur. ?Y tened cuidado con el Devorador de la Serpiente! El pelaje de Grimya se erizo y mostro los dientes. «?Indigo!», su voz mental era apremiante. «?No me gusta esto! ?Sabe a donde vamos y ha mencionado la plata!»

—Chisst —dijo Indigo en voz alta al tiempo que posaba suavemente su mano en la cabeza de la loba a modo de advertencia.

Durante algunos instantes siguio con los ojos fijos en la vieja, que seguia asintiendo con la cabeza, en busca de algun rasgo familiar en las arrugadas facciones, una pista mediante la cual pudiera identificar algo menos humano al acecho detras de la mascara. Pero no habia nada. Excepto por el detalle de que en el pulgar, la adivina llevaba un anillo de plata...

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