protegiendose. Mas atras iba el hombre del sombrero de fieltro con el perro pardo y triston siguiendole los pasos, que me ha dirigido una timida sonrisa. Lo he saludado gritando, pero seguramente la etiqueta rural no autoriza este tipo de expansiones porque no me ha correspondido y se ha apresurado a meterse en la iglesia, perro incluido.

Pese a que los he visto pasar a todos sin que nadie mirara a mi balcon y he contado mas de sesenta cabezas - bufandas, boinas, sombreros fuertemente sujetos contra un invisible viento-, me he dado cuenta de su fingida y estudiada indiferencia. Sus encorvadas espaldas, sus cabezas gachas me han dicho que tenian asuntos de importancia en que pensar. Arrastraban tristemente los pies por el empedrado como los ninos que van remoloneando a la escuela. Este se habia propuesto dejar de fumar a partir de hoy, este otro pensaba renunciar a su visita semanal al cafe, el de mas alla queria privarse de sus manjares favoritos. No es asunto mio, eso por supuesto, pero en aquel momento he pensado que si en el mundo hay un sitio necesitado de un poco de magia… Las costumbres no se abandonan nunca. Y cuando uno se ha metido en el asunto de complacer sus antojos puede decirse que el impulso ya no lo dejara nunca. Y ademas, persiste el viento, sigue soplando el mismo viento de carnaval y llega con el un leve olor a grasa, a algodon de azucar y a polvora, como llega tambien ese perfume intenso y caliente del cambio de estacion que hace que te piquen las manos y acelera los latidos del corazon… Asi pues, nos quedaremos un tiempo. Un tiempo. Hasta que cambie el viento.

Compramos pintura en esa tienda donde venden de todo; con ella compramos pinceles, rodillos, jabon y cubos. Comenzamos por el piso de arriba, arrancamos cortinas y molduras rotas, que van a engrosar el monton de trastos que va creciendo en el minusculo jardin trasero, enjabonamos los suelos y formamos cascadas de espuma en la estrecha y renegrida escalera y mas de una vez nos quedamos caladas hasta los huesos. La bruza de Anouk se convierte en submarino, la mia en buque cisterna que lanza ruidosos torpedos de jabon escaleras abajo en direccion a la entrada de la casa. En plena labor, oigo sonar de pronto el estridente timbre de la puerta y, con el jabon en una mano y el cepillo en la otra, levanto los ojos para recorrer con ellos la alta figura del cura.

Ya me habia preguntado cuanto tiempo tardaria en venirme a visitar.

Se queda mirandonos un momento con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que es precavida, autoritaria y benevola, todo a un tiempo: el amo de la finca da la bienvenida a los inoportunos visitantes. Me doy cuenta en seguida de que se hace cargo del mono sucio y mojado que llevo puesto, de mis cabellos recogidos con un panuelo rojo, de mis pies calzados solamente con unas sandalias chorreantes.

– Buenos dias.

Un riachuelo de agua jabonosa discurre rapido y directo hacia sus zapatos negros y relucientes. Veo que lo observa y que seguidamente desvia la mirada de nuevo hacia mi.

– Francis Reynaud -dice, desplazandose apenas a un lado-. Soy el cure de la parroquia.

No he podido por menos de echarme a reir ante la frase.

– ?Ah, si! -digo con aire malicioso-. Creo que le vi en el carnaval.

Una risita educada: je, je, je.

Le tiendo la mano enguantada de plastico amarillo.

– Vianne Rocher. Y la bombardera que tengo detras es mi hija Anouk.

Ruidos explosivos de agua jabonosa y de Anouk peleandose con Pantoufle en lo alto de la escalera. Percibo la espera del cura ante mas detalles referentes al senor Rocher. ?Cuanto mas facil habria sido tenerlo todo consignado en un trozo de papel, todo oficial… Asi nos habriamos evitado aquella conversacion incomoda e inconexa…!

– Ya suponia que esta manana estaria muy ocupada.

Me ha dado lastima de pronto ver que le costaba un esfuerzo tan grande establecer aquel contacto conmigo. Otra vez la sonrisa forzada.

– Si, tenemos que poner la casa en condiciones lo antes posible. ?Y va a llevarnos tiempo! De todos modos tampoco habriamos ido a la iglesia esta manana, Monsieur le Cure. No la frecuentamos, ?sabe usted?

He procurado decirselo con tono amable, solo para informarle de cual era el sitio de cada uno, para sacarle de dudas, pese a lo cual me ha parecido que se sobresaltaba, casi como si lo hubiera insultado.

– Ya comprendo.

He sido demasiado directa. Seguramente el habria preferido que nos anduvieramos un poco por las ramas, que nos observaramos dando vueltas uno en torno al otro como hacen los gatos precavidos.

– Pero ha sido muy amable viniendo a darnos la bienvenida -prosigo con viveza-. Quizas incluso pueda ayudarnos a hacer amigos.

Me doy cuenta de que se parece un poco a los gatos, tiene unos ojos huidizos y frios que no sostienen nunca la mirada, una actitud alerta e inquieta, estudiada y distante.

– Hare lo que pueda -ahora que sabe que no pertenecemos a su rebano se muestra indiferente, si bien la conciencia lo empuja a dar mas de lo que querria-. ?Puedo hacer algo por usted?

– Pues no nos iria mal un poco de ayuda -apunto-. No me refiero a usted, por supuesto -me apresuro a decir cuando ya se disponia a contestar-, pero quiza conozca a alguien a quien no le iria mal ganarse un dinerito. No se, un yesero… o alguien que nos ayudara a pintar.

Es evidente que ahora pisamos terreno seguro.

– En este momento no se me ocurre -nunca habia visto a una persona tan precavida como esta-. Preguntare.

Si, quiza lo haga. Conoce sus deberes con los forasteros. Pero se tambien que no encontrara a nadie. No es de los que dispensan favores asi como asi. Su mirada observa con sobresalto el montoncito de pan y sal que hay junto a la puerta.

– Es para que nos traiga suerte -digo con una sonrisa, pese a que su cara se ha vuelto de piedra.

Se aparta de la ofrenda como de una ofensa.

– ?Maman? -por el hueco de la puerta aparece la cabeza de Anouk, el cabello desgrenado y enloquecido-. Pantoufle quiere salir fuera a jugar. ?Nos dejas salir?

Asiento con la cabeza.

– Quedaos en el jardin -le limpio la nariz, que tiene tiznada-. Estas hecha una golfilla -veo la mirada que echa al cura y la cojo a tiempo antes de que suelte una carcajada-. Este senor es monsieur Reynaud, Anouk. ?No lo saludas?

– ?Hola! -le grita Anouk, ya camino de la puerta-. ?Adios!

La mancha del jersey amarillo y de los pantalones rojos se desvanece subitamente. No es la primera vez que podria jurar que he visto a Pantoufle desaparecer detras de ella, una mancha mas oscura destacando contra el oscuro dintel.

– Solo tiene seis anos -digo a modo de explicacion.

Reynaud me responde con una sonrisa tensa y acida, como si esa primera impresion que tiene de mi hija no hiciera sino confirmar todas y cada una de las sospechas que ya tenia sobre mi.

3

Jueves, 13 de febrero

Gracias a Dios que ha terminado. Las visitas me fatigan a morir. No me refiero a usted, por supuesto, mon pere; la visita semanal que le hago es para mi un lujo, puede creer que es casi mi unica visita. Espero que le hayan gustado las flores. No son gran cosa, pero huelen a gloria. Se las he dejado aqui, junto a la silla, para que pueda verlas. Hay una buena vista desde aqui: los campos, el Tannes a media distancia y el Garona centelleando a lo lejos. Casi podria imaginar que estamos solos. ?Oh, no, no me quejo! De veras que no. Pero usted debe de saber que pesado es ese fardo para un hombre. Tantas mezquindades, insatisfacciones y estupideces, sus mil problemas triviales… El martes fue carnaval. Son como salvajes, todo ese bailoteo, esos gritos… El hijo pequeno de Louis Perrin, Claude, me disparo con una pistola de agua. ?Y que dijo su padre? Pues que era su hijo pequeno y que necesitaba jugar. Lo unico que quiero es guiarlos, mon pere, librarlos de sus pecados. Pero se me resisten, son como ninos que se niegan a ponerse a dieta y siguen comiendo todo lo que les perjudica. Se que usted me entiende. Durante cincuenta anos llevo esa carga en sus hombros y la soporto con paciencia y fortaleza. Se gano su afecto. ?Sera posible que hayan cambiado tanto los tiempos? A mi me temen, me respetan… pero lo que se dice

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